Antonio López de Santa Anna se encontraba molestó
por lo que había leído del manifiesto de Scott;
- ¡es un mentiroso¡. ..pinche viejo. Con que vuevos se atreve a decir
que los soldados mexicanos son valientes y tienen honorabilidad, si los muy
maricones corrieron de Cerro Gordo como verdaderas gallinas. El generalísimo no
podía ocultar su frustración por sentir que la patria se le venía abajo; por
reprimir sus deseos de mandar todo a la chingada, incluyéndose a si mismo, ir
muy lejos, a tomar el primer buque de vapor e irse a Cuba o a Jamaica, o a
Colombia o a cualquier parte del mundo, donde no existiera gringos tan culeros
como Scott.
Estoy admirado de la apatía y el egoísmo de nuestros
conciudadanos en las actuales circunstancias; y juzgo necesario que para salvar
al país, que los supremos poderes de la nación dicten severas y ejecutivas
providencias para que cada uno cumpla con los deberes que la sociedad y las
leyes imponen; por eso, estimo necesario que el reducido grupo de ciudadanos
ilustrados y patriotas, verían con buenos ojos, que Su Servidor, imponga la
voluntad de nuestros hijos, para ocupar esa masa ignorante y desmoralizada por
cuarenta años de guerra civil, de agricultores y comerciantes expoliados, de
artesanos y obreros sin salario, de indígenas aislados y miserables, de que
todos esos mexicanos iletrados sin identidad de patria, sean todos cogidos por
la leva, para el servicio de las armas, que hoy la patria necesita; - repetía
eso una vez mas Santa Anna a su escribano – que la gran masa de mexicanos
ignorantes, borrachos y léperos, vende patrias y mojigatos, respondan con sus
vidas a las buenas familias, letradas y distinguidas de la sociedad mexicana. –
¿También anoto eso?, pregunto el escribano - ¡No eso ultimo quítelo¡
Lo cierto era que al ánimo en la nación estaba por
los suelos; esa batalla de Cerro Gordo había sido decisiva en esta guerra y su
lamentable perdida, más en las condiciones en que se dio, daba por hecho que
los americanos eran invencibles, un ejército triunfador y arrollador,
predestinado a conquistar a México, quizás durante más tiempo en que los
españoles alguna vez lo hicieron. ¿Trescientos?, ¿quinientos?, ¿mil años?,
¿Sola santísima Virgen de Guadalupe, sabría por cuantos años irían esos
americanos a conquistar a los mexicanos.
En la Ciudad de México daba nota de que como el
general Worth había ingresado a la Ciudad de puebla, sin haber hecho ningún
disparo. Claro, la prensa también habló de un intento frustrado en Amozoc, un
combate que presidió el anónimo de Santa Anna, que fue simbólico, porque nada
le hizo a los americanos, quienes siguieron avanzando de Jalapa a la capital
poblana. De esa forma, en los momentos en los cuales, el comandante americano
solicitaba conferenciar con los ciudadanos civiles para tomar las medidas
pertinentes que garantizaran las propiedades de estos, así como la libre
profesión de su credo religioso, Santa Anna se encontraba una vez mas,
maldiciendo a sus subalternos, sus grados de imbecilidad y cobardía por no
haber frenado a los enemigos; - ¡Que
estúpidos y brutos son¡. Al regresar a la capital, se harán los juicios
militares que se tengan que hacer, para deslindar responsabilidad y consignar
por traición a la patria, a quienes se sublevaron a mis órdenes y huyeron como
cobardes, en los momentos más difíciles de la historia de la patria. - ¡Traición¡. - Gritaba la prensa una y mil
veces más, al general Santa Anna, acusado de haber recibido en Cuba a un
representante del gobierno americano de Polk, para negociar la paz; acusado el
diputado Rejón de vender el territorio nacional por tres millones de pesos,
acusados todos ellos, de fingir un federalismo y un nuevo régimen
constitucional, cuando era sabido ya por todos, que Santa Anna jugaba el papel
de mariscal de una guerra simulada.
Y mientras el obispo de Puebla de Francisco Pablo Velázquez
conferenciaba con el general Worth que la ciudad no sufriría invasión a la
propiedad privada, ni culto a la profesión de la religión católica; los
soldados americanos ocupaban las calles de Puebla, ante la mirada curiosa de
los habitantes, que sin ovacionar ni menos aún insultar, vieron el desfile de
los soldados americanos por las calles de puebla y el ingreso de algunos de sus
comandantes, a la catedral de puebla, donde con honores de jefe de Estado, le
fueron dados al Obispo de Puebla, ignorando de todo las disposiciones que días
antes el cabildo de Puebla había hecho a los ciudadanos; ignorando de igual
forma, cualquier ataque que el general Santa Anna pudiera haberle hecho,
ignorando los sentimientos de algunos de los patriotas mexicanos, que no
olvidaban los que desde hace más de un mes, habían hecho los invasores a los
veracruzanos; pero fuera de eso, la intervención de la iglesia católica poblana
en la invasión americana fue vista por algunas familias poblanas, como un gran acierto
de su talento político, porque la evangelizadora y cristiana participación del
clero en la política nacional y sobre todo, en la guerra entre México y Estados
Unidos, no había tomado partido por la confrontación política que los gobiernos
de ambas naciones vivían, sino por el contrario, intervenía como una iglesia
cristiana, conciliadora, pacifista, que garantizaba ante todo la no agresión de
los poblanos y el respeto a la propiedad privada y al culto católico. Cerrando
con ello la posibilidad de la amenaza protestante.
En atención a que la autoridad política de puebla
había huido del Estado, dejando en la capital al obispo de Puebla, los
americanos se dispusieron a dictar una serie de leyes benévolas que ayudarían
por vez primera en la historia, a vivir los poblanos en un régimen de
libertades, como si se tratara de una colonia americana. Entre estas
disposiciones, para sorpresa de muchos, se ordenó respetar la propiedad del
clero y el culto de sus ministros, imponiendo severos castigos a quienes contravinieran
esas leyes, disposición que fue elogiada por los más fervientes críticos de los
gobiernos masones y liberales que gobernaban la capital, que meses antes,
habían pretendido so pretexto de la falta de recursos y de la guerra, robarle
las sagradas propiedades de la verdadera y santa religión católica. Otras leyes
que dictaron los invasores, fue la de llamar a todos los generales, jefes,
oficiales, militares del ejército mexicano a jurar no tomar las armas en contra
suya, debiendo salir de la ciudad aquellos militares que decidieran no cumplir
con la ley, de ser juzgados como espías y castigados conforme a las leyes de la
guerra; de esa forma, el cuartel general de los Estados Unidos de América con
residencia en Puebla, se dispuso también a ordenar que en ese territorio, como
todos aquellos que fueran ocupados por el ejército libertador de los Estados
Unidos, no se obedecieran las leyes mexicanas, ni se les diera a las
autoridades nacionales reconocimiento alguno, pues las plazas ocupadas por el ejército
invasor, serian consideradas bajo la protección del ejército norteamericano y
por consiguiente quedaban libres de estancos, alcabalas, y toda clase de
exacciones.
De esa forma, los Estados Unidos habían llegado a
Puebla, poniendo en jaque a la ciudad de México, capital de la República
Mexicana. Lo que se vivía en Puebla, sería un ensayo seguramente, de lo que los
americanos harían de ocupar la Ciudad de México y nada de eso habría ocurrido,
de no ser por la negligencia de Santa Anna de no haber defendido de manera
oportuna y eficaz, Cerro Gordo Veracruz.
Por eso, en aquellos días en la capital, el general Gabriel
Valencia, quien un año antes había participado en el golpe de Estado incitado
por el general Mariano paredes Arrillaga en contra del ex presidente José
Joaquín Herrera, hablaba de la necesidad de remover en el mando de las fuerzas
armadas nacionales al general Santa Anna, quien no había respondido conforme a
las expectativas que la nación se había hecho de éste, acusado de traición y si
no, con la imagen deteriorada y sospechosa de haberlo hecho; ¿Quién podría ser
jefe de las fuerzas armadas en estos momentos cruciales de la historia de
México?. ¡más que el propio general Valencia que se autoproponía¡.
El general Nicolás Bravo insurgente de la
independencia de México, garantizaba esa unidad que los mexicanos necesitaban
ese momento; quien mejor que ocupar el mando supremo, que un veterano militar
que había ofrecido ante el Siervo de la nación José Maria y Morelos su lealtad
y patriotismo, para consumar años después, la independencia de México ante los
españoles. Bravo y solamente Bravo, podía ser ese general que sustituyera del
mando a Santa Anna y ahora defendiera esa patria independiente de los
conquistadores los americanos.
Las maquilaciones políticas en la Ciudad de México
eran frecuentes, renuncias de ministros y nuevos nombramientos eran tema de
todos los días, quizás reflejo del pánico que empezaba a experimentarse de
saberse que la guerra estaba por decidirse, ya a unas cuantas leguas, los
americanos eran dueños del norte de la Republica, de Veracruz y Puebla,
quedando pendiente de ocupar la insigne y leal Ciudad de México; quien podría
garantizar esa heroica defensa si el libertador de la patria Santa Anna había
fallado en Cerro Gordo; quien podía garantizar esa seguridad de que los
mexicanos no se vieran humillados en la derrota y pudiera conseguir quizás, una
paz digna en caso de que la guerra la perdiera. Por ello, Nicolás Bravo asumía
el cargo de general en jefe de la ciudad y Valencia, se le asignaba cuatro mil
hombres y doce piezas de artillería.
Santa Anna nuevamente despotricó en contra de sus
subalternos, les volvió a llamar imbéciles y cobardes, cuando se enteró de los
nombramientos realizados; la desconfianza que se vivía en las fuerzas armadas
era el principal enemigo de la defensa nacional; harto de esa situación el
generalísimo vociferaba una vez más en decir en voz alta, que esa supuesta
entrevista que había sostenido, era una falacia de sus adversarios, pues si
alguna vez se dio, no podía tachársele absurdamente como un “encuentro
decisivo”, más el, que como representante de todos los mexicanos, estaba
acostumbrada a tratar con mucha gente, así fuera francés, inglés, cubano,
español o americano. Santa Anna harto de las críticas, manifestó su entera
disposición de renunciar al cargo, pero no sin antes de hacerse escuchar y
poner a cada quien en su lugar, si era posible y la prudencia lo ameritaba,
ocuparía de la ciudad de México y derrocaría a sus enemigos, para mostrarle a
la nación entera, pero sobre todo a la historia del país, su firme compromiso y
patriotismo en esta guerra. Y fue entonces cuando Santa Anna, al mando de 2500
soldados que había reclutado desde su derrota en Cerro Gordo se dispuso a la
dar su orden.
-
¡A
la Ciudad de México¡.
La prensa en la capital de la república se
estremeció, cuando se enteraron de nueva cuenta que Santa Anna volvía a
resurgir como un Ave Fénix, luego de su estrepitosa derrota; ahora con cinco
mil soldados, Santa Anna se dirigiría a la Ciudad de México para volver a tomar
las riendas del país; maldición o no, el hijo de Anahuac resurgía en la
política nacional, colocándose nuevamente como objeto central de la crítica,
del elogio y del desprestigio, las tropas de Santa Anna encaminadas a la Ciudad
de México, amenazaba a los círculos políticos del país, del gobierno
dictatorial que este impondría; disolvería el congreso, convocaría a una nueva
constitución, pronunciamientos armados en todo el país y un nuevo orden que
resolviera ya en forma definitiva, los problemas que tanto acogía el país; la
amenaza del caos, de la anarquía, sería un factor importante para que los
americanos con su potente artillería, colocaran sus piezas en los cerros de la
ciudad, para desde ahí, bombardear la ciudad como lo habían hecho en Veracruz.
¡Maldito sea la suerte de México¡. Morir en el bombardeo como ocurrió en
Veracruz o ceder como lo hizo puebla, ese era el dilema que Santa Anna y sus
enemigos tenían que resolver, en forma civilizada, sin poner en riesgo el orden
público de la capital, por esas razones, una comitiva de funcionarios y
diputados, Baranda, Trigueros y José Fernando Ramírez, se dispusieron a
sostener un encuentro con el general Santa Anna, en su avance a la Ciudad de
México, para hacerle entender la tensa situación política que se vivía en la
ciudad. Habiéndose efectuado dicha reunión, en el poblado de Ayotla.
No
soy el responsable de este caos que vive el país – replicaba Santa Anna – la defensa nacional debe estar encaminada hacia el ejército invasor y
no a Su Servidor, escuchad mis razones, confiad en mi lealtad y patriotismo, en
mi discurso franco. – Era una oportunidad más que pedía el hijo de la
patria; el generalísimo Santa Anna imploraba nuevamente a las conciencias
mexicanas, un voto de confianza para escucharlo en sus razones y darle a éste,
la responsabilidad de seguir defendiendo el suelo nacional. – Respetare los designios de la junta militar
y por eso, protesto ante todos, no mi engrandecimiento personal, ni menos aún
mi ambición; pues siempre he demostrado desde mi regreso al país, que buscó la
campaña militar y no así, el Poder Supremo de la nación.
La comitiva de diputados escucha las razones de Santa
Anna y redactan el documento que en breve circularía por la Ciudad de México,
en el, él benemérito sostiene sobre su lealtad a la patria, sus sacrificios y
los obstáculos que ha enfrentado, la causa de sus derrotas militares, a quien
imputa no a las armas del invasor sino al repudio de sus propios compatriotas;
dice también: “Ni esta abnegación tan
completa, ni tantos ni patentes sacrificios como los impedidos, han bastado
para destruir antiguas prevenciones: la calumnia y la sospecha han venido á
añadir nuevo ajenjo en la ya demasiada amarga copa de mi vida, ¿y en que
circunstancias?... cuando conducía á la capital para su defensa un cuerpo del
ejército sacado de entre sus escombros, y cuando no venía á pedir á la patria
otra gracia que la de morir en defensa de su causa”.
La comitiva de diputados pretende tratar de calmar
al generalísimo Santa Anna, quien en un ataque de sensibilidad, reprime e
llanto que parece brotarle, para recriminar la ingratitud de muchos de sus
críticos, quienes sospechaban de él infundadamente: “Mi deber de primer magistrado de la nación, hoy atrozmente vejado e
indignamente sospechado por injustos o artificios detractores, exige que
remueva el pretexto inventado por la perfidica y por la pusilanimidad para
nulificar los numerosos esfuerzos que están dispuestos á hacer los buenos
ciudadanos para salvar su independencia y su honor”. - Santa Anna propone
su plan de gobierno, en su calidad de comandante en jefe de las fuerzas
armadas, así como de presidente de la república, de continuar la guerra y de
salvar la capital, propuestas que refrendan su vocación patriótica y militar,
que deja sin sospecha alguna, las infundadas acusaciones de su supuesta
traición; guerra y mas guerra, propone Santa Anna, defender ante todo y contra
cualquier ataque del ejército invasor, a la capital de la república, cuna de
los supremos poderes constitucionales de nuestro país, capital de la república,
corazón político de nuestra patria: - “Estando
resuelto a no transigir sobre ninguno de estos puntos, manifiesto a Vuestras
Excelencias para que lo ponga de conocimiento del Excelentísimo Señor
Presidente, que si resolviere en contra, desde luego se tenga por formalizada
mi dimisión del mando en jefe del ejército y de la primera magistratura de la
Republica, expidiéndome el correspondiente pasaporte para retirarme a donde me
convenga”.
La comitiva de diputados respondió con un
contundente no al generalísimo Santa Anna, quien con su uniforme sucio, reflejo
de la intensa campaña militar en la que vivía, inspirado en su discurso siguió
dictándole a los escribanos de los diputados:
Podrá
suceder que, sin embargo de que haya absoluta conformidad con mis ideas, se
crea que yo mismo soy un obstáculo para llevarla á su debido efecto. Ya he
dicho que las circunstancias serían para mi propicias para salir de la
situación comprometida á que he llegado, de una manera fácil y honrosa, con una
pronta dimisión; pero tengo una alta idea de mis deberes. Sé los compromisos
que contraje con la nación cuando me colocó al frente de ella, confiándome su
preciosa defensa, jamás haré traición a estos deberes, y una separación
voluntaria de los negocios me hace creer implicado en una deserción infamante.
Mi patria me tiene á su lado, estoy resuelto a desempeñar la misión a que me ha
llamado hasta su último extremo y mis más caros intereses y mi propia
existencia están colocados en el altar de la libertad de independencia de mi
patria. Mas como yo deseo escuchar y acatar la sana opinión, quisiera que
hablándome con lealtad y con franqueza se me manifestara por el supremo
gobierno si se cree que debo separarme de mis cargos que se me ha confiado y no
titubeare un momento en dejarlos. Habré así cedido á votos respetables, y no á
los cálculos del interés individual ni de facción. Me retirare tranquilo
haciendo el ultimo sacrificio, cual es el de mi propia opinión, y el de
satisfacer mis propios deseos de derramar mi sangre por mi patria, y estar á su
lado en los momentos de su aflicción.
Los diputados presentes extienden un calurosos
abrazo al general Santa Anna para reiterarle su voto de confianza y disculpándose
también, de las injustas críticas que ha recibido; uno de esos diputados, tomo
la palabra eufórico, quien le respondió que la salvación de la Republica y la
seguridad personal del generalísimo Santa Anna, eran importantes para el futuro
de la patria, demeritando a los críticos del generalísimo, que eran cuatro o
cinco nada más, pues la inmensa mayoría de los habitantes de la capital,
aclamaban su retorno para la defensa de la Ciudad.
Santa Anna asumió una postura modesta ante los
sinceros elogios de los diputados, quienes en forma insistente le suplicaron no
renunciara al mando supremo de las fuerzas armadas nacionales, pues solamente
él, era el único militar con probada experiencia, prestigio y experiencia, con
la capacidad de defender a la nación; Santa Anna obviamente agradeció dichas
palabras, al mismo tiempo que revisaba sus palabras, escritas por el escribano,
para agregarle un matiz mas patriótico, corrigiendo de nueva cuenta el escrito
para poderlo firmar y ratificarlo en todo y en cada una de sus partes.
La comitiva de diputados regreso a la Ciudad de
México y dio a conocer las palabras tan sinceras y patrióticas del generalísimo
Antonio López de Santa Anna, víctima de una campaña de desprestigio tendiente a
desmoralizar la conciencia cívica de los mexicanos; había que creerle, porque
después de su estrepitosa derrota, había resurgido de la nada, para formar un ejército
y esa cualidad, no era distintiva de ningún militar en la historia del país, ni
del mundo entero, más que de un hombre sincero, con los dotes de un gran
estadística y genio militar, de la talla de don Antonio López de Santa Anna,
los diputados pidieron el beneficio de la duda y que no le fueran retirados los
cargos y comisiones políticas y militares, que dignamente en otro momento le
otorgaron, pues ahora, habría que ver el futuro y no el pasado, había que ver
que lo mas importante era la defensa de la Ciudad de México y olvidar por
siempre lo ocurrido en la Angostura y Cerro Gordo; la verdadera amenaza eran
los americanos que estaban en puebla y no el hijo y benemérito de la patria,
que estaría dispuesto, a dar la vida por los mexicanos.
Los diputados del Congreso Nacional, en los momentos
más difíciles de la historia del país, aprobaron la ley fundamental que regiría
los destinos de la nación; la ley constitucional denominada el Acta de Reformas
a la Constitución de 1824, norma jurídica que refrendaba el liberalismo
mexicano, como a su principio rector de gobierno democrático y federal, con la
división de poderes de una república moderna y la introducción de un recurso
legal, denominado juicio de amparo, que protegería a cualquier ciudadano, de
las arbitrariedades que pudieran incurrir los poderes públicos. Con ello,
México iniciaba un nuevo orden constitucional y con ello, el presidente de la
Cámara de Diputados, quien en algún momento ocupo la primera magistratura del
país, don José Joaquín Herrera, en tono conciliador, olvidando las anteriores
revueltas militares, elogiaba el patriotismo de Santa Anna y del nuevo orden
constitucional que se daba México en el concierto de las naciones civilizadas
del mundo; entre aplausos los diputados del Congreso, recibieron al general
Antonio López de Santa Anna, quien juro lealtad a la nueva constitución y juro
desempeñar una vez más, el cargo de presidente de la Republica.
Nuevamente el general Antonio López de Santa Anna,
el hombre fuerte de toda la nación, el mejor mexicano, el mejor militar, el
mejor soldado, el mejor presidente; nuevamente el en la presidencia para ocupar
el papel más importante que no solamente la vida le dio a él, sino también el
que la vida de una nación, confió en otorgarle: defender la soberanía nacional.
Santa Anna advierte en el congreso, que no aspira al
poder, que él hubiera dimitido en el cargo, de no ser por la situación de
peligro en que vivía el país, así como también, para no ser acusado de traidor
y desertor; Santa Anna reprocha la falta de patriotismo de sus compatriotas los
poblanos que nada hicieron frente el avance yanqui; solicita el apoyo de todas
las clases sociales del país, del clero también quien se vería amenazado por la
iglesia protestante impuesta por el conquistador; pide la unión de todos los
mexicanos y el fin de todas las discordias políticas que dividen al país.
Entonces, el generalísimo convoca a una junta de
militares para planear la defensa de la Ciudad; donde declara la amnistía de
otros militares como Arista, Ampudia, Almonte, Garcia Conde, Requena y otros
más, acusados de no haber actuado con diligencia en los anteriores combates,
sus juicios son sobreseídos y se incorporan al ejército; perdonando los errores
de estos militares, como si también Santa Anna hubiera sido perdonado de los
suyos; de esa forma el benemérito expone ante la junta militar el plan de defensa
de la Ciudad de México, ahí frente un mapa diseñado en forma improvisada, Santa
Anna toma una vara metálica, para ir señalando los puntos que había que
defender; el primero de ellos, debía de fortificarse el cerro de Peñón, donde
seguramente se libraría la primera batalla con los americanos provenientes
estos de Puebla; consiente de la posición geográfica del cerro, encomienda al
ingeniero Manuel Robles llevar a cabo dicha fortificación, al igual que a las
faldas de dicho cerro, ubicadas en Tepeapulco, Morelos y Moctezuma; de esa
forma se protegería el oriente de la ciudad; del lado sur, se instruye realizar
trabajos de fortificación en Mexicalcingo, Hacienda de San Antonio, Convento y
Puente de Churubusco; al sureste de la Ciudad se aprovecharía las instalaciones
del Colegio Militar en Chapultepetl, donde
se colocaría la artillería para dominar los caminos de que vienen del oeste
a las garitas de Belén y San Cosme, de igual forma se fortalecería Santo
Thomas, al norte de la ciudad, se previó fortificar los cerros de Zacoalco y
Guerrero, o bien, en todo caso, dejar los refuerzos necesarios en las puertas
de Nonoalco, Vallejo y Peralvillo; en lo referente al parque militar, se
armarían fusiles y se fundarían nuevos cañones, adicional a los veintidós cañones
con los que contaba el ejército mexicano, incluyendo los dos cañones que le
fueron comisados a los americanos en las batallas de la Angostura; de igual
forman, llegarían soldados de todas partes de la republica a reforzar la
Ciudad, comenzando con el regimiento de San Luis Potosí, estimando un
aproximado de veinte mil soldados mexicanos;
de igual forma, se incorporaría en las filas defensivas del ejército
mexicano, al general Juan Álvarez, importante veterano de la guerra de
independencia quien también luchara en sus años de juventud con el insurgente
José María y Morelos; sumándose también en la defensa de la ciudad, el general
Gabriel Valencia, encargado de la plaza de la Villa de Guadalupe y para
sorpresa de todos, los batallones de Guadalupe e Independencia, los que
conformaban aquellos jóvenes universitarios apodados los “polkos”..
El plano de la defensa era alentador, para ello y
evitar cualquier fuga de información, nadie objeto la prohibición de
circulación de periódicos, panfletos, debía de suprimirse la libertad de prensa
hasta en tanto, cesara la amenaza de la ocupación yanqui; eran momentos de
mucha tensión pero también de ganas de luchar y de defender el corazón de la república;
se emitirían convocatorias para reclutar a nuevos soldados; a fomentar el
entusiasmo de los jóvenes ciudadanos indignados por esta guerra; así también,
se haría la cordial invitación a que los irlandeses se sumaran también a las
filas del ejército nacional, para alistarse en el Batallón de San Patricio, a
cambio de ellos se les pagaría un salario decoroso y al final de la guerra, se
les otorgaría hasta 20 acres de tierras; con esto, el enemigo, con una fuerza
estimada de aproximadamente catorce mil soldados, encontrarían resistencia, en
cada legua de la ciudad de México.
Momentos decisivos cuando el general Scott a través
de sus informantes y la red de bandoleros a su servicios, tuvo conocimiento del
entusiasmo que se vivía en la capital; debía de planear el general americano el
ataque final de su campaña militar, aun con la adversidad que eso le
representaba; dos mil soldados enfermos por la fiebre amarilla desatada a causa
de los climas inhumanos de Veracruz; así como de tres mil soldados americanos
voluntarios, cuyo contrato de enganche había terminado y retornaban a Veracruz
para regresar a la Unión Americana a sus respectivas casas; de esa manera, su estado de fuerza se
limitaba a nueve mil soldados dispuestos a luchar por la libertad del destino
manifiesto.
Santa Anna por su parte se encuentra eufórico, de la
segunda oportunidad y del voto de confianza que ha recibido en esta guerra; se
encuentra maniaco en sus planes, no duerme, todos los días, tardes y noches
piensa en los momentos de gloria que le esperan; desde el Palacio Nacional
busca un mirador que le permita tener un control total de la ciudad; piensa y
consulta con los ingenieros donde puede estar ese mirador; le dicen que en el
cerro de Guadalupe, otros dicen que en cerro de Iztapalapa, otros en cambio, le
proponen los montes de la barraca del moral, arriba del poblado de San Ángel;
desde ahí podía tener un buen punto de referencia para observar el avance del
enemigo; Santa Anna le parece bien este punto, tiene muchas cosas pendientes en
ese lugar, un tesoro de millones de pesos, títulos de propiedad y una mujer
recatada que lo rechazó; Santa Anna se observa en el espejo y encuentra después
de todo, que la falta de un pie le da presencia, gallardía y mucha distinción;
decide portar un uniforme limpio con sus respectivos hilos de oro y una pechera
terciopelada; sus bota reluciente, sus escapularios y su amuleto de la buena
suerte que le obsequiara alguna vez un brujo cubano; Santa Anna decide
emprender la defensa de la ciudad, cuando piensa en el tesoro que dejo
escondido en las cuevas de la barranca del Moral; defenderá a su patria, pero
también dinero, que le garantiza seguirse defendiendo asimismo y con ello
defender a la patria que no le comprende; todo eso se dice Santa Anna en el
espejo, cuando escucha desde lo lejos, los vítores de tambores, anunciando que los
americanos se dirigen a la Ciudad de México.
Scott se encontraba en Chalco, Entonces Santa Anna sabe que …
¡La resistencia ha comenzado¡.