Jorge Enrique Salcedo como recordaba a su ilustre
maestro Samuel Rodríguez cuando le platicaba de su vida, de cómo había conocido
a su esposa, el día en que se caso y se desempeñaba como oidor en la Real
Audiencia de Guadalajara; ¡Que tiempos aquellos¡., aún recordaba su amado
maestro cuando le platicaba sobre el viejo orden y la paz que se vivía durante
los años del virreinato, así como también, sus primeros años en la docencia en
la Academia de Jurisprudencia.
Ahora las cosas habían cambiado, hacía años que
había dejado de ser un estudiante de Jurisprudencia y de un día para otro, el
tiempo transcurrió en forma instantánea como un abrir y cerrar de ojos, para
convertirse en lo que ahora era: Un funcionario del Supremo Gobierno, el cual
su verdadera y única pasión, era impartir cátedra de Derecho Público en la
Academia que lo formo como jurista; y en cuestión de horas, comprometido a
casarse.
¡La historia de cada persona cambia¡. Reflexionaba
frente al espejo. Aún recordaba sus días de estudiante, cuando en su infinita
soledad, escuchaba las clases de sus maestros de la Academia: Derecho Privado,
Derecho Canónico, Clementinas, Teología, Ética. Ahí estaba sentado en todos y
en cada uno de los salones de clase, que ahora lo esperarían, para verlo
también como profesor.
Así viéndose frente al espejo, aquella barba sin
rasurar, su cabello desalineado y el moño de su traje que no lo portaba en
forma correcta, se dio cuenta, que lo suyo en la vida, era enseñar
Jurisprudencia, servir al Gobierno, hacer posible los ideales de la republica;
seguir estudiando para desarrollar una inteligencia tan suprema como la de
Platón, Aristóteles, Rousseau, inclusive como la de Inmanuel Kant. Tener toda
la vida para morir en una biblioteca, quizás estudiando o leyendo, pero morir
en una biblioteca, o para sentir todos los días la pena de ser cada vez más
ignorante. Se decía una y mil veces frente al espejo, observando su barba
desarreglada, su cabello despeinado y ese moño, que en nada combinaba con el
traje. ¡Qué horror vestirse todos los días¡. Escoger la ropa presentable que le
permitiera aparentar lo que era. ¡Abogado¡. Después de todo era abogado y su
trabajo consistía estar en un escritorio. En cambio añoraba estar en una
biblioteca, porque esta le daba tranquilidad, armonía y una profunda
concentración que le inspiraba a escribir aquellas ideas políticas que aún no
estaban por descubrirse.
-
Maestro,
la vez pasada quedo pendiente hablar de las formas de gobierno. – Hablo
Villarejo, luego de que la clase terminada.
Frente al espejo, Salcedo sólo río aquella escena,
cuando Villarejo le hizo recordarse a el mismo, cuando le hizo la misma
pregunta a su maestro, el doctor Samuel Rodríguez.
-
¿Y
las formas de gobierno?. Cuáles son las formas de gobierno que más le conviene
a las naciones. ¿La monarquía? o ¿La republica?.
Frente al espejo y observando de nueva cuenta ese
moño desarreglado, Salcedo respondió lo que en su momento le contesto su
maestro.
-
Las
formas de gobierno, es un tema tan profundo que nos llevaríamos varias sesiones
el discutirlo.
Republica o Monarquía. el tema era mucho mas
profundo que esa disyuntiva. Había que discutir, ¿Quiénes gobiernan?, ¿Cómo
gobiernan? Y ¿Para que gobiernan?. Pero tratar de dejar ajena a la
conversaciones, las discusiones políticas del país, no había que hablar de
partidos centralistas o federalistas, ni tampoco exponer las ideas de José
María Mora o Lucas Alamán, ni entrar al debate de la masonería contra los
católicos. ¿Cómo iniciar una discusión sin dar el nombre de un político y de
una ley elogiada o reprochable.
Jorge Enrique termino de arreglarse el moño de la
corbata y termino de peinarse, para dirigirse esa vez, a la comida que su
futuro suegro le había organizado para decidir la fecha de la boda. Era domingo
y dentro de unas horas estaría sentado en el comedor de aquella hermosa casona,
frente a la mujer que sería en cuestión de tiempo, su futura esposa; y también
cerca, muy cerca, de esa mujer tan misteriosa que cuando la recordaba, no le
dejaba le inspirarle por momentos un admirable respeto.
¿A quién le importa hablar de formas de gobierno en
estos días en que la patria, eligiera en forma democrática y constitucional, al
Presidente de la Republica?. Aunque bien, trataba de hacer oídos sordos, cuando
escuchaba decir de la gente iletrada y de aquellos intelectuales de café, o de
sus propios compañeros de la oficina, que el gobierno del Presidente Herrera
era demasiado tibio, pues ni era constitucional, ni mucho menos democrático; y
no dejaría de serlo, hasta que diera de una vez por terminada, la vigencia de
las nefastas Bases Orgánicas que constituían a la nación, como una republica
centralista.
¿Federalismo o centralismo?. A quién diablos le
importaba esa discusión a la que el populacho, ni siquiera le interesaba,
siempre esta distraída en sus corridas de toros o peleas de gallo, celebrando
sus fiestas parroquiales, bailando, vacilando y por momentos, tomando pulque,
mezcal o cualquier otra bebida corriente, muy alejada de los buenos licores
europeos. ¿Quién podía importarle ese debate?, más que a su alumno Villarejo o
al maestro Samuel Rodríguez.
Cuando Jorge Enrique llegó a la Casona de Tizapan,
no dejaba de sentirse tan pequeño al ver la majestuosidad del inmueble. ¡Era
hermosa la construcción¡. Quizás no como el Palacio de las Tullerias en
Francia, pero sin duda alguna, se trataba de una hermosa casa, compuesta
seguramente de varias recamaras, casas y sirvientes. Un bello inmueble sin duda
alguna, pero que inspiraba un espíritu de tristeza, aburrimiento y resignación.
Al entrar a la casa, contempló de nueva cuenta aquel
patio y esa fuente central adornada con ángeles querubines que derramaban agua,
no los había visto con tanto detalle en sus anteriores visitas, pero más aún
cuando se encontró de nueva cuenta a la que sería su futura suegra, no pudo
disimular aquel gusto que le dio ver a esa mujer, a la que pese que los años
habían transcurrido, seguía siendo hermosa, como si el tiempo no la hubiera
avejentado. ¡Qué alta es¡. Ese vestido largo que oculta aquellas piernas
secretas y tan escondidas, más aun, ver su cuello adornada de aquella joya de
oro, que invitaba obviamente, a contemplar una parte del busto como no
queriendo a ser tocada y vista, besada y perderse entre esa piel tan
placentera.
-
Adelante
licenciado. Lo estábamos esperando.
Sonrió Amparo, como queriéndole dar un beso en ese
instante, como queriendo tocar y contemplarla todos los días del año, así fuera
todas las horas del día, todos los instantes de esta vida; ¡Amparo¡. ¡Cómo no
te había conocido antes?. ¿Cómo podías estar casada con ese nefasto hombre? Y
¿cómo podría tener esa idea pecaminosa, de querer ver, tocar y besarte el
busto?.
En el comedor de la casa se encontraban ya todos
reunidos y en la parte central de la mesa, el señor Alfonso Martínez del Valle,
con aquel bastón plateado y aquellas gafas redondas que lo hacían ver más
repugnante de lo que ya era.
La comida se veía y olía deliciosa; arroz, mole
verde y agua de jamaica. Una agua tan roja, como los labios de Amparo, tan
exquisita la comida, como aquel busto escultórico, adornada por una joya igual
de preciosa, que no podía dejar de verse.
-
Licenciado
Jorge Enrique, en cualquier momento su prometida bajara para acompañarnos;
ruego a Usted se sirva esperarnos, para poder iniciar.
-
No
se preocupe don Alfonso, aquí estaré esperando el tiempo que vos desea.
Y seguía viendo aquel busto, tan grande y por
momentos redondo, hecho de ese material humano que es la piel, que se dejaba
ver por unos cuantos centímetros en ese escote y por esa joya tan cara y
llamativa, que despertaba en uno, todos los pecados del ser humano, al menos la
ambición, la vanidad y la lujuria.
Don Alfonso miro a su esposa como tratándole hacer
un regaño. Quizás observando que el escote de aquel vestido no era el apropiado
para una reunión familiar, menos aún, cuando el objeto de dicha comida, era
señalar la fecha de la boda.
-
¿Licenciado,
que rumores hay de que el gobierno del general Herrera esta por ser derrocado?.
Pregunto aquel viejo escribano, don Alfonso, en una
forma tan brusca, como queriendo que su futuro yerno, no siguiera viendo más,
si la joya o lo que estaba debajo de la misma.
-
¿Perdón
don Alfonso?. ¡No escuche¡.
Como no iba a escuchar, si estaba viendo el busto de
mi señora. ¡Vieja puta¡. Qué diablos tenía mi maldita mujer para que a su edad,
siguieran viéndola como una maldita ramera.
-
Pregunte,
sobre los rumores que hay sobre el próximo derrocamiento del Presidente.
-
No
lo creo. El Congreso lo acaba de nombrar como presidente constitucional.
-
¿Y
Vos cree en la autoridad del Congreso?. – dijo en forma burlona don Alfonso.
-
Creo
más en la Constitución don Alfonso, porque es la ley suprema quien le da la
autoridad suprema al Congreso y la facultad de ésta, para nombrar a nuestro
presidente.
Don Alfonso, volvió a sonreír
en forma burlona la respuesta que le acababa de decir su futuro yerno.
-
Es
usted muy iluso. El Presidente Herrera es presidente no porque la Constitución
así lo diga, sino porque todavía no ha llegado, el general bragado que lo
destituya del puesto.
-
Posiblemente
esa sea la impresión que puede generar las instituciones de este país.
-
¿Cuáles
instituciones licenciado?. Aquí la única institución que sirve y tiene un fin
valioso, es nuestra Santa Iglesia Católica, fuera de ahí, el congreso, el
presidente o la suprema corte, son un reverendo cacahuate. ¡Discúlpeme que así
lo diga¡ Pero es la verdad.
Amparo estaba callada, como queriendo participar en
la conversación.
-
Además.
Tengo entendido, que se planea una revuelta militar por el general Paredes
Arrillaga, para deponer en el puesto a su jefe.
-
No
lo creo. El general Paredes Arrillaga tiene la orden de dirigirse al norte y
reforzar al Jefe de las Fuerzas Armadas en la zona norte, el general Mariano
Arista. ¿No sabe acaso, que los americanos ya entraron a Texas, se encuentran
en Corpus Cristo y tienen ocupado el puerto de Galveston?
-
Eso
de la guerra es una pantomima licenciado. Verá que no habrá tal invasión
americana, ni reforzamiento alguno como vos dice para el general Arista. Yo
estoy casi seguro, que el general Mariano Paredes Arrillaga se dirigirá a la
ciudad de México para poner de patitas a la calle al presidente y establecer
ahora sí, un gobierno autentico.
-
No
creo que ocurra eso.
-
Va
ocurrir. Tengo informes de muy buenas fuentes, de que hay una conspiración en
contra del actual gobierno.
-
Créame
que no entiendo. Hoy más que nunca el gobierno está fuerte. Ya lo ve, fracaso
la última intentona militar del Coronel Rangel por la sencilla razón de que cuenta
con el apoyo popular; aunado, de que el principal problema que enfrenta el
país, es la guerra que se avecina, no el tipo de gobierno.
-
Licenciado
Salcedo, le estoy diciendo que mis fuentes son muy confiables. El gobierno del
presidente Herrera no le quedan ni dos meses de vida. Será derrocado, yo sé lo
que le digo.
-
¿Derrocado
por Santa Anna?.
-
No
licenciado, que más quisiera que así fuera, pero no es así. Será el general
Mariano Paredes Arrillaga quien destituya al presidente y ponga como una forma
de gobierno la monarquía.
-
¿La
monarquía?.
-
Si
la monarquía, volveremos a ser gobernados por los Españoles como estuvimos
trescientos años, tendremos, sino un Virrey como en los viejos tiempos, si por
lo menos contaremos con la protección de la Corona Española. Por eso le digo,
que eso de la guerra con los americanos no lo creo posible. Usted cree que
Estados Unidos se animaría a tener una guerra con los españoles.
-
España
ya no es lo mismo que era antes.
-
No
importa, Estados Unidos jamás llegara a ser lo que es España. Por eso le digo,
que el gobierno del general Herrera está por diluirse. Sepa bien, que ex
ministro de Relaciones Exteriores González Estrada ya tiene contactos con la
nobleza española, solicitando su pronta intervención en la designación de un
monarca que ponga fin a toda esta inestabilidad política. Además, los señores
Lucas Alamán y otros notables, están financiando un periódico llamado El
Tiempo, que se encuentra divulgando la imperiosa necesidad de que nos
constituyamos urgentemente como una monarquía, como una alternativa para
solucionar todos nuestros problemas. Incluyendo, el conflicto internacional con
Texas.
-
¿Y
Santa Anna?. El general Antonio López de Santa Anna. ¿Qué papel juega en todo
esto?.
-
¡Ninguno¡.
lo último que supe de Santa Anna, es que se encuentra exiliado en la Habana
Cuba y no en Venezuela.
Se escucho un fuerte golpe en
la mesa, como si se hubiera dado un golpe en la mesa. Era Amparo, quien no
podía disimular su coraje al escuchar ese nombre.
-
¿Sucede
algo?
-
No,
es mi hija que se ha demorado y aun no baja. – respondió en forma enojona
Amparo.
-
El
general Santa Anna está en espera de otra conspiración que se hace a su nombre.
En esa supongo que esta Vos enterado.
-
¡No¡
¡Créame que no¡. – Salcedo noto el puño cerrado de Amparo.
-
No
me engañe licenciado, si en esa conjura participan todos los federalistas, las
mismas personas que simpatizan con sus ideas. Son los que intentaron hacer el
golpe militar con el Coronel Rangel, que fracasaron por falta de apoyo, pero
que no tardaran en volverlo intentar.
En eso se acerco un criado, a donde se encontraba
sentado don Alfonso Martínez del Valle, haciéndole una señal, para decirle algo
muy discreto.. Entonces don Alfonso, de una manera muy cortes dijo.
-
Disculpe
mi falta de cortesía de pararme de la mesa, pero un cliente me esta esperando
en la sala; si me permiten, regreso con ustedes en unos minutos.
-
No
se preocupe don Alfonso; aquí seguiremos esperándolo a su hija y a Vos.
El escribano se marcho, quedándose solos por segunda
vez, Amparo y Jorge Enrique. Luego de guardar un pesado silencio, Jorge Enrique
tomo la iniciativa de hablar.
-
Perdone
Señora, pero note que cuando su marido menciono el nombre de Santa Anna, Usted
hizo un gesto despectivo, además de que no pudo disimular su disgusto, al parecer
en contra de dicha persona. ¿Puedo saber el motivo?.
-
Santa
Anna es un infeliz. Es un poco hombre. Hubo un tiempo en que visitaba mucho a
mi marido, para hacer negocios turbios con él. Le escrituraba, vendía e
hipotecaba inmuebles, inclusive hasta guardaba su dinero. ¿Qué acaso no cree lo
del tesoro escondido en las cuevas de los olivares?.
-
¿Qué?.
Usted sabe lo que esconde el dinero?.
-
¿Se
más de lo que vos sabe?. No puedo creer que vos, siendo al parecer una persona
inteligente e integra, pueda trabajar al servicio de ese hombre?.
-
Trabaje
para él. Ahora ya no.
-
No
importa, sigue usted trabajando para él. Si ese infeliz regresa a la ciudad,
usted trabajara para él, como si fuera su criado; y seguirá viendo a mi marido,
para celebrar otros negocios turbios y para colmo de mi maldita desgracia, me
…- se quedo callada.
-
¿Qué?,
¿Le va hacer qué?.
-
Nada
sin importancia. Es un secreto, que no he podido comentárselo a nadie, ni
siquiera a mi hija.
Entonces Salcedo volvió a
observar aquel busto impecable y majestuoso.
-
¿No
me diga que…?
-
¡Si¡.
Un día el muy infeliz vino a la casa porque mi esposo lo invito a comer, no
dejaba de observarme con su lujuriosa mirada. Luego pasamos a la sala a
tomarnos el té, cuando mi marido misteriosamente se retiro del lugar, con la
excusa de que tenía un llamado urgente en la escribanía, en ese momento, el
general Santa Anna y yo nos quedamos solos.
-
¿Y
después que paso?.
-
El
general no dejaba de verme con esa mirada acosadora. Por cierto traía esta
misma joya.
Jorge Enrique se quedo mirando
de nueva cuenta la hermosa joya.
-
¡SI
veo que es muy hermosa la joya¡. …Y después…¿qué le hizo?
-
Trataba
mantener una conversación con él, hablábamos sobre la nueva Constitución que
regiría el país, sobre el federalismo y el centralismo, pensaba que era
imaginación mía, pero el señor se me acercaba cada vez más; entonces trataba de
alejarme de él, pero no podía.
-
¿Qué
paso?.
-
¿Cómo
que qué paso?. Pues el muy infeliz me arrincono, no pude escapar, me tomo de la
cintura por la fuerza e intento besarme.
-
¿La
beso?.
-
¡No.
afortunadamente, esquive el beso y con toda la fuerza de mi mano, le di una
fuerte cachetada, que hasta la mano me dolió.
-
¡Al
Presidente¡
-
Si
al presidente. Le di una cachetada al presidente.
-
Al
general, al señor generalísimo, al Protector de Anáhuac, al Benemérito de la
Patria. ¿Le pego?.
-
A
ese maldito embustero, demagogo, mentiroso, ladrón; a ese maldito desgraciado
le di una bofetada con todas mis fuerzas, ante la falta de respeto que hizo a
mi persona. El muy burlón parece que le agrado, se sobo la mejilla y amenazo
con volverme a ver.
-
¿Su
marido lo supo?
-
Ni
se le ocurre decírselo. Usted es la única persona que lo sabe. Así que le ruego
mucho que este secreto, lo guardemos nosotros dos.
-
¿Pero
después que paso?.
-
Tuve
que huir de su abominable presencia. Luego mi marido regreso a la sala al
terminar de despachar a su cliente, pidiendo me reincorporara a la sala, para
hacerle grata compañía a ese maldito cojo.
-
¿y
qué hizo?
-
¡Nada,
el muy infeliz actúo como si nada hubiera pasado. Me sorprendía ver su sangre
fría, su desfachatez, su cinismo, su hipocresía, su…- volvió a empuñar las
manos.
-
¡Tranquila
doña Amparo¡.
-
Perdone
licenciado, opero cada vez que lo recuerdo o me hablan de él, no deja de
despertarme este coraje que todavía le tengo. ¡Mire que besarme a mí por la
fuerza. Siendo yo una señora y el, que se ostenta como todo un caballero. Como
podía ser capaz de faltarme el respeto de esa forma y en mi propia casa. ¡Qué
cínico¡. Sólo por el hecho de ser tantas veces presidente de este país, por
tener poder, fama y dinero, no por ese hecho, significa que cualquier mujer y
menos yo, tengamos que ceder a sus acosos y apetitos libidinosos. ¿Qué acaso no
puede tener cualquier mujer, jóvenes y hermosas, por sus propios meritos como
hombre y no, abusando de su cargo y del poder político que tiene.
-
Si
tiene vos toda la razón.
Entonces Jorge Enrique, dejo de observar el busto de
Amparo, para contemplar ahora su cara, escuchar su voz, sentir su emoción.
-
¿Qué
paso después. – pregunto Jorge Enrique, sin dejar de contemplar la infinita
belleza de Amparo.
-
Tuve
que despedirlo a la puerta de la casa; entonces el muy patán al extenderle la
mano, para que le diera un beso, el muy majadero al tomarla, sentí en la palma
de mi mano la acaricia de su dedo grande como tratando de insinuar su virilidad
masculina, soportando sus labios asquerosos al besarme la mano como supuesta
reverencia a mi persona y luego, escuchar su sutil y perversa amenaza.
-
¿Cuál?.
-
¡Que
regresaría¡.
-
No
ha vuelto hacerlo.
-
No
eso fue la última vez que lo vi. Luego supe que lo encarcelaron en Perote, pero
que su jefe el Presidente le perdono la vida, lo dejo libre; ¡Se da cuenta¡. El muy infeliz esta libre¡.
¡Ahora sé que el muy cretino está en la Habana y que amenaza con volver a la
ciudad.
-
Si
es cierto. – Salcedo se quedo mirando, aún todavía con mayor admiración y
respeto a Amparo. Increíble que esa mujer, pudiera despertar tantos
admiradores.
-
Me
han dicho que es muy mujeriego. Que su esposa es una jovencita como de la edad
de mi hija y que el muy patán tiene muchos hijos regados. Además se que es un
ladrón y que usted, que parece ser una persona seria, integra y honesta, es
cómplice de sus fechorías.
-
¡Eso
no es cierto¡.
-
No
me diga mentiras licenciado. Sé más de lo que usted sospecha.
-
¿Le
ha comentado algo su marido?.
-
No,
pero lo sé.
Jorge Enrique quería cambiar el tema de la
conversación, pero seguir escuchándola.
-
¿Y
no le ha dicho anda a su marido, de que la última vez que lo vio, el general Santa
Anna le falto el respeto.
-
¡Tampoco.
¿Cómo iba a decírselo?. Mi marido me cela. La última vez que converse con
usted, por sus gestos me dio la impresión de que cree que yo le coqueteo. ¿Se
da cuenta?. Mi marido puede ser capaz de creer que Usted y yo…- se quedo
callada.
-
¿Usted
y yo que? – pregunto Jorge Enrique.
-
¡Nada¡.
¡Olvídelo¡.
-
De
que usted y yo, podemos sostener una relación de…
-
¡No
lo diga por favor¡. eso que piensa, ni se ocurra decirlo.
-
No
iba a decir nada ofensivo. Iba a decir, que usted y yo, podemos sostener una
buena relación de yerno suegra, muy parecida a la que puede tener una madre con
su hijo.
-
¡Por
supuesto que así debe ser¡. Pero usted cree que mi marido es capaz de creerlo.
Es igual de lujurioso que su amigo Santa Anna.
Entonces Jorge Enrique se quedo mirando otra vez la
preciosa joya y lo que estaba debajo de la misma. Pero Amparo al sentirse
observada, disimuladamente, puso su mano para tratar de taparse el escote.
-
¡Obvio¡.
Usted es una persona educada y se encuentra comprometida con mi hija.
-
¡Así
es doña Amparo¡
En ese momento, Fernanda bajo con un vestido igual
de hermoso, una cara inocente y un cabello brilloso, digno de asemejarse a un
metal precioso.
-
¡Buenas
tardes don Enrique¡. ¡Buenas tardes mama¡. ¿Mi papa?.
-
Tu
papa está atendiendo a un cliente en la sala de la casa.
Fernanda extendió su mano, para que la misma fuera
besada por su prometido. Entonces los tres se sentaron en la mesa, esperando
iniciar la oración, previo a saborear el manjar que les deparaba.
Ahí sentados frente a frente, Jorge Enrique
contemplo a sus dos mujeres. Fernanda y su mama; o quizás, Amparo y su hija.
¡Vaya que aventura¡. ¡Qué fantasía, digno de una persona imaginativa¡. Pero
verlas ahí sentadas, frente a frente, era como sentirse por unos momentos en el
hombre más feliz del mundo. Tenía la oportunidad de estar cerca de las dos
mujeres que amaba. La madre y la hija, o bien, la hija y su madre. Al fin y a
cabo, dos mujeres igual de hermosas, una más grande que la otra, pero al fin y
al cabo, mujeres hermosas. ¡Que lastima, no ser bígamo¡. ¡Qué lástima estos
juicios de la moral y de los pecados de la Santa Iglesia; pero es que nadie,
absolutamente nadie, podía entender esa ternura o inspiración, que le
despertaba ver a dos musas divinas.
Fernanda al ver a Jorge Enrique sonrió. Unos
centímetros a la derecha, Amparo, también le sonrió. Disimuladamente, Jorge
Enrique, trato de observar también el busto de Fernanda, no era tan grande como
el de su mama, era más pequeña, como su edad, no le despertaba tampoco esas
ganas de conversar con ella y escuchar esas anécdotas del día en que le rechazo
el beso al generalísimo Santa Anna, sin embargo, al ver a Fernanda sentada
frente a él, Jorge Enrique se dio cuenta de algo importante. Descubrió, que muy
pronto, estaría cerca de la mujer que amaba.
En ese momento, se incorporaría en la mesa don
Alfonso, con un gesto de sorpresa e incredulidad.
-
¿Sucede
algo?. – pregunto Jorge Enrique
-
Tengo
muy buenas noticias licenciado. ¡Confirmado¡ el general Santa Anna se encuentra
en Cuba. El próximo lunes, sale una comisión de sus amigos para visitarlo a la
isla y recibir de él sus instrucciones.
-
¡Muy
bien¡. – Jorge Enrique volvió a ver el gesto amargo de Amparo.
-
No
solamente ese licenciado. Se está planeando el regreso del generalísimo al
país. Estalle o no estalle la revolución.
-
¿Cuál
revolución?.
-
La
del general Paredes Arrillaga.
-
Sigo
sin entender.
-
En
su momento lo sabrá licenciado. Sin embargo, lamento mucho el que tenga que
retirarme de la mesa y dejar éste compromiso para otra fecha. Tengo una reunión
con altos funcionarios del ejército, no sé si pueda ir a Veracruz a representar
dicha comisión, mi edad ya no me lo permite, pero si tengo que reunirme con su
amigo el Coronel Yáñez.
-
Para
tratar el asunto del regreso de Santa Anna.
-
Así
es licenciado. Se especula también, que está por llegar a México, el nuevo
embajador de Estados Unidos.
-
Pero
si ya se rompieron las relaciones diplomáticas entre los dos piases.
-
Eso
no importa, el nuevo embajador designado por el presidente Polk de los Estados
Unidos, tiene la misión de resolver el asunto de Texas.
-
¿Cuándo
llegara un nuevo embajador a México?.
-
Viene
en camino.
El escribano volvió a tomar su
bastón y ordeno a su criado, sacara el coche.
-
Don
Alfonso. ¿Y la fecha de la ceremonia?
-
Usted
escoja el lugar, día y hora. ¡Ahora acompáñeme¡.
Jorge Enrique no se quería retirar del lugar, menos
aún, cuando ya tenía hambre y quería tener el placer, no solamente de saborear
aquel arroz con su mole verde y deleitar la exquisita agua de jamaica; sino
también, para estar cerca de sus dos mujeres.
-
No
he comido don Alfonso.
-
Comerá
después. Párese y acompáñeme. ¡Algo importante tengo que decirle.
-
¿Qué
ocurre?.
-
Se
lo comento en el camino. ¡Párese¡
Jorge Enrique se paró de la mesa, viendo aquella
exquisita comida que no pudo deleitar, al igual que dejando en ese lujoso
comedor a esas dos bellas mujeres Fernanda y Amparo, pasando por última vez y
en forma disimulada la vista, contemplando sólo por unos cuantos segundos,
aquel esplendoroso busto de Amparo que quería también comer.
-
Apúrese
licenciado. Algo importante esta por suceder. – dijo el escribano.
Jorge Enrique y su futuro suegro, abandonaron la
casa en forma inmediata; afuera ya lo esperaba el carruaje para llevarlos a
otro sitio. Al mismo tiempo, que Fernanda y su madre, o bien, Amparo y su hija,
se quedaron solas en el comedor, quizás pensando cada quien, en Jorge Enrique.