miércoles, 14 de septiembre de 2016

CAPITULO 41


Desde 1835 empezamos a destruir nuestra patria; a partir de ahí, iniciamos esta senda tortuosa del autoritarismo, hasta llegar al día de hoy, a este abismo que nos tiene a todos hundidos.  – dijó el general Mariano Salas - A un sistema ha seguido otro sistema; de una constitución a otra constitución, a una persona, otras personas;  pero ni los primeros se han levantado sobre bases sólidas, ni los segundos, han tenido el sello de su legitimidad. – aceptemos todos nuestros errores. Ahora que nuestra patria pasa por el momento más difícil desde que obtuvo su independencia, los mexicanos nos miramos de frente, para saber si somos capaces de sostener al país con vida; con libertad e independencia; pero sobre todo, con la dignidad que la fuerza de la razón y la justicia  nos da, ante el ataque vil y embestido de nuestros invasores.

En nuestra patria, han triunfado siempre los hombres, pero nunca los principios. Hemos tenido mil revueltas, pero ni una sola revolución. Incurrimos en el constante olvido de las leyes, en la quiebra de la hacienda, en la dilapidación de los fondos públicos, en el devorador agiotaje ante nuestros prestamistas, en el autoritarismo sin freno legal alguno, es la desmoralización del ejército, en el desconcierto de la administración, en el desprecio a los derechos del hombre y del ciudadano; en el total descrédito ante las naciones del mundo; y ahora, en éste preciso momento general Salas – dice el doctor Valentín Gómez Farías – estamos ante el desmembramiento del territorio nacional; la patria se deshace en nuestros brazos y lo que es peor, ante la pérdida de nuestra nacionalidad y de este proyecto nacional, por el que Hidalgo, Morelos, Guerrero y miles de insurgentes, dieron su vida.



No somos europeos, nuestra sociedad no está regida por la costumbre y la idiosincrasia de los reinos europeos. No coincido con don Lucas Alamán en lo referente a la adopción de un régimen monárquico. Sé y en eso no discuto, que nuestra nación no ha logrado su modernización, que quizás estemos lejos de alcanzar nuestra democracia; pero si no emprendemos a partir de esta crisis política, la verdadera revolución que requiere el país; estaremos condenados a desaparecer en el próximo año. México no llegara a cincuenta años de vida independiente, nadie sabrá de la gesta heroica de los insurgentes de Hidalgo, de la resistencia de Cuautla, del fusilamiento del Siervo de la Nación. Nadie descifrará y llevara a cabo, la abolición de la esclavitud, los sentimientos auténticos de la Nación; nadie general podrá salvar a este país; si nos empeñamos nosotros mismos a destruirnos. Sino ponemos un límite a los fueros y a los privilegios que hombres como los que tiene el Ejército o la Iglesia Católica, quienes han subyugado nuestra dignidad como gobierno civil. No se trata de defendernos ante la invasión yanqui; ni que se quite un hombre de la presidencia para que llegue otro; lo que realmente está en juego, es el fortalecimiento de nuestras instituciones, la desaparición de nuestra patria, en el concierto mundial de las naciones.

-      Pero desaparecer la Iglesia, como vamos atentar contra nuestra santa religión. – pregunto el general encargado de la Presidencia don Mariano Salas.
-      No atentaremos contra ella, no es contra dios, ni sus sagrados dogmas; no es en contra de la santísima trinidad, ni de la Virgen de Guadalupe, madre de dios; no es contra la creencia de un Ser Supremo de inteligencia universal; la lucha que debemos enfrentar ahora, es en contra de la Corporación, del Clero, de la institución compuesta de hombres corruptos y nefastos, que a través del aparato religioso, ha lucrado con la creencia de Dios y dedicado a someter a este país, impidiendo su crecimiento y consolidación, como una nación prospera y civilizada.
-      Pero eso que me pide es absurdo. ¿Cómo vamos a quitarle el dinero al clero?. En todo caso vamos a pedirle prestado, para poder financiar la guerra, pero no arrebatarles sus propiedades.
-      No don Mariano, la iglesia no nos dará ningún quinto partido por la mitad.  ¡Al menos que sus bendiciones¡, pero ni un solo peso.
-      Pero lo que Vos propone es inconcebible. Podría distraernos de la guerra con los Estados Unidos, pondría inclusive en riesgo la paz y la fe del pueblo, no quiero pensar que a causa de esa confiscación, pueda iniciarse una guerra civil. No doctor…, ¿Cómo vamos a robarle a los curas?. ¡nos excomulgaran¡.



Don Valentín Gómez Farías sólo se río.

-      El general Santa Anna apoyara mi iniciativa. El será el primero en aprobarla. Os lo garantizo.
-      ¡El general Santa Anna¡ ¿Vos cree que apoyará su idea de quitarles el dinero a los curas.
-      ¡Así es¡. – respondió don Valentín, con plena seguridad.

Don Mariano Salas, trago salida y dijo:

-      Bueno si mi general decide confiscar los bienes a la Santa Iglesia, pues ni hablar. ¡Nos iremos todos al infierno¡.



Valentín Gómez Farias rió en el fondo de su alma.  Pues desde aquella ventana del Palacio Nacional, observó las torres de Catedral que lucían majestuosas y que ya para esas horas, sus campanas resonaban para ir a misa. Suspiro y pensó, que todo el dinero del clero les sería arrebatado, … ¡quince millones pesos¡. … sólo quince millones de pesos le bastarían para poder armar al ejército mexicano y recibir al generalísimo Santa Anna, como todo un Emperador.  Con quince millones de pesos, podríamos contratar si así fuera posible, la legión austriaca que nos protegiera; o bien, podríamos uniformar y armar a cada uno de nuestros soldados. Quince millones de pesos es el precio. Con ese dinero, Santa Anna se inmortalizaría. Será  el Salvador de la Patria. Su nombre quedaría grabado por siempre en la memoria histórica de nuestro país; todos los mexicanos lo recordarían y cantarían su nombre en las escuelas; sería imposible olvidar su nombre y sus hazañas. Los mejores hijos de la patria lo acompañarían en su victoria y morirían con él, por la gran hazaña de defender la patria.

-      No puedo esperar más – pensaba en si don Valentín Gómez Farías.. – urge que la iglesia coopere en esta guerra. Será esa institución y no Santa Anna, quien nos salve del peligro.




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