domingo, 21 de agosto de 2016

CAPITULO 18


Aquella tarde, se sentía en el Palacio Nacional aquella tensión que produce los días y las horas difíciles. Las noticias de la prensa mexicana, Siglo XIX y el Tiempo, confirmaban los que los rumores ya habían señalado. Tras una acalorada discusión, el Congreso de los Estados Unidos de América, había ratificado la anexión de la pseudorepublica de Texas a la Unión Americana. Lo que significaba obviamente, un triunfo político del presidente Taylor, quien en tan sólo unos cuantos días, dejaría la batuta del poder, al candidato electo, James Knox Polk. Cuyas pretensiones anexistas, eran también de todas conocidas.

Ese cambio de poderes en el relevo presidencial de Taylor a Polk, no significaba de ninguna forma, la solución del problema. Contrariamente a lo que ocurre en el país, donde la forma de gobierno de Santa Anna era totalmente distinta a la de Herrera, no se podría decir lo mismo en la Unión Americana, donde todos y cada uno de sus presidentes, parecían estar hechos del mismo barro. Madison, Adams, Bury, Jackson, Taylor y ahora Polk; todos y cada uno de los presidentes norteamericanos eran la misma forma de pensar, sentirse diferente a las demás naciones del mundo, los paladines de la libertad y la democracia, de la forma de gobierno mas perfecta, que ni los propios griegos pudieron haber diseñado. Los lideres políticos americanos, aspiraban a construir de los Estados Unidos de América, la nación más poderosa del mundo.- ¡Maldito destino manifiesto¡.- porque no existía en Norteamérica un Santa Anna, un Bustamante, un Paredes Arrillaga, un Duran o de perdida, un Mariano Arista. ¿Por qué no podían existir en ese país, los militares mexicanos y los hombres de las sotanas negras que pudieran proteger a su patria, en vez de esas “instituciones republicanas”, al que denominaban Congreso, Suprema Corte, Presidencia de la República?.; ¿Porque esa nación que tanto presumía de libertad, democracia, federalismo y liberalismo, ahora de la noche a la mañana, había adquirido esa hostilidad en contra del gobierno mexicano?.



¿Pero cuál gobierno?. ¿Hostilidad en contra de quien y de quienes?. Porque ahora los rumores de la futura guerra, se veían evidentes; que el Presidente Herrera había fracasado en sus intenciones de negociar la salida política al conflicto que evitara a toda costa la predecible guerra.

-      Distinguidos caballeros, el día de hoy La República mexicana se encuentra en una situación difícil. Hoy más que nunca, debemos estar unidos para afrontar con valentía y la merecida dignidad patriótica, que siempre ha distinguido a nuestro país; cualquier agresión política y militar que pudiera hacer los Estados Unidos en contra del pueblo mexicano..

Era quizás la primera junta política del año, que sostenía el presidente de México con los miembros del gabinete y los principales jefes militares de la República. Ahí estaban todos sentados en el salón presidencial, frente a esa mesa rectangular presidida por el Ejecutivo de la Nación y acompañado por los CC. Don Luís G. Cuevas Ministro de Relaciones, don Mariano Riva Palacio Ministro de Justicia, don Luís de la Rosa Ministro de Hacienda y Don Pedro García Conde Ministro de Guerra; así como cada uno de los militares, quienes lucían sus pecheras rojas, esas hombreras vistosas y esas medallas tan gallardas, que seguramente, la valentía en el campo de batalla se las había dado. Había que escuchar las palabras del Presidente de la Republica.  En estas horas difíciles, la nación tenía que estar unido, olvidar los rencores que existía entre la clase política militar y afrontar en forma inteligente, la guerra que podía estallar, ante la provocación americana y la ceguera de algunos políticos mexicanos.

-      ¡No podemos sostener una guerra con los Estados Unidos¡. ¡No tenemos dinero para pagar a un Ejército¡ y si bien es cierto, podemos tener mayor números de elementos de infantería que las filas del ejército americano, lamento decirles, que no tenemos los recursos para pagarles a la tropa, menos aún, para abastecerlos de armas y emprender una cruzada al norte del país, para reconquistar el territorio tejano. ¡Entiendan señores¡, distinguidos generales, no es que el gobierno de la Republica dude de sus capacidades militares, no es que tampoco desvalorice sus meritos como los hombres mas patriotas de la nación entera; ¡Os juro¡ que no es esa la imposibilidad que tenemos para reconquistar el territorio tejano, simplemente, es la falta de recursos, de dinero, de armas, de contar con el equipo militar suficientemente digno al que debe tener cualquier ejército del mundo, para afrontar una guerra como la que se avecina.  Quiero que entiendan, que el gobierno mexicano no caerá en la trampa de intervenir militarmente en Texas, no entraremos al juego que desean los americanos, de iniciar una guerra, que los legitime a ellos, para ocupar no solamente Texas, sino también los territorios de Coahuila, Nuevo México, California, San Francisco. Quiero que sepan distinguidos generales, que mi gobierno ha tratado de buscar el apoyo diplomático de Gran Bretaña y Francia, hemos tratado de que estas potencias extranjeras puedan mediar el conflicto que vivimos con las autoridades texanas y el gobierno que represento, sin dejar que los americanos se entrometan en este asunto, al que únicamente incumbe a nosotros los mexicanos. Sin embargo, lamento decirles, que no hemos recibido respuesta satisfactoria, nos encontramos en este momento ¡solos¡, ante las pretensiones más perversas de una pandilla de comerciantes, que no entienden de conceptos de patria, soberanía, dignidad nacional; cuya única ambición que tienen, es la conquista de México.

Esas eran las palabras del Presidente Constitucional de la Republica Mexicana, era no propiamente un discurso político, pero si un informe en el que se rendía cuentas a la clase política militar sobre la imposibilidad de afrontar una guerra. No era falta de valor, no era que los militares mexicanos fueran menos astutos y valientes, que sus homólogos los militares americanos. No era una pelea de gallos, no era una situación de igualdad, entre un ejército y otro, entre un gobierno y el otro; era una cuestión de sentido común, era la falta de dinero; entiendan que la patria es pobre en todos los sentidos; pobre en dinero, pobre en ideas, pobre en armas, municiones, cañones, flota marina; pobre también de un autentico nacionalismo que hiciera posible entender, ese orgullo que tanto caracterizaba a los mexicanos en los palenques, pero que nada servía, para afrontar la estrategia económica, financiera e inclusive ideológica, del país vecino.

Los militares seguían escuchando cada palabra del Presidente de México, a quien sus palabras parecían a la de un cobarde. ¡En balde había sido también militar¡. El famosísimo “Presidente sin mancha”, convocaba a una reunión de militares, únicamente para decirles que la nación se rendía incondicionalmente, sin haber disparado una sola bala, sin haber peleado, sin haber defendido con la fuerza de las bayonetas, la pólvora, los cañones, el orgullo nacional mancillado por una pandilla de piratas mercenarios, filibusteros; comerciantes sin escrúpulos, cuya religión era el dinero y solamente el dinero; a ellos había que darles una lección ante la historia, mostrarles que en cualquier guerra, no la ganan aquellos que presumen el dinero y la mejor forma de gobierno; sino que la guerra, la triunfa quien tiene el honor y la razón, la justicia, la verdad; y en ese caso, México tenía miles de motivos para afrontar una guerra con orgullo, con patriotismo, una guerra que no nos denigrara el orgullo nacional como bien proponía el presidente de la Republica, al aceptar la separación de Texas a cambio de una cantidad pecuniaria de unos cuantos millones de pesos.

-      ¡Entiendan no hay dinero¡.- ¡Maldito dinero¡, ¿donde estaban los cuatro millones de pesos que el Congreso había otorgado al gobierno de Santa Anna para iniciar la reconquista de Texas?. Cierto, se pedían diez millones y el congreso únicamente dio cuatro, pero al fin y a cabo, ¿dónde diablos estaba ese dinero?, si el ejército mexicano seguía igual de pobre, sosteniendo una burocracia militar excesiva de mas oficiales y generales que personal de tropa, sin tener la garantía alguna, de que todas esas rentas que se pagaban para mantener a un ejército traidor, fuera suficientemente confiable para ganar una guerra.

Podríamos juntar las tropas de Jalisco y Monterrey, para hacer una expedición al territorio tejano. No era nada descabellado, de hecho el Coronel Yáñez, días antes se lo había propuesto al Presidente, pero este de forma categórica, negó esa posibilidad. Los militares en su terquedad irracional, seguían sin entender que volver a iniciar otra expedición militar al territorio tejano, lo único que provocaría, sería darle argumentos políticos americanos, para ocupar en el menor tiempo posible, los territorios de California, San Francisco, Nuevo México; que en cualquier momento podrían ocupar Monterrey, Saltillo, San Luís Potosí, Zacatecas, Querétaro y la Ciudad de México; que podían bombardear con su flota naval los puertos de Tampico y Veracruz, sitiar Puebla, para finalmente llegar también a la Ciudad de México. ¿Que no entendían esos militares, que la guerra estaba predestinada a perderse?. ¡Véanlo¡, ¿Qué van entender vosotros, si de sus pronunciamientos militares no salen, sino tienen mayor merito militar que derrocar un presidente de otro, convocar a elecciones y a legislar una nueva Constitución. No sean ingenuos distinguidos colegas, la guerra con Estados Unidos, será el peor error histórico que como Nación enfrentemos. Aceptemos una negociación, que nos ofrezcan cinco o diez millones de pesos, que nos de ese dinero y reconoceremos la independencia de Texas, después, pediremos la intervención de Gran Bretaña y Francia, para evitar que los Estados Unidos se anexe los territorios Texanos, hagamos eso, en lo que con el dinero que obtengamos, emprendamos una serie de reformas políticas y económicas necesarias, para construir este país para el futuro, introduzcamos los ferrocarriles, los telégrafos, arreglemos nuestros puertos, construyamos caminos, hagamos escuelas, universidades; aceptemos la inversión extranjera; después de todo, las ideas de Saint Simón y Sismondi no eran descabelladas, permitamos Falansterios, colonias de obreros, donde el país comience a producir dinero, algodón, textiles; hagámosles caso a Lucas Alamán y al Doctor Valentín Gómez Farías, después de todo, aunque sus ideas sean controvertidas, sus propuestas parecen ser viables para el bienestar de la patria. Hagamos un país fuerte, prospero, olvidemos esos falsos orgullos que no sirven para nada, más que para dividirnos entre mexicanos; no nos arriesguemos a emprender, las aventuras más absurdas en el nombre de la defensa nacional.

Pero esos militares sólo escuchaban a su presidente, reservándose sus opiniones. Como iban hablar en público, si para empezar, no tenían la suficiente cultura y la facilidad de palabra, para expresar sus ideas, como iban a decirle a su Presidente, “me huele mal”, “parece traición”, “que pocos guevos de este pinche Presidente”, “pa´mi que esta diciendo un montonal de pendejadas”, “no nos hagamos bueyes señores, este pinche catrín ya nos vendió, hagamos otra revuelta militar y derroquémoslo y mandémoslo al paredón, o bien que se vaya muy a la chingada con mister Polk.



El Presidente Herrera exponía que continuaría en la medida de sus posibilidades con la negociación diplomática, buscaría a toda costa que el Congreso tejano no aceptara la anexión con los Estados Unidos. Había que solicitar urgentemente el apoyo a Francia y Gran Bretaña para que interviniera en el conflicto y pudieran disuadir a los americanos en sus pretensiones expansionistas. Después de todo, había que actuar inteligentemente, la dignidad nacional no se mancillaba por no aceptar el reto militar, sino por actuar en forma estúpida y pasional; había que hacerlo en forma inteligente, manifestar que el gobierno de México vería con buenos ojos el reconocimiento de la independencia de Texas, pero que de ninguna forma, estaría dispuesta, a convalidar la farsa americana, de anexarse la republica separatista mexicana; habiendo simulado una convención democrática y soberana, habiendo financiado a un ejército de mercenarios para que de la noche a la mañana, decidieran sentirse americanos.

-      Coronel Yáñez – ordenaba al Presidente – ayúdele a redactarle al Ministerio de Relaciones, la carta diplomática de protesta. Este hecho de que el Congreso americano se anexe a la provincia de Texas, constituye una grave falta a la relación amistosa que ya había caracterizado entre el pueblo de mexicano y la nación americana.- Le instruyo que redacte una carta que sea suficientemente cortes pero también enérgica, un documento histórico que deje constar que la dignidad nacional, no se vio en ningún momento amenazada ante la prepotencia del vecino del norte.
-      Inmediatamente la pondré a consideración de su Excelentísimo Señor Luís Cuevas, para mostrársela y hacerla circular en todo el territorio nacional y si fuera posible, dentro de la unión americana.


Yáñez dejo el salón presidencial y se dirigió a su oficina, donde ya lo esperaba el licenciado Salcedo.- Ahí estaba el ilustre abogado, quizás pensando en el federalismo americano o en la republica democrática, o cualquiera de esas pendejadas, menos en defender la dignidad nacional. ¡Tenía razón¡. Su propuesta era la mas viable, parecía que esa era el proyecto que quería escuchar el Presidente Herrera, había que reconocerle que la gente que parece sensata, dice cosas sensatas. ¡Definitivamente había que negociar antes que entrar a una guerra¡.

-      Licenciado Salmerón, deje de hacer lo que vos este realizando y prepare la carta de protesta a consideración de firma del Ministro de Relaciones con el cual, México rompa relaciones diplomáticas con los Estados Unidos.
-      ¿No entiendo, ya existe la declaración formal de guerra¡.
-      Aún no, pero ya es un hecho. El Congreso Americano voto a favor de la anexión de la provincia de Texas a la Unión Americana,. En ese tenor, dicha provocación amerita la guerra.
-      Coronel, ¿pero que caso no le explico al Presidente sobre las consecuencias de una intervención militar?.
-      Licenciado Salcedo, conozco bien mi trabajo, que le informo y que no al ciudadano Presidente; por el momento, le instruyo a Vos a que me prepare a la brevedad posible, el proyecto de carta diplomática con el que rompamos todo vinculo de amistad con el gobierno de los Estados Unidos de América.

Yáñez no podía disimular su nerviosismo, inmediatamente abrió el cajón de su escritorio y tomo un puro, para fumarlo desesperadamente, pensando en su futuro inmediato. ¿Qué pasaría si llegaran los americanos a México, a ocupar su propia oficina?. ¡No, pensar en eso, era descabellado¡. Los mexicanos no permitirían de ninguna forma una invasión militar. Herrera podía tener razón, si México aceptaba la independencia de Texas, seguramente no habría necesidad de una guerra con los Estados Unidos, pero si no fuera así; si realmente, lo que el presidente y el mismo licenciado Salcedo le habían manifestado tenían razón, si la guerra le convenía más a los Estados Unidos que a México. ¿Qué diablos iba hacer?.

Salcedo de sentó en su oficina y olvidándose de Fernanda, de Amparo, de su suegro el escribano, del cadete Jesús Melgar y de otros tantas personas, dejo su cabeza en blanco, para concentrarse y escribir la misiva.



A su Excelentísimo el Sr. Wilson Shannon, enviado extraordinario y Ministro Plenipotenciario de los Estados Unidos de América.
El infrascrito, ministro de Relaciones Exteriores, al dirigirse por última vez a su Excelentísimo, el Sr. Wilson Shannon, ministro plenipotenciario de los Estados Unidos de América, experimenta una profunda pena al declararle que a consecuencia de la adopción del proyecto de ley del congreso de los Estados Unidos de América, que decreta la unión de Texas al territorio americano, y habiendo cesado en sus funciones el ministro de México en Washington, después de haber protestado contra la decisión del congreso y del gobierno de los Estados Unidos de América, las relaciones diplomáticas entre los dos países han dejado de existir.
¿Qué podría agregar el suscrito a todo lo que su gobierno ha dicho ya sobre la grave ofensa que los Estados Unidos de América han inferido a México al apoderarse de una porción del territorio de este país y al violar los tratados que este mismo país ha tenido  tanto empeño en respetar por su parte durante el largo tiempo en que ha podido conciliar  su honor con el deseo de evitar una ruptura?. Nada. No puede hacer más que deplorar que pueblos libres y republicanos, vecinos y dignos de vivir en una unión fraternal basada en los intereses comunes y en una noble y reciproca lealtad, lleguen a romper todas las relaciones de amistad que los unen a causa de un hecho que México ha tratado de evitar, al mismo tiempo que los EE.UU han tratado de realizarlo; hecho tan injurioso para nosotros como indigno del alto renombre de la Unión Americana.
El suscrito renueva a su Ex. El Sr. Shannon la protesta que le ha dirigido ya contra la anexión; y agrega que la republica mexicana se opondrá a ella con la resolución que conviene a su honor y que le exige su derecho de soberanía; hace votos porque el gobierno de los EE.UU pueda reconocer que la laltad y el respeto a la justicia son consideraciones que deben tener en su espíritu mas peso que las ventajas de una extensión de territorio adquirido en detrimento de una republica amiga, la cual en medio de sus desgracias quiere conservar un nombre sin mancha y merecer también el lugar a que le llama su destino.
El suscrito tiene el honor de ofrecer a su Ex. El Sr. Shannon la expresión de su respeto personal y al seguridad de su consideración más distinguida.

Palacio Nacional, México, 28 de marzo de 1845.
Jesús G. Cuevas.



Quizás la carta nunca seria firmada por el Secretario de Relaciones, seguramente el Coronel Yáñez o inclusive el Excelentísimo Luís G. Cuevas, le haría las modificaciones necesarias previo a estampar su respectiva firma y envió al todavía embajador americano en México Wilson Shannon; fuera cualquier cosa que ocurriera, el destino ya estaba escrito. La ruptura era inminente, días antes el Embajador de México en Estados Unidos, don Juan Nepomuceno Almonte, protesto de igual forma, dejando vacante la embajada de México en Washington D.C.. Por lo que ahora se pedía reciprocidad en el trato internacional, que el Ilustrísimo Mr. Shannon hiciera también lo mismo, abandonando en el menor tiempo posible, el territorio mexicano. No sin antes haberle hecho de su conocimiento, la inconformidad del gobierno mexicano por el ultraje que pretendía hacer el gobierno americano.

José Joaquín Herrera Presidente de la Republica Mexicana seguía convenciendo a los militares reunidos en aquel salón, de que la única salida inteligente al conflicto político internacional que se vivía con los Estados Unidos, era desde luego la opción diplomática. Solución que obviamente muchos no simpatizaban, pero que en cierta forma, podía concebirla uno de esos militares que se encontraba en aquella reunión con el Presidente. El General Mariano Paredes Arrillaga, Jefe de Armas en el Estado de Jalisco, quien en su valiente nacionalismo, consideraba al Presidente Herrera, un hombre tibio, de muy pocos vuevos para no sostener con hombría y gallardía, la defensa del territorio mexicano.

El general Paredes Arrillaga, un año antes había desconocido al Presidente Antonio López de Santa Anna, con el pretexto de que el Benemérito de la Patria, habría traicionado las Bases de Tacubaya. Cuando el cojo de las quince uñas salió rumbo a Jalisco a combatir el rebelde, luego de haber disuelto el Congreso, la Suprema Corte decidió desconocer de la presidencia a Santa Anna y nombrar en su lugar, al general José Joaquín Herrera. Definitivamente era hábil el general Herrera, mira que haberme madrugado a mi; haber salido ganador de esa revuelta que encabece para que al final y cabo, ni el maldito cojo, ni su servidor, fuéramos el Presidente de la República, más en este momento difícil, en que había que sacar la casta de guerreros aztecas. Pero ese Santa Anna, definitivamente es mucho más peligroso que en todo el cúmulo de excusas pendejas que dice ahora el general Herrera en su investidura de Presidente de la República.

En verdad, Paredes Arrillaga había aprendido a conocer al hombre fuerte de México, sabía que era un político audaz que en cualquier momento, podía conseguir inclusive el apoyo de los Estados Unidos para regresar al país; había que hacer algo, aceptar el plan que formulaba el Presidente José Joaquín Herrera o bien, organizar una asonada militar que depusiera al Presidente y establecer de una vez por todas, un gobierno monárquico, donde nada había que pedirle apoyo a los británicos o franceses, sino solicitar directamente el apoyo militar a España, Austria, Prusia o Rusia, a buscar otro reinado, invitar por qué no, a un digno representante de la nobleza europea, para encabezar un gobierno fuerte, que contrarrestara, la amenaza americana.

¿Y la legalidad?. ¿La Constitución?.- ¡Al diablo esas malditas leyes, que solamente lo único que hacen, es entorpecer el trabajo de nosotros los militares. ¿Qué no entienden esos licenciaduchos que el Derecho no puede existir en este país, lleno de indios patarrajadas, incapaces de gobernarse, que acaso, de las personas que estamos aquí presentes, existe algún hombre inteligente, digo de gobernar a la patria. Ni el distinguido Lucas Alamán podría ser presidente de México, el mismo así lo ha reconocido, se necesitaba definitivamente la intervención militar, pero no de los Estados Unidos, sino de cualquier principado europeo. Al diablo el Presidente Herrera y sus malditas excusas de bajarnos los calzones para que esos pinches americanos nos la metan. Al diablo esas excusas de que no hay dinero, de negociar políticamente con esos güeritos que lo único que saben hacer, es hacer dinero. Podemos derrocar a este pinche Presidente y mandarlo muy a la chingada, a Cuba si quiere para que le lame los huevos a Santa Anna, o que se vaya a los Estados Unidos a besarle el trasero al Míster Polk. En menos de tres horas su gobierno puede valer madre, es mas si quisiera en este momento pudiera sacar la pistola y por mis propios pantalones, lo arresto, con el apoyo de quienes me quieren unirme a mi causa, y si no, también a chingar a su madre malditos maricones; este país, necesita un hombre de plano muy cabrón como su servidor y a la vez, un hombre de letras, culto, que tenga el poderío económico de los países fuertes; dejarnos de chingaderas de gobierno republicanos centralistas o federalistas, dejarnos de esas estupideces que en nada entiendo, para que de una vez por todas, en forma definitiva y perpetua, gobierne en nuestro país, un príncipe noble. Regresar al Virreinato, ¿Que acaso hubo problemas en esa época, como los que ahora vivimos?. No nos hagamos pendejos señores, José Joaquín Herrera nos ha traicionado, no es el hombre sobrio, frió y conciliador que dice ser, no tiene tamaños para ser Presidente, ni mucho menos para hacerle la guerra a esos americanos, hay que destituirlo, perseguirlo, encarcelarlo, mandarlo muy lejos y ponerme en su lugar, con todos los honores que exige un Presidente, para evitar de ese modo, la desgracia nacional.

Pero el Presidente Herrera seguía viendo a sus compañeros de armas, quizás podía leerles su desconfianza, pero tenía que convencerles que por el bien de la republica, lo mejor era negociar. Sacarle porque no a los Estados Unidos una indemnización de diez millones de pesos, si el mismísimo Napoleón Bonaparte el gran genio militar lo hizo al venderle a los americanos la Luisiana, él porque no había que hacerlo. ¡Entiendan es sentido común¡. Me temo que ninguna potencia extranjera se aventurara a defender a México en contar de esos americanos. ¡Estamos solos¡ y la única solución inteligente, es negociar. Sin embargo, a efecto de no mostrar a los americanos, miedo alguno que en los engrandezca y los haga sentirse superiores, ordenare al general Paredes Arrillaga se haga cargo de la defensa del territorio nacional, irá al norte apoyar al general Mariano Arista, para resguardar la frontera de México con Texas y de esa forma, disuadir a los americanos de que no ingresen al territorio Texano. Que entiendan de una vez por todas, que México estará dispuesto aceptar la separación de Texas como en su momento lo hicimos de Guatemala, pero que de ninguna forma, vamos a ceder la farsa americana, de que dicha provincia forme parte de la Unión Americana.

Acepta Vos esa encomienda general.- Acepta excelentísimo Jefe de Armas Mariano Paredes Arrillaga, a defender la patria mexicana en contra de cualquier amenaza, invasión o ataque que pudieran hacer los invasores americanos. Acepta y jura lealtad a la bandera, a la República, a la Constitución y a su Señoría, el Presidente de la Republica.  – Si, acepto y juro, defender a la República, a la Constitución y a México. Acepto la encomienda que el gobierno de la república me ha distinguido, os juro que daré mi vida, para evitar que esos americanos ocupen el territorio mexicano, ni un centímetro, os juro, ni un centímetro lograran esos bastardos americanos profanar el suelo patrio. ¡Os juro¡.

-      General Herrera – interrumpió el Coronel Yáñez – muestro a Vos el proyecto de carta de protesta de la ruptura de las relaciones diplomáticas, entre México y los Estados Unidos, para su digna consideración y firma del Ministro de Relaciones.

En ese momento, otro militar de nombre Mariano Salas, sólo sonrió.