Aquella tarde, trabajando en el Palacio Nacional, el
Coronel Yáñez había recibido aquella carta, enviada por aquel militar, vestido
de humilde civil. – Vengo de parte del “Jefe” – fue la clave con la cual se identificó
aquel sujeto, quien inmediatamente fue reconocido por el Coronel Yáñez. Se
trataba nada menos que un enviado del mismísimo general Antonio López de Santa
Anna. Inmediatamente, el Coronel Martín Yáñez al saber quién era el emisor de
la epístola, tomo las debidas precauciones para que nadie en la oficina, se
diera cuenta del lazo comunicativo que tenía con el hombre más odiado del país.
-
Algún
mensaje para mí.
-
Sólo
me encargo el general que le hiciera entrega personal de dicha epístola.
-
¿Se
encuentra bien el general?.
-
Se
encuentra recluido en la cárcel de Perote Veracruz, no ha recibido las debidas
consideraciones que su investidura merece; teme por su muerte; por ello, me ha
enviado con Vos para ponerme a sus ordenes.
-
¿Cuál
es su indicativo soldado?.
-
Cienfuegos.
Pero mi nombre es el Sargento Ignacio Salazar. – Se puso en posición de firmes,
saludando a su superior jerárquico. Sin embargo, impulsivamente Yáñez a punto
estuvo de gritarle que no hiciera la respectiva señal de subordinación, para
que nadie absolutamente lo descubriera en su verdadera identidad de militar.
-
Tiene
conocimiento de algún plan militar que implique la liberación de mi general.
-
Por
el momento ninguno Coronel. Sin embargo, tengo conocimiento de los planes del
Coronel de Artillería Joaquín Rangel, para encabezar en breve término, la nueva
revuelta que hará liberar al general, para su pronto regreso a la capital.
-
¿Qué
referencias tiene del Coronel Rangel?.
-
Acompaño
al general en su campaña militar del año pasado, es fiel a mi general. Esta
convenciendo en secreto a varios oficiales de la Guardia de los Supremos
Poderes y a mi general Mariano Salas, para encabezar la revolución.
-
¿Para
cuándo?.
-
Quizás
en unos dos o tres meses. Cuando la suerte del general Santa Anna se resuelva.
En caso de que se le condenara a muerte, los planes se adelantarían; ¡Mi
general cuenta también con su apoyo¡.
-
Eso
ni lo dude Sargento. Aquí estaremos cuando él así lo disponga.
Yáñez, se quedó mirando el
sobre que contenía la carta, permanecía todavía sellado, con aquella seda que
plasmaba tan distintivo sello de su mentor.
-
¿Dónde
se encuentra hospedado?.
-
En
un mesón de Santa María la Redonda.
Yáñez saco de la bolsa de su chaqueta, una tarjeta
en la cual anoto un domicilio.
-
Diríjase
a este lugar, ahí encontrara posada y alimentos, hasta en tanto, no le remita a
Vos, la contestación a la presente. – Extendió la mano, entregándole la
tarjeta.
-
Como
Vos ordene Coronel.
Se retiro el militar vestido de civil. Hasta en ese
momento, Yáñez había recibido el mensaje de su jefe inmediato. La comunicación
volvió a entablarla, esperando de nueva cuenta, recibir sus instrucciones. ¿Qué
nueva orden contendría la carta?. Violo el sello de seguridad que contenía la
carta, desdoblando el papel procedió a leerla en secreto, revolviéndola con
otros documentos, para tener la posibilidad de esconderla en caso de que fuera
descubierto.
Sres. Coronel Yáñez y
Licenciado Salcedo.
Jalapa, Enero 18 de 1845.
Muy señores míos y de mi
particular aprecio. Hoy escribo por conducto del portador al fin de que por su
conducto se instruya al escribano Alfonso Martínez del Valle, para que los
títulos de propiedad de los bienes raíces de mi propiedad, queden depositados
bajo su custodia, en la Casona de Tizapan,
Comuníquenle también a V.V. que
tenga la bondad de recibirlos y de mantenerlos con la discrecionalidad que
amerita el caso, hasta en tanto, el suscrito pueda disponer libremente de mis
propiedades.
Agradezco sus finas atenciones
e instruyo al Coronel Yáñez, para que tan pronto termina esta revuelta que
contra mí se ha promovido, pueda hacerme llegar esos recursos para destinarlos
a mi joven esposa e inocentes hijos, en caso de que el de la voz fuera
condenado a muerte; sino en todo caso, solicito benevolentemente que los mismos
sean custodiados, hasta mi regreso a la capital.
Dispensen V:V: esta molestia de
su afectísimo seguro servidor.
Gral de División. A.L. de Santa
Anna.
Yáñez termino de leer la carta y la escondió en su
chaqueta, como si fuera un tesoro invaluable. Había recibido una instrucción,
del cual ya había tomado las precauciones necesarias, cuando decidió de mutuo
propio, esconder los dos millones de pesos en barras de oro en las cuevas de la
Barranca del Moral, arriba de la Casona de Tizapan. Sin embargo, tal medida no
le satisfacía de todo, el escribano no le inspiraba confianza, quizás en eso
tenía razón el licenciado Salcedo, la supuesta compraventa de los territorios
del norte de México a los indios apaches, parecía una farsa, una cruel burla
que no llegaba todavía aceptar; y que al igual que su amigo el licenciado
Salcedo también ponía en duda, pero obviamente en secreto.
Lo importante en este caso, es que la supuesta
compraventa de esos terrenos aún no concluía, si bien es cierto las supuestas
comunidades de indios apaches habían entregado los títulos de propiedad que en
su momento les había extendido la Corona Española, también lo era que el precio
pactado - ¡Cuatro millones de pesos¡.- todavía no se había pagado. Por el
contrario, el dinero había quedado escondido en una centena de cofres, en las
cuevas de la Barranca del Moral. Terrenos propiedad de los monjes carmelitas, propiedad
del clero católico pero que usufructuaba algunos prósperos políticos que a
través de sus prestanombres, algunos escribanos, explotaban esas tierras. Uno
de esos tipos, el escribano. Tipo tan más oscuro y gris, a quien no dudaría,
haber hecho gala de su lengua leguleyo, para engañar al general y robarse esa
codiciada cantidad, o bien, quedarse para siempre con esos títulos de propiedad
para ofrecérselos a otro mejor postor.
¿Y si matara al escribano?. Si lo esperara salir
algún día de su casa y ordenara a gente de su tropa que lo apuñalara. Nadie sospecharía
de él, bien podría decirse que había sido víctima de algunos ladronzuelos de la
Ciudad, total en esos tiempos de inseguridad, nadie podría sospechar del móvil
del crimen. Cuatro millones de pesos. Si al general Santa Anna lo fusilan y la
revuelta que intenta liberarlo fracasa. Entonces habría que matar al escribano para
recuperar los títulos y desenterrar el tesoro de donde se encontraba escondido;
Yáñez sólo reía de imaginar la escena; el mismo que había encabezado la
operación de enterrar cofre a cofre, sería ahora el encargado de rescatarlo;
traería a diez de sus hombres, incluyendo a su amigo Salcedo para sacar el
dinero; lo compartiría, se quedaría obviamente con la mayor parte; después se
iría del país, quizás a Panamá, o porque
no, iría a España, o a otro mundo, a
otra tierra, donde si se pudiera vivir en paz y sin preocupaciones, como en
éste pinché país.
¿Qué sucedería con la esposa del escribano y de su
hija?: ¡Ah pinches viejas¡. Lo peor de todo, es que la esposa del escribano
estaba muy bien, toda una verdadera yegua, ¡maldito viejo¡. Con tan sólo
recordarla, podía olerla. Como podía poseer a esa mujer tan radiante; no le
bastaba tener una hija hermosa, sino también ser el dueño de esa monumental
mujer, el cual, por más que se afeaba en su persona, sus vestidos no podían
esconder aquella silueta tan provocadora.
La vez que enterró el tesoro se hizo acompañar de
aquel bandolero de nombre Ignacio Cienfuegos, la Señora bajo, pregunto quien
era su acompañante, a lo cual él contesto que un simple sargento del ejército,
encargado de una misión. ¡No era cierto¡, ella obviamente tampoco creyó que
fuera un vil militar cuando toda sus apariencia era de un bandolero. Se dio
cuenta, que pasando el rio, arriba en los montes, se enterraron o quizás se
escondieron en las cuevas de aquellos cerros, por lo menos cerca de cien cofres
que escondía el tesoro de la nación. Maldita vieja, quizás por con su bello
cuerpo se prostituía cada noche en manos de aquel vejete, a cambio de dinero;
sólo así podía explicarse como una mujer tan hermosa como la esposa del
escribano, podía estar casado con dicho tipejo. Qué tal si el día en que
rescatara el dinero, matara al vejete y violara a su esposa. Sólo reía Yáñez de
imaginar la escena, su hombría, su poder; ¡yo soy un cabrón¡, ¡yo si soy un
cabrón¡, no como el pinché cojo que es un hablador. ¡Yo si soy un cabrón¡,
puedo tener la vieja que quiero, la casa que quiero, gastar el dinero en lo que
yo quiero. Acomódate pinche vieja, mámame la verga, ¡yo soy tu pinche hombre¡.
Pero eso era una fantasía, quizás demasiada
perversa, era sólo un sueño criminal, sentirse por unos momentos, homicida,
violador y criminal; había que resistir a ese tipo de pasiones que solo
saciaban la parte bestial del hombre mismo, pero que nada bueno lo orillarían.
Bien o mal, era un hombre respetable, a quien debía considerar debido trato y
consideración cualquier mujer, incluyendo la esposa del escribano; mujer más
grande de él, que sin negarle su todavía belleza, no podía como caballero que
era, faltarle el respeto. Ni a ella, ni mucho menos a su hija, que bien podía
cortejarla, pero que obviamente, no era de sus gustos aspirar a la vida de los
hombres casados.
Entonces Yáñez siguió
observando aquella carta y recordando aquella instrucción de su mentor político
le dio: - “Los títulos de propiedad de
los bienes raíces de mi propiedad, queden depositados bajo su custodia, en la
Casona de Tizapan”; - tenía que hablar con el escribano, para mostrarle
personalmente la carta y darle la instrucción a éste de que no tocara nada, ni
siquiera el dinero que se encontraba bajo en depósito y a su estricta
responsabilidad. Sería un buen momento, para visitar a esas dos mujeres
hermosas, propiedad del maldito vejete escribano. Le pediría a Salcedo que lo
acompañara.
-
Coronel
Yáñez – toco la puerta el licenciado Salcedo, luego de haber impartido su
respectiva clase en la Academia de Jurisprudencia.
-
Adelante
licenciado, tengo algo importante que comunicarle. Justamente había pensado en
Vos.
-
Yo
también mi distinguido amigo; quien los dos empieza primero.
-
Usted
primero licenciado, que noticia viene a comunicarme.
-
Voy
a cortejar a la hija del escribano. Me
ha dado una señal para que inicie con ella un romance. – era una noticia que le
alegraba el día sin duda alguna a Salcedo.
-
¡La
hija del escribano¡. – sorprendido respondió el Coronel Yáñez.
-
Si
ella misma; no es una mujer hermosa.
-
Por
supuesto, no lo dudo, pero más bella aún, es su madre, a quien los años, no han
borrado su belleza.
-
¿La
mamá de Fernanda?. – pregunto desconcertado Salcedo – ¿la esposa del escribano?
-
Si
ella misma, no la observó la vez pasada. ¿Creo que no la conoce?. ¡Oh si¡.
-
El
día que fue el velorio de mi maestro, creí verla, pero no la recuerdo.
-
Ah
pinche licenciado. Vos siempre tan distraído; no todo en la vida es trabajo.
Cuando conozca a la madre de Fernanda, habrá deseado en convertirse en
escribano, para tenerla entre sus brazos.
Obviamente, a Salcedo no se le hacía un buen comentario;
que más podía esperar de un tipo tan promiscuo e inestable familiarmente como
el Coronel Yáñez; quien teniendo dos mujeres y más de tres hijos regados, no se
conformaba con asumir una vida responsable de jefe de familia.
-
Aprovechando
su grata noticia de que en breve iniciara un romance con la hija de nuestro
amigo el escribano – ironizo el Coronel Yáñez – le informo a Vos, sobre el
último mensaje recibido de mi general Antonio López de Santa Anna.
-
¿De
Santa Anna? – pregunto admirado Salcedo.
-
De
Santa Anna Su Señoría; de mi general de división Antonio López de Santa Anna,
quien me remitió para su atención, la presente epístola
Yáñez le entrego la carta a Salcedo, para que esta
la leyera. Al terminar de hacerlo le devolvió la carta.
-
¿No
entiendo?. Lo esta nombrando albacea de sus bienes, ¿o qué?.
-
Me
está dando una orden a la que tenemos que cumplir. Aunque no lo diga
expresamente, mi general esta ordenando que tanto los títulos de propiedad como
los cuatro millones de pesos, de su última adquisición, queden custodiados en
algún lugar seguro, en la Casona de Tizapan.
-
¿Qué
acaso no lo ha hecho así?.
-
Por
supuesto, sólo que ahora habrá que amenazar al viejo, de que por ningún motivo,
interfiera u obstruya los planes de mi general.
-
¿Te
refieres al escribano?.
-
¿A
qué otro viejo puedo referirme?. – Salcedo se quedo pensando por un momento –
¡Se me olvidaba decir, a tu futuro suegro¡. – Entonces se rió Salcedo. Sin embargo Yáñez pensó orquestar en su
cabeza, una magnífica idea.
-
¿Dices
que vas a cortejar a la hija del escribano?
-
¡Así
es¡.
-
¿En
verdad tienes planes, para andar con esa muchacha. ¿Qué has pensado hacer con
ella?.
-
Aún
no lo sé. ¡Iniciar un noviazgo¡ porque no, casarme con ella.
-
Si
en verdad quieres eso, ,yo me encargare de todo lo demás. Esa mujer será tuya,
yo me encargare de eso.
-
¿Pero
cómo vas hacer eso?.
-
Déjamelo
a mí, tengo mis propios métodos. En menos de lo que te imaginas, tendrás como
esposa, a la hija del escribano.
Salcedo se quedó pensando,
agradeciendo el gesto de su amigo, sin darse cuenta, el plan perverso que
estaba orquestando su amigo.
-
¿Cuándo
hablaras con el escribano, para comunicarle sobre el último mensaje del general
Santa Anna?. – pregunto Salcedo
-
No
lo sé, quizás mañana; ¿cuándo piensas hablar con ese señor, para manifestarle
tus pretensiones con su hija?.
-
Yo
creo que esta tarde. cuando el sol se desvanezca.
-
Muy
bien, animo muchacho. Si has tomado bien esa decisión, yo seré el primero en
apoyarte.
Salcedo se dispuso a retirarse,
sin embargo, fue inmediatamente interrumpido por Yáñez.
-
Licenciado,
se me olvido comentarte sobre el asunto del Coronel Gutiérrez y Mendizábal. ¿No
lo ha ido a ver?.
-
Si,
platique con él la vez pasada.
-
¡Que
bueno¡. Vea la posibilidad de incorpórarlo al Ejército. Es un recomendado de mi
general Santa Anna.
-
Así
será Coronel. ¿Otra cosa más?.
-
¡Si¡.
Me interesa conocer la hoja de servicios del Coronel de Artillería Joaquín
Rangel.
-
Ahora
mismo pido su expediente.
-
Otro
favor mi querido licenciado.
-
Si
Coronel.
-
Llámale
al Oficial Gaudencio. Quiero hablar con él.
-
Ahora
mismo se lo envió Coronel. Si no hay otra cosa en particular, procedo a
retirarme.
-
Adelante
licenciado. ¡Que tenga una muy buena tarde con su futuro suegro¡. – Riéndose ya
el Coronel, se despidió de esa forma de su amigo.
Yáñez se quedó sólo riéndose de aquel plan, que iba
a orquestar, donde todos iban a salir ganando.
-
Coronel,
a sus servicios. – en posición de firmes, el Oficial Gaudencio, espero la
misión de su superior jerárquico.
-
Vámonos
a visitar a un amigo. Necesito que Vos y personal bajo su mando, me ayuden a
esta misión importante.
-
¡A
donde Vos ordene Coronel¡.
-
Vámonos
a los juzgados, ahí espero a un amigo mío.
Yáñez recogió su arma, la cargo y la guardo en su
cinturón. Junto con el salió el Oficial
Gaudencio y otros tres soldados de la tropa, para cumplir con una misión
importante: ¡Buscar al escribano¡.