sábado, 17 de septiembre de 2016

CAPITULO 44


El puerto de Veracruz, espera la llegada de su hombre. Su hijo, el mejor de todos los mexicanos, el hombre inmortal que salvaría el destino de la nación. Dos fragatas, una de ellas con la bandera británica se ven desde lejos; afuera de ellas, la otra fragata con la bandera de los Estados Unidos de América se acerca a ellas. Son esos malditos yanquis, quienes también han obstruido los puertos marítimos mexicanos y que impedirán a toda costa, el ingreso del Supremo General, don Antonio López de Santa Anna.

Jorge Enrique había recibido una epístola para que en forma inmediata se trasladara al puerto de Veracruz. De hecho, casi todos los empleados del palacio nacional, tuvieron además de aportar su colaboración mensual de cinco pesos para el Supremo Dictador, seguir fielmente  las órdenes de don Valentín Gómez Farías, para trasladarse al puerto de Veracruz. Inclusive, la tropa y la banda de guerra oficial, había realizado el mismo viaje, por tres días y tres noches, para poder pisar el puerto de Veracruz, en espera del generalísimo.



-      Que estupidez, pensó Jorge Enrique. En este momento, cuando resultaba necesario que los regimientos del ejército salieran rumbo a Monterrey, para proteger la plaza en contra del avance americano, el brillante encargado del Poder Ejecutivo, general Mariano Salas, había dispuesto, que la tropa se dirigiera al puerto de Veracruz, para dar la bienvenida, a don Antonio López de Santa Anna.

Las luces de bengala estaban listas, el atardecer hacía que el calor fuera bajando de intensidad y como si fuera un espectáculo digno del circo romano, las multitudes se impacientaban, para esperar que su amado general, pisara territorio nacional. ¡Era lógico¡. Querían verlo hablar. Escucharlo, perdonarlo si era necesario de todos los errores que supuestamente le imputaban sus adversarios políticos. Decían que el generalísimo cojeaba de su pie, que caminaba con una pata de palo, otros en cambio decían que lo hacía con un lujoso bastón de oro, otros en cambio, aseguraba, que su andar era tan recto, que no parecía haber perdido jamás su pierna izquierda. La gente seguía esperando, al igual la tropa, en espera de que su máximo líder les hablara y los condujera a la guerra que en cualquier momento podría estallar; en el kiosko principal, se encontraba don Valentín Gómez Farías, acompañado del general Mariano Salas y de los soldados más fieles de la república, en medio de listones, la multitud esperaba tener noticias de su líder máximo. ¿A qué hora llegará?. ¿Se está tardando?. ¿Será posible que los americanos impedirán a toda costa su entrada?. Algunos infantes mexicanos, estaban preparados, no solamente para recibir a su querido general, sino también, dispuestos a nadar si era posible, para alcanzar y atacar esa fragata americana y arrebatarle la bandera a los invasores, tal como lo había hecho alguna vez, el Siervo de la Nación, José María Morelos en Acapulco; ahora esta vez, lo harían más de cien mexicanos, dispuestos a rescatar, al hijo prodigo de la patria.



Seguía a los lejos esos dos barcos, uno de ellos, denominado el Arab, había sido rentado por la gente de suma confianza del general Antonio López de Santa Anna para su regreso a México. Claro que lo haría por Veracruz. No ingresaría al país como un cobarde, no como un fugitivo, era a pesar de todos, el Presidente de México, había sido expulsado, por una conspiración seguramente encabezada y orquestada por los americanos y no por ellos, ni por quedar bien con sus enemigos, que el generalísimo, regresaría al país, por otra parte del territorio nacional. Tenía que hacerlo, por donde debía de hacerlo. Por la puerta principal de México. No por la ventana, ni por la puerta de servicio, tenía que hacerlo, como todo un señor, por la puerta del dueño de la casa, en Veracruz, si en la tierra caliente y cálida de México que había tenido la honra de ver nacer, al mejor de sus hijos.

El Vapor ingles, había zarpado a las seis de la mañana de aquel ocho de agosto. Junto a él, viajaban, los hombres de confianza del general Santa Anna, quienes lo habían acompañado y alcanzado en Cuba, para informarle que la Ciudad de México, había sido recuperada, que las tropas nacionales en Jalisco y Veracruz, se habían levantado en armas, para proclamar su pronto retorno en el territorio nacional. Que nada anormal estaba ocurriendo en el suelo patrio, que los americanos no habían podido derrotar a los mexicanos, ni menos aún lo harían, cuando se enteraran que el Napoleón del Oeste había regresado. Ahí en esa fragata estaba el general Santa Anna, desde lejos, cada asistente a ese mitin, imaginaba que había hecho el general durante su viaje en el mar al suelo mexicano, seguramente había reflexionado cual sería su estrategia militar, su primera acción política, a quien perdonaría de sus enemigos y a quien no; se vengaría de sus adversarios y traidores, que pensaría el salvador de la patria durante esos días y noches, en que sólo el mar veía, sin ver desde lejos, el castillo de San Juan de Ulúa que ahora lo recibiría, con luces de bengala, orquesta, bandas sonoras y salvas de artillería, que le darían la bienvenida.



Las dos fragatas estaban ahora frente a frente a unos cuantos metros. En una de ellas, se encontraba el presidente Antonio López de Santa Anna, en la otra, el Comodoro Conner, quien era quien obstruía, todo barco que intentaba ingresar al puerto veracruzano. ¡Malditos invasores¡. Porque tenían que hacerle eso, al salvador de la patria, quienes eran ellos para preguntarle a los mexicanos, si era o no Santa Anna, o bien, para pedirles permiso, de regresar a su propia tierra. Como el barco invasor amenazara a disparar sus potentes cañones, en contra de aquella pequeña fragata, donde seguramente, viajaba el presidente Mexicano.

No se preocupen – le decían al licenciado Salcedo – estoy casi seguro, que en ese barco, viaja nuestro ilustre general. – No creo que los americanos, se atrevan a impedir la entrada, estoy más que seguro, que todos los hombres que viajan con el generalísimo, darían su vida por él, antes que impedir, que los invasores le arrebaten la vida.

Del barco americano, despego una pequeña lancha, donde una escolta encabezada por el capitán Lambert, se dirigía al buque mexicano, donde seguramente viajaba el general mexicano. ¿Qué querrán esos malditos?. Seguramente, el barco donde viaja el generalísimo se esta haciendo pasar por un buque mercante, a lo mejor Santa Anna es tan audaz que estaría escondido en un barril donde jamás lo encontrarían si es que estos invasores decidieran hacer una inspección. - ¡No lo creo¡.-  El general Santa Anna no es tan cobarde para esconderse. Seguramente estará vestido con el mejor de sus uniformes, esperando en forma gallarda, retar al primero que intente frenarle el paso. A lo mejor, si seguimos pensando licenciado, los hombres de confianza de mi general, están dispuestos a impedir a toda costa, cualquier detención en contra de mi general. Si señores, Santa Anna, no tiene por que esconderse, ni prestarse a esos falsos rumores, de que la fragata americana, “ya pacto” con Santa Anna, a causa de que éste regresara a vender los territorios mexicanos en treinta millones de pesos. - ¡Eso no es cierto¡. – si el barco mexicano logra ser detenido por los americanos, una balacera estallará, muchos morirán; Santa Anna cruzara lo que queda de la costa para ingresar al puerto y dar la orden de ataque a la tropa, para expulsar a ese navío americano. Si es posible, de capturar vivos a sus tripulantes para colgar sus cabezas, en cada hasta del puerto de Veracruz. Que no se atrevan hacerlo, que nadie frene el ingreso de Santa Anna; porque más de un cañón mexicano, esta apuntando en ese momento, al barco americano.

La espera es lenta, entonces, la multitud que se encuentra en el puerto, la tropa, los amigos del generalísimo, comienzan a rumorar, ¡ese es el barco¡, ahí viaja Santa Anna; estamos seguros que en ese barco, viene con nosotros, nuestro compañero de armas, el general Antonio López de Santa Anna. ¿Qué sucede entonces?. ¿Pasa o no pasa?. – Atacamos o no mi general. Disparamos estos cañones al barco americano, o nos aguantamos general, no vayamos a tener tan mala puntería, que le pegamos al generalísimo y le volamos la otra pata. Sigamos esperando, que el tiempo es lento, que la tarde siga cayendo, que el cielo es azul oscurezca, que dentro de unos minutos caerá la noche, y aun nadie de la concurrencia, sabe con certeza, si dentro de ese barco viaja nuestro general. Volteemos el reloj mi general y sigamos esperando, veamos, como la arena se vacía del frasco de arriba para llenar el frasco de abajo, sigamos entonces esperando, a que esos barcos, se sigan entendiendo.

Entonces, sucedió lo que todos esperaban. De aquella lancha americana, retorna al buque americano y la fragata mexicana continua su marcha, - ¡Viene para acá¡. - ¡Es Santa Anna¡. – Seguramente que es Santa Anna. Entonces sucede algo mágico, del barco que tiene la bandera británica, sale una luz de bengala, la inmensa felicidad de los concurrentes se expande en sólo unos segundos, para confirmar lo que ya todos sospechaban; es Santa Anna, ¡Si señores, ahí viaja mi general Santa Anna, recibámoslo con euforia, prendan también las luces de bengala, que suene la música, disparen las salvas, que la gente grite: ¡Viva México¡. ¡Viva Santa Anna¡. Es nuestro general Santa Anna, ahí viene de regreso.

El buque británico, quien realmente es mexicano, viene acercándose al puerto, la música empieza a sonar y las bengalas iluminan el cielo, prometiendo a la patria, un futuro victorioso. El licenciado Jorge Enrique Salcedo comienza aplaudir y toda su comitiva también lo hace; no sabe si dejarse contagiar por la felicidad de todos, pero también siente en su corazón, que la esperanza ha vuelto, que las cosas mejoraran; que la experiencia de haber estado en ese momento glorioso de la historia, será por siempre recordada.



La fragata ancla en el puerto, de donde algunos militares mexicanos, corresponden los gritos de sus paisanos; ¡Viva Santa Anna¡, ¡Viva México¡, las banderas tricolores adornan el buque ingles, al igual que de los escoltas, que acompañan al huésped de honor. La música suena en forma gallarda, viendo como cada uno de los tripulantes, viene bajando del buque, hasta que entonces, comienzan a reconocer algunos de los pasajeros: don Manuel Crescencio Rejón, ese es don Manuel, tenía tiempo de no verlo, un brillante abogado, de la misma talla que don Mariano Otero, que gusto verlo bajar de ese barco; saber que su cabeza ilustre se suma a este momento histórico del país; también viene bajando otros distinguidos señores, don Juan Nepomuceno Almonte, y nada más y nada menos, que mi amigo, el Coronel Yáñez; y ese hombre, si ese hombre de uniforme vistoso, de sencilla persona, que viene disimuladamente cojeando, ese es nada menos y nada más, que don Antonio López de Santa Anna.

-      Ese es Santa Anna. – la multitud grita con efervescencia; - ¡Viva Santa Anna¡- - la felicidad de todos se contagia, la gente se abraza, las bengalas siguen iluminando el cielo, que poco a poco oscurece, la banda de guerra no se alcanza escuchar, entre la cantidad de salvas y cañonazos que empiezan a disparar. Ese es Santa Anna, responde el júbilo de los demás, alzando sus brazo derecho para saludar a la multitud y responderles con alegría el saludo. Luego el cuerpo de ese hombre, hace el además con sus brazos, como si abrazara a cada uno de los concurrentes.
-      Saludemos al general Santa Anna. – dijo don Valentín Gómez Farias, los miembros del templete, hicieron lo mismo, no dejaban de aplaudir, entre tanta bengala y bala de salva, para recibir jubilosamente, a su jefe.

El general Santa Anna, sonreía, pero no de la forma invicta y arrogante, sino que lo hacía de una forma tan sencilla y humilde, que hacía de su persona, una gran investidura.  - ¡Moriremos por Vos mi general – gritaba la multitud; el general mexicano volteaba y alcanzaba a decir - ¡Será por México¡, hagamos nuestro gran sacrificio por nuestra patria mis muchachos . - ¡Moriremos por Vos mi general¡. ..¡Viva Santa Anna¡. - ¡Viva México¡. – respondía a Santa Anna. Quien seguía con su brazo derecho saludando a las multitudes.



Con el pie cojeando el andar de mi general seguía dirigiéndose al kiosko, entre bandas sonoras y las campanas de la iglesia que a lo lejos se escuchaban, el retorno del general Antonio López de Santa Anna, jamás sería olvidado por los veracruzanos. Todos recordaríamos esta fecha, a nadie se nos olvidaría, como el generalísimo regresaba el país, entre tantos gritos de felicidad, que coreaban inmortalmente su nombre.

El cielo seguía oscureciendo, entonces las antorchas comenzaban a prenderse, al igual que esos obsoletos faroles del puerto; la tropa siempre fiel a su general, lloraba de alegría, había esperado tanto tiempo para ver a su jefe regresar, ahora solo faltaba escucharlo, quien ahí estaba, saludando en esos momentos, a cada uno de los miembros del comité de recepción, presididos por el licenciado Jorge Enrique Salcedo.

-      ¡Yáñez¡-  grito Salcedo a su amigo Juan Yáñez. Este volteo y pudo ver a su amigo, quien al verlo, lo reconoció en medio de la multitud para responderle y acercarse a él, sonriéndole y dándole un abrazo fuerte de fraternidad. –  ¡Estamos de vuelta cabrón¡. – dijo Yáñez con plena seguridad. - ¡Vamos a partirle la madre a esos pinches americanos¡ - Con Santa Anna, las cosas cambiaran.

El general Santa Anna, respondía también con un abrazo, al licenciado Jorge Enrique Salcedo y también, con cada uno de la comitiva; casi no le besaron la mano, porque era bien sabido por todos, que en México habían desaparecido los títulos nobiliarios, pero este momento sería una excepción, el Salvador y Benemérito de la Patria, merecía de todos los elogios, por el injusto exilio que había recibido. Ahora, ahí estaba gracias a la Santísima Trinidad y a la Virgencita de Guadalupe, sano y salvo, dispuesto a entregar su vida, si era preciso, para salvar la honra de la patria.

-      Silencio – pidió el doctor a la multitud - ¡Silencio por favor¡ - volvió a insistir a cada uno de los concurrentes, había que callar a la orquesta, las campanas, a los músicos y a los infantes, para que dejaran de disparar tanta salva y escuchar con atención las palabras del salvador.

-      Silencio por favor – volvió insistir el licenciado Salcedo Salmorán. – el general Antonio López de Santa Anna hablará.

Inmediatamente, el comité de bienvenida, empezó a distribuir entre las multitudes, unos panfletos donde el general Santa Anna daba su proclama de regreso. “Para la verdadera Regeneración de la Republica”. Salcedo tomo uno y se rió al leerlo. ¿a que horas lo escribió?. – el pueblo analfabeto, no sabía leer y escribir, pero seguramente en ese papel, algo importante diría el general a cada uno de los mexicanos.

La concurrencia callo, cuando casi todos los presentes tenía en sus manos aquel panfleto y cuando el generalísimo mexicano en forma humilde y sencilla, se acerco al estrado para estirar los brazos y hacer la señal de silencio:



-      Mexicanos… hermanos Mexicanos…por siempre y para siempre. Al grito de guerra. …- una gran euforia de gritos respondió al llamado, balas de salva volvieron a escucharse y otros gritos a favor de Santa Anna, volvieron a escucharse, hasta que de nueva cuenta, poco a poco fue ganando el silencio, para escuchar, las palabras tan importantes que diría el general.
-      Llamado por el pueblo y guarniciones de los departamentos de Jalisco y Veracruz, Sinaloa y Sur de México, así como de otros puntos de la Republica Mexicana, salí de la Habana a las ocho de la mañana el día ocho de los corrientes, con el único objeto de venirlos ayudar, a salvar a la patria de sus enemigos exteriores e interiores. - ¡Viva Santa Anna¡ - … ¡Gracias¡. ¡Muchas gracias¡ …he escuchado con jubilo, pero más aún con el honor y la dignidad que mi pueblo merece, la cantidad de elogios de cada uno de vosotros; sean correspondidos; creadme, que ese voto de confianza, de patriotismo de cada uno de vosotros, es mi mejor premio y paga, para no traicionar jamás a sus hijos, de las peores y ruines ambiciones de nuestros enemigos los americanos. … ¡No os fallare en esta encomienda¡, menos aún, cuando a mi regreso a tierras mexicanas, se me ha informado, que arrollados las demás guarniciones del ejército mexicano por el jubilo de vosotros, de los Departamentos de la Republica, me ha invocado y designado, la gran distinción de nombrarme: general en jefe de las fuerzas libertadoras. …-

Gritos y mas gritos volvieron a escucharse, los aplausos acompañaron la honrosa designación y los vivas y porras al general, volvieron a encenderse el grito de. ¡Viva Santa Anna¡.

-      Que nadie se atreva  manchar este bello momento. Que nadie diga que Antonio López de Santa Anna es un traidor. Os escucharan calumnias de mi persona. Os dirán que he vendido el territorio mexicano, que he venido pactando con nuestros adversarios la rendición incondicional de nuestro país, y por ende, el remate a venta de nuestro territorio nacional. Nada más falso, que yo, un mexicano leal con mi patria, me haya prestado a la sucia componenda de traicionar a mi sangre, a mi gente, a mi patria. Ni todo el dinero del mundo, podrá jamás hacer que traicione el destino de mi país. ¡No soy el traidor que los demás dicen¡. ¡Nunca he sostenido más trato con los americanos, más que decirles en su cara, que ninguna vara del territorio mexicano, estará o estará a la venta. Que nadie se atreva a mancillar la honra y la valentía de nuestros soldados, que siendo estos mal dirigidos y sin gozar de las canonjías de la que gozan nuestros adversarios, han defendido nuestro territorio nacional en contra de aquellos que han venido a mancillar la nación. ¡Que nadie diga, que los mexicanos somos cobardes a la hora de la guerra¡. ¡Que nadie se atreva a calificarnos de traidores y vende patrias¡. No tenemos miedo a la guerra, menos aún a la muerte, que para morir nacimos…

Ese era el general, su discurso siempre firme y motivante, su presencia sencilla, pero grande.

-      Los conservadores nos acusaran de traidores, cuando sólo dios sabe y a quien pongo como testigo, que son ellos los que han traicionado a vuestra confianza; son ellos, los que decidieron vender el territorio nacional; los que decidieron reconocer la independencia de Texas, cuando siendo yo, el principal opositor a los mismos, estuve a punto de perder la vida por defender legua por legua el territorio nacional; traidores son ellos, porque decidieron convenir con ellos, cuando es de todos conocidos que fui yo, el primero en desconocer su independencia, al extremo tal, que habiendo sido prisionero de los piratas y habiendo sufrido las vejaciones que ningún mandatario mexicano haya recibido, os di la cara a los hombres mas ambiciones de los Estados Unidos, para decirles en su cara y sin miedo a perder mi vida, que México, mi México querido, no estaba a la venta. ¡México no se vende¡. Os tendría que invadirnos, someternos, sobajarnos y si corrieran con la suerte de conservar sus vidas, jamás obtendrían de nosotros, el consentimiento de entregarnos a ellos, como si fuéramos objetos de comercio, como si nuestra dignidad, pero también, nuestro decoro y patriotismo, tuviera el precio que ellos acostumbran siempre pagar… – gritos de jubilo - … Serán ellos los conservadores, los que os dirán que Santa Anna es un traidor; y os dirán que fui un cobarde en la guerra, como si mi pierna izquierda fuera producto de una pantomima; la misma farsa que Paredes Arrillaga hiciera para engañar a mi pueblo de que yo fui un traidor y que en vez de dirigirse al norte, a combatir con el general Arista en la defensa de Texas, se dirigiera a la Villa de México a desconocerme como general en jefe y deponerme en la presidencia de la república que los mexicanos tuvieron a bien designarme por novena vez.
Fue el y los conservadores los traidores a la patria, los que en vez de combatir a nuestros enemigos, decidieron aliarse con la clase opulenta y aristocrática del país, para pretender nombrar a un príncipe extranjero como rey de México y olvidar por siempre, la gesta histórica de nuestra lucha libertaria. De nuestra independencia nacional.
Que os nadie diga que Antonio López de Santa Anna es un traidor a la patria. Que os nadie se atreva a mancillar la vida de los mexicanos que murieron en la expedición de Texas y los que también han dado su vida en Palo Alto y Rasaca de la Palma, los que han sacrificado gloriosamente su nombre, a causa de los errores de los traidores conservadores que han decidido, traicionar a México.
Que os nadie diga que esta guerra la perderemos, como la perdió Herrera y Paredes Arrillaga, como la perdieron los conservadores y todos aquellos que pronosticaron que jamás regresaría. Que lo sepan todos, entro a México, de la misma forma en que salí, con la frente en alto. No tengo a quien temer, si alguien me os señalara y dijera que soy un traidor, que soy un mentiroso, un farsante, que os lo diga o calle para siempre…
… Que os lo diga, que aquí yace mi pecho y mi cuerpo entero, para no sobrevivir a la bala que acabara con mi vida…
…Que lo desmienta en mi cara, como acostumbran hacer mis enemigos, que inventan falsas historias de mi persona…
…Que se dediquen a pedir perdón, no a mi persona, pues yo ultimadamente no soy nadie entre mis hermanos mexicanos; sino que pidan perdón a ustedes, a mi pueblo, a la historia de mi patria, que pidan perdón por cada uno de los mexicanos muertos en esta guerra injusta y cruel, de la que saldremos victoriosos.
Ninguna transacción con los traidores, con los que si han pactado vender el territorio nacional. Con los bastardos que negando de sus principios monárquicos, se aliaron con algunos republicanos para evitar el castigo y conservarse en el poder, pidiendo a dios que la justicia jamás llegara y regresara nuevamente con vosotros a mi pisar mi suelo patrio.  ¡Ninguna transacción con los traidores¡. Con los realistas traidores que siguen tratando de minar, la invencible fortificación construida con la sangre de los ilustres insurgentes Miguel Hidalgo y Costilla y José María Morelos y Pavón…

Ese era el general Santa Anna; el hombre sencillo y culto, que hacía conmover a todos; el que hacía posible, que todos entregáramos la vida.

-      Mexicanos, soy hombre de acciones y no de palabras; soy hombre de trabajo y no de cargos, no he regresado a mi patria, para sentarme en el trono presidencial que muchos traidores ambicionan y que son capaces de desconocer a los gobiernos legítimos de los pueblos; ¡no señores…¡ se equivocan mis detractores.  No he venido a México para ser el salvador de esta guerra; sería ridículo creer que soy el guerrero inmortal que acabará con los invasores, sería irreal y además absurdo, suponer que con mi sola presencia, los americanos frenaran sus ansias desmedidas por arrebatarnos lo que nos pertenece; he venido de regreso a mi patria, no para ser el salvador de la patria que todos esperan, menos aún, para ser el comandante en jefe de las fuerzas libertadoras como bien me han designado, sino que he venido de regreso a mi patria, para ser simplemente un soldado más

Las porras y los gritos volvieron a sonar, más gritos de jubilo, al ver ese hombre sencillo, proclamarse, un soldado más de la república:

-      Tampoco he venido, para proclamarme el Supremo Dictador; que nadie os diga, que Antonio López de Santa Anna, es un tipo ambicioso, que sólo le interesa el poder, por el poder mismo; se equivocan mis enemigos, porque no saben, que mi regreso a México, es no para aceptar los títulos y distinciones decorosas que bien he tenido a recibir y que humildemente agradezco, pero que os no puedo aceptar, porque mi vocación, es y será por siempre, la de ser un soldado de mi patria… Un soldado como ustedes, que combate y que si es preciso morir por la salvación de la patria, moriré con la gloria que solo los elegidos de dios, tienen la dicha y la memoria de serlo.      
Es por eso, que mi vocación del más siervo de todos los infantes, la que me obliga a no aceptar ningún cargo que el pueblo tenga a bien designarme; renuncio ahora, a toda facultad que no sea la militar, la de enfrentar al adversario, en el campo de batalla; renuncio a la presidencia y a cualquier distinción, así como a las comodidades que la alta burocracia, concede a los que tengan la virtud de merecerla y de gobernar con el arte y la pericia, como lo ha hecho el doctor Valentín Gómez Farias, a quien pido un sincero reconocimiento. – la multitud empezó aplaudir y a escucharse una que otra porra al doctor Farias … -  Yo os tanto, - dijo Santa Anna - sólo soy un humilde servidor, que trabaja por la defensa de la independencia nacional y que se somete incondicionalmente al juicio de la voluntad popular y de la constitución de 1824.

Gritos acompañaron esta declaración: ¡Viva México¡. ¡Viva Santa Anna¡ Las campanas volvieron a sonar y las luces de bengala, iluminaron la noche, que acompañada de la música y de las salvas, anunciaban la llegada, del Salvador de la Patria.

Ahí estaba Jorge Enrique Salcedo y Salmorán, junto con su amigo el Coronel Martín Yañez, aplaudiendo igual que todos los asistentes, pensando que esas palabras del general, podrían ser sinceras, más aún, cuando el general Santa Anna había proclamado, el fin de cualquier ideología monarquista, así como la restauración de la republica federal prevista en la Constitución de 1824; eran tiempos de cambio y de regeneración, esta si sería la última revolución en México, la promesa de la salvación de la patria, era veraz y confiable, con el regreso de uno de sus mejores hijos, el generalísimo no le fallaría a México en los días más difíciles luego de haber conquistado su independencia y reconocimiento internacional; felices estaban todos los presentes en el puerto de Veracruz, ignorando igual que los presentes, que a cientos de kilómetros, el general Zacary Taylor, se encuentra suspirando en su próxima campaña electoral que lo llevara a la presidencia de los Estados Unidos de América, que empezará obviamente, por planear, la caída de Monterrey.