¿Quién mato al escribano?. ¿Quién fue?. La noche del crimen, había sido
capturado aquel mendigo soldado que todo ebrio que juraba y perjuraba no haber
cometido el crimen y sin embargo, pese a su insistencia y sus lágrimas
conmovedoras, el generalísimo, sin juicio previo, ni indagatoria penal alguna,
dispuso que ese hombre fuera fusilado.
Si bien se supo aquella noche, quien había sido el asesino de aquel
trágico homicidio, una segunda pregunta se quedaba aún sin contestar. ¿Por qué
mataron al escribano?.
Santa Anna cada vez que se
había esa pregunta, no hacía que cerrar los ojos y decirse asimismo, que ojala Yáñez
o Salcedo, supieran donde estaba el dinero y los títulos de propiedad.
Mientras eso ocurría, el
Coronel Yáñez había salido aquella noche de la Casona con un secreto que sólo Santa
Anna y el sabían. No había dormido durante toda la madrugada, había cabalgado
por unas seis horas, hasta que finalmente, en Cuernavaca, contacto con aquel
hombre: James Thompson; acompañado por cierto de una prostituta.
Yáñez tenía las instrucciones
del general Santa Anna, de adquirir parque de contrabando a muy bajo precio.
Thompson, por su parte, espía del gobierno norteamericano, tenía la misión no
solamente de contactar los círculos políticos, militares, religiosos y sociales
más distinguidos de la República Mexicana, sino también realizar cualquier
negocio a su provecho, no le caería nada mal. Después, de todo los americanos
no tienen amigos sino intereses.
-
¡Que
quede claro que no me manda el general Santa Anna, el no trata con
delincuentes¡. Sin embargo, estoy muy cercano a su círculo de amigos y deseo
contribuir en esta guerra, con un arsenal de armas y municiones que sea
suficiente para abastecer a una brigada.
¿Qué ofrece?.
Thompson podía ofrecer todo lo
que era capaz de adquirir el militar mexicano. Si quería comprar rifles de
cierto grosor o balas de tales características, podía venderlos; si quería
cañones de largo alcance también podía ofrecerlos, ¿cuánto era lo que podía
comprar ese mexicano?.
-
Tenemos
lo suficiente Mister Thompson, tenemos
tanto dinero que hasta podemos comprar la Casa Blanca. Sólo quiero saber, que
seguridad me da de que las armas que compremos lleguen a nuestras manos.
Veracruz y Tampico se
encontraban bloqueados; el norte del país invadido por los americanos, sólo
quedaba Acapulco o Guatemala, donde aún podían ingresar el armamento. El
problema era no solamente eso, sino también, la gavilla de bandoleros que
asaltaban en los caminos rumbo la
capital, un tal Juan Domínguez terrible asaltante que la policía no podía
aprehender y que corría el riesgo, de que interceptara el cargamento de armas
para su propia causa.
-
De
ese bandolero no se preocupe, lo tenemos controlado.
Hay otro más, un tal Juan
Cortina, ese pirata ha causado demasiados desmanes en el río bravo, tengo
conocimiento de que roba ganado y ha asesinado ciudadanos y hasta oficiales del
ejército americano, y tampoco desde hace
años, el gobierno mexicano puede capturarlo.
-
Ese
es otro estúpido, que también lo tenemos controlado.
La garantía de que el parque y
las armas que ustedes contraten es segura, siempre y cuando, ninguno de esos
bandoleros asalten el comboy que se
dirija al lugar donde ustedes lo reciban. No nos hacemos responsables de
cualquier pérdida o destrucción del mismo. Solicito seriedad y el pago de la
mitad y la otra mitad, tan pronto reciban el cargamento.
El americano en forma fría
hablaba de las características del armamento; cinco cañones de un alcance de
hasta diez kilómetros, que podían disparar desde el Zócalo hasta el pueblo de
San Ángel. - ¡Eso es imposible¡. Claro
que es imposible en una mentalidad tan subdesarrollada como la mexicana;
nosotros somos los ingenieros de la guerra, en nuestras academias militares
estamos diseñando no solamente el mejor ejército del mundo, sino que lo estamos
dotando del mejor armamento; imagínese, pensamos hacer globos aerostáticos que
alcancen la altura de las nubes y desde ahí, desde el cielo y desde arriba ver
el avance del ejército enemigo, estudiar su posición, desplazarnos a la
velocidad del viento, más rápida que la caballería, inclusive con esos globos aerostáticos
podemos colocarnos desde arriba de nuestros adversarios y desde ahí
bombardearlos a punta de balazos. ¡No le creo Mister Thompson¡. Yo tampoco
creía que existían pistolas semiautomáticas como la que tengo, obsérvela, no
pesa tanto como la suya y es más rápida que cualquier revolver; obsérvela, se
apunta y dispara sola esta arma. Así son nuestros rifles, tienen un alcance de
hasta cuatro kilómetros; es decir, podrían disparar del castillo de
Chapultepetl hasta el Palacio Nacional; ¡Se imagina¡. Tenemos telescopios
también de largo alcance; cantifloras, chalecos antibalas y municiones tan
efectivas que logran atravesar más de cuatro cuerpos humanos, quiere saber más.
¿Qué quiere contratar?.
Necesitamos muchos rifles y
millones de municiones. ¿Cuántos?. Quinientos, mil, cinco mil, ¿Cuántos?;
Requerimos de al menos treinta mil rifles y treinta millones de cartuchos.
¿Cuanto es por eso?. Millón y medio de pesos; ¡es mucho Mister¡. Ofrezco
ochocientos mil pesos; no amigo, ese es poco para los precios del mercado; son
un armas que ni Francia ni Rusia, ni Inglaterra tiene; le voy entregar calidad
a muy bajo costo; dejémoslo en millón doscientos mil pesos; - Mire Mister; como
lo pude contactar a usted, también puedo contactar a otro tipo de mercenarios
mucho más baratos, que me ofrecerían quizás hasta más por menos; - I am not
mercenario. No encontrara en todo México a un contacto tan serio como yo. –
Amigou, écheme la mano, que le parece que ni usted ni yo; ¡Un millón de pesos¡.
El americano Thompson pensó y
sólo rió. La mujer que lo acompañaba de nombre Guadalupe, también hizo lo
mismo.
-
Acepto
un millón de pesos.
Al lado de Thompson, Guadalupe no hizo mas que sorprenderse, el
cúmulo de dinero. Acababa de ser testigo de una negociación de un millón de
pesos.
-
¿The
money?. – pregunto el americano.
-
¿Las
armas?.
-
I haven´t … no las tengo en este momento.
-
Ni
yo tampoco, estamos a mano. ¿Pero es seria su propuesta?.
-
Yes
of course.
-
La
mía también.
Entonces Yáñez se dispuso
decirle algo muy importante al americano. Pero pidió que la prostituta se
retirara.
-
Guadalupe
es de mi más alta confianza. She might
litzen.
-
No
entiendo Mister, hábleme español.
-
Ella
puede escuchar nuestra conversación amigo, no desconfíe.
Yáñez lo pensó más de dos
veces, hasta que volvió a retomar la plática, esta vez con un poco de
desconfianza.
Conozco un tesoro. Está a unos
cuantos kilómetros de aquí. Ahí le haré entrega del millón de pesos. – Insinúa que no me hará entrega de anticipo
alguno. – contesto molesto el americano. - Usted tampoco me hace entrega
parcial de ninguna arma. ¡Estamos a mano¡. Está tratando con una persona seria
y de suma confianza al general Santa Anna. – Si pero se le olvida que el
armamento al ingresar a México, puede ser saqueado por los bandoleros
mexicanos. – ya le dije que de ese tal Domínguez y Cortina, nosotros nos
encargamos; ¿dígame donde recibiré las armas?.
-
¡En
Veracruz¡
-
Veracruz.
Pero si Veracruz esta bloqueado por los americanos. Como van ingresar las armas
por ese lado. No es más fácil que entre por Acapulco o por Guatemala.
Thompson se rió.
-
Las
armas entraran por Veracruz. Yo mismo me haré responsable de la entrega. ¡Ahí
lo esperare¡.
-
No
entiendo, como entrara un buque mercante cargado de armas, cuando la marina de
su país, tiene bloqueado el puerto.
-
Las
armas las introducirá el mismo ejército americano. Yo se las entregare personalmente
en Veracruz, en hacienda Manga del Calvo o en cualquier otro sitio que con
posterioridad convengamos; el flete tiene un costo adicional; ahora Vos, ¿dónde
me pagara?.
Yáñez, volvió a preguntar
extrañado, no alcanzo entender nada.
-
Dice
que las armas que compramos, ingresaran por Veracruz; aún pese al bloqueo.
-
Así
es amigou, las armas ingresaran por la propia ocupación que del puerto hará el
ejército de mi patria. Ya dije que yo personalmente se las entregare. ¡Ahora
dígame¡. ¿en qué lugar me pagara?
Yáñez se quedó pensando, aun sin responder esa
pregunta dijo:
-
¿En
cuántas carretas calcula que me entregaran las armas?.
-
Cada
carreta puede cargar unas cincuenta cajas; cada caja tiene por lo menos mil
municiones; calculo yo, … que se requerirán de … ¡seiscientas carretas¡. Y eso
por lo que se refiere únicamente a las municiones; al armamento, se requerían
por lo menos de treinta carretas más.
-
Estamos
hablando de una brigada de por lo menos seiscientas personas que reciban y
traslade el parque.
-
Así
es amigou. El precio que me pagara, es únicamente por las armas, no incluye el
traslado, si desea que se traslade el armamento, eso amerita un pago adicional.
Digamos unos treinta mil pesos, si es que desea que la entrega se haga en Manga
de Calvo, o bien, cien mil pesos más, si es en la Ciudad de México.
Yáñez, se quedó pensando.
-
¿Los
americanos trasladaran esas armas?.
-
Ellos,
o las personas, que para ello contrate; insistiendo de nueva cuenta, que no me
hago responsable de la perdida por actos de bandidaje o del deterioro que
pudieran sufrir las armas, por la cuestión del traslado.
-
Eso
ya lo se, entréguemelas en todo caso en Veracruz, yo veré de su distribución y
traslado a la Ciudad de México.
-
Muy
bien amigou Yáñez; i say armas for war, do you will pay me?
-
No
hablo ingles mister.
-
Como
va a pagarme.
-
En
barras de oro. Cada barra de oro tiene un valor de mil pesos. En virtud de que
el arreglo que hemos llegado es de un millón de pesos, con tan sólo mil barras,
estará saciada la cuenta; mi escolta le hará entrega de las mismas en dos
carretas, tan pronto me haga entrega del armamento en Veracruz.
-
Amigou,
usted me dijo que cerca de aquí esta el dinero; en todo caso, no tiene porque
pagarme ni yo esperarlo en Veracruz, si es que you have money.
-
No
entiendo lo que dice Mister.
-
Usted
dice que el dinero que tiene un tesoro y que el dinero lo tiene en México.
Porque no mejor lo acompaño y me hace entrega del dinero.
-
El dinero se lo entregare en Veracruz.
-
Amigou,
yo necesito un anticipo; pagarle a mi proveedor, contratar un flete.
-
¿Cuánto
necesita ahora?
Thompson se quedó mirando a Guadalupe.
-
Trescientos
mil pesos.
-
No
Mister, tengo ciento cincuenta barras de oro en esa carretilla; los toma o los
deja.
-
Démelos
amigou; me debe ochocientos cincuenta barras de oro, que espero su entrega en
Veracruz.
-
Cuando
me hace entrega del armamento.
-
En
cuatro o cinco meses.
-
No
Mister es mucho tiempo. En ese lapso, ustedes ya nos invadieron. Necesito ese
armamento lo mas posible.
-
Es
una broma, ¿Cómo cree?. En dos meses le haré entrega del armamento.
-
Confió
en su palabra.
-
Los
negocios son negocios mister.
-
Pero
entonces, para afianzar mas nuestro tratado, exijo a usted me haga también un
anticipo en la entrega del parque.
-
No
se preocupe. Cuento con un arsenal de dos millones de cartuchos que están a su disposición.
-
Cuándo
me hará entrega de ese parque.
-
Ahora
mismo, si lo desea.
Thompson y Yáñez pactaron la
entrega del parque armamentista a cambio de la cantidad de un millón de pesos.
Asimismo, convinieron también el pago parcial de cincuenta barras de oro y dos
millones de cartuchos recíprocamente, Ambos se vieron los ojos y desde lo más
profundo de su mente, se dijeron mutuamente:
-
¡Pobre
pendejo¡.
Thompson contactaría lo mas
pronto posible con Zacary Taylor o Winfield Scott para informarles sobre el
pedido del parque armamentista, a cambio de una gran estafa. ¡Por supuesto que estos mexicanos siguen
siendo tan pendejos que siguen vendiendo oro por espejitos¡. Yáñez, en forma
irónica, se dijo asimismo, - ¡este gringo cree que los mexicanos nos seguimos
vistiendo con taparrabos¡.
Se invitaron ambos una copa de
mezcal; Guadalupe no hacía mas que reírse al tratar de leer la mente a esos dos
hombres, jugando ambos a ser muy seguros de si mismos; el mexicano pensaría en
ir corriendo en ver al general Santa Anna, para decirle que había conseguido
una autentica ganga, a cambio de dos millones de pesos; el muy cabrón inflaría
el precio de la adquisición del parque, y así podría quedarse con un milloncito
de pesos.
Thompson por un instante pensó
ya fuera en Taylor o Scott, cualquiera de los dos hombres sería seguramente el
futuro presidente de los Estados Unidos de Norte America; el muy cínico
seguramente, iría con cualquiera de los dos generales, para informarles sobre
la transacción realizada con el hombre de Santa Anna. Sería capaz de venderle
armas de pésima calidad a los mexicanos, pistolas o rifles inservibles, quizás
hasta su propia puta madre. Esos malditos americanos, saben jugar este jueguito
de la guerra. Pa’mi que ese pinche gringo ya chingo. …¡Si¡….¡Claro que si, ya
chingo¡.
-
¿De
donde obtuvieron dinero esos mexicanos para pagar esa cantidad. México es un
país miserable, no existen los bancos y los únicos agiotistas que podrían
prestar dinero, serían los ingleses o los franceses; pero no creo que esas
naciones quisieran tener problemas internacionales con nosotros; ¿Quién podría
pagar esa cantidad, por ese parque?. ¿Quién?.
- Tenemos dinero, suficiente
dinero, hasta para comprar la casa Blanca - ¡Mexicano fanfarrón, recordó
Thompson, si en verdad tuvieran dinero esos mexican’s indios, no hubiera
existido la necesidad de adquirir armas, ya las hubieran tenido; esos
mexicanos, no pueden tener tanto dinero como dicen.
-
Perdone
la indiscreción, pero no estoy seguro si realmente tiene ese dinero para pagar
todo el parque que le estoy vendiendo. – pregunto Thompson - ¿de donde van a
sacar tanto dinero.
-
Mister
Thompson, México es un país de apariencias. Tenemos mucho dinero, aunque usted
no lo crea. Tenemos tanto dinero, que hasta hay dinero para robar… ¡y todavía
sobra¡.
-
No
le creo Coronel, si tuvieran dinero, su ejército estaría mejor equipado, sus
soldados estarían mejor pagados, no contratarían el parque que les estoy
vendiendo. ¡No Coronel¡. Vos miente. Usted planea robarme, no pagarme un solo
quinto por los veinte millones de municiciones que le voy a vender. Usted no
tiene ni la décima parte de lo que dice tener.
-
Amigou
Thompson. Claro que tenemos dinero. Tenemos lo suficiente.
-
¿Pero
de donde?. Los ingleses o franceses, no contrataran créditos con ustedes; ni
creo tampoco que Santa Anna piense quitarles el dinero al clero para pagarnos.
No Coronel, encantado de hacer negocios con Usted, pero ante todo, quiero
compromisos serios. De donde sacara ese dinero.
-
Si
yo le dijera Coronel. Que en México, tenemos un tesoro.
-
¡Un
Tesoro¡.
-
Si
un tesoro, con muchas piezas de oro, tanto oro, que no podrá usted imaginarse
las minas de oro que tenemos. Todas las riquezas del viejo imperio azteca las
tenemos guardadas en un lugar secreto.
-
¿Un
tesoro azteca?.
-
Claro
mister, Un tesoro azteca, que podría pagar todas las cosas que usted imagine.
Incluyendo esos veinte millones de cartuchos que nos esta vendiendo.
-
Se
refiere al tesoro azteca de Moctezuma.
-
El
tesoro de Moctezuma por el cual, los españoles conquistaron a México hace
muchos años.
-
No
creo que tenga ese tesoro. Esa leyenda de que a Cuauhtémoc le quemaron los pies
y que nunca revelo el secreto del tesoro de Moctezuma, a su conquistador Hernán
Cortes, es sólo una fantasía, una historia falsa.
-
¿Acaso
sabe de alguien que tenga ese tesoro?.
-
¡No¡
-
¿Alguien
ya lo descubrió?.
-
Tampoco
-
Entonces,
¿Por qué dudar de nuestra afirmación?.
-
Es
que ese tesoro, …es una leyenda, es falso…es…
-
Es
cierto Mister. El tesoro de Moctezuma existe porque con estos ojos lo he visto;
ahí se guardan las joyas, los ídolos, los cofres de nuestro antiguo emperador,
muchas monedas de oro, lanzas, espadas, códices y libros antiguos escritos con
letras desconocidas; existe ese tesoro valioso, donde se esconde también la
historia de nuestro imperio y unas tablas de oro, que contienen la verdad de
esta tierra bendita.
Thompson por momentos se
desconcertó, recordó sus días de agente secreto persecutor de los mormones;
sabía bien que el profeta Joseph Smith le había sido revelada la verdad por el
Angel Moroni a través de unas planchas de oros, escritas por el profeta Nefi;
esas planchas de oro escritas por dios, podrían ser escritos por otro profeta.
¡era demasiado hermoso para ser verdad?.
Pero Yáñez, inmediatamente se
dio cuenta que haber dicho esa mentira estaba funcionando para convencer a su
socio. Ah decir verdad, no existía ni planchas, ni ningún tesoro azteca
escondido; ni tenía la plena seguridad, si había sido Moctezuma o Cuauhtémoc
quien le habían quemado los pies; lo único que sabía es que cerca de la Casona
de Tizapan, yacían escondidos los diez millones de pesos en las cuevas del
rumbo, concretamente en una conocida como la “boca del diablo” y en lo referente a los títulos de propiedad
que Santa Anna había robado al pueblo hace más de tres años, los mismos estaban
en poder de su amigo Jorge Enrique Salcedo. Así, Yáñez no mentía del todo,
efectivamente existía un tesoro en México, que ni los mexicanos sospechaban;
pero eso a decir, que el tesoro era de Moctezuma, Cuauhtemoc, o de Juan Diego,
que importaba, finalmente, había sido el propio Thompson quien había
identificado ese tesoro, como el de Moctezuma; cuando realmente, dicho tesoro,
esa riqueza escondida y acumulada, sólo tenía un dueño: Antonio López de Santa
Anna.
Thompson, trato de guardar la
calma y no perder la compostura. Se había exhaltado de pensar que la riqueza
que garantizaría el pago del parque, podría ser, la de los nefitas.
-
Ese
tesoro esconde muchos secretos amigou – dijo Thompson, espero que no mienta y
que efectivamente, existan esas tablas y todo ese dinero y joyas de oro que
dice tener.
-
Estimadísimo
Thompson, ese tesoro existe, porque usted sabe que con algo tan serio, no se
podría mentir.
-
Brindemos
por ese tesoro amigo.
-
Brindemos
por el tesoro de Moctezuma; oh mejor dicho, el tesoro de Santa Anna.