James Thompson había despertado
de su cama aquella mañana, acompañada de aquella joven prostituta que le había
hecho la noche placentera. Desde ahí, envuelta en las cobijas y con la luz del
día que entraba a la habitación, Thompson escuchaba el canto de los pájaros, al
mismo tiempo que observaba el cuerpo de esa mujer desnuda de cabellos negros y
largos, miraba su hermoso cuerpo, sus líneas perfectamente contorneadas, sus
piernas, brazos, sus infinita cadena y
senos que lo hizo perderse apasionadamente en medio de la oscuridad, haciéndolo
sentir más joven de lo que ya no era. De no ser por el color de su piel o su
cabello negro, esa mujer podría ser Amparo, su amada esposa, a la que había
abandonada con su hija y que nunca la había conocido.
Lupita despertó al sentirse
observada, se había dado cuenta que la luz del día había entrado a esa
habitación y que por lo tanto, sus servicios sexuales habían sido
proporcionados para darle placer a un viejo gringo, que hablaba excelentemente
el español, que seguramente era de dinero y que una razón muy importante, lo
había hecho visitar México.
¡Amparo¡. Su amada Amparo, que
un día para otro, lo abandono para irse a vivir con un tipo igual de mezquino que él. Un tipo
asqueroso, engreído, mal nacido, de esos que no merecían haber nacido, que
hubiera sido mil veces preferible para la humanidad, que ese tipo hubiera
muerto de cualquier epidemia, que haber sobrepasado los cincuenta años, para
podrirse poco a poco en vida.
La misión que le había encargado
el Secretario de Estado había sido perfectamente cumplida al pie de la letra.
Ahora sus informes le confirmaban, que en menos de cuarenta y ocho horas, el
mejor regimiento del ejército mexicano, había sido aniquilado por el general
Zacary Taylor. La valiosa misión de defender la soberanía nacional encomendada
a esos indios mexicanos, fracaso. ¡Fiesta nacional en los Estados Unidos¡.
Bastaron dos días, para que después de haber perdido el ejército mexicano en
Palo Alto y Rasaca de la Palma, también se perdiera moralmente; los informes de
Thompson aseguraba que de la noche a la luz del día, una oleada de soldados
desertores, abandonaran el ejército; las tiendas de campaña lucían vacíos, se
fueron los soldados mexicanos, escondiendo la vergüenza de la patria, ¿Dónde
diablos se fueron estos malditos indios?. Sin rastro alguno, el general Mariano
Arista no podía ocultar el coraje de haber perdido de la forma tan mas pendeja;
había que desquitarse con los malditos desertores, ir detrás de ellos y fusilarlos,
ahorcarlos, arrancarles las uñas, quemarlos en leña verde; decirle a toda la
estúpida tropa, que ese sería el destino si un soldado más decidiera desertar.
Pero que importa si esos hechos
ocurren tan lejos de la ciudad; de nada vale las noticias en un país desinformado,
donde en las oficinas del Palacio Nacional, los soldados siguen portando sus
mejores trajes, con casacas terciopeladas y botones inclusive de oro, con
medallas y cascos hechos con los mejores metales del mundo y con el aumento considerable de sus haberes;
con un gobierno fuerte como el del general Mariano Paredes Arrillaga presidente
de la republica por la revolución de Jalisco, que una y otra vez más, exponía
ante la comunidad intelectual, ante el santo clero y los militares del país, las
bondades del sistema monárquico. ¡Viva México¡.
¡Viva la gloria nacional¡. Que suenen los cohetes, las campanas de todas
las iglesias, gritemos de júbilo, haciendo caso omiso, de que en menos de
veinticuatro horas, más de dos mil soldados americanas cruzaran el Rio
Bravo. ¡Remember the Alamo¡. Celebremos que en México, son más importantes
los manifiestos políticos que lo que realmente ocurre.
A lo lejos, en Mazatlán Sinaloa
el insurgente general Juan Álvarez, se levanta en armas, desconociendo como Presidente
de la Republica al general Mariano Paredes y Arrillaga, invocando a toda la
ciudadanía, a restablecer las instituciones federales y con ello, el regreso
del generalísimo Antonio López de Santa Anna.
La nueva revolución aparecería en la misma medida en que los soldados
americanos ocuparan poco a poco mejores posiciones, en que aquella bandera de
las barras y las estrellas, con aquellos soldados que con música y desfilando
jubilosamente, iban penetrando poco a poco el territorio nacional, hasta llegar
en los próximos meses al corazón de la república. La nueva revolución no escucha
de tambores, no sabe nada de la derrota estrepitosa de Mariano Arista, ignora
por completo los nombres de todos los soldados mexicanos que murieron a causa
de la artillería yanqui o en el peor de los casos, ahogados en el Río Bravo. La
nueva revolución no sabe de eso, lo único de lo que esta convencido, es que
este gobierno ha traicionado la Constitución, ha violado la soberanía popular,
le ha mentido el pueblo, ha puesto en riesgo la soberanía del territorio
nacional; la nueva revolución no cuenta todavía con suficientes recursos pero
está convencido que al llamarle para su dirección al padre de la patria Santa
Anna, inmediatamente otros bandos se sumarian a la revuelta. La noticia no
tarda en llegar, antes de que se enteraran de las derrotas de Arista en Palo
Alto y Rasaca de la Palma, la guarnición de Guadalajara, aquella que estaba
dentro de los dominios del Departamento de Jalisco, aquellos que meses antes
habían apoyado a su caudillo, decidieron desconocerlo sin piedad alguno. El
nuevo manifiesto se solidariza con la revuelta de Mazatlán, sólo que ahora
además de pedir el retorno del general Santa Anna, promete convocar a un nuevo
Congreso Constituyente conforme a las leyes electorales de 1824 y garantizar de
una vez por todas, la existencia del Ejército.
Thompson seguía escribiendo
esos reportes a su destinatario el Secretario de Estado, a fin de que este
mismo informara al Presidente Polk de los primeros síntomas alentadores del
triunfo inminente de Norteamérica sobre México. Podía seguir informando aun con
mayor detalle, el resultado de sus entrevistas con los cardenales de Puebla y
de la Ciudad de México, el éxito de su negociación consistiría en que ningún
sacerdote católico llamaría a la guerra a sus feligreses contra los americanos,
a cambio de que Estados Unidos siguiera respetando la santa fe del catolicismo
mexicano. – No atentaremos contra el dogma, no destruiremos ninguna iglesia –
repetía una y mil veces Thompson a cada uno de los clérigos que visitaba, hasta
convencerlos de que en esta guerra, se respetaría cada lugar sacro de la fe del
pueblo mexicano. Que no sería nunca la intención de Norteamérica, de sustituir
el catolicismo por el protestantismo.
Qué lejos estaban esos días
cuando Thompson disfrazado de mormón, emprendió la persecución en contra del
profeta Joseph Smith y de sus apóstoles, para impedir que este y toda su
cofradía, ascendiera a la presidencia de los Estados Unidos de América.
Ahora los tiempos habían
cambiado, ya no se dedicaba espiar a los mormones, ni a tampoco a creerse esos
cuentos de que el Ángel Moroni se le había revelado al profeta Smith respecto
al contenido de esas planchas de oro, que describían la historia de la tribu de
los “Jereditas”, descendientes de Henoc y provenientes de Babilonia, dispersos
éstos por la confusión de las lenguas en la torre de Babel; ya no se dedicaba a
buscar el libro de oro que contenía la doctrina religiosa de esa secta, ni a
verificar si en verdad era cierto, de que al falso profeta se le habían
aparecido Juan el Bautista, San Pedro, Santiago y San Juan; todo eso era falso,
pero muy bonito de creerlo, ahora lo que se dedicaba era espiar a los jerarcas
católicos mexicanos, a sus gobernantes, a contribuir con sus informes para que esta
guerra fuera ganada por América. Ya no importaba ahora el crecimiento
desmesurado de la secta mormona, que habían llegado a Nueva York, Ohio,
Missouri y Nauvoo; que lejos estaban los días cuando el profeta Smith fue detenido
por los delitos de sedición, poligamia, fraude y pederastia.
Se rió ahora Thompson, no daba
crédito de que como el destino da tantas vueltas; tanto perseguir a los
mormones que se convirtió en Mormón; tanto hablar con los jerarcas católicos
mexicanos, que prefirió una vez más, adoptar a los reverendos mormones como sus
verdaderos líderes religiosos. Era mil veces mejor tratar con Brigham Young que
con Monseñor Labastida, era preferible una vez más, creer que el pueblo hebreo
había emigrado a Norteamérica, a que la “virgencita de Guadalupe” fuera la
madre de dios y protectora de los indios mexicanos. No cabe duda que los
pueblos necesitaban columnas de fe donde sostenerse; pero al menos la columna
mormona, aun pese a todos sus errores, era más acorde con la forma de pensar
del pueblo americano; eran ellos el pueblo elegido, el destino manifiesto de su
liderazgo y predominancia en el mundo, eran ideas que afianzaban el patriotismo
americano, frente a esa visión maternal de la virgen Guadalupana protectora de
los indios esclavos y abnegados de sus opresores los españoles.
Ahora Thompson, recordaba cómo
había muerto Joseph Smith, después de la persecución, de su encarcelamiento,
del linchamiento del que fue víctima, de aquellos balazos disparados entre la
muchedumbre enardecida que le dieron fin a la vida del falso profeta; de esos
Mormones místicos, de la falsa iglesia que ostentaba predicar el verdadero
evangelio, eran ahora ellos, ya no perseguidos por su poligamia, ni por sus
fraudes y mentiras; ya no eran delincuentes, sino eran sus aliados en contra de
los mexicanos; nunca el Gobierno de los Estados Unidos pudo desaparecer la
secta con la muerte de su profeta; al contrario, la iglesia había crecido
tanto, que ahora constituía un gran motor de apoyo político, económico y
militar a favor del Gobierno que años antes los había perseguido. ¿Quién lo iba
a pensar?.
Quien iba a imaginar que la
pipa de la paz entre el gobierno americano y de la iglesia mormona iba ser
firmada, gracias a esta guerra con México. ¿Quién iba a suponer, que a dos años
de la muerte del profeta Smith, decenas, cientos y porque no, miles de
feligreses mormones, se alistaban al ejército de los Estados Unidos para apoyar
esta guerra. ¡Celebremos pues ese patriotismo¡. Esa religión es bendita, sea
cierto o no el contenido de las tablas de oro, de que haya o no aparecido Juan
el Bautista y el ángel Moroni, de que Jesucristo piso América, que importa, lo
trascendente ahora, es que el batallón mormón se suma al ejército americano en
clara muestra de su subordinación al Presidente de los Estados Unidos, a
norteamérica, al destino manifiesto.
Thompson había sido informado
de que el comandante militar de extracción mormona John Fremont, atravesaba
Nevada, Arizona, Nevada, Utah, para dirigirse a California. Quizás seguramente
para implementar el estado teocrático mormón, pero que importaba cual fuera la
motivación de éste, lo importante de esa misión patriota, era que los mormones
ya no eran unos delincuentes, sino eran aliados en esta guerra y que los mismos
contribuían, a invadir los territorios mexicanos que pronto le serían
arrebatados por la guerra.
De esa manera California sería
sitiada por el comandante mormón Fremont, así como por el Comodoro John D.
Sloat, quien en unos días, tomaría el puerto de Monterrey en California, para vencer a los guardacostas mexicanos.
Thompson había visto y
vivido tanto; nadie podía engañarlo.
Solamente ese maldito escribano mexicano que resulto tener mayor dinero que él,
el suficiente precio para haberse casado con quien fuera su mujer, nada menos y
nada más que Amparo.
Ahora regresaría a México para
vencer a esos indios descalzos, a ese país de sacerdotes de faldas negras,
hipócritas y más corruptos que los lideres mormones; más polígamos que el
mismísimo Joseph Smith, borrachos, perezosos; Thompson regresaría a México Para
pedirle perdón a su esposa y regresar con ella a New York a tratar de
reconquistarla. A pasar con ella, quizás, los últimos días de su vida.
Mientras tanto Lupita seguía
desnuda, levantándose de la cama, luego de haber pasado la noche con ese
americano, quien para ese momento, había cambiado radicalmente de actitud, ya
no era el viejo agradable, interesante, gracioso, que hablaba perfectamente el
español; en esos momentos, James Thompson había cambiado bruscamente de
personalidad, ahora era déspota, soberbio, olvidando de sus labios pronunciar
cualquier palabra de español; comportándose en una actitud insolente, le ordeno
a Lupita que se largara. Sin embargo, la joven prostituta, sólo se rió de
él, con la sabana se tapo el cuerpo y en
tono burlón le dijo:
-
Guerito,
no hagas como el que no me entiendes.
-
I
don’t speak spanish, I don’t understand, you go aut.
-
No
se que quieras decirme, pero a ti te hace falta hablar.
Thompson se sintió descubierto,
descubrió entonces que efectivamente necesitaba alguien con quien hablar. Una persona que lo escuchara sin reprocharle,
que le tuviera toda la paciencia y sabiduría para soportarlo como persona, que
le pudiera contestar a cada una de sus pregunta. Efectivamente, el silencio de
Thompson tenía que romperse y hablar de una vez por todas.
-
You
are intelligent. How do you say name.
-
No
te entiendo güerito. Que quieres decirme.
-
¿Cómo
te llamas?
-
Yo
me llamo como quieras llamarme.
Thompson había olvidado que esa
mujer había respondido al nombre de Lupita, ahora que la veía sentada en la
cama, había recordado sus años de vida marital,
esa mujer podía ser Amparo.
-
Te
llamare Amparo.
-
Llámame
como quieres cariño. ¿Qué te pasa?.
A veces una prostituta sirve de
confesionario, no solamente es una mujer que otorga los placeres sexuales a
quien tenga hambre de ellas, es también una pared, una estatua digna de una
virgen, una persona con quien cualquier hombre no solamente puede desnudarse en
cuerpo, sino también el alma. Sin embargo Thompson, no dijo nada, se quedo
callado; no fue capaz de decirle a esa mujer, que hombres como él, son
indignos, asquerosos, sucios; que su afición al juego lo había hecho perder
tanto, incluyendo a la mujer que alguna vez amo; que no por nada, prestaban sus
servicios ruines para los intereses mezquinos del país invasor.
Automáticamente, como si hubiera tenido una revelación, Thompson supuso que esa
mujer no solamente podía tener las cualidades de una bruja capaz de adivinar el
pensamiento a cualquier espía de Norteamérica; ahora sabía perfectamente que
esa mujer, podía contactarlo quizás con las esferas más altas del Gobierno
Mexicano. Tenía todo para hacerlo. Era alta, morena, de cabello largo sedoso,
un impresionante busto y una cadera exquisita que se meneaba al caminar, tan
impresionante era su andar y su sensualidad, que cualquier hombre no podía
resistirse a los encantos de esa mujer. Ni el más honesto de todos los
mexicanos.
Lupita entonces sintió que
sería utilizada por ese hombre. Supo perfectamente que esa noche en la que
había prestado sus servicios le pronosticaba un cambio radical en su vida;
dejaría de ser una prostituta más, para convertirse quizás, sino en una dama de
sociedad, si por lo menos en una “madam” de casas de citas; podía ser la
patrona de su propio tugurio y prestar los servicios de espionaje a favor de
los americanos. Thompson tenía todo para invertir en esa empresa, contaba con
los miles de dólares para levantar un establecimiento digno, cómodo, elegante,
un lugar que fuera frecuentado por altas clases sociales de la república
mexicana; que fuera visitado por todos los generales del invencible ejercito
mexicano y porque no, hasta por los falsos clérigos quien detrás de la sotana,
no podían esconder los instintos de sus penes erectos ante la presencia de una
mujer hermosa. Ambos imaginaron que podían utilizarse uno al otro. Ella podía
sacarle todo el dinero a su nuevo mentor, él mientras tanto, podía sacarle toda
la Información.
Que gran acierto, pensó
Thompson al ver ese cuerpo semidesnudo, esa mirada profunda de un ser felino,
lo supo muy bien desde que escogió entre todas las rameras de la ciudad a esa
mujer. Había encontrado en ella a una importante socia, una leal colaboradora
al ejército americano y porque no, quizás, a una excelente confesora.
-
Amparo,
o como te llames. Creo que necesitare hablar contigo por muchas horas.
Lupita se paró de la cama con
su cuerpo escultural, dejo caer al suelo la sabana que le cubría su cuerpo y
caminando desnuda, tomo su vestido para ponérselo. Era bella, sus hermosos
pezones traspasaban la tela, en una dimensión de claroscuros que incitaba
nuevamente a cometer el acto carnal.
-
Güerito,
no sé en que pueda servirte. Pero te aseguro, que no te arrepentirás. Seré tu
mujer en todo momento, seré tu amante, tu empleada, si quieres, hasta tu propia
sicaria. Estaré por servirte a ti, mientras sepas corresponderme cariño.
Lupita camino suavemente hasta
estar de frente a Thompson, estiro sus brazos al cuello de este para acercar
sus labios y besarlo. Éste la tomo de su cintura, devolviéndole el beso
apasionado, formando con ello a la luz del día, la silueta de una sombra sobre
ese gran ventanal. ¡El pacto había sido
suscrito¡.
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