Tres horas de espera para que finalmente el cadete
desertor Jesús Melgar, pudiera ser recibido por alguna autoridad del Colegio
Militar. No era propiamente el director de la Institución el general Mariano
Monterde quien para esas horas, se encontraba cumpliendo estrictamente las
instrucciones del general Santa Anna consistentes en iniciar las obras de
fortificación del castillo de Chapultepetl y vías aledañas de Tacubaya, misión
que debía de efectuar de la manera mas disimulada para que no se diera cuenta el
invasor; tres horas y quizás algunos minutos más, para que finalmente la
audiencia solicitada fuera otorgada, por conducto del subdirector del plantel,
el Teniente Coronel Manuel Azpilcueta.
Luego de recibir el saludo y de haberle concedido
recibirlo en su oficina. El funcionario déspota, al ver al cadete desertor de
pies a cabeza, solicitó a éste le diera su nombre.
-
Jesús
Melgar. – respondió en actitud de firmes.
-
¿Nombre completo?. – Pregunto el Subdirector
en forma enérgica.
-
Agustín
María José Francisco de Jesús de los Ángeles Melgar Sevilla.
El Subdirector luego de escuchar su nombre, abrió
aquel expediente del ex cadete Agustín Melgar; verificó que ese fuera su nombre
completo, originario de Chihuahua, apenas de dieciocho años de edad; desertor desde
el mes de febrero de la institución.
-
¿Y
ahora quiere regresar al Colegio?.
Pregunto el Subdirector un poco extrañado, ahora en
esos momentos, en que muchos padres se acababan de presentar a recoger a sus
hijos, para que estos no fueran enlistados en la guerra, mas ahora, que los
americanos estaban en Coyoacán, a punto de ganar la guerra. … ¡Si¡
-
Teniente
Coronel. – dijo Jesús Melgar - Solicitó de ser posible, si no existiera
inconveniente alguno a cargo de esta noble institución, mi reincorporación al
Colegio; haciéndome merecedor de todas las sanciones que pudiera
responsabilizármele, así como de mis errores y de mi mala actuación que no
tiene justificación; pero ruego a usted Señoría, interceda ante el General
Monterde, para que pueda ser de nueva cuenta admitida a esta Institución, a la
que me encuentro en deuda. ¡El deber de servir a la patria me llama¡.
El deber de la patria, joven idiota, pensó en si el
Teniente Coronel. ¿Cuál deber?, ¿Cuál patria?. A estas horas, lo que quedaba de
patria, estaba próximo a desaparecerse, para desintegrarse en pedazos, sobre
cada uno de los cañonazos ha recibirse. ¿de que patria hablaba ese joven
iluso?. ¿De la que a nadie le interesa?, ¿de la que dicen defender nuestros
generales, diputados, periodistas y sacerdotes?. A leguas se veía, que se
necesitaba ser muy iluso o muy pendejo, para querer tener mayor compromiso con
la patria, que la de ser un joven inmaduro de dieciocho años, capaz de creer
aún en la patria, la bandera, los héroes de la nación, de la independencia
nacional.
El Colegio Militar había pasado por momentos muy
difíciles desde su fundación; en febrero de 1847 el expresidente Valentín Gómez
Farías había decidido disolver la joven institución, acusado de haberse sumado
a la revuelta de los polkos; acusación falsa, pues era de todos conocidos que
dichos batallones, estaban compuestos en su mayoría por jóvenes estudiantes de
las carreras de Jurisprudencia y Medicina de la Universidad de México; ningún
cadete se había sumado a esa revuelta juvenil, porque era conocido por todos
los círculos militares, que los cadetes del Colegio Militar se dedicaban
precisamente a estudiar. ¡Claro¡. ¡Si habían soldados y cadetes identificados
con ese movimiento¡. ¡Por supuesto que sí¡. Pero eso a suponer que toda el Colegio
Militar se sumara a la rebelión que azotó a la ciudad de México, era algo
falso; si participaron cadetes en los batallones de los polkos, fue siempre a
titulo particular y jamás a nombre de la Institución. ¡Entendido¡.
-
Pero
entonces, ¿Usted desertó mucho antes?. – pregunto el Teniente Azpilcueta.
-
Si
teniente Coronel. Mucho antes de que ocurriera todo lo que me acaba de decir y
que os juro desconocía.
El Teniente Coronel sonrió burlonamente por lo que
acaba de escuchar. ¡Ya de muy jóvenes, los futuros militares aprendían a
mentir¡. Finalmente que importaba, una deserción de estudiantes se había dado
con motivo de esa revuelta, pues aún cuando la escuela volvió abrir al mes
siguiente, ya jamás volvió a continuar con su habitual ritmo. La escuela era un
desorden, maestros faltistas que no daban clases, alumnos rebeldes expulsados
de la institución acusados de robo y sedición, padres de familia que se
presentaban a recoger a sus hijos para que estos no fueran enviados como
soldados de carne de cañón para la guerra; ¿que más era el Colegio Militar?,
más que un reducto de futuros militares educados para servir tarde o temprano,
las mejores causas del futuro de la nación.
Pero mientras eso ocurría, no había clases en la institución. No hasta
en tanto, los americanos fueran expulsados del Valle de México, o se firmara de
una vez la paz.
No importa si hubiera o no clases. Si en esos días,
el director del plantel cumplía más con sus deberes y su total subordinación a
las ordenes de Santa Anna, que el estar atento a los problemas del Colegio
Militar. Esa treintena de cadetes que aún seguían en la institución, eran fiel
ejemplo de vocación por las armas, de espíritu nacional, de valentía y
honorabilidad. Claro que el Subdirector del plantel aceptó la reincorporación
del excadete a la Institución, lo haría a titulo de “agregado”, hasta en tanto,
el Colegio no reanudara sus labores en forma cotidiana, tan pronto se largaran
los yanquis del Valle de México, cuando eso ocurriera, entonces la Comisión de
Honor y Justicia podía valorar la situación del ex cadete y aceptar su
reingreso acondicionado. Después de todo, era justo aceptar un reingreso por
cada diez deserciones.
Jesús Melgar, más conocidos por sus compañeros por
el primero de sus nombres, Agustín, aceptó gustosamente la aceptación que
hiciera el Subdirector de su reingreso, aunque este fuera con el título de
“agregado”, sabía que eso le daba derecho a regresar a su vieja casa, a sus
viejo dormitorio y comedor, a sus salones de clase; a seguirse preparando en
sus estudios de ingeniera para tener agallas y enfrentar tarde o temprano, el
destino que le esperaba: la muerte. La cual no le tenía miedo alguno, la
buscaría hasta encontrarla.
¡No hay clases¡. Reiteró el Subdirector. El curso
lectivo está suspendido hasta nuevo aviso. Su permanencia en la escuela, es y
será bajo su estricta responsabilidad.
Jesús Melgar asumió su responsabilidad de su propia
vida y para con la patria.