Era Obvio, que se podía esperar
del pendejo de Pedro Ampudia, no solamente dejo que otro más pendejo que él,
como Mariano Arista perdiera la plaza de Palo Alto y Rasaca de Palma, sino que
el muy imbécil, abandono el poblado de Matamoros sin disparar una sola bala, y
ahora, nada más y nada menos que ahora, el muy crétino huye de Monterrey como
un cobarde, un traidor, una vil gallina, hombre de pocos huevos.
-
Tengo
entendido que fue un combate sangriento, fueron más los americanos que murieron
que soldados de los nuestros. – explico el Coronel Yáñez.
-
Eso
no le quita lo pendejo – contesto el general Santa Anna – merece pasarlo a un
Consejo de Guerra, para que de amplias explicaciones sobre su inexplicable
rendición y entrega estúpida de la ciudad de Monterrey al ejército invasor.
Jorge Enrique no tuvo de otra
que sonreír disimuladamente y pensar desde muy dentro de su alma, que el
general que estaba frente a su vista, también se había rendido
inexplicablemente y entregado estúpidamente Texas, a los americanos.
Santa Anna no podía disimular
su enojo, así que le solicito a Yáñez le prendiera el puro que tenía en sus
manos, para tratar de calmar su ansiedad.
-
¿Me
pregunto yo, como ganaremos esta guerra, con generales tan imbéciles como
Mariano Arista o Pedro Ampudia?. Chingados indios, cobardes y vendidos.
-
Tengo
entendido que el ejército americano esta mejor disciplinado.
-
¡Claro
que esta mejor disciplinado¡. Tienen lo que los mexicanos no tienen, mejor
armamento, artillería, disciplina militar, ¡vaya hasta uniformes tienen¡. Lo
único que les falta a esos pinches gringos, son guevos.
Treviño y Salcedo se rieron,
ante el comentario irónico del generalísimo.
-
Debemos
partir lo mas pronto a la Ciudad de México.
-
Lo
espera una gran comitiva en la Ciudad, lo elegirán por novena vez en Presidente
de la Republica.
-
Este
país no necesita un Presidente, esos van y vienen, como las veces que he estado
en la silla presidencial; lo que realmente necesita la nación, es un gran
hombre, un gran líder, que los lleve a .la gloria, que sea capaz de transmitir
a su pueblo, ese sentimiento de patria y bandera, que ninguno de estos pinches
indios tienen.
-
Vos
es ese hombre – afirmo Yáñez
-
Claro
que soy ese hombre, el problema que tengo, es que ninguno de estos pinches
indios se ha dado cuenta. El país es un verdadero desmadre, un caos, nadie le
interesa esta guerra, en vez de pensar en como vamos a ganarles a esos
americanos, saben en lo que piensan. ¡En que Santa Anna, yo, Antonio López de Santa
Anna¡, soy un traidor…¡figúrense¡. Si en verdad os fuera un traidor, ninguna
pinche comitiva de míseros y lambiscones me hubiera invitado a regresar
nuevamente al país. Si en verdad os fuera lo que dijera, yo tampoco tendría
necesidad de regresar a ese bendito suelo y lidiar con una bola de cabrones, de
estúpidos y engreídos y de hombres tan pendejos como el general Ampudia que pierde
la plaza de Monterrey.
El puro de Santa Anna, ya había
prendido, así que un fuerte olor a tabaco empezó a respirarse.
El generalísimo empezó a pensar
en tantas cosas, viendo aquel cielo azul tan tranquilo y esas nubes blancas que
amenazaban en cualquier momento a llover, siguió cuestionándose ante la
presencia de dos de sus hombres más allegados.
-
¿Cómo
la paso en Cuba general?. - pregunto Salcedo.
-
Muy
bien abogado; el clima es muy parecido al de mi natal Veracruz, las mujeres,
eso si, son mas calientes y fogosas, pero igual de efectivas, que la mejor de
las putas mexicanas.
-
Ya
extrañaba oír esos comentarios, - comento Yáñez.
-
Yo
también extraño muchas cosas; no saben cuanto he pensado en la vieja del
escribano.
-
En
la señora Amparo. – pregunto Salcedo.
-
Amparo,
nombre de prostituta persinada, si en esa chingada vieja; nada vez que me
acuerdo de ella, se me para la verga.
-
Tiene
muy buenos gustos general, lástima que se la coma todas las noches, el vejete
que tiene como marido.
Era obvio que Jorge Enrique, no
le gustaba escuchar ese tipo de comentarios, menos esa forma tan despectiva de
referirse a una mujer tan respetada, como era la madre de su prometida.
-
Pero
a que no sabe, quien emparentará con el escribano – cuestiono Yáñez.
-
No
se quién.
-
El
abogado Salcedo. El mi general, se casara en los próximos días con Fernanda, su
hija.
-
Con
la hija de Amparo, ah pinche abogadito, que bien escondido te lo tenías. – le
dio una fuerte palmada a Salcedo.
-
Gracias
mi general. De hecho todavía no hemos contraído nupcias, porque hemos estado
esperándolo para que personalmente nos apadrinara la boda.
-
Muchas
gracias Enriquito, pero ahorita como están las cosas, veo muy difícil aventarme
un compromiso de ese tipo, aunque pensándolo bien, no estaría mal, visitar a mi
compadre don Alfonso, a preguntarle: ¡Como vamos?.
Un silencio profundo se suscitó,
cuando Santa Anna hizo énfasis a esa pregunta:
-
¡Vamos
bien general. Su dinero esta asegurado, en un lugar tan secreto que nadie
conoce ni imagina.
-
Y
los títulos de propiedad.
-
También
están resguardados – Yáñez miro en forma inquisitoria a su fiel amigo Salcedo.
-
Qué
bueno Mario, me da gusto saber que en vosotros puedas confiar mejor, que a los
pendejos que tengo como asesores.
-
Porque
lo dice general.
-
Porque
la gente que está a mi lado, son una bola de lambiscones. Ya me tienen hasta la
madre. El Doctor Gómez Farías, no hace más que hablarme de confiscar los bienes
a la iglesia, según él, tendríamos dieciséis millones de pesos.
-
Muy
buena cantidad – exclamo Salcedo.
-
Si
muy buena cantidad, más de lo que tenemos guardado. Con ese dinero haríamos
muchas cosas, pero a decir verdad, ya me tiene hasta la madre Farías, con ese
tipo de proposiciones pendejas. ¿sabe qué pasaría si Santa Anna confisca los
bienes a la iglesia?.
-
No
general.
-
Una
pinche guerra civil estallaría. El primero en salir derrocado sería yo mismo,
además de ser excomulgado y condenado a quemarme por la eternidad, en los
infiernos.
-
Habría
que reflexionar esa iniciativa – dijo Salcedo.
-
Si
habría que reflexionarlo concienzudamente, pero por lo mientras, no quiero
tocar el tema, hasta en tanto lleguemos a la capital.
-
¿Y
don Crescencio Rejón?.
-
¡Otro
pendejo¡. Ese nomás pide pendejadas, insiste mucho en que restablezcamos la
constitución de 1824 y habla constantemente de una pendejada que le llama
juicio de hambearo
-
¡Amparo¡
.- Exclamo Salcedo.
-
Si
amparo, juicio de amparo, un recursillo legal que quiere se implemente en
nuestro país.
-
Tengo
conocimiento de dicha propuesta, la vez pasada la escuche del licenciado
Mariano Otero. – comento Salcedo.
-
Otero…el
diputadito tapatío, el de Jalisco.
-
Así
es mi general. Es un recurso legal que
cualquier ciudadano avalada en la Constitución, podría interponer, en contra de
cualquier acto arbitrario del Supremo Gobierno.
-
¡Esas
son pendejadas Salcedo. Primero tengamos Constitución y ya después, inventemos
las pendejadas que queramos. ¡Oh mejor dicho¡. Primero tengamos patria que
defender, antes de andar reformando leyes y pensar en quitarles los bienes a la
santa Iglesia.
-
El
general Nepomuceno Almonte.
-
Una
fina persona, pero otro vendido. Hace dos años éramos enemigos, hoy muy amigos.
No me extrañaría que hoy fuera republicano y mañana monárquico. ¡Total¡. De un
hombre como él se puede esperar cualquier cosa. ¡Nada que ver con su difunto
padre¡. El día de ayer me fue a buscar a Cuba a pedirme que fuera Presidente de
México, no me extrañaría que el día de mañana, busque a los príncipes de
Francia, para ofrecerles la Corona Virreinal.
Salcedo y Yáñez, no hicieron
más que reír.
-
General
tiene un gran paquete. La gente espera mucho de Vos. – comento Salcedo.
-
Si
lo sé. ¿Qué os dicen de mi?. Díganme la verdad, no me mientan.
-
Quiere
escuchar la verdad. – Pregunto Salcedo, pero recibió otra mirada inquisitoria
de su amigo el coronel Yáñez.
-
De
vos dicen que es el mejor mexicano para defendernos de esos americanos. El
único nacional que puede garantizarnos unidad. El hombre más patriota que ha
tenido México. Un Napoleón hispano.
Santa Anna, soltó una carcajada
estruendosa
-
¡No
puede ser que sean tan pendejos¡ - Siguió riéndose el generalísimo.
-
En
serio general – reitero Yáñez – todos en la Ciudad de México, lo esperan como
su gran redentor. Miles de jóvenes acudirían a su llamado de enlistarse al ejército
y defendernos del invasor; la Santa Iglesia, le prestaría el dinero que vos
solicitaría, sin necesidad de confiscar sus bienes; todas las familias
aristócratas tampoco durarían en financiar la guerra; todos le tienen fe mi
general, saben que Vos defenderá nuestra patria, hasta con su propia vida.
Santa Anna sólo se quedó
callado, dejando que su sonrisa, se esfumara gradualmente, al mismo tiempo que
el humo del puro que fumaba.
-
Muchas
gracias por esas palabras Yáñez, pero no nos engañemos, vosotros saben qué tipo
de persona soy. Solamente ustedes y no el pendejo de Almonte, ni de Gómez Farías,
ni de Crescencio Rejón, conocen al verdadero Antonio López de Santa Anna.
-
Muchas
gracias por esa confianza general. – dijo Salcedo – pero a decir verdad, así
como hay gente que se exclama muy bien de Vos, también lo es que tiene muchos
enemigos, hay muchas habladurías de Vos, muchos rumores circulan sobre su
persona. Algunos deseos comentarios son demasiado negativos, que no merecería
escucharlos.
-
Díganme
cuales, quiero saber.
-
No
mi general, decírselos sería ofenderlos.
-
¡Le
ordeno que me los diga¡. – grito Santa Anna diendo una orden.
-
Bueno
general – dijo Yáñez – para empezar, dicen que no es cierto esa leyenda de que
haya perdido la pierna izquierda, dicen que todo eso es una pantomima suya.
-
¡Qué¡.
Como se atreve a decir el vulgo es infamia. – Santa Anna, se levantó el
pantalón y mostró su pata de palo - ¡Esto chingado que es¡. ¡Una pantomima¡.
Que piensan que soy un cobarde como todos los generaletes mexicanos.
-
No
mi general, pero es que nadie cree en su valentía. Insisten que finge estar
cojo, para esconder su cobardía.
-
¡Nadie
cree en mi valentía¡. Pendejos, quien defendió a México de la conquista de los
españoles. ¡Yo¡ Antonio López de Santa Anna¡. ¿Quién defendió a México de los
franceses, cuando estos vinieron a reclamar unos mendigos pasteles?. ¡Yo
Antonio López de Santa Anna¡. Díganme imbéciles. ¿Quién vengo la muerte de don
Vicente Guerrero?, quien corrió al último reducto de conquistadores, quien puso
a su lugar a esos mercenarios texanos en
el Alamo?. ¡Yo nada más yo¡. Antonio López de Santa Anna.
-
Discúlpeme
general,. No quisimos ofuscarlo; Vos sabe que merece nuestro respeto.
-
Muchas
gracias por sus palabras, pero estos pinches mexicanos no me merecen. Uno
pensando en su porvenir, en su honra, en su bandera, y vosotros dudando de mi
honorabilidad, de mi valentía. Seguramente han de pensar también, que esos
pinches americanos ya me compraron.
-
Así
es mi general, dicen que Vos pacto con los americanos, que ha regresado a
México, para vendernos y entregar la mitad de territorio nacional.
-
Esas
son patrañas. Ataques infundados hacía mi digna personal. No saben de lo que
Antonio López de Santa Anna es capaz. Yo pondré en su lugar a cada uno de esos
gueritos invasores y colgare de los huevos, a todos esos infames traidores, que
no hacen más que hablar pestes de mi personal.
Pero dígame general, como diablos le vamos hacer. ¡Insisto¡. Sin dinero,
sin tropa, sin patriotismo; somos el franco perfecto de esos piltrafas
mercenarios, no tenemos unidad, no tenemos identidad, no nos sentimos
mexicanos; vaya nada más a Tabasco y los pinches indios de allá se sienten de
otra patria; vaya más arriba a Yucatán y también se sienten yucatecos; otros
más se sienten campechanos, guatemaltecos, hondureños; ninguno de estos míseros indios, tiene
conciencia nacional; para ellos, nuestro lábaro patrio, no es más que una trapo
de tres colores. No son patriotas, no son los soldados de Napoleón.
-
General
– comento Yáñez – de acuerdo a sus bienes, cuenta con la cantidad liquida de
trescientos mil pesos; pero no olvide que tiene también los siete millones de
pesos, que tenemos escondidos en la casa del escribano.
-
Y
también los títulos de propiedad de esas tierras que le compramos a los indios.
-
Si
general, cuenta también con los títulos, más aparte pueda recabar cálculo yo,
unos dos millones de pesos más, que pueden pagarle de impuestos, sin omitir
desde luego, quinientos mil pesos que le puede prestar la Iglesia católica.
-
¿Cuánto
dice Gómez Farías que me puede prestar el clero?.
-
Dieciséis
millones de pesos.
-
Es
mucho dinero, pero no estaría mal esa posibilidad; de todos modos con las
cuentas que saca, me refiere aproximadamente unos diez millones de pesos. Los
suficientes para resistir y vencer a los americanos.
-
Me
parece que el ejército mexicano está mal
-
No
le parece Coronel, el ejército mexicano está mal. No tienen uniformes,
armamento, caballos, disciplina, no tienen nada mis paisanos, más que sus
guevos; fuera de eso, no tienen ni madres de idea, de porque pelear una guerra.
¡esta difícil Coronel¡. Sin dinero, no podemos hacer mucho.
-
¿Qué
instruye general? – pregunto Salcedo.
-
Primero
antes que nada, hay que buscar un contacto americano, uno de esos mercenarios
gringos que se dediquen a vendernos armas, necesitamos municiones de distintos
calibres y rifles mas modernos, por lo menos. Luego hay que buscar unos
talleres textiles, para que hagan uniformes para la tropa, necesitamos
aparentar que somos un ejército nacional y no una manada de chingados indios
pendejos; también tenemos que convocar elecciones y todas esas pendejadas que
le gustan los políticos, para lucir sus dotes e histrionismos mesiánicos y se
pongan a legislar una nueva Constitución y la introducción de ese recursillo
legal llamado juicio de mambaro.
-
Querrá
decir juicio de amparo – corrigió Salcedo.
-
¡Eso¡…juicio
de amparo o como se llame. El caso es que hay que organizar el país y tenerlo
distraído, para que podamos actuar libremente. No quiero una prensa
problemática que me este constantemente chingando, así que no estaría mal,
designar una partida de los recursos que obtengamos para sobornar a los
periodistas.
-
Si
vos lo considera, nos saldría mas barato, encarcelar todos esos expendios de
panfletos y encarcelar a los periodistas.
-
No
ahorita no es el momento, si hacemos eso, habrá otro general ocupando mi lugar;
así que aguantémonos, hay que darle al país la apariencia de tranquilidad; ya
bastantes problemas tendremos con esos americanos y la guerra que tenemos
encima, para pelearnos con la prensa.
-
Y
con la Iglesia.
-
Y
con uno que otro político del partido conservador. Así que tenemos mucho
trabajo. La vida es corta y la existencia de este país aspira a ser eterna, así
que mas vale, vayamos sacando provecho del momento para hacer historia.
-
Cuando
partimos a México – pregunto Yáñez
-
Mañana
lo haremos, pero no pasaremos a la ciudad, ni aceptare desde luego la
Presidencia.
-
¿Entonces
que piensa hacer general?. – pregunto Salcedo.
-
¡Ir
a tu boda cabrón¡. ….hospedarme en la Casona de Tizapan para tomarme otras
vacaciones e inspirarme, sobre tácticas y estrategias militares
-
En
el arte de la guerra.
-
No
en el arte del amor. Tengo que cogerme a esa vieja. No me refiero a tu
prometida abogado, sino a su madre, la tal Amparo. La última vez que vi a esa
vieja, la bese a la fuerza y la muy maldita me puso una cachetada que casi me
vuela los dientes. ¡Todavía me duele¡.
-
Ah
que general. Usted consigue lo que se propone.
-
También
su amigo Yáñez, quien diría, que este emparentaría con la hija de ese mísero
escribano. Además resulta importante llegar a Tacubaya, tengo que recoger lo
que me pertenece y partir al norte, lo más pronto posible.
-
A
pelearse con los americanos.
-
Así
es, pero no sin antes, de apadrinar la boda de Enrique. De cogerme a la vieja y
cobrarme unas deudas. ¡Todo por esta guerra¡. Por el amor a México.
Santa Anna observó su puro,
hecho de tabaco puro de la Habana, lo olió y se dispuso a fumarlo.