El general Santa Anna no regresara. Dijeron los
bandoleros al percatarse, después de varios días, que se encontraban atrapados
en esa cueva oscura, húmeda, de olor fétido, sin alimentos, pero rodeados de
mucho dinero, documentos, barriles, objetos raros, penachos y hasta calaveras.
El oficial Gaudencio murió al tratar de asesinar a
Ignacio. Los otros soldados murieron al tratar de buscar una salida alterna,
pero lo único que hicieron fue perderse entre las cuevas, eran ciertas las
leyendas; otro de los soldados, empezó a observar visiones, juraba y perjuraba
que se le aparecía el charro negro, enseñándole una luz blanca donde
supuestamente estaba la salida; llenos de sed y de hambre, por no conseguir
alimentos, uno a uno de esos bandoleros empezaron a morirse; esperando que su
benefactor regresará algún día por ellos.
Pero ha decir verdad, el generalísimo desde una
posición cómoda, solo vivía las peores horas de su vida; junto a él, la patria
se desmoronaba; la independencia mexicana desaparecía, su nombre se
desprestigiaba y las tropas del ejército mexicano, se desintegraban cada día
más. ¡Ah quién diablos les importaba unos bandoleros, enterrados vivos, en unas
cuevas que si bien, la fortuna les concedía, podían salir vivos si encontraban
otras salidas¡. ¡ya habrá momento para regresar a ese lugar y recuperar ese
tesoro y esos títulos de propiedad que siguen sin aparecer. ¿Quién los tiene?.
Amparo Magdalena saca esos títulos de propiedad y se
los muestra a Jorge Enrique; los vuelve a observar, los lee y se da cuenta lo
que en ellos dice: Muchos vendedores representados por un solo apoderado, de
nombre James Thompson, cede la propiedad de grandes extensiones de tierra al
general Antonio López de Santa Anna. ¡Eso ya lo sabía Jorge Enrique, él participo en el acto, pero Magdalena dice
dos cosas que Jorge Enrique no sabía, en primer lugar, ese supuesto apoderado
americano, es un agente secreto del gobierno de los Estados Unidos, con quien
alguna vez Amparo estuvo casada; o mejor dicho, con el que jamás se divorcio de
él. Eso significaba que el escribano no era su marido y nunca lo fue,
simplemente, había sido el hombre de su segundo matrimonio, con el que contrajo
nupcias sin haberse divorciado del primer marido, únicamente con la intención
de conocer los movimientos políticos del gobierno mexicano. Jorge Enrique
incrédulo por lo que acababa de escuchar, empezó a comprender que la verdadera
nacionalidad de Amparo era también la de una ciudadana americana y por ello, el
dominio del idioma inglés. Amparo respondió que efectivamente así era, sólo que
ella, era originaria de San Antonio Texas. No conforme con eso, Amparo dijo la
segunda verdad que debía de conocer Jorge Enrique. Esos títulos de propiedad,
que tanto anhelaba el general Santa Anna y por el que tanto preguntaban, al grado
de querer catear su casa, eran falsos. Tan falsos, como decir, que ella, era
una ciudadana mexicana.
Jorge Enrique no entendió lo que acaba de escuchar.
Pero Amparo, saco esos títulos, prendió un fosforo y los quemo. Jorge Enrique
trato de impedir el hecho, pero Amparo le puso el brazo para impedirlo.
Aquellos títulos debían ser borrados de la historia para siempre. Santa Anna
nunca compro nada, porque nada le vendieron. La llama del fuego se encargo de
incinerar aquellos papeles, para construir una nueva historia.
Ese era el fuego, que trataba de buscar el bandolero
Ignacio, debajo de la tierra, en la boca del diablo, buscando la puerta secreta
que lo llevara a esos pasillos largos y profundos, donde yacían escondidos,
cofres y esqueletos; no daba con ellos, no tenía luz que lo iluminara y la
molestia de la garganta le seguía avanzando, al mismo tiempo que sus brazos y
sus piernas no le respondían; sin beber, sin comer, sin poder respirar, luego
de haber vivido días de abandono, se pudo dar cuenta que encerrado en su tumba,
con todo el dinero del mundo, no era nadie, más que un sujeto desdichado,
condenado a vivir por siempre, encerrado en ese tesoro. ¡Maldito él y su pobre
destino¡. ¡Olvidado por el general¡. ¡Enterrado con un tesoro¡. … entre
esqueletos y con las riquezas, del emperador azteca Moctezuma.
Amparo quemó todos los documentos que tenía en las
manos, cada uno de los títulos de propiedad de esa supuesta compraventa, ahora,
Jorge Enrique no tenía porque regresar a reportarse con su jefe Santa Anna, que
cuentas podría darle respecto a esos títulos, si estos ya habían sido
calcinados. Lo peor de todo, fue cuando Amparo se atrevió a confesar algo muy
importante para Jorge Enrique. Lo que este escucho, lo dejo perplejo.
Efectivamente Amparo Magdalena era una ciudadana
americana, ex esposa del agente secreto James Thompson y lo peor de todo,
también su informante, lo que lo hacía
convertirse en un enemigo de la republica que se desmoronaba. Una agente secreto. Una vil espía al servicio
del gobierno de los Estados Unidos. Jorge Enrique no pudo decir nada, se quedo
callado. Amparo confesó trabajar al servicio de los Estados Unidos de América y
de pasarle información a su ex marido, respecto a los movimientos del general Santa
Anna y de todos sus planes y estrategias militares, dio nombres de sus
colaboradores, incluyendo el suyo y hasta la ubicación geográfica para la búsqueda
de un tesoro atribuible al emperador Moctezuma. Aporto los mapas del rumbo, la
geografía del lugar, las personalidades propias tanto del ambiente político e
internacional. Toda esta información la compilo por más de doce años y en razón
a ello, por ello y sólo por ello, tuvo que soportar una relación marital con un
sujeto tan corrupto y repugnante como era el escribano; y todo poder conocer
con precisión, los movimientos financieros del general Santa Anna. Sus
propiedades dentro y fuera del país y para enterarse de otras cosas más, que
nadie absolutamente nadie sabía.
Santa Anna, si el general Antonio López de Santa
Anna, era el jefe de la gran familia mexicana. Una organización criminal
dedicada al bandidaje. Que asaltaba en el camino de Veracruz a México, conocida
también por los “bandidos del rio frio”; dedicada al robo y a la falsificación
de moneda, Santa Anna como jefe de la banda, era un hombre de doble moral al
igual que sus hombres subalternos, quienes en tiempos de “paz” trabajaban de
bandidos, pero en tiempos de “guerra” o de “revoluciones”, se convertían en
militares. Uno de sus tantos operadores era ni más ni menos, que el Coronel Gutiérrez
y Mendizábal y también otro nefasto militar, quien fuera amigo de Jorge Enrique
Salcedo, el coronel Martín Yáñez, quienes capitaneaba a los oficiales Gaudencio
y a un vil soldado razo de nombre Ignacio Cien Fuegos, delincuentes cuyos
terrenos que dominaba, es la sierra del valle de México a Toluca; Ese pillo de nombre Antonio López de Santa
Anna, era el gobernante político, pero también el jefe criminal numero uno. Su
actividad ilícita financiaba la lícita. Es el dueño de muchas de las cantinas,
prostíbulos, palenques, que hay en toda la republica; inclusive toleraba que
las autoridades de Yucatán, se dedicaran a la venta de esclavos para los
británicos, franceses, americanos. Es un político farsante que compra su
popularidad y por eso, es que había llegado tantas veces a la presidencia de
este país; el muy ladronzuelo no lo consigue democráticamente por los sufragios
de los electores, en apego a las normas constitucionales, sino que lo hace con
el mismo dinero de sus fechorías, por eso financia sus ejércitos y podía
levantar batallones de soldados de la noche a la mañana. No porque se tratara
de un líder carismático, que si bien era agradable y de muy buen tipo, eso no
era suficiente, para armar, sin el poder económico que da el dinero, los ejércitos
que estos quisiera. Santa Anna como hombre rico del país, compraba la
presidencia, las lealtades y los pronunciamientos políticos que lo colocaban
como figura nacional y lo más importante, era tanta su megalomanía, su ambición
al poder, a la gloria, al recuerdo histórico, que había optado por comprar esta
guerra, creyendo el muy iluso que le iba a ganar a los Estados Unidos de
América para convertirse en su estúpido sueño de ser el Napoleón Mexicano, el “Libertador de México, de Cuba, de América
Hispana”. “En el gran héroe nacional del México independiente”. ¿Sabes a cuánto
asciende la fortuna de Santa Ana?. A veinte millones de pesos. Es uno de los hombres
más ricos del mundo y sabes que hace con ese dinero. Sostiene un país improductivo, de alcohólicos, holgazanes,
fanáticos religiosos, delincuentes; donde imperan mas los delincuentes que la
gente justa como tú.
Fernanda no era la hija de Amparo Magdalena. Aunque
ella siempre creyó que era su madre. Realmente era la sobrina del escribano.
Cuando murió Fernanda me dolió como si hubiera sido mi hija, pero no lo era,
una mujer como yo, no necesita tener maridos, ni tampoco hijos; soy una mujer
libre, sin compromiso, no soy la persona abnegada que pensaste que era; soy lo
autosuficiente para valerme por mi misma; soy abogada también, conozco de las
leyes de mi país y del tuyo, sé muchas cosas que desconoces. No soy quien crees
quien soy. No sabes nada de mi vida, ni de mí pasado; no sabes mi verdadero
nombre, a que me dedico, no me conoces Jorge Enrique, como yo te conozco a ti.
Jorge Enrique le pidió que no siguiera, no quería
escuchar nada de esa mujer.
Martin Yáñez nunca fue tu amigo. Siempre te utilizo,
se aprovechaba de tu trabajo, de tus aciertos como abogado, para lucirse él
como el funcionario ideal que necesitaba el presidente. Se creía muy listo y
sabes que le paso el muy infeliz. Murió en manos de un asesino, de lo que
siempre fue y siempre negaste ha reconocerlo. ¡Un vil alcohólico¡. ¡Un tipo de
alma miserable que jamás mereció tener un amigo como tu¡. ¡El asesino material de mi esposo¡.
Todo estaba dicho, sólo faltaba decir que el traidor de Santa Anna no era tan traidor
como parecía; no era Santa Anna que traicionara a México, sino era México quien
traicionaba a Santa Anna. Eran los mexicanos, siempre divididos en sus
creencias y luchas políticas, los que terminaban dividiendo siempre al país.
Cuando Santa Anna solicito el apoyo de todos los mexicanos, el pueblo le dió la
espalda y apoyó, sin habérselo propuesto, a los Estados Unidos de América;
cuando en 1844 quiso emprender una nueva expedición de Texas, Mariano Paredes
Arrillaga lo desobedeció y lo desconoció en la presidencia; cuando llegó a Veracruz, instruyo a Crescencio
Rejón desmintiera la entrevista que tuviera con Mczenike en el que solicitó al
presidente Polk su regreso al país, en donde también pacto la derrota de México
y recomendó inclusive algunas batallas ha realizarse, fueron los propios
colaboradores de Santa Anna quienes infiltraron lo que realmente ocurrió,
cuando este les pidió por el bien de la patria, guardar el secreto; cuando
instruyo quitarle los bienes a la iglesia para financiar la guerra, no hubo una
guerra civil en la capital; el clero que tanto bendecía a Santa Anna, también
lo traicionó, al no convocar a sus feligreses a sumarse a la guerra, ni
prestarle el dinero que este necesitaba. Cuando estuvo a punto de ganarle a
Taylor en la batalla de la Angostura, le fue informado sobre la rebelión de los
polkos. ¡México traicionó a Santa Anna¡ …
porque México es un país voluble, que no le importaba nada su destino,
sin creencias, sin principios, sin orientación ideológica, sin líder alguno que
los llevara, sin proyecto alguno para su futuro; pueblos como el de México,
merecen embrutecerse con el alcohol y la religión, para ser gobernada por
sujetos como López de Santa Anna, dejar esa patria generosa, en manos de la
vida personal y emocional de un hombre inestable, enfermo, loco, que ambiciona
el poder y la gloria.
De esa forma, Ignacio acababa de morir en la “boca
del diablo”, en ese tesoro escondido y hasta el día de la fecha enterrado. Y al
mismo tiempo, también murió el hombre que era Jorge Enrique Salcedo y Salmorán.
Había muerto para él, la mujer que amaba y su concepción de patria, de vida, de
amistad. Había muerto su amigo Martin Yáñez; su mentor político Santa Anna, su
patria México; todo estaba muerto para él. Sólo faltaba escuchar algo de
Amparo, que para esos momentos, ya dejaba de ser Amparo para convertirse en una
persona desconocida. Faltaba escuchar, lo que realmente ella sentía por él.
Debía decirle lo más pronto, que no se explicaba porque, ni como había sido, ni
en qué momento fue, si había sido su inteligencia, su patriotismo o su espíritu
noble, pero el caso era, que ella si se sentía atraída por él. Debía decírselo
lo más pronto posible, antes de que el rechinar de esos caballos y esa gavilla
de bandoleros ingresaran por la fuerza a esa casa, golpeando la puerta y
rompiendo los cristales para ejecutar la orden del jefe de todos los jefes. Era
el coronel Melgar Gutiérrez y Mendizábal disfrazado de civil.
-
¡Quedan
detenidos en el nombre del general Santa Anna¡
Amparo inmediatamente se paro frente al coronel para
reclamarle la forma impetuosa en la que había entrado a su casa, máxime aún,
que su propiedad se encontraba protegida por el fallo protector de una orden
judicial; lo que no le daba derecho a él ni a nadie, el poder ingresar a su
casa. Pero lo único que recibió, fue un fuerte puñetazo del coronel Gutiérrez,
quien sólo respondió: ¡cállese el hocico¡.
Jorge Enrique trato de intervenir, regresar dicha
agresión pero le fue imposible. Los soldados que acompañaban al coronel,
también disfrazados de civiles, lo contuvieron en su enojo y para controlarlo,
le golpearon a culatazos. … ¡Ah sí que muy chingoncitos¡. - Dijo el coronel.
Olvidando quien había sido el hombre que alguna vez lo había ayudado a ingresar
nuevamente al ejército, cuando este alguna vez le suplico en el palacio
nacional lo reincorporara a las filas de la milicia. Desconociéndole y dándole
un trato, que ni el peor de los soldados americanos, estaba recibiendo en ese
momento.
Encadenados de sus manos; tanto Jorge Enrique como
Amparo fueron llevados a esas carretas a punta de amenazas. Varias veces el
coronel insistió en pedir esos títulos de propiedad que tanto buscaba el
general Santa Anna, sin percatarse, ni tampoco entender, que dichos títulos, habían
dejado de existir minutos antes; sólo las cenizas quedaban tiradas en el suelo.
Documentos sin valor probatorio, sin evidencia de su existencia.
¿Dónde están los títulos?. Gritaba el coronel. Al no
contestarle Amparo, esta la golpeaba y ella gritaba; queriéndose defender de su
agresor; Jorge Enrique no podía actuar, cuantas ganas tenía de zafarse de esas
cadenas y responder la agresión de la misma manera que esta la profanaba.
El coronel Melgar Gutiérrez y Mendizábal registro
cada rincón de la casa sin haber encontrado los mencionados títulos de
propiedad, tiro los libreros, la mesa, los sillones; con los soldados a su
mando, subió a las recamaras de la casona, para desdoblar las camas, abrir los
roperos y buscar en cada pieza de la casona, algún documento, cofre, caja
fuerte; seguía sin entender que los mismos, habían sido quemados en su
totalidad; le quedaba la creencia que dicha respuesta, era sólo una mentira
para desalentarlo en su búsqueda; si bien, no estaban dentro de la casa, podían
estar en alguna otra parte.
Pero ya era muy tarde. Tenía que regresar lo más
pronto posible. Antes de que los americanos, iniciaran el ataque final a la ciudad
de México. Debía de reportarse lo más pronto posible con su jefe supremo e
informarle, que los delincuentes detenidos, no habían cooperado
proporcionándole la información que solicitaba, manifestándole a su
superioridad, emitiera sus respectivas instrucciones.
Aquella carreta arranco y a todo galope, se dirigió
a la ciudad de México; burlando todos los cercos de los soldados americanos,
fingiendo el coronel, ser un humilde carretero a quien transportaba su familia.
Corriendo de manera disimulada al Valle de México, para presentarle en forma
personal al generalísimo, la captura realizada.
El general, aun peses a todas sus derrotas y la
manifiesta victoria arrolladora del poderoso ejército americano, mantenía la
firme creencia de que aun podía hacer algo por la defensa de la soberanía
nacional. Mientras los americanos no pisaran el Palacio Nacional, el seguiría
siendo el hombre fuerte de México. Así lo atestiguaban cuatrocientos soldados
más provenientes de Tepic, pertenecientes al batallón de San Blas y ochocientos
más, que había mandado el gobernador del Estado de México Modesto Olaguibel. La
suerte estaba por definirse en Chapultepec, ahí le quedaba el general Bravo y
por lo menos seis mil efectivos, dispuestos a batirse el alma por México.
Santa Anna espero impaciente tener noticia de sus
títulos de propiedad; esperaba ansiosamente aquellos días, en que tampoco debía
de renunciar a la posibilidad, de huir en cualquier momento de la ciudad. Se
encontraba muy cansado, estaba fatigado, algo hambriento, por momentos
desilusionado por lo que estaba ocurriendo. Ansiaba tener una buena noticia.
Aunque lo que le informó Gutiérrez y Mendizábal, en nada le sirvió. ¡Los
títulos de propiedad habían desaparecido¡. Santa Anna maldijo a esa mujer y se
sintió profundamente dolido por el comportamiento desleal de quien alguna vez
fue su abogado. Ahora el general, los tenía ambos detenidos. Su orden que debía
cumplirse, aun pese a sentirse los últimos minutos de la republica, fue que los
llevaran ambos a la Ciudadela y ahí los encarcelaran, sin derecho a darles agua
o alimentos. Ya luego el general pensaría que hacer contra ellos.
Jorge Enrique y Amparo fueron encadenados y ambos
trasladados a los separos del Cuartel de la Ciudadela, donde se encontraban
ambos separados sólo por una pared. Era la madrugada del once de septiembre y
también, los últimos minutos de la patria mexicana.