-
Santa
Anna regresara al poder. – Informó el
Coronel Martín Yáñez en aquella reunión de la taberna, donde estaban ahí los
tres sujetos, revueltos con la gente lépera de la ciudad.
El hijo prodigo del país se encontraba a Cuba, donde
se reuniría con sus hombres de confianza, para retornar nuevamente a la patria
que lo llamaba. Para ello, el Coronel Yáñez leal a su general, recibió el
mensaje de Ignacio Cienfuegos, quien horas antes le había confirmado que el
general Paredes Arrillaga planeaba una asonada militar en el Departamento de
San Luis Potosí, pero que no había que preocuparse, pues según sus informes,
los Estados Unidos de Norteamérica negociarían la paz, no con Paredes
Arrillaga, sino con Santa Anna.
El plan consistiría en que Yáñez renunciaría
temporalmente a sus emolumentos dentro de las filas del Ejército, así como
también a su cargo de burócrata en el Supremo Gobierno; ello con la finalidad
de dirigirse a Veracruz, para ponerse en contacto, con el general Santa Anna,
quien se encontraba en Cuba, esperando en cualquier momento reclutar a su gente
desde la isla, para en cualquier momento, regresar a México a recuperar su
investidura de Jefe Supremo de la Nación.
-
¿Yo
que voy hacer? – pregunto Salcedo, quizás pensando que si Yáñez renunciaba a su
puesto de burócrata en el Palacio Nacional, el también debería de hacer lo
mismo, para dirigirse junto con él, a Cuba, a ponerse a las ordenes del
Dictador.
-
Tú
te quedaras en la Ciudad. Necesitas estar cerca del general Herrera o de quien
quede en su lugar; hasta en tanto no te retiren la confianza.
-
Y
el general Paredes Arrillaga. ¿A él si lo apoyaran como Presidente?.
-
¡Tampoco¡.
El muy iluso cree tener fuerza en sus tropas, pero no sabe el muy imbécil, que
dentro de sus filas, tiene traidores.
Yáñez pidió al mesero otra botella de mezcal, para
continuar con la conversación.
-
¿Entonces,
te iras de México?. – pregunto Salcedo
-
Si
-
¿Y
qué diablos le voy a decir al general Herrera, cuando pregunte por ti y no te
vea.
-
No
importa le, presentare mi dimisión al cargo.
-
No
seas descortés. El general Herrera no merece esa falta de consideración,
preséntate personalmente con él y exponle los motivos de tu retiro.
-
No
tiene el caso perder el tiempo con una persona a quien ni lealtad ni confianza
le tenemos. El todavía presidente Herrera ya no regresara jamás a la
presidencia, de un momento a otro dejara de ser el jefe de la nación para
erigirse en su lugar, Paredes Arrillaga.
-
¿Y
después?.
-
Después
seguirá Santa Anna.
El escribano se quedo callado, forzando su puño
derecho como si se le fuera una oportunidad valiosa. Como si dentro de el,
pidiera que ese hombre jamás regresara.
-
¿Santa
Anna regresara al poder? – pregunto nuevamente Salcedo - ¿Estás seguro de eso?.
-
Si.
Santa Anna estará de vuelta, quizás en unos cinco o seis meses, pero regresara
al país.- Respondió Yáñez al mismo tiempo que su garganta aguantaba la
resequedad del mezcal. – ese es el motivo de mi partirá, iré a ponerme a su
disposición.
-
¡Muy
bien Coronel¡. – exclamo el escribano.- Si vos parte a Cuba y el licenciado
Salcedo se queda en palacio nacional a un lado del general Herrera o del tal
Paredes Arrillaga, ¿cuál será entonces mi papel?.
-
Su
papel, es seguir siendo el escribano del general Santa Anna. ¡Cuidar por sus
intereses¡. Guardar toda la discreción que solamente nosotros tres sabemos. – Yáñez
inmediatamente recordó los títulos de propiedad del general - ¿Cómo va el
asunto?
-
¿Cuál
de todos?
-
No
se haga don Alfonso, el que vosotros y yo conocemos.
-
El
juez Goroyteza me ha dado entrega de cada uno de los títulos de propiedad,
debidamente certificados con el sello de la república. Dichos documentos los
tengo en mi casa. Tan pronto vea al general os hare entrega de los mismos.
-
Cuando
vos dijo “mi casa”, quiso referirse a la casa de mi general Santa Anna.
-
Así
es, se encuentran en la Casona de Tizapan debidamente escondidos.
-
Seguro
que nadie sabe del paradero de dichos documentos.
-
Nadie.
-
¿Ni
su futuro yerno? – sonrió el Coronel.
-
Ni
él tampoco.
-
¿Y
el dinero?.
-
Solamente
Vos sabe que escondido.
Yáñez volvió a tomar otro trago. El dinero estaba
perfectamente escondido y sería el mismo custodiado aunque así no lo supiere
jamás, por su incondicional amigo.
Muchas ideas pasaron por la cabeza de Yáñez,
calculaba bien sus tiempos, llegaría en una semana al puerto de Veracruz y
tomaría una pequeña embarcación junto con otros allegados; visualizándose en
Cuba, en alguna lujosa hacienda con el general Santa Anna; a quien imaginaba
sin su pierna izquierda pero con ese porte y gallardía digna de un Napoleón
mexicano.
-
¿Cuál
es su escenario licenciado?
-
En
el plano político y de ser cierto el rumor en comento, el general Paredes
Arrillaga será el próximo presidente. Posiblemente se disuelvan los poderes
públicos y se convoque a una nueva Constitución, como ocurrió en el año del 41;
después la guerra estallara, porque no creo que sea de interés nacional, llegar
algún arreglo amistoso con los americanos.
-
Si
la guerra estalla, con que gente contara el general Santa Anna.
-
A
lo mejor hasta con los mismos americanos.- contesto riéndose Salcedo, pero
obviamente se trataba de un mal chiste que ofendía el patriotismo del Supremo
Dictador y más del coronel y del escribano - ¡Perdón¡. Quise decir que
posiblemente los americanos encuentren en Santa Anna un mejor representante
para tratar estos asuntos internacionales. Bien o mal lo conocen. Su presencia
garantiza estabilidad en el país.
-
Si
Santa Anna regresa, seguramente lo hará también el licenciado Crescencio Rejón;
… a lo mejor, hasta Nepomuceno Almonte se adhiera a Santa Anna en su proyecto
revolucionario. – comento el escribano - También, sin duda alguna, el ejército
y el clero verán con buenos ojos el regreso del generalísimo; si acaso la única
oposición que podría encontrarse sería en la figura de don Lucas Alamán.
-
Don
Lucas Alamán, el viejo ese aristócrata que pretende fundar una monarquía. –
respondió el coronel.
-
Si
ese mero.
-
Si
Santa Anna regresa al país y logra juntar a todos los mexicanos para expulsar
del suelo texano a los americanos e invadir Washington, veras que ese tal Lucas
será el primero en coronar a Santa Anna en nuestro emperador.
-
Posiblemente,
pero si Santa Anna no lo hace, si regresa al país y pierde la guerra, a lo
menor será la última oportunidad que el general tenga para convertirse en héroe
nacional.
-
Santa
Anna es héroe nacional – refuto el escribano.
-
Es
héroe y también villano – corrigió Salcedo.
Yáñez sólo se quedo pensando en las palabras de
Salcedo. Vio entonces el futuro que le
deparaba a ese hombre.
-
Habrán
negociaciones intensas. Los americanos están por enviar a un embajador
extraordinario para solucionar el problema de los límites territoriales. No
creo que se llegue a una solución en los días venideros, pero si pronostico que
en los próximos meses, no solamente desfilaran por el país soldados americanos,
¡obvio en el entendido de que logren vencer a nuestro ejército, sino también
auguro que vendrán muchos diplomáticos americanos a tratar de concertar citas
con el presidente o bien, con sus ministros.
-
Gente
enviada por los Estados Unidos.
-
Así
es, con la única limitante que tenemos nosotros los mexicanos, en que si bien
es cierto intuimos su verdadero plan expansionista, también no contamos con las
herramientas mínimas necesarias para entablar un puente de comunicación idóneo
y además sincero.
-
¿A
que se refiere con canales de comunicación?. – pregunto el Coronel.
-
A
que no hablamos su idioma, nuestro lenguaje apenas es el español.
-
Sin
olvidar desde luego las distintas lenguas que hablan los indios del país –
agrego al comentario el escribano.
-
Así
es, nosotros difícilmente podemos hablar una sola lengua, mientras que los
americanos, hablan un solo idioma: ¡El ingles¡.
Yáñez volvió a dar un trago a su tarro de mezcal e
hizo la seña para que Salcedo también hiciera lo mismo.
-
Acabo
de tener una idea genial. – sonrió el Coronel.
-
Que
se le acaba de ocurrir coronel. – respondió el escribano.
-
Salcedo
es un hombre inteligente, ¿no lo cree usted así don Alfonso?.
-
Si,
así es.
-
Salcedo
sabe de leyes, filosofía política, saber leer y escribir con propiedad, no es
así licenciado Jorge Enrique.
-
¡Así
es Coronel.
-
Sólo
que Salcedo tiene un defecto, que en estos días, sería una gran cualidad para
su sobrevivencia en el palacio nacional.
El escribano y su futuro yerno, se quedaron viendo
el uno frente al otro, como preguntándose ellos mismos, que plan maquilaba Juan
Yáñez.
-
¿De
qué cualidad habla Coronel. – pregunto el escribano.
-
De
una que conocí de su amadísima esposa. ¡Bueno al menos una vez me lo comento
vos personalmente. - ¿Amparo? ¿Qué diablos tenía que ver Amparo?.
-
¿No
recuerdo que le comente?.
-
Que
su esposa es americana.
El escribano sólo se rio.
-
Mi
esposa escribana, es una india como todas las mujeres, sólo que es alta y güerita
que da la apariencia de ser extranjera, pero es más mexicana que los frijoles.
-
Mis
informes no coincide con los que vos afirma. Tengo entendido que su mujer fue
institutriz al servicio de la familia Adams.
-
Hace
años.
-
Pues
bien, si su esposa fue institutriz, entonces debe tener mínimas nociones de
ingles.
-
Parece
que sí.
-
Salcedo,
nuestro buen y letrado Salcedo, no tiene algo que necesitamos y que si tiene su
amadísima esposa. – dijo en forma irónica el coronel al escribano.
-
¿Qué?.
-
¡No
sabe ingles¡
El escribano se mostró sorprendido por dicho
comentario.
-
¿Qué
tiene que ver eso?.
-
Fácil
don Alfonso, para estar cerca del generalísimo Santa Anna, debemos de contar
con un traductor que tenga contacto con esos perros americanos y le diga todo
lo que sepa de ellos a nuestro ilustre general.
-
Si
eso lo entiendo, pero qué diablos tiene que ver mi esposa con todo eso.
-
No
se haga tonto don Alfonso. Su mujercita, su adorable mujercita próxima suegra
de mi gran amigo, será en los siguientes días, la maestra de ingles del
licenciado Salcedo. – acentuando la voz ya en forma intimidante hacia el viejo
cuestiono - ¿Alguna objeción?.
-
¡Ninguna¡
- respondió resignadamente don Alfonso.
Jorge Enrique inmediatamente respondió.
-
Coronel
aprender un idioma no es nada fácil, lleva tiempo; no es fácil.
-
Vos
licenciado está capacitado para aprender eso y más. Además hoy como nunca, la
patria requiere sus servicios, no veo inconveniente alguno en que pueda usted
aprender, no olvide que Vos es una persona inteligente y que además, dentro unos
días contraerá matrimonio y bien podrá aprender ingles en compañía de su
bellísima esposa.
El escribano no quiso refutar al Coronel.
-
¡Por
cierto licenciado – dijo el Coronel – a mi partirá a Cuba no podré atestiguar
su boda.
-
¡No
se preocupe coronel, podemos esperar su retorno e invitar porque no al
banquete, al mismísimo Santa Anna.
El escribano le agrado la idea.
-
¡Al
general Santa Anna el día de su boda¡. – exclamo el coronel.
-
Si
Coronel, la boda de mi hija merece como testigo, tan alto honor. – respondió el
escribano.
-
Muy
bien Salcedo, tenga garantizado que tan pronto el generalísimo me lo permita le
extenderé dicha invitación.
Jorge Enrique había encontrado
de manera espontánea una brillante excusa para posponer la boda, por unos
meses, hasta en tanto regresara, si es que llegaba a regresar, el general Santa
Anna.
-
Brindemos
por nuestro pacto caballeros – hablo el Coronel extendiendo a lo alto el tarro
de mezcal.
-
Brindo
por el general Santa Anna – dijo el escribano.
-
Brindo
por México – manifestó Salcedo, quien muy dentro de si, pensaba como serían sus
futuras clases de ingles.
A lo lejos, en la otra mesa, una prostituta de
nombre Guadalupe, había escuchado la conversación.
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