Las clases de ingles que todos
los días tomaba Jorge Enrique Salcedo Salmorán, tenían que dejar de ser visitas
de cortesía a la mamá de Fernanda, para convertirse entonces, en auténticas y
verdaderas clases de inglés. Había que autoconvencerse de que esa mujer, por
muy bella, inteligente y distinguida que fuera, nunca sería nada, absolutamente
nada de Jorge Enrique, más que la madre de su prometida. ¡Su madre¡.
Había que dejarla de ver el
busto, su cabello, presenciar su estatura e imaginarla sin esos vestidos tan
finos y elegantes; dejarla de visualizar con aquel cabello mojado, despeinado,
desnuda y sola entre los brazos de su enamorado silencioso; que nada podía
hacer para definir su corazón tan contradictorio, su instinto incontrolable y
la desesperada ansiedad de estar todos los días con ella.
Debía de entender los
pronombres personales, I, you, he, she, we, you y they; saber que en el ingles
no existe la diferencia entre el “tu”, el “vos” y el ”usted”; que su idioma era
mas corto, de menos palabras, de una pronunciación que había que acentuarla al
final de cada palabra; tenía que aprender Jorge Enrique cada uno de esos
verbos en ingles y de sus respectivos tiempos; saber por ejemplo que en los
verbos regulares el tiempo pasado tiene terminación “ed” y que también, se
podía hablar en presente, ya fuera utilizando el verbo en forma simple, o
utilizando el verbo “to be”, con terminación “ing” cada verbo. Tenía que saber Jorge Enrique que a
diferencia del español, donde la pronunciación de las letras es la misma que en
su escritura, en el inglés, no siempre se pronunciaba igual que como se
escribía. ¡Obviamente eso le causaba confusión¡, como también, tratar de
separar en la imagen de la maestra, la mujer con la que deseaba estar, vivir,
por lo menos, poderla besar.
Fernanda mientras tanto había
tomado la decisión de que su vida estaría condenada a casarse con el hombre que
no quería; había decidido escoger como marido al licenciado Salcedo Salmorán
por su excelente posición en el gobierno, pero a decir verdad, su corazón
seguía siendo propiedad de aquel cadete del Colegio Militar que a esas horas
del día, se encontraba en clases; cursando un día más de clases, de los nueve
años que tendría que hacerlo, para poder ser ingeniero.
¡Falta mucho tiempo¡. Se decía
asimismo Jesús Melgar cuando después de la ducha vestía el uniforme de
estudiante del Colegio; lustrar aquellos zapatos, portar dignamente la casaca,
peinarse y entrar al salón de clases, para poder acreditar su examen de
matemáticas. Le faltarían más materias, tendría que acreditar otras asignaturas
que se impartían en el Colegio: física, química, mecánica raciona y aplicada,
para poder ser ingeniero; fortificación y artillería , delineación y
arquitectura, para tener una formación castrense; astronomía y geodesia,
francés e ingles, gramática castellana, dibujo, esgrima, gimnasia y baile; sin
olvidar las materias de historia sagrada y teoría del dogma. Faltaban muchas materias por acreditar que
parecería que su estancia en la escuela sería eterna y que nunca jamás
terminaría; que posiblemente saldría muerto; que a lo mejor estallaría en
cualquier momento la guerra y un regimiento de soldados americanos llegará a
penetrar las fuertes murallas del Colegio, que pudieran alcanzar el monte, los
peñascos y que inclusive, llegaran directamente a los dormitorios, a los
salones de clases, al comedor, porque no, de tratar de mancillar los recintos
sagrados, la capilla del Colegio, la imagen de la virgen de Guadalupe o el
lábaro patrio.
Jesús Melgar seguía como todas
las mañanas en sus clases de matemáticas, olvidando no solamente la imagen de
Fernanda, sino también, que le faltarían nueve años para convertirse no
solamente en un ingeniero militar, sino también, en un hombre respetable dentro
de la sociedad mexicana. ¡Si un hombre respetable¡, no solamente por el fuero
que le otorgaría su posición de militar, sino por su personalidad de hombre
culto, de un militar de letras.
El cielo azul, muy azul, los
pájaros cantaban, el bosque verde que alcanzaba a suspirar y a oler ese sabor a
tierra mojada; ese lugar era Chapultepetl; donde alguna vez reasentaron los
aztecas y donde pasaría ocho años más de su vida, donde le faltarían dos años
más ser Oficial de Infantería o de Caballería; otros tres años más para ser Oficial
de Artillería; y otros tres años para convertirse en Ingeniero. Tendría que
estudiar aritmética, algebra, trigonometría, cálculo, mecánica, electricidad,
acústica, magnetismo, óptica, meteorología, calor, ácidos, metalurgia,
astronomía, geodesia, hidráulica, arquitectura civil, construcción de caminos y
puentes, excavaciones, desmontes; tendría que seguirse desvelando, levantarse
temprano, seguir en las practicas de orden interno y externo; y darse por lo
menos algunos breves minutos, para seguir oliendo esa tierra mojada y olvidar a
la mujer que alguna vez fuera su novia.
Jesús Melgar aprovecho aquellos
minutos de la tarde para escribir la que sería la última carta de amor dirigida
a su novia Fernanda, no habría otra más, sino recibiría respuesta, ni una señal
por lo menos, Jesús debería de hacerse de la idea por siempre, que Fernanda
jamás sería nada suyo, ni aún éste tuviera todos los títulos militares. Jesús realizó cada una de sus actividades en
el Colegio, entre las 5:45 y 7:00 de la mañana se levantó, aseó, oyó misa y
tomó su desayuno; se presentó como todos los días a sus clases de 7:00 a 12:00;
comió con sus demás compañeros a la 1:00 y descanso hasta las 2:00 de la tarde;
en todo ese lapso, pensó que tenía que decirle a Fernanda, que palabras debía
de emplear para convencerla y decirle que la amaba. Volvió a entrar a clases
hasta las 5:00 de la tarde, después acudió al llamado de la cena; de seis al
cuarto para las siete sacudió a su clase de religión y rezos; para luego
posteriormente hacerlo en su clase de dibujo, que a eso de las 8:30 se presentó
al refrigerio; luego de de 9:00 a 10:00 de la noche en su tiempo libre, no
utilizó esos minutos de obligación para estudiar, al diablo con los ejercicios
de algebra, que importaba conocer aún más los distintos métodos para resolver
ecuaciones simultaneas, prefirió utilizar los últimos minutos que le quedaban
de la noche para escribirle una carta a su amada novia, tenía que decirle que
no podía olvidarla, que estaría dispuesto abandonar sus estudios de militar e
irse con ella muy lejos, a otro lugar donde absolutamente nadie los conociera;
tenía que decirle en cada línea que escribía, en cada instante en que la tinta
seguía en la pluma y ésta no se extinguía en el papel del pergamino, que ella y
solamente ella sería su única mujer, que daría su vida por estar ella; que
reconocía su error, y que lo más importante para él en ese momento, no era
propiamente las ecuaciones simultaneas, sino pedirle perdón a Fernanda por todo
el daño que le había hecho; tuvo que decirle más pero no le dio el tiempo, no
pudo decirle que la amaba más de lo que la amaba, porque desde lejos escucho
el toque de corneta que le indicaba la
hora de dormirse, observó entonces a sus demás compañeros que si estaban
estudiando, que acomodaron sus apuntes, guardaron sus cosas, mientras que él,
actuando como si realmente hubiera aprovechado esos minutos para estudiar
matemáticas, se dispuso a dormir,
guardando en sus entrañas cada línea de esa carta, suspirando y hasta
por algunos momentos llorando de la ansiedad por ver el rostro de su mujer
amada, deseando estar en otro espacio y tiempo para verla vestida de blanco,
como si fuera ella una virgen, con su piel suave y deslumbrante, digna de toda
una reina.
Jesús Melgar llegó a su casa el
día domingo, aprovechando el tiempo libre que el Colegio le concedía; abrazo
fuertemente a su madrina y pregunto por su señor padrino, que a esas horas, se
encontraba acuartelado en la Ciudadela, con el general Mariano Salas. Jesús
después de almorzar aquellas tortillas calientes que preparaba su mamá,
acompañados de esos huevos con frijoles y chile, decidió pedirle ayuda a su
hermano menor Ramiro, para que éste a su vez fuera a la Casona de Tizapan y
buscará a una criada que respondiera el nombre de Juanita y hacerle desde
luego, entrega de esa carta de amor.
La nana Juanita al recibir la
carta supo quien era el autor del mismo; no sabía si hacérsela llegara la niña
Fernanda o en todo caso, entregársela directamente a la Señora Amparo, para
ponerla de conocimiento que el cadete Jesús, seguía molestando a su niña, no
obstante de que ella ya estaba comprometida. Juanita no supo que hacer, porque
ella era testigo de que su niña no amaba a ese señor licenciado, sino que su
verdadero amor era el joven Jesús. ¿Qué hacer?. Si dejarse llevar por el amor
que le tenía a su niña, o ser una sumisa sirvienta y decirle toda la verdad a
su patrona. Juanita decidió hacer lo primero, quería ver a su niña feliz, darle
una buena noticia, llevarle un mensaje de alegría que le cambiara por siempre
la vida.
Fernanda recibiría la carta
aquella tarde en la plaza de Santo Domingo, la nana Juanita le hizo entrega de
la misma y pudo leer entre líneas, las palabras amorosas de su eterno
enamorado. Fernanda sabría entonces que al hombre que quería era Jesús y nada
mas a Jesús, que no debería contraer nupcias con el licenciado Salcedo al que
tanto respetaba y admiraba por su inteligencia, pero que el hombre que
realmente amaba era a Jesús, a quien no podía olvidarlo, así pasaran los días,
los meses y quizás los años.
Jorge Enrique no se había
percatado todavía de esta infidelidad. Dentro de él se sentía tan culpable como
Fernanda pensaba de si misma. No habría boda, porque no se sabría en forma
cierta si el general Santa Anna regresaría a México; pero si lo haría, cuanto
tiempo habría que esperar adicionalmente para que tuviera tiempo de presenciar
la boda. Era una tontería esa excusa de retardar la fecha de la ceremonia hasta
el retorno del protector de Anáhuac; había que interrumpir el compromiso, ¿pero
como hacerlo?; deseaba en el fondo que la guerra estallará y que las tropas de
cualquier generalete americano ocupara la catedral metropolitana o cualquier
iglesia del país, sería una excusa bajada del cielo para concederle a él ese milagro;
que lejos estaban los meses en que el había pedido ayuda a su gran amigo Yáñez
para convencer a esa doncella, sin haber conocido desde luego a Amparo; por esa
mujer, si estaría dispuesto a casarse, pero maldito destino, maldita fuera su
suerte de haber nacido después, de haber nacido ella antes, de estar
comprometido con la hija, de esa señora casada y silenciosamente su amada.
Jorge Enrique quiso olvidársete
compromiso. Quiso pensar que toda su vida estaría destinado a ser un hombre
sólo, que nadie podría entenderlo, que la mujer al que él amaba en forma
silenciosa, tarde o temprano lo rechazaría al saber ésta la verdad. Tenía por
lo tanto que distraerse de esa pena que lo conmovía, que resistía evadir y
ponerlo en cualquier momento al borde de la tristeza; tenía que hacer tres
cosas en su retardado presente. Tenía que aprenderse los verbos: dance, eat,
go, have, like, play, read, see, study, visit, para decirselos a su maestra;
tenía que leer nuevamente ese ensayo titulado “Evolución y Análisis de la
Constitución Política de la Republica Mexicana y de sus posibles reformas
constitucionales”, que presentaba el sustentante Arturo Villarejo, quien en
algunos días presentaría su examen junto con el distinguido jurista Mariano
Otero, un autentico abogado libre y exitoso y no como él, que era un verdadero
hipócrita al servicio de los caudillos; Jorge Enrique tenía que olvidarse de la
obsesión de Amparo y preparar en su oficina, el proyecto de convocatoria a
congreso constituyente que en los próximos días daría conocer su ahora jefe, el
presidente y por demás general Mariano Paredes Arrillaga.
Había que pensar en todo, en
que Amparo era su maestra de ingles y la madre de su prometida, jamás su mujer,
novia, amante, esposa; habría que pensar que faltaban ocho años para que Jesús
fuera Oficial Ingeniero; habría que pensar que una reconciliación entre
Fernanda y Jesús podía ser posible, habría que pensar, como suspender la boda.
Tantas cosas por pensar, por
soñar, por imaginar. La vida seguía transcurriendo entre Jesús, Fernanda, Jorge
Enrique y Amparo; mientras a unos cuantos kilómetros de la ciudad de México, en
las llanuras de Palo Alto dentro del territorio del Departamento de Tamaulipas,
tendrían su primer enfrentamiento, las tropas mexicanas con el ejército de los
Estados Unidos de América.