Tener la representación de la
Universidad de México para presentarse como Secretario del Sínodo Profesional,
es una distinción que no cualquier profesionista, ni mucho jurisprudente, puede
tener. Ahora, que si hablamos, de compartir el sínodo profesional con quien
fuera diputado y Alcalde del Ayuntamiento de la Municipalidad de México, así
como también con el Ministro Presidente de la Suprema Corte de Justicia Nación,
es desde luego, otra distinción, que no cualquier otro burócrata del Supremo
Gobierno puede tener. Había que sentirse orgulloso, pues ahí en las aulas de la
Academia de Jurisprudencia, frente ahí, en la sala de jurados profesionales, Jorge
Enrique Salcedo, acompañado de don Manuel de la Peña y Peña y Mariano Otero;
estaban en espera del examen profesional de Armando Villarejo.
Salcedo desde cuando quería
conocer al abogado Mariano Otero. Un fuerte apretón de manos se dieron estos
dos al verse frente a frente, así como también con el presidente de la Suprema
Corte; desde temprano se habían reunido en el atrio de la Iglesia de Santo
Domingo, donde acudieron a la misa de acción de gracias; en compañía del
sustentante, de su familia y amigos. Posteriormente, a la conclusión de la misa, los tres
sinodales, el párroco de la iglesia y el sustentante encabezaron la
peregrinación rumbo al edificio de la Academia de Jurisprudencia, cada uno
vestía con su respetiva toga, transitaron por todas las calles del centro del
Ayuntamiento de la Ciudad de México, hasta llegar a la honorable academia, para
luego ocupar el Aula Magna; ya para esas
horas, todos estaban listos y en la expectativa
para iniciar la réplica correspondiente al examen profesional que
presentara el sustentante para obtener el título de Licenciado en
Jurisprudencia.
- Que cuenta don Manuel –
obviamente por la dignidad del cargo, el maestro más importante, era nada menos
y nada más, quien presidía el jurado profesional. El distinguido Presidente Ministro de nuestro
más alto Tribunal, el honorable profesor de la Academia, el funcionario
judicial del todo conocido por los abogados de la joven República. –
conversaciones corteses, no tan profundas, frente a esas dos bestias del conocimiento
jurídico. Ahí estaba don Mariano Otero, distinguido joven que por sus ideas
avanzadas, propugnaba, por reformar la Constitución Política; haciendo énfasis
a los derechos del hombre.
El examen profesional inicio.
Con la debida solemnidad y las togas para cada uno de los sinodales; la sala
del jurado quedo en total silencio, en espera de las preguntas que sobre
Derecho Público, versaría el examen.
Armando Villarejo lucia
tranquilo. Quizás controlando el nerviosismo, ante el embate de preguntas que
le podrían formular sus sínodos. Era sin duda alguna, el mejor momento de su
vida, el más importante, el más esperado. Obteniendo el título profesional,
podría aspirar ya a no ser un Juez de primera Instancia, sino inclusive, su
carrera en la judicatura podría prometerle, una magistratura en el Supremo
Tribunal Mexicano.
Nadie en ese recinto
universitario sabe lo que ocurre en el país. Nadie conoce que la provincia de
Nuevo México se encuentra sitiada por el general Kerry; que más de tres mil
voluntarios mexicanos se han alistado para defender la plaza de Santa Fe, que
el Gobernador Armijo sostiene conversaciones secretas con el ejército
americano; que los soldados invasores han ocupado Tampico, sin encontrar en ese
lugar, resistencia alguna, en virtud de la retirada que también hiciera las
tropas del batallón mexicano. ¿De que se trata esto?. La naval americana flota
sobre las costas del Golfo de México; Tampico, la provincia que alguna vez
defendiera Santa Anna en contra del “segundo Hernán Cortes”, Barradas, se
encuentra ahora ocupada por los Yanquis. Dónde están esos huracanes que
expulsaron a los españoles. El viento únicamente sopla para ver ondear la
bandera americana, que luce hermosamente en las costas mexicanas. Los infantes
americanos, lucen su uniforme verde, tranquilamente cobran sus haberes y mandan
su correspondencia a sus familiares, narrando los pormenores de esta guerra,
que aún no libra sus peores combates.
Y mientras tanto, la Sala de
Jurados es el recinto por el cual, los estudiantes de Jurisprudencia, tienen
que alguna vez transitar, para que desde su banquillo, puedan replicar con el
arte y la técnica de la Jurisprudencia, las preguntas que formulen sus
sinodales. Armando Villarejo, se ha preparado toda su vida para este momento.
Defenderá su tesis, porque en ella, están las ideas liberales del difunto
doctor Samuel Rodríguez y también por supuesto, del maestro que más admira.
Jorge Enrique Salcedo y Salmorán. Sin embargo, cuando hace uso de la voz,
expone lo que ya todos saben. El pecado original hizo que dios castigara el
hombre condenándolo a vivir siempre en el trabajo. Que el hombre derivado de
los errores de sus padres Adán y Eva, está condenado a vivir dentro de la
maldad. Que el fin del Estado, es controlar la maldad de los seres humanos,
teniéndolo por siempre alejado de sus pasiones humanas; que ni aún con el
sacramento del bautismo, el hombre se convierte bueno, ni mucho menos en un ser
libre. ¡Esa es la verdad de los seres humanos¡ por eso fue la voluntad del
Señor, crear siervos y príncipes; para que los primeros obedecieran fielmente a
los segundos, y estos últimos tuvieran la misión de inculcar a través del
terror, vivir en la rectitud.
Obvio que esa justificación del
Estado no encuadraba dentro de las ideas de Salcedo y Salmorán; tampoco en las
de Mariano Otero, aunque bien, para el presidente del sínodo profesional, don
Manuel de la Peña y Peña, era más importante verificar si el sustentante,
conocía con exactitud, el contenido de las Siete Partidas o de la Novísima
Compilación. Hablar sobre derecho público era un tema escabroso. Porque
inmediatamente hacía encender las pasiones humanas, con las discusiones
bizantinas respecto al papel de la Santa Iglesia. México es una nación donde
sus habitantes son malos, donde su pasado azteca idolatra y su tarde
evangelización, no había podido ser capaz todavía, de encontrar la Justicia en
su forma de gobierno. Que el papel de la Santa Iglesia Católica, era
precisamente iluminar las almas de los mexicanos, a través del evangelio; de las
obras buenas, manifestadas por siempre en las leyes. Que mientras tanto, no
existiera un sometimiento a esas leyes divinas, las instituciones jurídicas del
derecho público mexicano, no podían fortalecerse.
Salcedo y Salmorán reprocho esa
forma de pensar; sin querer entrar a una discusión política, censuro esa forma
medieval de pensar del sustentante. Nuestro país, no puede civilizarse, si
seguimos pensando que los mexicanos nacimos malos, que no podemos vivir en
libertad, que seamos por siempre incapaces de gobernarnos, que necesitemos por
siempre la bendición de una clase noble, como lo era el clero, para que el país
pudiera ser perdonado por Dios. Si el sustentante seguía pensando en eso,
debería serle negada su licencia de abogado, aunque para ser cierto, lo que
acababa de decir su alumno, era cierto, el mismo se lo había enseñado.
Urge a la nación, un Soberano,
esa summa potestas que permitiera imponer a través de la fuerza suprema, el
estricto orden que exigía el país. Urge un soberano, como afirmaba Juan Bodino,
un líder monárquico, justo, sabio, como el que pregonaba Platón; un líder que
tuviera poderes omnipotentes para someter al pueblo. Que su palabra, fuera la
ley misma. Que gobernara por siempre el destino de los mexicanos.
Un líder soberano, con el poder
perpetuo y absoluto. Que no respondiera ante los hombres, sino ante Dios. –
Entonces la iglesia es esa representante del Señor. Es la Iglesia quien vela
por el bien de los súbditos y quien puede ser capaz, de frenar los actos
caprichosos del soberano. La iglesia es la más poderosa de todas las
instituciones humanas. Es la soberana de todas las soberanas. Rindámosle culto
a ella; porque sólo ella, puede tener tranquilo el país. – ese gran Soberano,
limitado solamente ante Dios manifestado en la Santa Iglesia Católica, en los
misterios de las Santas Escrituras; démosle todos los poderes absolutos para
dictar las leyes sabias y justas que permitan gobernar a los súbditos. Sólo así
la función del soberano, es su subordinación en el reino de dios y su supremacía
ante los humanos, para poder dictar las leyes constitucionales.
Que bien, las ideas de
Villarejo adquirían poco a poco forma; su exposición verbal hacía más rica sus
aportaciones al conocimiento jurídico. Hablar sobre el soberano, implicaba hacerlo
también con el príncipe. De aquel libro
tan escondido que pocos lo habían leído, por su contenido altamente pecaminoso.
– Hablemos del Príncipe – Apliquemos las enseñanzas de Maquiavelo a esta
realidad. Digamos que los Estados o son republicas o principados; pero que en
cualquiera de esas dos formas de gobierno; el príncipe, llega al poder, ya sea
por honorabilidad, por suerte, por su propia maldad o por el consenso de los
ciudadanos. ¡No era eso cierto¡. ¿Qué acaso no todos los militares que ocupaban
la presidencia en México, habían llegado por sus propios medios malévolos. ¡Que
nadie trate de engañarnos, que nadie diga que los militares en México son
honorables; ni menos aún, los hombres del clero¡. Los príncipes mexicanos son
malos príncipes, porque ni siquiera siguen las leyes de Maquiavelo. Son malos
gobernantes, porque tampoco, tienen la summa potestas de sus actos, no tienen
súbditos y si en cambio, se encuentran subordinados, ante la institución
eclesiástica, quien en el nombre de dios; rompe cualquier acto de
justicia. No nos hagamos tontos
señores. México no ha adquirido su independencia, ni ha llegado a convertirse
ni siquiera por un instante, en un autentica república. La verdad que nadie
dice porque es verdadera, es que México, sigue siendo un principado del
Vaticano.
Don Manuel de la Peña y Peña
intervino en el debate. En forma brusca indico que esos temas, no eran
jurídicos y que por lo tanto, se limitara uno hablar de Jurisprudencia; no de
doctrinas filosóficas esotéricas, condenadas por esta Academia. Sin embargo
Salcedo abordó sutilmente, que la discusión no era política, que si bien, el
momento actual por el que atravesaba el país era de una efervescencia política,
también lo era que como hombres de letras, debían observar fielmente la letra
de la ley.
La nueva República, debía de
levantarse en base a un contrato social. Tal como aseguraba Hobbes, era tiempo de que los mexicanos se
reencontraran a si mismo y firmaran un nuevo pacto por el que decidieran regir
sus vidas. Para ello era importante,
como afirmaba el maestro Mariano Otero, que el Supremo Gobierno observara las
garantías individuales, que se respetara a partir de ese pacto, los derechos
fundamentales de todos los individuos en el territorio patrio; garanticemos
pues, la libertad de pensamiento, de asociación, de tránsito, de expresión;
hagamos los cambios que requiere el país, sin alteración ni destrucción alguna.
La réplica del maestro Salcedo
y Salmorán había terminado; ahora comenzaba la del distinguidísimo abogado
Mariano Otero; el joven jurista sonrío antes de iniciar su respectivo
interrogatorio; la sala del jurado seguía callada, en forma solemne
testificando lo que minutos mas tarde, sería una discusión acalorada. –
Hablemos pues de las leyes - olvidémonos
pues, que en Santa Fe, los soldados americanos están por conquistar y
arrebatarnos por siempre, el territorio de nuevo México; olvidemos también, que
California será cedida por siempre a los invasores; olvidémonos de todos esos
rumores que aseguran que la naval americana entrara por Tampico y Veracruz y
que en el concierto mundial de las naciones civilizadas; ni Inglaterra, ni
España, ni mucho menos Francia, meterá las manos por México. Dejemos pues, que
el sustentante exponga la teoría de las leyes.
Diría Montesquieu que el hombre
debe descubrir las leyes que gobiernan
el movimiento y la forma de las sociedades humanas. El cosmos está
gobernado por las leyes, inclusive dios mismo obedece a las leyes; el ser
humano en su mundo natural y gobernado por hombres, acata las leyes positivas,
que son creadas por la razón. En consecuencia, los hombres que gobiernan
mediante las leyes, instauran gobiernos que pueden ser republicanos,
monárquicos o despóticos. El primero de ellos, es el gobierno del pueblo, el
segundo, el del monarca que se sujeta a las leyes; pero el tercero y último, es
el gobierno de los déspotas, el de uno sólo, pero sin leyes y sin frenos, el
que arrastra a todos a su voluntad y caprichos.
Estados Unidos de América es
una república. Por favor nadie lo diga. Que nadie en la sala de jurados, ni
mucho menos el sustentante se atreva a decir que la nación invasora, es una república
que representa un pueblo ambicioso; menos aún, que nadie diga, que México, el país
que está siendo invadido, es un gobierno despótico, una monarquía sin frenos ni
leyes, donde la suma voluntad que rige los destinos de la patria, se encuentra
escondida en algún lugar de la catedral metropolitana. Ese gobierno despótico,
que por momentos es de uno sólo y en algunos instantes, es el despotismo de
todos los léperos y los indios, de la vulgar la tropa; ese gobierno
incivilizado que no conoce de la virtud política, del honor que debe tener toda
republica, del amor a la patria; menos aún de la división de poderes.
El poder debe ser dividido;
solo así el poder político, podrá ser frenado por otro poder político. Cada
cuerpo de ese gobierno, atenderá sus funciones en apego a la ley; el poder
legislativo creará las leyes, el ejecutivo las aplicara, mientras que el
judicial, competerá juzgarlas. El éxito de toda república, es precisamente, su
apego a la ley positiva, producto de la razón, así como al honor que de la
patria, todos deben tener. Nuestro país carece de eso, no hay honor, más que la
ambición, a un poder político desmedido, sin límite alguno, ni moral, ni menos
aún religioso. Un poder corrupto y nefasto, que no gobierna, pero si lo hace
con sus propios intereses en perjuicio de los habitantes de la patria. Ese
gobierno, no hemos podido encontrarlo; desde que México se independizo, jamás
ha sido regido por estas leyes fundamentales; jamás, ha sido la ley quien frene
las pasiones de sus miserables gobernantes; jamás, ningún mexicano ha tenido
ese amor, a su patria.
México algún día será una auténtica
democracia. Un gobierno, donde sus gobernantes se regirán en forma inteligente
por lo que dispongan las leyes positivas. El maestro Mariano Otero de eso
estaba convencido. La forma en que eso debía de ocurrir, era a través de la
promulgación de una nueva Constitución, así como de la incorporación de un
nuevo instrumento jurídico que permitiera a cualquier compatriota defenderse en
contra de los abusos del poder.
Ahí el público expectante de la
réplica del examen profesional, tenía conocimiento de que por aquellos días, el
licenciado Mariano Otero había vuelto ser motivo de noticia en los periódicos
de la ciudad, quienes daban seguimiento al juicio militar que el exministro de
Hacienda Ignacio Trigueros enfrentaba; acusado este de conspirar contra el
Supremo Gobierno. En una república regida por las leyes, el ministro debía de
ser juzgado por la Suprema Corte de Justicia y no como era caso, por un
tribunal castrense. El distinguido sinodal representaba a la esposa del reo,
doña Petra Barrera de los Trigueros; quien desde el día 20 de mayo había
presentado un escrito a la Suprema Corte, pidió
el “amparo” de las leyes. A un lado del sinodal, el presidente, don
Manuel de la Peña sabía perfectamente bien del caso, pues en su calidad de
ministro presidente de nuestro más alto tribunal, pudo haberse pronunciado,
concediendo esa protección requerida; dejando sin efecto la coercibilidad del
tribunal militar para conocer de un asunto, que como bien decía Otero, no era
de su competencia. Sin embargo, el reo detenido en forma ilegal y privado de su
libertad, también en forma injustificada, saldría de la prisión no por la
intervención del poder judicial a través del otorgamiento de un “amparo” como
solicitaba su abogado, sino que lo haría en base, a que el tribunal militar ya
no encontraría mayores elementos para intimidar a dicho exfuncionario;
concediéndole este por un acto de benevolencia, o mejor dicho, a través del
pago de un soborno, en absoluta libertad. El Poder Judicial, nuestro honorable
poder en vez de haber enfrentado en forma digna, el Poder Militar, cedió ante
este, resolviendo a la demanda de amparo, que no podía conocer, en virtud de
que la Suprema Corte sólo conocía de las causas criminales de los funcionarios
públicos, previa declaración del Congreso, pero como en este caso, el exministro
de hacienda, no estaba siendo acusado de una causa criminal, sino de una
cuestión militar, luego entonces, el Tribunal Militar si podía juzgar su
responsabilidad “oficial”.
¿Qué burla era esa?, pregunto
en si Otero, cuando nuestro máximo Tribunal, presidida por el sínodo presidente
de este examen profesional, no había tenido el valor de resolver el asunto
conforme a las leyes de la razón; con que derecho se paraba a presidir este
examen y darle o no la calificativa al sustentante de que era apto para obtener
el titulo de Licenciado en Jurisprudencia. ¡Claro¡. Había que respetar las
formas, no había porque ofender la investidura del alto funcionario, que ni el
mismo representaba con dignidad. No había que utilizar la tribuna del examen
profesional, para acusar al presidente del jurado, como un funcionario servil,
del poder despótico. Dejémosle entonces, como un burócrata más, como alguien
que percibe sus altas percepciones, a causa de las rentas que obtiene el
Supremo Gobierno.
El maestro Mariano Otero termino
su réplica, haciendo notar que lo más importante en toda forma de gobierno, era
la obediencia de las leyes, más aun, de las leyes que garantizaban el respeto a
la libertad de los individuos
El siguiente en la réplica el
examen profesional, corrió a cargo del ilustre licenciado, don Manuel de la
Peña y Peña, ministro Presidente de la Suprema Corte de Justicia de la
Nació y en algunos momentos de la vida
política de nuestro país, el ministro plenipotenciario de Relaciones
Exteriores. Ahí estaba el ilustre Director de la Escuela de Jurisprudencia, el
juez más alto de todos los jueces, el abogado más ilustre de todos los
abogados, el maestro más maestro de todos los maestros; don Manuel, el
distinguidísimo don Manuel de la Peña y Peña.
Su réplica inició dándole una
felicitación, por haber terminado sus estudios y exhortarle a que en su vida
profesional, se condujera en apego a la libertad y a la justicia, a su total
sumisión de las leyes; pero con qué derecho decía eso, quien era él para dar
lecciones de moralidad, cuando en su investidura del juez de la nación, no
había sido capaz de acordar la demanda de amparo, que el otro sinodal Mariano
Otero, días antes le había pedido; quien podía ser él para exhortar al
sustentante de que se condujera en apego a la legalidad y a la justicia, si él,
nunca lo había hecho eso. Había que admitir entonces, que el distinguido don
Manuel de la Peña y Peña, era solo un burócrata más, una persona del cual, el
país no sufriría una perdida si él mismo decidiera borrarse de la faz de la
tierra, un jurista sin pena y sin gloria, cuyo cargo de presidente de la
Suprema Corte, quedaría por siempre en el olvido; al igual, que el de haber
sido, Director de la Academia de Jurisprudencia. Nada relevante podía ser ese
maestro, cuya replica fue una serie de preguntas absurdas, tontas, que nada
tenían que ver con el nivel de los maestros sinodales que le precedieron.
¿Cuáles fueron las leyes que
compusieron el Corpus Iuris Civilis?, ¿Las partes en que se divide el Fuero
Juzgo y las Siete Partidas de Alfonso el Sabio?. ¿Qué dice el artículo 39 de
las Bases Orgánicas de la República Mexicana?. … ¡Por favor como preguntar
eso¡. … como en un examen profesional donde se abordaron las tesis de Platón,
Santo Tomas de Aquino, Bodino, Maquiavelo, Hobbes, Montesquieu; el ilustre
maestro, preguntaba una serie de tonterías que no tenían absolutamente nada que
ver con la sustancia del trabajo. ¡Era evidente¡. Don Manuel de la Peña y Peña,
desconocía esos temas; y sin embargo, era capaz de censurar lo que no sabía.
Después de soportar al ilustre
presidente del sínodo profesional, don Manuel de la Peña y Peña dio por
concluida su intervención, luego de demostrar al joven sustentante, lo
ignorante que era en cuanto al conocimiento de las disposiciones jurídicas que
obraban en las leyes viejas; así era don Manuel, podía recitar en latín,
cualquier pasaje del Digesto, inclusive, podía mostrar cualidades de buen
abogado revolucionario francés, al enumerar algunos principios del código civil
de Napoleón Bonaparte; podía hacer eso y más, pero sin entenderlo; después de
todo su intervención dentro del examen profesional fue muy pobre.
Al declararse el receso, los
tres maestros deliberaron si el pasante Armando Villanueva merecía o no,
obtener el grado de licenciado en Jurisprudencia. Si el susodicho, podía ser
apto para ejercer el cargo de la abogacía; había que valorar su conocimiento de
las leyes, para que entonces, fuera el presidente de la Suprema corte de
Justicia, el Director de la Academia de Jurisprudencia y el célebre presidente
del Sínodo profesional, quien diera a conocer el resultado de la evaluación-
-
Tenía
tiempo de no verlo doctor – comento don Mariano Otero, como queriendo desviar
la atención del examen.
-
Igualmente
don Mariano, lo imaginaba de regreso a su tierra Guadalajara.
-
Vera
que no, me gusta mucho la Ciudad de México.
Salcedo y Salmoran empezó a
redactar el acta de examen, al mismo tiempo que don Manuel de la Peña y don
Mariano Otero, conversaban sobre la situación política del país.
-
Será
posible que los americanos lleguen a la Ciudad de México, que nuestra querida
patria se encuentre en riesgo; ¿Qué ocurrirá? – preguntaba don Manuel.
-
¿No
sabe usted del regreso del general Santa Anna – pregunto don Mariano Otero a
Salcedo.
-
¡No
lo sé licenciado¡.
-
¿Se
rumora que el Gobierno del general Paredes Arrillaga está en cualquier momento
por caer; inclusive, alguna muy buena fuente, dice que Santa Anna ya se
encuentra en México de regreso – comento Otero.
-
Eso
no es cierto, eso ya lo hubiera sabido – respondió Salcedo; se hubiera
enterado, su amigo Yáñez se hubiera puesto en contacto con él.
-
También
lo creo don Mariano, leyendo el periódico, dicen que el puerto de Veracruz está
bloqueado y que los americanos impedirían la entrada de Santa Anna. – comento
don Manuel de la Peña y Peña.
-
Bloqueado
Veracruz, …¿No era Tampico? – respondió Salcedo.
-
Y
¿San Francisco?. – completo Otero – ¡San Francisco California¡.
-
¡No
Veracruz¡. Cuenta el periódico que los americanos impedirán la entrada de Santa
Anna.
Salcedo siguió redactando el
acta de examen profesional, al mismo tiempo que fueran en el corredor de la
Facultad, el joven Armando esperaba con su familia el resultado del examen,
eran horas de angustia para el momento mas importante de la vida del
sustentante; y sin embargo, dentro del aula magna, los tres sinodales del
examen profesional, seguían conversando sobre el tema de interés.
-
La
derrota del ejército mexicano en Palo Alto y Rasaca de Palma ha sido drástica
para nuestra moral; asegura la prensa, que más de la mitad del ejército
mexicano quedo aniquilado y que ahora, los invasores tienen el camino abierto
para llegar al corazón de la república. ¿Usted lo cree Salcedo? – pregunto
atinadamente don Manuel de la Peña, como sabiendo perfectamente que de los tres
sinodales, el único con el que contaba esa información privilegiada, era
Salcedo.
-
No
don Manuel, eso es una mentira, esas fueron batallas que se perdieron; los
americanos si bien es cierto ganaron esas dos plazas, falta que la suerte se
decida en Monterrey; no creó que ocupen esa ciudad, el ejército mexicano se
encuentra bien fortificado.
-
Además
don Enrique – comento Otero – es cierto que el presidente, ira a reforzar la
fortificación del norte, cuenta que se ira a Monterrey.
-
No
creo que mi jefe se aventure y salga de la ciudad; más ahora como están las
cosas.
-
A
lo mejor un pronunciamiento militar; un general se inserrucciona.
-
Y
proclama el regreso de Santa Anna. – exclamo don Manuel.
-
¡Santa
Anna de regreso¡. No distinguidos, eso todavía no ocurre.
-
Porque
no don Enrique – que acaso no cree que Santa Anna sea capaz de entrar a México,
encabezando la revuelta y sus días de gloria.
-
Si
Napoleón Bonaparte, lo hizo; no evadió a
los ingleses de la isla de Santa Elena y regreso a Francia para levantar un
ejército.
-
¡Asi
es¡. – opino don Mariano – gobernó por cien días, hasta que perdió la batalla
más importante de su vida. …¡Waterloo¡. Nada menos y nada más, que la batalla
que debió de haber deseado ganar para cambiar el destino de su vida, de la
república francesa y de todo el mundo.
-
¿Cree
que sucederá lo mismo? – pregunto don Manuel – que sea que el generalísimo Santa
Anna, logre escapar de la Isla de Cuba y burle la escolta americana; que
regrese al suelo mexicano y se ponga enfrente de un ejército de nacionales,
dispuesto a enfrentar la guerra con los americanos-
-
Si
lo creo posible; lo creo posible, que Santa Anna entre a México, burle la
escolta americana que bloquea Veracruz y se erija en el presidente de todos los
mexicanos.
-
En
el sumo Dictador.
-
En
emperador, si el pueblo de México así lo proclama. ¡En emperador de todos los
mexicanos. – exclamo Salcedo – creo que no es descabellado, que Santa Anna
presida a un ejército de la nada, y que gobierne cien días.
-
¡Hasta
tener su Waterloo¡ - pregunto don Mariano Otero.
Don Enrique Salcedo se quedó
callado, había terminado de redactar el acta, sólo esperaba que el presidente
del sínodo profesional, le confirmará si el sustentante había aprobado. Una
señal de éste le dio entender que así era, entonces, don Enrique Salcedo en su
calidad de secretario del sínodo profesional, asentó en el acta, que el
sustentante pasante en Jurisprudencia Armando Villarejo, había obtenido el
grado de Licenciado en Jurisprudencia luego de la réplica correspondiente y de
la deliberación que hiciera el examen.
-
Esperemos
que no pase ninguna desgracia en el país. – dijo don Manuel de la Peña y Peña.
-
¡Ojala
así sea don Manuel¡. – exclamo don Mariano Otero – nunca como antes el país
había estado en una situación al borde de su total aniquilación.
-
¡Sobreviviremos¡
- suspiro don Manuel de la Peña y Peña, como si esa hubiera sido el comentario
más asertivo y reflexivo de todo su día.
Enrique Salcedo llamó a la
concurrencia que se encontraba en los corredores de la Academia de
Jurisprudencia, para informarles que el jurado había llegado a un resultado;
acto seguido, ocurrió una gran expectación, sobre todo para el pasante Armando
Villarejo que esperaba ansiosamente, lo que sería hasta en ese momento, los
minutos más lentos de su vida. El sínodo
volvió a ocupar su posición y con toda la solemnidad que ameritaba el evento,
cada uno de los asistentes del examen fue entrando al aula magna, guardando un
repleto silencio.
Fue entonces, cuando el
Secretario del Sínodo empezó a leer el acta:
-
En
la Leal e Insigne Ciudad de México, siendo los nueve días del mes de julio de
mil ochocientos cuarenta y seis;
reunidos en el Aula Magna de la Academia de Jurisprudencia de la
Universidad de México, el ilustre don
Manuel de la Peña y Peña, ministro presidente de la Suprema Corte de Justicia
de la Nación, así como Director de esta Academia de Jurisprudencia; don Mariano
Otero, profesor de esta Universidad y el de la voz, Jorge Enrique Salcedo y Salmorán;
en su carácter de Presidente, Vocal y Secretario respectivamente; procedieron a
efectuar el examen profesional para la obtención del grado de Licenciado en
Jurisprudencia, que sustenta en Pasante en Leyes, don Armando Villarejo
Domínguez, quien ha puesto a consideración de este honorable sínodo
profesional, un trabajo intitulado: “Evolución y Análisis de la Constitución
Mexicana”; quien luego de la replica correspondiente y de la deliberación de
este sínodo profesional, decidieron:
Un silencio, un total silencio, para escuchar, la
palabra más importante de esa ceremonia:
-
¡Aprobarlo¡
- dijo don Manuel de la Peña y Peña, lo que dio origen a una alegría reprimida
de cada uno de los concurrentes, al mismo tiempo que el joven Armando
Villarejo, suspirara de alivio, al haber terminado el instante más angustioso
de su vida.
-
Acto
seguido, se da uso de la voz, al presidente de este Sínodo Profesional, Su
Señoría don Manuel de la Peña y Peña, a efecto de tomar el juramento del
licenciado en Jurisprudencia don Armando Villarejo González.
El aula permaneció en un
profundo silencio, para escuchar con solemnidad, la toma del juramento.
-
Licenciado
Armando Villarejo González; hijo de los señores Armando Villarejo Castrejón y
doña Refugia de los Remedios Domínguez; y estudiante de nuestra noble Academia
de Jurisprudencia de la Universidad de México; habiéndonos reunidos todos los
presentes para llevar a cabo la réplica
y deliberación correspondiente de su examen profesional; y considerando para
esta autoridad, que es merecedor del titulo de Licenciado en Jurisprudencia. No
olvide que en el desempeño de su noble profesión, deberá renunciar a sus
pasiones, para defender con esmero y virtud, la honra, el patrimonio, la libertad
e inclusive la vida; de aquellos que buscaran su asertivo consejo, su pericia
en el conocimiento de las leyes y pondrán en Vos la confianza de su digna
representación e investidura de jurisprudente.
No olvidando callar de todo aquello que supiera, que oyera o viera; para impedir a toda costa, el flagelo del
pecado y la injusticia. Si es asi:¡ Jura
ante Dios, ante los Santos Evangelios y la Virgen de Guadalupe; desempeñar
lealmente la profesión de Abogado, que esta Academia ha decidido distinguirlo,
mirando siempre por el bien de la Justicia¡:
-
¡Si
lo juro¡.
-
Si
así lo hiciera que Dios y la patria lo bendiga; y si no, que Os lo reprochen.
Entonces, el público asistente
pudo ya aplaudir.
Armando Villarejo, ya era el
licenciado Armando Villarejo. El momento más importante de su vida había
transcurrido; recibió entonces el fraternal abrazo de los miembros del jurado;
frente a él, su maestro Enrique Salcedo y Salmorán, quien después de haberle
estrechado la mano, no tendría jamás idea, de que el momento más culminante de
su profesión y también de su vida, estaría por ocurrir dentro de un año.
Después de ello, don Manuel de
la Peña y Peña. Le informo a Enrique Salcedo que no tendría grupo para el
siguiente año escolar. Que la Academia esperaría a que se juntara un grupo de
por lo menos diez aprendices de jurisprudencia, para entonces, contemplarlo en
la planta docente. Después de haber dado la noticia, don Manuel de la Peña, se retiró
del recinto en forma fría y despectiva, como si tratara de simular su coraje por
destrozar la vida académica de un profesor. Enrique Salcedo, se quedó sólo en
el salón, sintiendo aún esa noticia tan lastimera. Comprendió entonces, que no
volvería a dar clases.