Nulas había sido la defensa del ejército mexicano
para detener el avance incontenible de los americanos. Derrotados en Palo Alto,
Rasaca de la Palma, Matamoros y Monterrey, ocupados los puertos de Santa
Bárbara, San Diego y Tampico, ahora los americanos ocupaban las plazas de
California, Chihuahua y Nuevo México. Al mando de los generales Fremont, Kearnay
y Doniphan, los invasores ganaban terreno y las pocas milicias mexicanas, mal
organizabas, intentaban resistir la
defensa del territorio nacional. Pero para esas alturas, los americanos
levantaron el fuerte El Sacramento para resistir cualquier embestida mexicana y
habían ocupado la hacienda del Sauz, esperando cualquier ataque mexicano. Para
ello los generales del ejército mexicano: García Conde, Heredia y Trias, lograron reclutar víveres, municiones y más
de dos mil hombres, que fueron rápidamente dispersos, ante la efectiva
artillería americana. Para el mes de
marzo de 1847, la bandera de la barra y las estrellas, ondeaba en el suelo mexicano
de las provincias de Chihuahua y Santa Fe Nuevo México, donde a pesar de la
resistencia de algunos habitantes mexicanos como Diego Archuleta y Tomas Ortiz,
el gobernador usurpador de Santa Fe, había aplastado la legitima insurrección
de los nacionales que trataron de defender su territorio. Similar hecho ocurrió
en Los Ángeles, donde el comandante Flores con quinientos mexicanos voluntarios
logró recuperar temporalmente los puertos de San Diego y Santa Bárbara, pero
posteriormente fue abatido en Los Ángeles, por el capitán Fremont y el coronel
Mason.
Esas eran las noticias que recibía el general
Antonio López de Santa Anna en el campo de batalla, los partes de guerra no
eran nada alentadores, pues mientras en la Ciudad de México se discutía sobre
la nacionalización de los bienes eclesiásticos, inclusive hasta se rumoraba de
una nueva revuelta que destituyera al presidente Gómez Farías, las plazas del norte del país, ya se
encontraban ocupadas por los invasores;
tal parecía que a nadie le importaba los muertos en el campo de batalla,
los héroes anónimos que defendieron cada legua del territorio nacional,
quedaron en el olvido de la historia, sus nombres y sus hazañas, fueron
olvidados e ignorados en las páginas de los libros de historia.
Santa Anna, le urgía un triunfo militar. Era vital
para la resistencia mexicana. Las constantes noticias que se recibían eran
decepcionantes, batallas heroicas que estuvieron a punto de ser ganadas por los
mexicanos, terminaron en convertirse en estrepitosas derrotas. Ahora le tocaba participar en esta guerra, en
la cual, ya existía la leyenda y el rumor, de que ya había pactado su derrota.
Difícil de creer, pero quizás con algo de probabilidad, ese gallardo general, más
preocupado en los botones de su casaca militar y de verse en el espejo con sus
hombreras, se encontraba ahora simulando a ser el estratega militar. ¡Difícil
de creer¡. Muchos lo supondrán, pero sólo dios sabe la verdad de esa sospecha.
El ejército mexicano seguía avanzando. Presidido por
el generalísimo Antonio López de Santa Anna, detrás de él se encontraban los
carros de mulas, cargando los pocos víveres con los que se abastecía la tropa
mexicana, así como también con las once piezas de artillería y los veinte mil
soldados reclutados en la leva, que por cada día que pasaban, iban desertando
hasta llegar a ser catorce mil elementos.
Antes de iniciar la gran batalla, las tropas
mexicanas lograron capturar al Capitán Heady, quien luego de ser torturado,
habló respecto a otra expedición americana que partiría al mando del general Winfield
Scott quien en breve llegaría a Veracruz, con las órdenes del presidente Polk
de ocupar la Ciudad de México y negociar de una vez por todas la paz. Para
ello, se había instruido a las tropas de Taylor, disgregarse y reforzar a
Scott. Esa noticia podía significar una buena o mala noticia, podía ser una
buena noticia, porque eso implicaba que Taylor se encontraba debilitado, lo que
provocaba sin duda alguna posibilidades de éxito; también podría significar
algo malo, la apertura de otro frente de ataque, del cual el ejército mexicano
aún no estaba preparado para defenderse. Al recibir esa noticia y meditarla con
optimismo, el general Santa Anna ordeno el fusilamiento del teniente americano
junto con todos sus acompañantes.
La tropa mexicana seguía avanzando y resistiendo ese
frío que también provocaba bajas. Llegan a Encarnación donde pasan lista y la
noticia desde luego trata de ser negada,
los reportes no eran nada alentadores, al menos una decena de muertos de frio
que bien, ayudaban a contribuir a seguir sosteniendo por más tiempo las
raciones de comida para cada soldado: Un pedazo de carne asada, una libra de
harina y una modesta provisión de agua. ¡Maldita hambre¡. ¡Maldito frio¡. Los
soldados sino huyen como gallinas, mueren de frío o de hambre. La situación era
insostenible, de haber sido un ejército de veinte mil soldados, este se reducía
a doce mil y de seguir la misma tendencia, en un mes más, las bajas serían
hasta nueve mil hombres. Obviamente Santa Anna no podía permitir eso. Ordeno
continuara la avanzada y permitió a sus hombres prender fogatas en la noche para atenuar el frío, aun pese el
riesgo que eso significaba.
El tiempo pasa y el hambre aumenta. Los víveres no
son los suficientes, la vegetación tampoco ayuda para alimentar a los soldados.
Santa Anna ordena de un día para otro a reducir las raciones de comida a sola
la mitad; dos días después, decide que ahora sea la sola cuarta parte de
ración. Los soldados se molestan, quien se atreva a manifestar su inconformidad
será inmediatamente fusilado. Sólo así, la disciplina se conserva. O la tropa
resiste la sed y el hambre, o bien, muere fusilada.
Al ocupar la hacienda de Agua Nueva, el ejército
mexicano no encontró ningún vestigio de americano vivo. Había huido el cobarde
de Taylor con su tropa de maricas, teniendo éste miedo de enfrentar de una vez
por todas a un general de a de veras. Lo
peor de todo, era que no solamente había huido el gringo, sino que las
posibilidades de encontrar víveres en la hacienda, habían sido nulas, pues el
invasor había quemado la hacienda, saqueado los graneros y matado los animales.
Con esto desmoralizaba la tropa mexicana, ahora sabría que el invasor se
encontraba resguardado en la hacienda de Buena Vista y en el puerto de la
Angostura.
Quizás una buena noticia recibió Santa Anna por
parte de su tropa, en su trayecto de Agua Nueva a Buena Vista, un regimiento de
soldados americanos, habían encontrado carros abandonados. Esto significaba que
el adversario había huido estrepitosa y desmoralizadamente; las armas podrían
estar también escondidas en esos terruños. Santa Anna sin dudarlo, ordeno a la
tropa a realizar las excavaciones necesarias que permitieran encontrar el
parque. El resultado fue alentador, la Virgen de Guadalupe ayudaba al ejército
mexicano y a su dignísimo hijo, el libertador de México; cajas de municiones
eran la evidencia de que los americanos habían estado en ese lugar y que al
saber de su llegada, habían emprendido la huida. ¡Alentador¡. Por vez primera,
eran los americanos quienes huían ante la embestida del ejército mexicano.
Santa Anna envió una misiva al general Taylor
ordenando su rendición. Le dijo que tenía un ejército de veinte mil hombres, en
contra de un regimiento de ocho mil doscientos efectivos. Taylor pensó que la
amenaza era tonta. Podían ser menos que los mexicanos, pero su potente
artillería de veinte cañones al mando de sus ingenieros militares, podrían
destruir esa cantidad y más de mexicanos bravucones. Taylor desde luego rechazo
la oferta de que se rindiera y decidió sostener el combate.
El combate inicia el día 22 de febrero de 1847, las
tropas americanas trasladan su potente batería en las lomas de los cerros y
desde ahí, inician el bombardeo. Es un regimiento disciplinado, los soldados
americanos tienen seis meses descansando de cualquier combate; no padecen
hambre, sus haberes son puntuales, su profesionalismo y estrategia militar sabe
perfectamente, los hace conocer cada legua cuadrada del terreno de batalla; sus
ingenieros, calculan la distancia que hay entre los boquetes de sus cañones y
las filas del adversario, con cálculos matemáticos, hablan de senos, cósenos,
tangentes y teoremas de Pitágoras, que les permiten predecir en forma exacta,
donde caerían cada una de las balas de sus cañones. Los resultados son
predecibles como lo planean sus ingenieros. Bala tras bala cae en el campo
mexicano, provocando bajas.
El ejército mexicano huye ante el bombardeo, se
reorganiza. Santa Anna desde su centro de operaciones, una pequeña tienda de
campaña, observa los mapas improvisados que le presentan sus oficiales
subalternos, aprovechando su intuición, improvisa un ataque que tenga como
objetivo, defender y contraatacar a su enemigo. Su voz es segura, su
experiencia no objetable, se percata que hay un cerro en el campo de batalla,
si los enemigos lo ocupan, desde ahí subirían su artillería y la batalla
entonces se perdería, porque sufrirían otro bombardeo que los aniquilaría, así
que sin dudarlo, Santa Anna ordena la ocupación del cerro y de frenar ahí, la
ocupación de los enemigos. Jubilosos los
oficiales mexicanos, lanzan la infantería a posesionarse del cerro para
enfrentarse en valentía, con sus adversarios los infantes americanos. Como si
fuera adivino, los americanos trataron de ocupar ese cerro, pero no pudieron,
fueron frenados por los soldados mexicanos. Santa Anna ríe. Se reitera una vez
más en el espejo, de que es un chingón.
Los oficiales mexicanos informan a Santa Anna el
resultado del combate. Gallardo y soberbio, Santa Anna escucha el parte de
novedades y en vez de expresar su congratulación por su acertada estrategia, lo
primero que hace es regañar a los oficiales por no portar el uniforme
correctamente. - “¡Donde están los botones de su uniforme¡”. – incrédulos los
oficiales mexicanos, no saben que responder ante tal comentario. – “¡No es posible que vistan como
mamarrachos¡”, ¡que va a decir de nosotros Taylor”, ¡Que en México no tenemos
soldados¡. - Santa Anna maximiza la presentación de sus soldados y ordena a
otro de sus subalternos, la encomienda de revisar diariamente que los uniformes
de su tropa sea la más idónea y presentable.
- ¡”Que a nadie le falte un botón¡. –
Que va decir Polk y los de la casa Blanca cuando se enteren que en México no
tenemos ni para uniformar a nuestros soldados.
La noche cae y los americanos vieron frustrado su
ataque de ocupar el cerro. Santa Anna aparte de instruir que los uniformes de
sus soldados luzcan impecablemente, ordena no encender ninguna fogata, aunque
se mueran de frío; así también manda al regimiento a extender su posición en
todo el cerro. Las hostilidades se frenan y en el campamento de Taylor se
siente una derrota.
A la mañana siguiente, Santa Anna ordena que su
tropa a levantarse temprano, sin darles el rancho respectivo, para ahorrar los
alimentos del día, a fin de no desperdiciar comida con los futuros soldados
muertos, la tropa forma una fila y al ritmo de la música, sin haber ingerido
alimento alguno, inicie el avance. Como si fuera los soldados de Napoleón
Bonaparte, el ejército mexicano muestra júbilo, la gallardía que tanto quiere
mostrar Santa Anna los americanos. Que vean esos cabrones que en México si
tenemos soldados. ¡Jijos de la chingada¡. ¡Pinches maricones¡. La tropa
mexicana avanza jubilosamente y avanza yarda tras yarda, al ritmo de los
tambores y las trompetas. Mientras eso ocurre, Taylor ordena a sus soldados,
también efectuar la fila, pero no mostrando el cuerpo, sino resguardados en sus
trincheras. Desde ahí, que disparen con sus potentes rifles; los americanos
disparan escondidos en las fosas que la noche anterior habían excavado, fuego
tras fuego salen de sus boquetes, al mismo tiempo en que la tropa mexicana
muestra su pecho, como tratando de decir “¡Aquí
si hay huevos cabrones¡”, al mismo tiempo que muchos de los nuestros van
cayendo abatidos por las balas de la forma más imbécil.
Santa Anna
ordena que continúe el desfile. Los mexicanos siguen avanzando y reduciendo
cada minuto, el espacio que hay entre sus hombres y los suyos. De esa forma, la
artillería americana ya no les haría daño;
el enfrentamiento de cuerpo a cuerpo es inevitable. Santa Anna muestra
su júbilo nuevamente.- “ ¡Les estamos
partiendo la madre a esos cabrones¡”.-
Sale de su tienda de campaña y observa desde lejos, como el desfile de
las tropas mexicanas continúa en avanzada, mientras que los soldados
americanos, siguen escondidos en sus trincheras. Santa Anna monta su caballo y
a todo galope se suma al contingente para que su ejército lo vea abatirse. A su
lado, la caballería mexicana inicia su avanzada hacía las trincheras de los
americanos. Ahora sí iban a saber esos güeritos lo que era un combate. La línea
de infantería mexicana, se divide en el franco izquierdo y derecho, sin dejar
nadie en el centro, lo que desconcierta la defensa americana. El combate de cuerpo a cuerpo se suscita con
varias bajas para los americanos, algunos de ellos huyen, otros más mueren; es
el primer combate que va ganando el ejército mexicano, caen tres banderas
americanas, y tres cañones del enemigo y un valiente jinete mexicano, logra con
su cuerda atrapar a un oficial americano, quien enrollado en la cuerda, es
arrastrado por todo el campo de batalla.
Taylor concentra sus tropas para fortalecer su
defensa espera en cualquier momento que el combate de cuerpo a cuerpo también
llegue a su campamento. Carga su pistola y también su sable, para defenderse en
caso de que el ataque se extendiera. Taylor piensa en lo que informará al
Presidente Polk si es que sale con vida. Por momentos piensa en su familia y en
el final de su vida como soldado americano. Haber servido con honor y
patriotismo a los Estados Unidos de Norteamérica. Reza a dios de que ocurra un milagro y le
permita seguir viviendo para contar por lo menos, esta experiencia de haber perdido
con honor, con soldados valientes;
entonces inicia la llovizna, como si dios en ese momento hablara. Santa Anna jubiloso por las bajas
ocasionadas, el botín de las tres banderas americanas y los tres cañones
confiscados al enemigo, ordena la retirada. El combate podría seguir, pero no.
Los soldados mexicanos ya concentrados en el ataque, reciben la contraorden de
parar las hostilidades y retroceder. La lluvia se suelta más, así que los
mexicanos emprenden la retirada, contentos de haberles ganado por fin a los
americanos.
La tropa mexicana deja en el olvido a más de
900 cadáveres que yacen en los campos de
batalla, 600 de ellos mexicanos y 300 americanos, según los informes de
Taylor. Los heridos también son
cuantiosos: 2300 en el combate, 1800 mexicanos y 500 americanos. Los datos
podían interpretarse de distintas formas. ¿Quién había ganado el combate?.
Taylor se desmoralizo por no haberle ganado a los mexicanos, por momentos pensó
en como redactaría su carta para informarle al Presidente Polk sobre su
derrota, pero los oficiales americanos, le informaron que no era así, que aún
pese que los mexicanos parecían haberle ganado no era así, y prueba de ello,
eran las cifras que le reportaban. Dos mexicanos muertos por cada uno de los
soldados americanos. Tres mexicanos heridos también por cada americano herido.
Los mexicanos habían perdido, pero Taylor no lo consideraba así, sabía bien
que la lluvia lo había salvado; Santa
Anna le hubiera ganado fácilmente, porque su estrategia militar era
precisamente esa, aprovechar las embestidas de la infantería mexicana que no le
tenían miedo a la muerte y que podían sacrificar cientos de soldados para
conseguir finalmente su triunfo. Así lo había hecho Santa Anna en el Álamo,
perdió cientos de los suyos, pero consiguió el fuerte y eso, pese que en
términos cuantitativos había sido una derrota, moral y políticamente, había
sido un triunfo. Al menos, esa fue la percepción que había generado Santa Anna
tanto en Texas, Estados Unidos y México. Esta batalla, la gano Santa Anna y el ejército
de mexicanos harapientos, que sin haber ingerido alimentos y haber aguantado el
invierno, habían por vez primera en esta guerra, haber ganado un combate.
Reconózcanlo, los mexicanos nos ganaron en la Angostura. Sólo un milagro,
salvaría al regimiento de Taylor de no ser aniquilado. Y ese milagro llegó
aquella noche.
Luego de haber regresado a su tienda de campaña, Santa
Anna fue informado de las bajas. Muchos mexicanos murieron, pero además, otros
más estaban heridos, sin medico alguno que los curara. Los alimentos eran cada
vez menos, sin pan y sin agua, no había que darles de comer a todo el batallón;
Santa Anna reflexiono por algunos momentos que hubiera sido mejor, si continuar
al día siguiente con la batalla y seguir sacrificando más hombres, inclusive su
propia vida, para finalmente vencer a los enemigos, o bien, emprender la
retirada por causas de falta de víveres; Santa Anna debía de tomar la mejor
decisión, no solamente de la guerra, sino también de su vida. Pensó por unos
momentos, las consecuencias que generaría dicha decisión. Si a la mañana
siguiente continuaba con las hostilidades, correría el riesgo de perder la
batalla; los americanos mejor alimentados, podían en la lucha de cuerpo a
cuerpo vencer a los nuestros que llevan dos días sin comer; sería nefasto lo
que dirían mis enemigos y los historiadores; dirán que me vendí como lo siguen
diciendo; veinte mil soldados mexicanos contra ocho mil americanos y con todo
eso, Santa Anna perdió. ¡De pendejo no me bajarían¡. ¡Estúpidos e ingratos si dicen eso¡. La
verdad es que son nueve mil mexicanos harapientos y hambrientos, contra siete
mil americanos, bien pagados y comidos. Esa es la diferencia. Esta batalla, si
continúa, seguramente la perdería, así que lo mejor, sería emprender la
retirada y generar la percepción, de que el combate fue favorablemente a
nuestra causa, el objetivo del combate ya se cumplió, debilitar a Taylor, el
mismo general que ocupo Palo Alto, Rasaca de Palma, Matamoros, Monterrey, fue
frenado en la Angostura, nada menos y nada más por Santa Anna. Esa si es una
buena noticia, regresar a la Ciudad de México, con las tres banderas que
capturamos del enemigo, y los tres potentes cañones que les confiscamos; es un
triunfo para las armas nacionales, le pese a quien le pese; este combate lo
gano México y no lo perdió, ni moral, ni militarmente; será una fecha recordada
por siempre, mis enemigos me refutaran esta hazaña, preferirán acusarme de vendido
que de héroe, pero no importa, los hechos son irrefutables, el ejército de
Taylor quedo desmembrado, primero por los refuerzos que le mando a Scott y
segundo, por la paliza que le dimos. ¡esta batalla la gano México, la gano Santa
Anna.
Entonces cuando el general meditaba con sus
oficiales sobre la situación en que se encontraba, el milagro tanto de Taylor
como de Santa Anna lego; una carta proveniente de la Ciudad de México, en la
que reportaba el cuartelazo militar ocurrido en contra del presidente Valentín
Gómez Farías, a causa de las leyes de nacionalización de los bienes
eclesiásticos.
El Batallón Independencia y Victoria desconocieron
al Supremo Gobierno del doctor Valentín Gómez Farías, radicado en la Ciudad de
México, la carta habla de que los alzados amenazaron al Arzobispo Irizarri de
entregarles mas fondo para su causa y este accedió porque también era su causa;
la causa de la revuelta, es no solamente desconocer al impuro gobierno de Gómez
Farias, el títere de Santa Anna y dejar sin efectos, todas las leyes masónicas
y ateas, que le robaban a la Santa Iglesia Católica. La revuelta la encabezan
unos soldaditos compuestos por jovencitos apodados los “Polkos”, por sus
constantes festines en la que bailan polkas y que se habían aglutinado en un ejército,
cuyo objetivo, no era defender a la patria del invasor americano, sino en
desconocer al gobierno revolucionario y patriota, que yacía en la Ciudad de
México. La carta dice que hay caos en la ciudad, constantes bombardeos en la
ciudad, una guerra civil entre los propios mexicanos, cuya única solución
viable para la paz y la reconciliación, sería el inminente regreso de su Alteza
Serenísima. Entonces Santa Anna decide:
-
¡Nos
regresamos a la Ciudad de México¡.
Junto a él, se encuentra el general Pedro Ampudia,
quien acababa de ser perdonado por Santa Anna, por haber pactado con los
invasores en Monterrey.
-
Su
Alteza, estamos a un solo día de derrotar a los americanos. Podemos emprender
la retirada para pasado mañana, si Vos ordena.
-
No
general Ampudia. Nos vamos ahorita mismo. Dígale a la tropa que no acampe.
Quiero que prenda una línea de antorchas para engañar al enemigo y piense que
estamos en espera de que amanezca. Mientras vean nuestros adversarios las
fogatas, emprenderemos la retirada esta noche. Así cuando amanezca ya no
estaremos en la Angostura, sino muy lejos de aquí, descansando y comiendo.
-
General
es muy respetable su instrucción pero creo …
-
Usted
no crea en nada,. No le he autorizado a contradecir mis órdenes, no hay tiempo
de armisticios como los que hizo vergonzosamente en Monterrey; los americanos
están derrotados y eso es sabido por ellos, así que nuestra misión ya se
cumplió. Ahora retirémonos. Hacemos más falta en la ciudad de México.
Los oficiales mexicanos no creían lo que en eso
momento escuchaban. Santa Anna así lo percibió y entonces para justificar su
retirada, saco la carta bendita.
-
Que
acaso no se dan cuenta lo que está ocurriendo en el país. La Iglesia Católica está
desconociendo el Supremo Gobierno que estamos encabezando para defender la
patria y la soberanía nacional. No es el momento señores de tomar partido a favor
de una casta o clase social en México, es momento de la reunificación, de la
conciliación, a la patria no le conviene que estemos divididos en este momento.
-
General
Santa Anna, estamos totalmente de acuerdo con Vos, pero la retirada la podemos
emprender para mañana mismo, tan pronto derrotemos a Taylor.
-
¡No¡…
- grito Santa Anna – y con qué armas y municiones derrotaremos totalmente a
nuestro enemigo general . No hay raciones para todo el regimiento.
-
No
hemos hecho aún el censo para determinar cuántos soldados somos, recuerde que
hay bajas, por lo que los víveres pueden redistribuirse. Además, nuestra
posición es favorable, la tropa está motivada y en cambio, nuestro rival se
encuentra desmoralizado.
-
Nuestra
tropa esta hambrienta y muy cansada; y en cambio la de Taylor, esta comida y
bien descansada, esa es la diferencia entre ellos y nosotros. Pero además,
Taylor esta derrotado, ya no avanzara más a la ciudad de México, no podemos
desperdiciar más hombres, porque la amenaza a la patria, ya no es Taylor, sino Winfield
Scott que entrará a México por Veracruz; ese es el próximo objetivo de la
defensa nacional, ya no combatir ni desperdiciar ni una gota de sangre en un
americano vencido y humillado; nuestro objetivo es regresar a la ciudad de
México para buscar la reconciliación y reagruparnos para defender Veracruz de
los yankis.
-
Pero
eso mismo lo podemos hacer, después de haber vencido totalmente a Taylor
general, no se da cuenta que si usted ordena la retirada de nuestro ejército,
aparentara una derrota, dirán que huyo, inclusive mi señor, lo acusaran de
traidor.
-
Más
acusado y desprestigiado de lo que estoy señores… que importa lo que digan mis
enemigos, no desperdiciaremos la vida de ningún soldado mexicano, en un combate
que ganamos. Así que ordeno inmediatamente la evacuación de nuestra posición y
nuestra inmediata retirada.
-
¡General
…¡
-
¡He
dicho¡.
Santa Anna sale del campamento observando afuera del
mismo, la ejecución de su mandato. La tropa, ya preparada para ingerir el
cuarto de ración del rancho por su recompensa de haber lidiado con valor, oye
desconcertadamente la instrucción de sus oficiales:
-
¡Prendan
fogatas por toda la línea y prepárense para la retirada¡.
¿Ahora mismo?, ¿Es cierto?, ¿Apoco?, ¿No lo creo’,
¿Qué no vamos a dormir?. ¿Eso es una mentira?. ¿No entiendo?, ¿de que se
trata?. Los soldados mexicanos interrumpen sus alimentos y van encendiendo las
fogatas que le piden sus superiores. Siguen desconcertados, porque en vez de
descansar y sostener el combate del día de mañana, la instrucción es contraria,
como si realmente hubieran o estuvieran perdiendo la batalla, había que
retirarse y emprender la caminata durante toda la noche. ¿No puede ser cierto?.
Los caballos son alimentados y dotados de agua, al
menos para remolcar las treinta carretas con los que cuenta el ejército
mexicano y que contienen, los pocos víveres que sobran, además de la
artillería, cañones y una que otra caja con municiones.
Los soldados mexicanos desconcertados se van sumando
a la fila al mismo tiempo que escuchan los clarines que instruyen su agrupación
y retirada; ya para esos momentos, las antorchas están prendidas y desde lejos,
el general Taylor, observa las posiciones del enemigo, a quien no le quedara de
otra, que pactar la paz para disimular su rendición.
Taylor no duerme aquella noche, pensando en las mil
formas que tendrá que hacer frente la peor crisis militar que hasta ese momento
le había tocado enfrentar: su rendición. Taylor pide un puro que fumar, piensa
al mismo tiempo que desde su tienda de campaña, ve desde lejos las antorchas
mexicanas y esos ruidos de clarinete, que si bien, parecieran de retirada,
seguramente eran de jubilo por haber triunfado en la batalla. Taylor estaba
derrotado. Recordó como ocupo Palo Alto, Resaca de Palma, como tomo posesión de
Matamoros y su peor momento, que había sido Monterrey, había sido triunfante;
eran días de gloria en que informaba al presidente Polk sobre su racha de
triunfos. Pero ahora lamentablemente, había perdido.
Taylor cansado del combate, decide dormir pidiendo a
dios un milagro y que ese momento, no fuera realmente, lo que percibía.
Zacary Taylor entro a su tienda de campaña y durmió
súbitamente, esperando la mañana siguiente.
En lo mas profundo de su sueño, escucho una voz -
¡Walk Up¡, ¡Walk Up¡. Taylor despertó en el crepúsculo del amanecer; lo que le
informaban no era creíble, era simplemente un milagro; desde lejos y de forma
sorprendente, veía algo cierto que no podía aun creerlo. ¡El ejército mexicano
había abandonado la posición¡. Los
soldados y oficiales americanos gritaron de júbilo, aquel milagro que la Divina
Providencia había otorgado. Taylor sonreía de felicidad por vivir en ese
instante, el mejor momento de su vida. Su mejor triunfo como estratega y
militar. ¡Que dios bendiga a los mexicanos, por la valentía de sus soldados
inmortales¡…pero que dios bendiga América, por ser una nación destinada a ser
grande.
¡Viva Estados Unidos¡.