viernes, 2 de septiembre de 2016

CAPITULO 29


Que importa si el general Taylor al mando de mas de tres mil quinientos soldados, comienza a movilizarse por el territorio texano, cruzando el río nueces y dirigiéndose al río bravo, atravesando el arroyo Colorado y estando a sólo tres leguas de Matamoros; sin encontrar desde luego la mínima resistencia.  Que importa si los buques americanos se encuentran abasteciendo de armas al ejército invasor, con tres carros y una escolta de caballería sin que nadie, absolutamente nadie, tampoco diga nada. ¡Total¡ lo prioritario es lo que diga don Lucas Alamán, en el periódico El Tiempo, es más importante discutir la forma de gobierno que le conviene al país, que ponerse a pensar que el ejército invasor viene ocupando posiciones para su próxima embestida.

El Palacio Nacional se sigue discutiendo las próximas reformas que habrá que exponer a la  Junta Constituyente. Una nueva forma de gobierno, totalmente coincidente con las ideas del gran estadista don Lucas Alamán, expuestas de manera tan brillante, clara y refinada conforme a su gran peculiar estilo, sobre las ventajas de alcanzar una forma de gobierno monárquica, totalmente ajena a la idea vil y miserable de la republica, cuyas consecuencias en la vida de la joven patria independiente, era evidentemente nefastas. La edición de El Tiempo del día 12 de febrero, sin miedo alguno, se declaraba a favor del gobierno monárquico, denunciando la bajeza de las leyes patrioteras que estaban a favor de la Republica. En respuesta a ello, el periódico El Monitor Constitucional cambiaba de nombre, para llamarse en lo sucesivo El Monitor Republicano; Siglo XIX hizo lo mismo, para denominarse El Republicano; y asi cantidad de periódicos, como El Espectador, Hesperia, La Reforma, Don Simplicio, El Correo Francés, se pronunciaron a favor o en contra de la monarquía, al grado de que el tema no solamente del día, sino de la semana y de los meses consecuentes, sería sobre la conveniencia o no de adoptar la forma de gobierno monárquica, aún en contra de los sentimientos patrioteros y radicales de muchos de los golpistas, masones y llamados “liberales”, quienes sostenían que México no quería a un rey y mucho menos a un extranjero.

Esa era la discusión política por las cuales, todos los círculos de políticos, intelectuales, burócratas y la opinión publica discutía en cada casa, en cada mesón,  en cada aula de la Academia de Jurisprudencia. Esa era la noticia a la que había llegado a la oficina del Presidente Paredes Arrillaga; preocupado de la opinión desfavorable y del esfuerzo inútil de tan grandes patriotas como Gutiérrez Estrada o el propio Lucas Alamán, quienes aprovechando su enorme prestigio en los círculos intelectuales y hasta internacionales, promovían como la mejor solución política a los constantes problemas que aquejaba el país, era la forma de gobierno monárquica. Pero ante dicha actitud patriótica, la respuesta masónica era contundente, no a la monarquía, no al protectorado español que frenaría indudablemente las perversas ambiciones de los americanos.



Obviamente que para Mr Thompson cuando leía cada uno de los diarios editados por la Ciudad de México, no hacía mas que reírse. Nadie absolutamente nadie, decía respecto a la declaración de la independencia de la Asamblea Departamental de Mérida hacía en diversos manifiestos, segregándose de la republica mexicana, o bien, lo que estaba ocurriendo a tan sólo unas leguas de Matamoros, donde un heroico general de nombre desconocido, exigía en forma patriótica al general Taylor, el retiro inmediato de las tropas americanas en suelo tejano.

Pero claro, esos hechos no eran nada importantes. No ameritaban atención alguna, era mas urgente atender otro tipo de asuntos prioritarios, por ejemplo acelerar el pago de la renta del personal escolta del Presidente de la Republica, o bien, publicar la convocatoria al nuevo congreso constituyente que erigiría el nuevo destino de la patria en una forma de gobierno que privilegiara el orden y la paz, la defensa de la santa iglesia católica y un modelo político más acorde a la idiosincrasia conservadora del país: La monarquía.

¡Obvio¡. Distinguidas personalidades del ámbito político renunciaban a sus respectivas carteras sin dar explicación alguna. Alguna de ellas, fue la misteriosa designación del general Juan Nepomuceno Almonte, quien dejaba de un día para otro, ser el Ministro de Relaciones Exteriores para convertirse en el embajador de México en Francia. ¡Quien podía creer dicho acontecimiento. Misteriosa también fue, pero al poco tiempo olvidada, la renuncia al cargo que hiciera el Ministro de Hacienda don Jesús Parra. Algunos rumores aseguraban, que dichos funcionarios habían cambiado de bando político para convertirse en santaannistas.

Mister Thompson recorría la republica mexicana sin pasar desapercibido. Su lengua inglesa le permitía ostentarse como un importante ingeniero en minas, aunque su vocación no era propiamente las matemáticas o el estudio de los suelos patrios, sino por el contrario, lo era el servicio de espionaje a favor del gobierno americano; lo que le permitía haberse codeado en tan poco tiempo, con importantes hombres ilustres y otros no tan ilustres del gobierno mexicano, del ejército, del clero y hasta dentro del pequeño circulo de “intelectuales” de esa oscura, retrograda y por momentos contradictoria sociedad mexicana.

Mister Thompson seguía siendo el contacto entre el embajador extraordinario de los Estados Unidos Mr Slidell con aquel grupúsculo de militares burócratas que ostentaban la representatividad del pueblo mexicano. Aunque si bien, existía un cambio de la administración de José Joaquin Herrera a Mariano Paredes Arrillaga, la verdad de las cosas, era que dicho cambio no afecto la postura diplomática del gobierno mexicano en cuanto a lo que se refería de no reconocer al embajador americano para tratar los asuntos de la independencia de Texas. ¡No era para más¡.Mister Thompson se sorprendía una vez más de la astucia leguleyo de algunos funcionarios mexicanos que evadían abordar directamente el asunto de Texas,  pretextando excusas dilatorias como negarle la investidura de embajador extraordinario de los Estados Unidos a Mister Slidell, supuestamente por no contar con la documentación en regla. De todos modos, aunque el embajador tuviera la documentación que le solicitaba el gobierno mexicano para ser reconocido en su investidura de diplomático, nunca se le reconocería como tal hasta en tanto, no cumpliera con todos y cada uno de los caprichos de los burócratas mexicanos.

Fueron varias veces en que Mister Thompson intento entrevistarse con el general Paredes Arrillaga, pero nadie le hacía caso; trato de hacerlo con el Secretario de Relaciones Exteriores, pero igualmente, tampoco le hizo caso. Toco varias puertas, inclusive con el recién gobernador de la Ciudad de México, el general Nicolás Bravo, veterano de la guerra de independencia mexicana, sin embargo, tampoco quiso recibirlo. Trato de entrevistarse con algún otro distinguido funcionario del gobierno, pero nadie, absolutamente nadie, quería hablar con él. Automáticamente, su posición de enviado del embajador extraordinario de los Estados Unidos, más que abrirle las puertas, se las cerraban. Como si fuera una maldición hablar con el. Más maldición aún era, abordar temas de política exterior como la evidente guerra entre México y los Estados Unidos.



Y mientras eso sucedía, las tropas americanas al mando del general Taylor construían frente al poblado de Matamoros y el rio Bravo, el Fuerte Brown, donde se alojarían los soldados del ejército invasor en espera de cualquier “ataque” del ejército mexicano. Ahí en el Fuerte Brown en las ribereñas del rio Bravo, se comisiona a cuatro ingenieros para colocar cuatro cañones que apunten directamente a la plaza pública de Matamoros. Desde ahí, a unos cuantos kilómetros, en las filas del ejército mexicano, viendo desde lejos la construcción del Fuerte Brown, varios oficiales se cuestionan respecto a la remoción del general Mariano Arista, la cual  no tenía la razón de ser. Simple y sencillamente no era gente de confianza del Presidente Paredes Arrillaga. La tropa mexicana acuartelada en el poblado de Matamoros, no tenía cabeza alguna, no existía jefe militar alguno al mando de la guarnición, hasta en tanto no llegara el nuevo comisionado del Presidente para hacer frente a la defensa del suelo patrio. Hasta en tanto el general Pedro Ampudia llegara a relevar al general Arista, el general Francisco Mejía informa a los habitantes de matamoros la situación en que se encuentra el país. Denuncia la conspiración de Washington para cumplir su cometido de adueñarse no solamente de Texas, sino más allá de los límites del río nueces, llegando hasta el río Bravo e invadiendo con su presencia limitar, los territorios del Departamento de Tamaulipas. Pero su manifiesto es hueco, nadie absolutamente nadie lo escucha; la ciudad de México sigue discutiendo si la forma de gobierno al que debe aspirar el país es la monarquía o la república, al mismo tiempo que mister Thompson no encuentra puerta alguna para escuchar en forma suplicante, la última oferta del gobierno de los Estados Unidos de América.

Escuchen bien hermanos mexicanos, evitemos una guerra en la cual el honor de nuestros hombres, se vea sacrificado ante la negativa de los funcionarios mexicanos, que pretextando una y mil excusas, se han negado a recibir a Mister Slindell, desechando con el la última propuesta de aceptar veinticinco millones de pesos por los territorios de Texas, Nuevo México y la Alta California. Esa es la última propuesta, es el precio máximo que el señor Presidente de los Estados Unidos autoriza al embajador extraordinario para negociar la guerra y evitar con ello, la inminente guerra que se avecina. Hasta en tanto no se reciba respuesta alguna del gobierno mexicano, nuestro ejército tendrá la estricta y determinante decisión de defender pulgada a pulgada el territorio tejano, que al anexarse a la unión americana, constituye por decisión soberana, territorio de los Estados Unidos de Norte América. ¡Les guste o no les guste a los mexicanos¡.



Sin embargo los funcionarios del gobierno mexicano siguen ignorando esto., ignoran la personalidad y la representatividad con la cual el Presidente de los Estados Unidos de América me ha otorgado. Habiendo recibido la respuesta oficial del gobierno mexicano, negándose de nueva cuenta la personalidad de comisionado por el gobierno de los Estados Unidos para negociar la paz, no le quedaba de otra a Slindell, que pedirle al gobierno mexicano, le remitieran los pasaportes necesarios para regresar a su patria e informar de lo anterior, al Presidente Polk respecto a la arrogancia de los mexicanos, de quienes no dudaría en culpar a los americanos de ser los agresores y los causantes de esta guerra. Slindell escribe:

“…El haberse presentado unos cuantos buques de guerras en las costas mexicanas y el haberse adelantado una corta fuerza militar a las fronteras de texas se citan como una prueba de que no son sinceras las declaraciones de los Estados Unidos del deseo de conservar la paz. No pueden ser ciertamente necesario recordar a V.E. que las amenazas de guerra han procedido todas de México y que parece demasiado reciente la elevación al poder de su actual gobierno, para que haya V.E. podido olvidar las razones ostensibles por las cuales derrocó al que le había precedido: el crimen imputado al que entonces era presidente, crimen tan odioso que justificó su violenta expulsión de la presidencia para que los pocos meses antes había sido electo, por unanimidad sin ejemplo y con arreglo a todas las formulas constitucionales, fue el de no haber continuado la guerra contra Texas, o en otras palabras, contra los Estados Unidos, crimen cuya enormidad se agravó infinitamente por haber aceptado la proposición de los Estados Unidos para negociar…

Mister Thompson espera que el Embajador extraordinario termine su epístola para entregarla personalmente, si fuera posible, al general Mariano Paredes Arrillaga, jefe del ejecutivo mexicano.

… El infrascrito ha excedido los límites que se había prescrito en esta respuesta: la cuestión ha llegado a un punto en que las palabras deben hacer lugar a los hechos. A la vez que deplora profundamente un resultado que esperaba tan poco cuando dio principio a los deberes de misión de paz, le consuela la reflexión de que su gobierno no ha omitido esfuerzo ninguno para evitar las calamidades de la guerra, y que esos esfuerzos no pueden menos de ser debidamente apreciados, no solo por el pueblo de los Estados Unidos, sino por el mundo.

Thompson recibe la instrucción del embajador Slindell de quedarse en la Ciudad de México hasta en tanto, no reciba instrucciones de persona comisionada por el gobierno americano, previa identificación con las códigos de identidad correspondientes. Slindell desilusionado de las autoridades mexicanas, recibe su pasaporte y en espera del buque Mississippi, parte a Cuba con la única misión de contactar con Antonio López Santa Anna, con quien al parecer, tenía una posición mas conciliadora y dispuesta al dialogo, que permitiera encontrar un arreglo amistoso.



Y mientras eso ocurre, la Ciudad de México sigue viviendo en el caos; en la prensa nacional se habla de una campaña encabezada por el presidente de la republica, en la cual se amenaza a los reporteros, columnistas, periodistas y críticos del sistema, en ser enviados, a la cárcel de San Juan de Ulúa o si fuera posible, al paredón por traidores de la patria., “¡Nadie debe hablar mal de la monarquía¡”. nadie absolutamente debe hablar de una forma de gobierno que demostró durante más de trescientos años estabilidad en el pueblo mexicano. Nadie, escuchen bien malditos criticones, masones y santannistas, nadie debe hablar de la monarquía y de las intenciones de este gobierno conciliador, para encontrar la paz y la solución diplomática que haga de México, el freno de las perversas ambiciones de los Estados Unidos.



Sin embargo mientras los ingenieros en artillería del ejército americano, terminan de calcular y determinar la posición, ángulo y altura en la que deben de estar los cañones para bombardear el poblado de Matamoros, un “jefe político mejicano” que es el Prefecto del Departamento de Tamaulipas enviaba al general Taylor, comandante en jefe del ejército americano invasor, una carta que mostraba su indignación por rebasar las fronteras determinadas al departamento de Texas, mismas que se asentarón en territorio tamaulipeco rumbo al río bravo, sin que nadie, absolutamente nadie dijera algo.

Aunque la cuestión pendiente sobre la agregación del departamento de Texas a E.U., se encuentra sujeto a la resolución del gobierno supremo mejicano, el hecho de haber avanzado al ejército que se halla a las órdenes de V.S., traspasando la línea que ocupaba en Corpus Christi, me pone en la obligación, como primera autoridad política del distrito norte de Tamaulipas, de dirigirme a V.S. como tengo el honor de verificarlo por medio de la comisión que pondrá esta nota en sus manos,, manifestándole que alarmados justamente  los pueblos que dependen de esta prefactura  con la invasión de un ejército que sin previa declaración de guerra, y sin anunciar explícitamente  el objeto que se propone, viene ocupando  un territorio que nunca ha pertenecido a la colonia sublevada, no han podido ver con indiferencia un procedimiento tan contrario a la conducta que observan las naciones civilizadas y a los principios mas claros del derecho de gentes; que dirigidos por el honor y el patriotismo, y ciertos de que nada se ha dicho oficialmente pro el gabinete de la Unión al gobierno mejicano, respecto a ensanchar los límites de Texas hasta la orilla izquierda del río Bravo, y que confiados los ciudadanos de este distrito en la notoria justicia de su causa, y en uso del derecho natural de la defensa, protestan por un órgano de la manera mas solemne que ni ahora ni en tiempo alguno consienten, ni consentirán en separarse de la Republica mejicana y unirse a E.U. del Norte, y que se encuentran resueltos llevar a cabo esta firme determinación, resistiendo hasta donde alcancen sus fuerzas siempre y cuando el ejército que marcha a las ordenes de V.S., no retroceda a ocupar sus antiguas posiciones; pues permaneciendo en el territorio de Tamaulipas deben considerar sus habitantes, que cualquiera que sean las protestas sobre la paz con que viene convidando, por parte de V.S. se han roto abiertamente las hostilidades, cuyas lamentables consecuencias serán ante el mundo entero de la exclusiva responsabilidad de los invasores.
Tengo el honor de decirlo a V.S. con el fin indicado, manifestándole mi consideración y aprecio.
Dios y Libertad. Santa Rita, marzo 23 de 1846.

El general Taylor al leer esta carta, no podía considerarla todavía la declaración formal de guerra. Era sólo un escrito de protesta que ameritaba responderse en los mismos términos. No defendería América, hasta en tanto no recibiría la orden clave que le permitiera resonar los potentes cañones instalados en el Fuerte Brown que destrozarían en unas horas, cualquier poblado o columna de la tropa mexicana.

Taylor comisiona a diversos espías, muchos de ellos indios como los mexicanos, para entrar a las filas del ejército mexicano asentado en Matamoros y contar el numero de elementos con los que cuenta el ejército mexicano. Había que hacer cálculos respecto al número de elementos, armamento, víveres, número de habitantes de la población; había que calcular el tiempo de evacuación, traslado, retirada; calcular sigilosamente cada uno de los movimientos que podrían efectuarse de llevarse a cabo las hostilidades. Calcular también el número de efectivos americanos, su armamento, solicitar a la brevedad posible, no solamente mas elementos para sumarse a la tropa que defendería a Texas y a los americanos, sino también, la poderosa artillería que serviría en mucho, para atacar las tropas del enemigo, causándole en poco tiempo y sin exponer vidas propias.



El general mexicano Pedro de Ampudia llega a la plaza de Matamoros, para sustituir a su antiguo jefe, el general Mariano Arista. Lo primero que hace es convencer a la tropa de su lealtad a la causa mexicana, como también, a difundir ese espíritu patriotero que necesitan los ejércitos previo al acto de la guerra. De igual forma, demuestra a la tropa su valor, que su designación no obedeció por apoyar al presidente de la republica durante la revolución del Plan de San Jesús, sino realmente, porque contaba con los meritos para desempeñar tan importante misión.

El general Mejía le informa al general Ampudia que los americanos están del otro lado del rio Bravo, en territorio tamaulipeco. Que según sus cálculos, Taylor comandante del ejército americano cuenta con 3500 elementos, mismos que se encuentran en espera de recibir la orden de ataque. Que posiblemente asaltarían Matamoros y que de no existir una debida defensa, podrían llegar hasta Monterrey. El general Ampudia pide calma, espera contar con 5000 soldados que les enviaran distintas plazas, así como también, contar si es necesario con el apoyo del general Mariano Arista a quien no dudaría pedirle su reincorporación a las filas del ejército, para sumarse a la expedición que cruzara el río bravo, dentro del territorio Tamaulipeco mexicano, para expulsar a los invasores.

Varios oficiales mexicanos reciben con gusto esa noticia. El general Mariano Arista podía regresar a la base de Matamoros para contactar con el general Ampudia y así, mostrar a la nación entera respecto a la conciliación nacional, en momentos tan difíciles en la historia de la patria.  De un momento a otro, inicia la fortificación del Fuerte Paredes, que impediría el paso directo de los americanos por el rio Bravo. Asimismo se planea crear una línea defensiva por todo el rio Bravo debidamente armada que serviría de escudo para frenar a los invasores. Sin embargo, la línea defensiva no puede hacerse con tan sólo quinientos efectivos. Así que Ampudia espera los refuerzos para cumplir sus planes. Es así que llegan soldados de Tampico, Puebla, Morelia, y nos ochenta cañones; sin olvidar desde luego un refuerzo de 2200 soldados más, que sumados a los 2800 con los que se contaban, serían 5000 soldados mexicanos que defenderían el territorio nacional.



5000 soldados mexicanos en contra de unos 3500 que tenían los americanos. Taylor luego de fumar aquella pipa continúa con sus cálculos matemáticos y hasta políticos que podría suscitarle esa oportunidad histórica de vencer a los mexicanos. Recibe noticias de que el Cónsul americano en Ciudad Victoria Tamaulipas fue expulsado por el gobierno mexicano, así también, esta enterado perfectamente de cada uno de los movimientos de la tropa mexicana pues los informes que recibe de los servicios de espionaje son claros. Le dicen que los mexicanos creen contar con 5000 soldados cuando realmente, no se le informa al general Ampudia que noche con noche, son varios los soldados quienes desertan, sin comunicarle de esto en los reportes de novedades a la superioridad mexicana. Taylor obviamente que se ríe de esta noticia, porque de demorar aun más la guerra, esos 5000 soldados que dicen tener los mexicanos, se irían reduciendo hasta porque no, desaparecer el ejército enemigo, al grado que juraría que podría ocupar Matamoros sin disparar una sola bala.

Asimismo el general Taylor piensa en su futuro político, podría ser presidente de los Estados Unidos, su patriotismo y su acción militar estaría en prueba con la gran distinción que le hiciera el presidente de los Estados Unidos James Polk al designarlo como comandante en jefe del Ejército de los Estados Unidos; en la noble misión de defender Texas y de ser posible, iniciar el ataque al país mexicano tan pronto recibiera las noticias de la declaración de guerra, o bien, del inicio de hostilidades por parte de los mexicanos.

De igual forma Taylor esta enterado, según los periódicos que le hacen llegar, que el embajador en México, Slindell también fue expulsado de México, sin obtener desde luego, arreglo amistoso que solucionara la guerra. ¡Que podría esperar ahora¡. Todo estaba hecho para que de un momento a otro iniciara la guerra. Al terminar de fumar su pipa, recibe un correo por parte del general Pedro Ampudia, su homologo adversario.

“Al Señor Gene. Don Z. Taylor.”

El general Taylor rompe el sobre lacrado, solicitando a su traductor le hiciera el favor de leer el contenido de la misiva.

Explicar a usted los múltiples motivos de justo agravio que siente la nación mexicana, causados por el gobierno de Estados Unidos, sería perder el tiempo y hacer injuria al buen sentido de usted; paso por consiguiente desde luego a hacer las explicaciones que considero de absoluta necesidad.
El gobierno de usted, de manera increíble – y aún permítame que le diga, en forma extravagante, si se tiene en cuenta el uso de las reglas generales establecidas y aceptadas entre las naciones civilizadas - , no solamente ha insultado, sino que ha exasperado a la nación mexicana, llevando su bandera de conquista hasta la margen izquierda llevando del río Bravo del Norte; y en este caso por órdenes explícitas y definitivas de mi gobierno, que ni puede ni debe recibir nuevos ultrajes, requiero a usted en debida forma,. Para que en el perentorio término de 24 horas levante el campo y se retire a la otra banda del río Nueces, mientras que nuestros gobiernos estén discutiendo la cuestión pendiente respecto a Texas. Si usted insiste en permanecer en territorio del Departamento de Tamaulipas, resultara claramente que las armas y solamente las armas tienen que decidir la cuestión; y en este caso, advierto a usted que aceptamos la guerra a que con tanta injusticia de parte de usted se nos provoca; y que por nuestra parte esta guerra será llevada a cabo conforme a los principios establecidos por las naciones más civilizadas; es decir, que el derecho internacional y el de la guerra serán la guía de mis operaciones; esperando que pro parte de usted se siga la misma conducta.
En esta inteligencia ofrezco a usted las consideraciones debidas a su persona y a su respetable cargo.
¡Dios y Libertad¡.
Cuartel general de Matamoros. 2.p.m. abril 12 de 1846.

El general Taylor al terminar de escuchar la carta, no hizo más que reírse; así que solicito el apoyo de su personal jurídico, para preguntar si dicha misiva podía considerarse ya como el inicio formal de hostilidades, o si bien, era ya una declaración de guerra.  Al volverse leer el documento, ya debidamente traducido, se opino que aún dicha carta, aun pese a su actitud hostil y pedante, no podía todavía considerarse como una declaración de guerra, en virtud de no haberse suscrito por quien se decía ser presidente de México. Así que no pasaba ser de una bravata más, muy peculiar de los mexicanos, que haciendo alarde de su valentía no era de esperarse recibir otro tipo de advertencias como esa. Consciente de esa opinión, el general Taylor solicita apoyo marino para bloquear el rio Bravo, provocando aún más al ejército mexicano, para iniciar de una vez por todas las hostilidades.

 

Taylor responde entonces al general Ampudia:


Cuartel General del Ejército de Ocupación, Campo cerca de Matamoros, Texas, abril 12 de 1846.
Señor:
He tenido el honor de recibir su nota de esta fecha, en que me intima usted a retirar las fuerzas de mi mano de su posición actual hasta más allá del río Nueces, mientras no se decida la cuestión pendiente entre nuestros gobiernos, relativa a los limites de Texas.
Apenas necesito decir a usted que, encargado como estoy del desempeño de obligaciones específicas de carácter puramente militar, no puedo entrar a discutir la cuestión internacional implicada en el avance del ejército americano. Me permitirá usted sin embargo, que le diga que el gobierno de los Estados Unidos ha estado constantemente procurando un arreglo de la cuestión de la frontera por medio de las negociaciones; que se ha despachado un enviado a México con ese propósito y que hasta fecha reciente ese enviado no ha sido recibido por el actual gobierno mexicano, sino es que haya recibido ya sus pasaportes y salido de la Republica mexicana. Entre tanto he recibido ordenes de ocupar la comarca hasta la margen izquierda del río Grande, mientras la línea divisoria no se haya arreglado definitivamente. Al llevar a cabo estas instrucciones me he abstenido cuidadosamente de todo acto de hostilidad, obedeciendo a este respecto, no solamente la letra de mis instrucciones sino los simples dictados de la justicia y la humanidad.
Las instrucciones conforme a los cuales estoy obrando no me permitirán retroceder de la posición que ahora ocupo. Teniendo en cuenta las relaciones de nuestros respectivos gobiernos y los sufrimientos individuales que resultarían, lamento la alternativa que usted me ofrece; pero al mismo tiempo deseo que se entienda que de ningún modo eludiré esa alternativa, dejando la responsabilidad a quienes imprudentemente comiencen las hostilidades. Para concluir, permítame usted darle seguridades de que por mi parte se observarán cuidadosamente las leyes y las costumbres de la guerra entre las naciones civilizadas.
Tengo el honor de ser, muy respetuosamente su obediente servidor.
Z. Taylor.

Taylor envió copia de la misma misiva, a su oficial enlace con el presidente Polk, a efecto de que el mismo se lo hiciera llegar a la Casa Blanca; anunciando de igual forma, que en cualquier momento podría estallar la guerra. De igual forma, pensó enviar otras misivas para los gobernadores de Texas y de Lousiana, solicitando su cooperación con el apoyo de más efectivos, para enfrentar los primeros combates. Asimismo comisiona al Coronel Cross y al Teniente David Porter trabajos de patrullaje cerca del cuartel de Matamoros, sin embargo, era un hecho que ya todos presentían, la guerra en cualquier momento iniciaría.

El Coronel Cross y el Teniente Porter nunca jamás regresarían. Los pocos soldados que los acompañaban en el patrullaje, serían emboscados por elementos del ejército mexicano, quienes en una escaramuza, masacrarían a los patrulleros, capturando de igual forma a los primeros presos de guerra.

El general Pedro Ampudia le sería informado sobre el éxito de la primera escaramuza del ejército mexicano, informándole de la muerte de dos oficiales del ejército americano, así como la detención de varios prisioneros de guerra que habían invadido territorio Tamaulipeco. Ampudia toma un trago de mezcal para celebrar tan noble y heroico acontecimiento y ordena a uno de sus soldados, alisten a todos los soldados de la tropa a efecto de ser testigos de la tortura que sufrirían los invasores. Habría que arrancarles las uñas, afilar los machetes para quitarle la planta de los pies a esos gueritos y hacerlos caminar a los muy infelices  en carbón quemado para hacerles recordar por siempre, que ningún centímetro del territorio mexicano debería de ser invadido.

Es entonces cuando Ampudia recibe una carta del general Arista, informándole pero también instruyéndole, que no iniciara ningún acto de hostilidad en contra de soldados americanos, hasta en tanto no se dictara la orden de ataque o de declaración de guerra.  ¡Era demasiado tarde¡. Los prisioneros de guerra fueron torturados, al mismo tiempo que otra patrulla americana al mando del capitán Thourtón, se daba a la búsqueda de alcanzar a los oficiales Cross y Porter; ya para esos momentos, muertos.

El general en Jefe del Ejército mexicano Mariano Arista llegó al cuartel de matamoros en medio de un ambiente hostil. Supo que efectivamente el rio Bravo estaba bloqueado, la ciudad amenazada y enterado obviamente, de los primeros combates. La guerra ya había estallado. En el poblado de Carricitos los mexicanos habían sorprendido a los invasores, habiéndolos atacado y aprehendido a 25 soldados americanos, mismos que también, sufrirían la misma suerte de sus demás compañeros.



Es entonces cuando Taylor debidamente enterado de las hostilidades iniciadas por los mexicanos, de la muerte de varios patriotas americanos: Cross, Porter y otros soldados más que ofrecieron su vida por la libertad de los Estados Unidos; enterado en forma segura de los acontecimientos ocurridos en Carricitos y de otros poblados del territorio tejano; es cuando decide informar ya en forma directa al presidente de los Estados Unidos de América lo siguiente:

Hoy, 25 de abril de 1846, se pueden considerar iniciadas las hostilidades. Requiero con urgencia que los gobernadores de Texas y la Lousiana me envíen ocho regimientos, aproximadamente cinco mil hombres más.

¡La guerra había iniciado¡.