El destierro del general Antonio López de Santa Anna,
significaba que el hombre fuerte dejaba al país, fuera de su influencia
política; el Presidente Herrera había optado por una decisión prudente,
posiblemente la orden de fusilamiento que culminaría con la muerte del
generalísimo hubiera generado una revuelta en la Ciudad de México o en Veracruz;
había que reconocerle que aún existían muchos hombres leales al benemérito.
Haberlo mandado a fusilar hubiera generado una revuelta incontenible. Sin
embargo, el Coronel Yáñez cuando se enteró de la disposición, se maldijo
asimismo, maldijo a Santa Anna y también a su jefe el Presidente; por lo que
desbordado en una ira totalmente oprimida, desde su escritorio aventó una copa
de vino, preocupándose de que su dinero guardado y escondido, y próximamente
custodiado por su amigo, llegare a ser
recuperado por su verdadero dueño.
No obstante, los “servicios de inteligencia” del
Presidente José Joaquín Herrera le mostraron una lista de quienes eran los
simpatizantes del régimen santaannista, sin duda alguna, quienes mayor sorpresa
causaba al Presidente que figurara en dicha relación, era el Coronel Martín Yáñez
y el licenciado Enrique Salcedo. Había que desconfiar de ellos poniendo a
prueba su honestidad, no solo a su persona, sino a la Institución del titular
del Poder Ejecutivo. Saber si realmente le eran más leales a su anterior mentor
el “protector de Anáhuac” o bien, a su investidura como el Jefe de la Nación.
Para esos días, el licenciado Salcedo seguía molesto
de que Santa Anna no fuera fusilado. Una vez más, el hombre fuerte del país
burlaba a la justicia, a la muerte, inclusive hasta la propia historia. Se
había escapado de nueva cuenta, como cuando fue rehén de los texanos hace nueve
años y regresara al país como un héroe nacional, habiéndose salvado de las
balas de la campaña, de la horca de los texanos o de la orden de fusilamiento
de sus colegas los militares.
Santa Anna era desterrado del país, pero no los
santaannistas que seguirían trabajando en la clandestinidad para hacer volver a
la presidencia del país, al Benemérito de la patria. Sin embargo, esa tarea
persecutoria de expulsar, encarcelar o inclusive, asesinar a los simpatizantes
del general desterrado era demasiado desgastante; lo más importante para el
país, no solamente era el problema texano, sino también, construir un país
cimentado en instituciones y no en caudillos. Por eso, lo prioritario no era
hacer una ley antisantaannista que legitimara la persecución política, sino más
bien, ir sentando las bases de la normalidad democrática, que permitiera el
país prosperar en el futuro. Uno de los objetivos a realizarse, serían las
futuras elecciones presidenciales en el país.
Los días transcurrieron y el día seis de junio de
mil ochocientos cuarenta y cinco, el presidente José Joaquín Herrera,
perfilándose como el único candidato a la presidencia, cito a su oficina al
Coronel Yáñez, para solicitarle su lealtad absoluta al gobierno de la
república; no obstante de las buenas referencias que ya tenía, de su lealtad al
general Santa Anna. Así que utilizando un discurso de doble sentido, el presidente
Herrera comunicó al Coronel, que lo mandaría comisionado al norte de la
república, para reforzar la frontera en Texas.
Yáñez se quedó desconcertado con la orden del
presidente, pues mandarlo a Texas al servicio del general Mariano Arista, Jefe
de Operaciones de la región, implicaba sacarlo del Palacio Nacional. Lo que
significaba, que lo mandaría como carne de cañón para morir en los primeros
combates de la guerra que se avecinaba.
-
¿No
entiendo esta orden señor Presidente?. – respondió sumamente desconcertado Yáñez.
-
¿Por
qué no Coronel?. El general Mariano Arista será el jefe militar que defienda el
territorio nacional de cualquier intervención que hagan los americanos en el
territorio tejano. Así que yo le pido que coadyuve con la República, por eso considero
que Vos cuenta con el perfil profesional para prestar eficazmente sus
servicios.
-
¿Pero
no entiendo que voy hacer al norte?.
-
Lo
mismo que hace conmigo Coronel, asesorar al general Arista en cuestiones de
letras que bien maneja Vos.
-
Señor
Presidente agradezco su confianza en mis capacidades como militar que soy; pero
quiero comunicarle salvo su mejor opinión, que le soy más útil aquí con usted
al servicio de los fines de la administración,
que en el campo de batalla defendiendo a la soberanía nacional.
Entonces el Presidente Herrera
miro a los ojos al Coronel, poniendo a prueba su lealtad a él y al legítimo
gobierno constitucional.
-
¿Por
qué dice eso Coronel?. Aquí en la Ciudad de México las cosas están tranquilas,
hace más falta al Norte, donde deben reclutarse nuestras fuerzas armadas para
defender los territorios del norte. He recibido un comunicado del general
Mariano Arista y exige apresuradamente, refuerzos ante la inminente invasión de
los americanos.
-
¿Pero
qué acaso, no hay negociaciones con la delegación texana?.
-
Así
es Coronel, pero también los americanos, están moviendo sus tropas para esperar
en cualquier momento la declaración de guerra. Por eso Coronel, hoy la
republica le exige su alistamiento a las
filas de las brigadas del norte, donde su conocimiento al servicio de la
disciplina y administración militar, será más útil, de los servicios que yo
pueda requerirle.
Yáñez no podía dar crédito a la
orden de su jefe, no quería dejar la Ciudad, irse al norte implicaba dejar una
posición política de poder que le permitía estar cerca del corazón de la
república. Además tenía una razón importante para no dejar la Ciudad. ¡Era su
dinero escondido¡. ¡su futuro asegurado¡, la posibilidad de cambiar una vida de
necesidades y envidias por una de gratos placeres. Entonces Martín Yáñez sin
vacilar ni dudarlo por ningún momento, denunció lo que meses antes ya sabía.
-
General
Herrera como comandante de las fuerzas armadas de nuestro ejército, acato sus
órdenes sin discutirlas. Pero como Presidente de la República, mi deber es
protegerlo de cualquier intento de rebelión que en contra de su legítimo
gobierno pretenda hacerse.
-
¿Ah
que se refiere Coronel?.
-
Me
refiero que he descubierto una conspiración para deponerlo en el poder y llamar
nuevamente al general Santa Anna para ocupar el puesto que actualmente tiene,
generalísimo a quien no niego mi agradecimiento hacia su persona, pero que como
funcionario de un gobierno popular y constitucional como el que preside, me
niego aceptar a formar parte de la revuelta.
El general José Joaquín Herrera
se quedó pensando en cada una de las palabras que acababa de escuchar.
-
¿De
qué revuelta se refiere?.
-
Una
conspiración que en su contra se está realizando y del cual, me encuentro
actualmente investigando para deponer a sus participantes; sin embargo si Vos
me ordena dirigirme al norte, me vera en la penosa necesidad de interrumpir mi
investigación.
El general Herrera se quedó
observando al Coronel con incredibilidad, dándose cuenta de que hasta donde
podía llegar la supuesta lealtad de ese hombre, o quizás su traición. Los
informes que había recibido, era que efectivamente había una conspiración en su
contra para derrocarlo y que en dicho complot, participaba Yáñez; el mismo
militar que tenía enfrente de su escritorio; por eso cuando en sus labios oyó
decir su disposición a entregar a sus propios compañeros, Herrera se dio cuenta de que Yáñez podía
traicionar a los conspiradores.
-
Coronel
Yáñez. Si tiene conocimiento de algún complot que atente contra éste legitimo
gobierno, yo lo exhorto a que denuncie a dichos maleantes y en su caso, los
deponga ante el fuero de guerra para su enjuiciamiento. Pero si no es así, yo
le ruego que se abstenga de continuar con un juego de rumores que nada bueno
llevan a la nación.
-
General,
de ninguna manera. Hay un Coronel de Artillería de nombre Joaquín Rangel al
cual me comprometo entregarlo a la autoridad correspondiente, mismo que acuso
de incitar la Guardia encargada de los Supremos Poderes para desconocerlo.
-
Si
en verdad es así, actué de inmediato general. Quiero resultados de su lealtad
al gobierno del Presidente.
-
Lo
que Vos ordene mi general.
El Coronel Yáñez dio la media vuelta y abandono la
oficina del Presidente. En ese momento, trago saliva y el corazón le palpito de
miedo, al sentirse casi desterrado de la capital. Ahora tenía que hacer algo
para convencer al Presidente Herrera de
su lealtad y evitar con ello, su destierro de la ciudad.
Yáñez tomo su caballo y se dirigió a todo galope a
una casa ubicada en el pueblo de Tacuba para contactar de inmediato a Ignacio
Cienfuegos y comunicarle que la conspiración había sido descubierta. Contaban
solo los golpistas con unas cuantas horas de la noche, para que mañana a
primera hora, el Palacio Nacional tuviera un nuevo presidente, y con ello se
aclamara el regreso de Santa Anna. Ignacio Cienfuegos al estar enterado de la
noticia, corrió de igual forma en su caballo para informar al Coronel Rangel de
que el golpe tendría que hacerse antes del amanecer, sino los encarcelaría uno a uno. Después Yáñez
a eso de las dos de la mañana, en compañía del Oficial Gaudencio y de una
escolta de treinta soldados, interrumpieron en una casa de citas de muy mala
reputación ubicada en Santa María la Redonda, donde aprehendieron a varios
léperos, borrachos, clientes y prostitutas; dando un total aproximado de
cincuenta detenidos. Conduciéndolos todos ellos, a la cárcel.
Mientras eso ocurría a las tres de la mañana el
Coronel Rangel fue avisado por Ignacio Cienfuegos de que la revuelta había sido
descubierta; así que éste partió de su aposento para dirigirse a la casa del
Capitán Othon y pedir su pronto adhesión al golpe que llevarían dentro unas
horas. A las cinco de la mañana, ya en
el Palacio Nacional sin haber dormido toda la noche, el Coronel Martín Yáñez
saco varias armas, municiones y pólvora de las bodegas del Palacio Nacional, en
una carreta, la cual cubrió con paja. Después a eso de las ocho de la mañana,
informó a su homologo el Coronel Uraga, de que habría un levantamiento armado
en las próximas horas; por lo que urgía tomara precauciones en la defensa del
Palacio.
De esta manera, Yáñez hacía dos cosas a la vez.
Quedaba bien con dios y con el diablo. Si la revuelta de Rangel triunfaba,
sería gracias a él por haberles advertido con horas de anticipación; en cambio,
si la intentona fallaba, sería también gracias a él, por haberla denunciado a
tiempo.
Cerca de las tres de la tarde, el Coronel Rangel y
el Capitán Othon ingresaron al Palacio Nacional aparentemente indefenso y sin
el número de escoltas necesarios para su resguardo. Rangel y el centenar de
oficiales debidamente pertrechados, al ingresar al recinto, aprovecharon el
momento de euforia para gritar “¡Viva Santa Anna¡, ¡Viva la Federación¡. Grito por demás estúpido que provoco que en
forma sorpresiva, se suscitara una balacera, entre los oficiales golpistas y la
tropa del Coronel Uranga que se encontraba escondida en las oficinas del
palacio.
El capitán Othon respondió a la sorpresiva agresión.
No espero en ningún momento, ser golpeado de esa forma tan traicionera, más
aún, que la sorpresa la iba a originar éste y no a revés. Sin embargo, con una
puntería debidamente atinada, recibió un impacto en la cabeza, que lo haría
caerse del caballo. A la muerte instantánea del capitán, los demás integrantes
de la tropa alzaron las manos en señal de rendición, no sin antes, aprovechando
el desconcierto el Coronel Rangel decidió escaparse.
El Coronel Joaquín Rangel al ver fracasado su
intento, salió del Palacio Nacional, al mando de una media docena de sus
hombres, sin darse cuenta que militares vestidos de simples comerciantes y
léperos, lo fueron siguiendo hasta dar con su escondite, en una casa de la
calle de Talavera. Horas después, el Coronel Martín Yáñez al mando de su
escolta y de una carreta cargada de paja, ingresaron a la fuerza a dicha casa,
capturando al militar golpista y asesinando a quemarropa a cada uno de los
acompañantes del Coronel Rangel, poniéndolo en forma inmediata a disposición
del Consejo de Guerra en el cuartel de La Ciudadela.
El golpe militar o el supuesto golpe militar había
resultado un fracaso. Un intento ridículo porque fue más escándalo chusco lo
que género, que las expectativas de que al mismo pudieran significar o motivar
en el ánimo de otros militares; los cuales por cierto, muchos ni se enteraron
de lo que había ocurrido.
El parte de guerra redactado por el Coronel Yáñez
hacía el Presidente de la Republica fue debidamente exagerado por éste; decía
que desde hace un mes, el Coronel José Joaquín Rangel había intentado sobornarlo
para sumarse a la revolución que destituyera al gobierno legitimo
constitucional. Que actuó como si se fuera otro conspirador más, lo que le
permitió conocer los verdaderos planes políticos de éste, así como el número de
efectivos decididos a sumarse a la revolución, el parque con el que contaban,
así como el manifiesto político que iban aclamar para el regreso de Santa Anna.
Que sabía perfectamente que la revuelta estallaría para mediados del mes de
julio pero que siguiendo las instrucciones del ciudadano Presidente, a la
madrugada del día sábado siete de junio, él y su escolta se dirigió al pueblo
de Tacuba donde iban a detener a uno de los cabecillas, teniendo
sorpresivamente un enfrentamiento militar con elementos del ejército mexicano
aliados del Coronel Rangel. Que habiendo enfrentado un combate del que
afortunadamente salvaron la vida él y su gente, los golpistas huyeron, siéndole
imposible dada las condiciones que había tendido en la balacera, el
perseguirlos y capturarlos cada uno de ellos. Sin embargo, en forma precautoria
se dirigió inmediatamente al Palacio Nacional donde a las cinco de la mañana
pidió el auxilio del Coronel Uranga, así como de elementos del Cuartel de la
Ciudadela para que de igual forma, tomaran precauciones en contra de la
revuelta. Que a las tres de la tarde, más de un centenar de oficiales
pertenecientes a la Guardia de los Supremos Poderes entraron a la fuerza en el
Palacio Nacional, los cuales dispararon
e hirieron a dos centinelas, pero que sin embargo, gracias a las precauciones
que ya habían tomado desde la mañana, el Coronel Uraga pudo someter la revuelta
y darle muerte a uno de los instigadores del Supremo Gobierno. Que en
coadyuvancia de las tropas leales al gobierno de la Republica, partió con un
pelotón a perseguir al Coronel Rangel, quien se atrinchero en una casa ubicada
en la calle de Talavera, donde resistió un par de horas, hasta que finalmente
pudo ser derrotado por la tropa bajo su mando. Descubriendo que en dicho
escondite, había un arsenal de armas consistente en cincuenta rifles, diez
cajas de municiones, así como dos barriles de pólvora.
En el parte se hizo referencia que murió el Capitán
Othón y unos tres soldados oficiales en la toma del Palacio Nacional, así como
también la aprehensión del Coronel Joaquín Rangel y seis soldados muertos que
resistieron la detención. De igual forma, se hizo referencia que en el intento
fallido escaparon más de sesenta oficiales pero que durante la captura, fueron
detenidos más de cincuenta soldados, así como mujeres espías que vestidas de
monjas que traficaban y escondían las armas con los cuales se armaron los
golpistas.
Cuando el Presidente Herrera termino de leer el
parte, se quedo sorprendido de la eficiencia del Coronel Yáñez, así como la
forma en la cual pudo prevenir el golpe de estado que estuvo a punto de
destituirlo. Entonces el Presidente reconsidero, cuando supo que la amenaza
seguía latente, en virtud de que tenía informes muy veraces, de que era por lo
menos, un centenar de oficiales quienes se les había escapado, pero que en
cualquier momento podían recluir tropa para volver intentar otro golpe de
Estado.
El Presidente quedo satisfecho con esa muestra de
lealtad y ya no le dijo nada a Yáñez de que partiría al norte para reforzar al
general Mariano Arista. Así que Yáñez, jubiloso de su gran existo como
orquestador de problemas y solucionador de los mismos, entro a la oficina para
decirle a su amigo Salcedo.
-
Eres
un chingón Salcedo, tu parte de guerra te quedo cabrón.. las cosas salieron
como las planeaste.
Salcedo sólo sonrió, tratando disimular, su
verdadera vergüenza y compartiendo el júbilo de su gran amigo.