viernes, 26 de agosto de 2016

CAPITULO 23


-      Santa Anna regresara al poder. –  Informó el Coronel Martín Yáñez en aquella reunión de la taberna, donde estaban ahí los tres sujetos, revueltos con la gente lépera de la ciudad.

El hijo prodigo del país se encontraba a Cuba, donde se reuniría con sus hombres de confianza, para retornar nuevamente a la patria que lo llamaba. Para ello, el Coronel Yáñez leal a su general, recibió el mensaje de Ignacio Cienfuegos, quien horas antes le había confirmado que el general Paredes Arrillaga planeaba una asonada militar en el Departamento de San Luis Potosí, pero que no había que preocuparse, pues según sus informes, los Estados Unidos de Norteamérica negociarían la paz, no con Paredes Arrillaga, sino con Santa Anna.

El plan consistiría en que Yáñez renunciaría temporalmente a sus emolumentos dentro de las filas del Ejército, así como también a su cargo de burócrata en el Supremo Gobierno; ello con la finalidad de dirigirse a Veracruz, para ponerse en contacto, con el general Santa Anna, quien se encontraba en Cuba, esperando en cualquier momento reclutar a su gente desde la isla, para en cualquier momento, regresar a México a recuperar su investidura de Jefe Supremo de la Nación.



-      ¿Yo que voy hacer? – pregunto Salcedo, quizás pensando que si Yáñez renunciaba a su puesto de burócrata en el Palacio Nacional, el también debería de hacer lo mismo, para dirigirse junto con él, a Cuba, a ponerse a las ordenes del Dictador.
-      Tú te quedaras en la Ciudad. Necesitas estar cerca del general Herrera o de quien quede en su lugar; hasta en tanto no te retiren la confianza.
-      Y el general Paredes Arrillaga. ¿A él si lo apoyaran como Presidente?.
-      ¡Tampoco¡. El muy iluso cree tener fuerza en sus tropas, pero no sabe el muy imbécil, que dentro de sus filas, tiene traidores.

Yáñez pidió al mesero otra botella de mezcal, para continuar con la conversación.

-      ¿Entonces, te iras de México?. – pregunto Salcedo
-      Si
-      ¿Y qué diablos le voy a decir al general Herrera, cuando pregunte por ti y no te vea.
-      No importa le, presentare mi dimisión al cargo.
-      No seas descortés. El general Herrera no merece esa falta de consideración, preséntate personalmente con él y exponle los motivos de tu retiro.
-      No tiene el caso perder el tiempo con una persona a quien ni lealtad ni confianza le tenemos. El todavía presidente Herrera ya no regresara jamás a la presidencia, de un momento a otro dejara de ser el jefe de la nación para erigirse en su lugar, Paredes Arrillaga.
-      ¿Y después?.
-      Después seguirá Santa Anna.

El escribano se quedo callado, forzando su puño derecho como si se le fuera una oportunidad valiosa. Como si dentro de el, pidiera que ese hombre jamás regresara.

-      ¿Santa Anna regresara al poder? – pregunto nuevamente Salcedo - ¿Estás seguro de eso?.
-      Si. Santa Anna estará de vuelta, quizás en unos cinco o seis meses, pero regresara al país.- Respondió Yáñez al mismo tiempo que su garganta aguantaba la resequedad del mezcal. – ese es el motivo de mi partirá, iré a ponerme a su disposición.
-      ¡Muy bien Coronel¡. – exclamo el escribano.- Si vos parte a Cuba y el licenciado Salcedo se queda en palacio nacional a un lado del general Herrera o del tal Paredes Arrillaga, ¿cuál será entonces mi papel?.
-      Su papel, es seguir siendo el escribano del general Santa Anna. ¡Cuidar por sus intereses¡. Guardar toda la discreción que solamente nosotros tres sabemos. – Yáñez inmediatamente recordó los títulos de propiedad del general - ¿Cómo va el asunto?
-      ¿Cuál de todos?
-      No se haga don Alfonso, el que vosotros y yo conocemos.
-      El juez Goroyteza me ha dado entrega de cada uno de los títulos de propiedad, debidamente certificados con el sello de la república. Dichos documentos los tengo en mi casa. Tan pronto vea al general os hare entrega de los mismos.
-      Cuando vos dijo “mi casa”, quiso referirse a la casa de mi general Santa Anna.
-      Así es, se encuentran en la Casona de Tizapan debidamente escondidos.
-      Seguro que nadie sabe del paradero de dichos documentos.
-      Nadie.
-      ¿Ni su futuro yerno? – sonrió el Coronel.
-      Ni él tampoco.
-      ¿Y el dinero?.
-      Solamente Vos sabe que escondido.

Yáñez volvió a tomar otro trago. El dinero estaba perfectamente escondido y sería el mismo custodiado aunque así no lo supiere jamás, por su incondicional amigo.

Muchas ideas pasaron por la cabeza de Yáñez, calculaba bien sus tiempos, llegaría en una semana al puerto de Veracruz y tomaría una pequeña embarcación junto con otros allegados; visualizándose en Cuba, en alguna lujosa hacienda con el general Santa Anna; a quien imaginaba sin su pierna izquierda pero con ese porte y gallardía digna de un Napoleón mexicano.

-      ¿Cuál es su escenario licenciado?
-      En el plano político y de ser cierto el rumor en comento, el general Paredes Arrillaga será el próximo presidente. Posiblemente se disuelvan los poderes públicos y se convoque a una nueva Constitución, como ocurrió en el año del 41; después la guerra estallara, porque no creo que sea de interés nacional, llegar algún arreglo amistoso con los americanos.
-      Si la guerra estalla, con que gente contara el general Santa Anna.
-      A lo mejor hasta con los mismos americanos.- contesto riéndose Salcedo, pero obviamente se trataba de un mal chiste que ofendía el patriotismo del Supremo Dictador y más del coronel y del escribano - ¡Perdón¡. Quise decir que posiblemente los americanos encuentren en Santa Anna un mejor representante para tratar estos asuntos internacionales. Bien o mal lo conocen. Su presencia garantiza estabilidad en el país.
-      Si Santa Anna regresa, seguramente lo hará también el licenciado Crescencio Rejón; … a lo mejor, hasta Nepomuceno Almonte se adhiera a Santa Anna en su proyecto revolucionario. – comento el escribano - También, sin duda alguna, el ejército y el clero verán con buenos ojos el regreso del generalísimo; si acaso la única oposición que podría encontrarse sería en la figura de don Lucas Alamán.
-      Don Lucas Alamán, el viejo ese aristócrata que pretende fundar una monarquía. – respondió el coronel.
-      Si ese mero.
-      Si Santa Anna regresa al país y logra juntar a todos los mexicanos para expulsar del suelo texano a los americanos e invadir Washington, veras que ese tal Lucas será el primero en coronar a Santa Anna en nuestro emperador.
-      Posiblemente, pero si Santa Anna no lo hace, si regresa al país y pierde la guerra, a lo menor será la última oportunidad que el general tenga para convertirse en héroe nacional.
-      Santa Anna es héroe nacional – refuto el escribano.
-      Es héroe y también villano – corrigió Salcedo.

Yáñez sólo se quedo pensando en las palabras de Salcedo.  Vio entonces el futuro que le deparaba a ese hombre.



-      Habrán negociaciones intensas. Los americanos están por enviar a un embajador extraordinario para solucionar el problema de los límites territoriales. No creo que se llegue a una solución en los días venideros, pero si pronostico que en los próximos meses, no solamente desfilaran por el país soldados americanos, ¡obvio en el entendido de que logren vencer a nuestro ejército, sino también auguro que vendrán muchos diplomáticos americanos a tratar de concertar citas con el presidente o bien, con sus ministros.
-      Gente enviada por los Estados Unidos.
-      Así es, con la única limitante que tenemos nosotros los mexicanos, en que si bien es cierto intuimos su verdadero plan expansionista, también no contamos con las herramientas mínimas necesarias para entablar un puente de comunicación idóneo y además sincero.
-      ¿A que se refiere con canales de comunicación?. – pregunto el Coronel.
-      A que no hablamos su idioma, nuestro lenguaje apenas es el español.
-      Sin olvidar desde luego las distintas lenguas que hablan los indios del país – agrego al comentario el escribano.
-      Así es, nosotros difícilmente podemos hablar una sola lengua, mientras que los americanos, hablan un solo idioma: ¡El ingles¡.

Yáñez volvió a dar un trago a su tarro de mezcal e hizo la seña para que Salcedo también hiciera lo mismo.

-      Acabo de tener una idea genial. – sonrió el Coronel.
-      Que se le acaba de ocurrir coronel. – respondió el escribano.
-      Salcedo es un hombre inteligente, ¿no lo cree usted así don Alfonso?.
-      Si, así es.
-      Salcedo sabe de leyes, filosofía política, saber leer y escribir con propiedad, no es así licenciado Jorge Enrique.
-      ¡Así es Coronel.
-      Sólo que Salcedo tiene un defecto, que en estos días, sería una gran cualidad para su sobrevivencia en el palacio nacional.

El escribano y su futuro yerno, se quedaron viendo el uno frente al otro, como preguntándose ellos mismos, que plan maquilaba Juan Yáñez.

-      ¿De qué cualidad habla Coronel. – pregunto el escribano.
-      De una que conocí de su amadísima esposa. ¡Bueno al menos una vez me lo comento vos personalmente. - ¿Amparo? ¿Qué diablos tenía que ver Amparo?.
-      ¿No recuerdo que le comente?.
-      Que su esposa es americana.

El escribano sólo se rio.

-      Mi esposa escribana, es una india como todas las mujeres, sólo que es alta y güerita que da la apariencia de ser extranjera, pero es más mexicana que los frijoles.
-      Mis informes no coincide con los que vos afirma. Tengo entendido que su mujer fue institutriz al servicio de la familia Adams.
-      Hace años.
-      Pues bien, si su esposa fue institutriz, entonces debe tener mínimas nociones de ingles.
-      Parece que sí.
-      Salcedo, nuestro buen y letrado Salcedo, no tiene algo que necesitamos y que si tiene su amadísima esposa. – dijo en forma irónica el coronel al escribano.
-      ¿Qué?.
-      ¡No sabe ingles¡

El escribano se mostró sorprendido por dicho comentario.

-      ¿Qué tiene que ver eso?.
-      Fácil don Alfonso, para estar cerca del generalísimo Santa Anna, debemos de contar con un traductor que tenga contacto con esos perros americanos y le diga todo lo que sepa de ellos a nuestro ilustre general.
-      Si eso lo entiendo, pero qué diablos tiene que ver mi esposa con todo eso.
-      No se haga tonto don Alfonso. Su mujercita, su adorable mujercita próxima suegra de mi gran amigo, será en los siguientes días, la maestra de ingles del licenciado Salcedo. – acentuando la voz ya en forma intimidante hacia el viejo cuestiono - ¿Alguna objeción?.
-      ¡Ninguna¡ - respondió resignadamente don Alfonso.

Jorge Enrique inmediatamente respondió.

-      Coronel aprender un idioma no es nada fácil, lleva tiempo; no es fácil.
-      Vos licenciado está capacitado para aprender eso y más. Además hoy como nunca, la patria requiere sus servicios, no veo inconveniente alguno en que pueda usted aprender, no olvide que Vos es una persona inteligente y que además, dentro unos días contraerá matrimonio y bien podrá aprender ingles en compañía de su bellísima esposa.

El escribano no quiso refutar al Coronel.

-      ¡Por cierto licenciado – dijo el Coronel – a mi partirá a Cuba no podré atestiguar su boda.
-      ¡No se preocupe coronel, podemos esperar su retorno e invitar porque no al banquete, al mismísimo Santa Anna.

El escribano le agrado la idea.

-      ¡Al general Santa Anna el día de su boda¡. – exclamo el coronel.
-      Si Coronel, la boda de mi hija merece como testigo, tan alto honor. – respondió el escribano.
-      Muy bien Salcedo, tenga garantizado que tan pronto el generalísimo me lo permita le extenderé dicha invitación.

Jorge Enrique había encontrado de manera espontánea una brillante excusa para posponer la boda, por unos meses, hasta en tanto regresara, si es que llegaba a regresar, el general Santa Anna.

-      Brindemos por nuestro pacto caballeros – hablo el Coronel extendiendo a lo alto el tarro de mezcal.
-      Brindo por el general Santa Anna – dijo el escribano.
-      Brindo por México – manifestó Salcedo, quien muy dentro de si, pensaba como serían sus futuras clases de ingles.

A lo lejos, en la otra mesa, una prostituta de nombre Guadalupe, había escuchado la conversación.