¿Cómo vivir en esas circunstancias?. Se preguntaba
Fernanda cuando supo en la voz de su madre, que el licenciado Salcedo, no sería
nada mas su novio, sino que próximamente su futuro esposo. ¿Cómo vivir así?.
Cuando el escribano Martínez del Valle tenía que seguir actuando de la forma
más natural para que nadie pudiera descubrir sus verdaderos planes. ¿Cómo vivir
en esta vida que es un circo?. Un teatro en el que el público, es decir la
Divina Providencia, veía, escuchaba, juzgada y en su momento, reía con cada uno
de nuestros parlamentos. Como sostener una vida rutinaria, cuando Enrique
Salcedo descubrió en una profunda soledad, que su deseo de enderezar su vida,
no sería nunca jamás con Fernanda.
Jorge Enrique Salcedo y Salmorán busco a Fernanda,
aunque el ya no tenía ganas de volverla a ver, tenía que enfrentar su
responsabilidad de no fallar a su palabra, de cortejarla para convencerla que
sería un esposo amoroso, que podía ganarse su confianza, su respeto, admiración
y porque no, su amor.
Cuando entraba a la bella Casona de Tizapan, no
podía dejar de observar su jardín o aquella biblioteca. Suponía que ahí se escondían, entre los libreros u otros muebles, el tesoro de la nación. ¿Acaso lo sabía Fernanda o su madre Amparo?.
Cuando Enrique se topo por vez primera con Fernanda,
luego de su señal que le había hecho cuando le tiro el pañuelo luego de la misa
en Catedral, le sonrojo al verlo. Parecía coquetearle, pero también había
momentos que lo veía con curiosidad, como si Salcedo fuera un bicho extraño.
Enrique al verla bajar por sus escaleras le correspondió la sonrisa y le
extendió su brazo, para acompañar al suyo y pudiera ella, bajar el último
escalón.
¿Qué había que decirle a esa mujer tan fina y
delicada?. ¿Cómo iniciar un dialogo en el cual, Fernanda debiera de estar
consciente de que aquel joven abogado, sería su futuro esposo. Que nunca jamás
en su vida, volvería a tener noticias de su antiguo novio, un joven cadete que
para ese momento, se encontraba estudiando Matemáticas para sus próximos
exámenes. Enrique podía hablar frente a sus alumnos en la Academia de
Jurisprudencia, podía inclusive sostener una conversación con el Presidente de
la República, o con el general Santa Anna, si es que éste saliera libre de su
encarcelamiento; pero no podía iniciar una plática con aquella mujer de
complexión alta, delgada, de buen porte que era Fernanda. No podía iniciar una
conversación con ella, porque le era totalmente desconocida.
Entonces Fernanda le volvió a sonreír y le pidió que
la acompañara a dar una vuelta. Tenía ganas de pasear, de recorrer las calles y
no precisamente en el carruaje de su papá, sino visitar la Iglesia del Carmen.
Entonces le tomo el brazo y se dispusieron ambos a pasear rumbo a la Villa de
San Ángel.
Enrique parecía que quería darle una explicación,
hacer una presentación introductoria hacía su persona, pero ella no lo dejo,
con su dedo, le hizo la señal para que se callara, que no dijera nada, ella
sólo quería caminar acompañada de él y hacerle unas cuantas preguntas, para que
fuera Fernanda quien lo conociera a él y no él a ella.
Entonces se dispusieron a subir en el carruaje para
dirigirse al pueblo de San Angel; entonces ella le pregunto quién era, porque
la había seguido con tanta insistencia, si en verdad era profesor de leyes, si
trabajaba para el Supremo Gobierno, si era cierto que tenía algún contacto con Santa
Anna, si le llevaba asuntos a su papá. Entonces Jorge Enrique empezó a
responderle y Fernanda atenta escuchaba lo que éste le decía. No sabía cómo
comportarse con ella, sus manos le sudaban y una ansiedad le empezó atacar, el
cual trataba de simular, pero Fernanda sólo lo observaba y le causaba risa y
por momentos una cierta ternura, al ver el hombre que sería su futuro esposo.
La carreta circulo y bajo a la Villa de San Ángel;
donde visitaron la iglesia el Carmen; después caminaron por los callejones de
San Jacinto, hasta que finalmente, Fernanda pidió regresarse a su casa,
entonces ya para esos momentos Jorge Enrique no quería despegarse de ella,
estaba apenas adquiriendo seguridad con ella, pero cuando él no quería ya separarse
de tan gran agradable compañía, la distancia a la casona se iba reduciendo cada
vez más, hasta llegar el momento de haberse topado con la puerta principal de
la Casona y Fernanda en forma tajante lo corto, pidiéndole que fuera la próxima
semana a visitarlo. En esos instantes Jorge Enrique pensó que debía darle un
beso, pero no lo hizo. Los segundos que fueron tan incómodos y a la vez tan
eternos, pasaron en forma pronta, que cuando reacciono o trato de hacerlo,
Fernanda volvió a sonreírle nuevamente, para con su mano, hacer la señal de
despedirlo.
Jorge Enrique no sabía cómo sentirse, si igual de tonto
o cada vez más estúpido de lo que pensaba que ya era. No sabía porque había
hecho eso, no sabía si Fernanda era su novia o podía ser su novia. Quizás se
sintió marioneta de esa astuta mujer, a la cual, como una loca niña, subió de
nueva cuenta las escaleras de su casa, riéndose de su hazaña, quizás un poco
entusiasmada de que aquel hombre parecía ser un buen esposo.
Corrió y le contó a su madre de su primera cita,
Amparo sólo rió en silencio, como agradeciendo a Dios que aquel hombre, su
futuro yerno, fuera un buen esposo, con el cual, no haría sufrir a su hija.
Pero este noviazgo que apenas comenzaba, ignoraba
los dados del destino. Este juego de vidas paralelas en el que las líneas
rectas aún no hacían intersección para conocerse. Mientras Fernanda le contaba
a su mamá sobre su primera cita con Enrique, en las faldas del Colegio Militar,
Jesús Melgar ansiaba que fuera domingo, para poder salir y buscar a la que
fuera su novia. ¡Pobre tonto que pensaba el que la novia le fuera eterna¡, que
lo esperaría nueve años, para que él podía salir con un grado superior de
Coronel y convertirse en Ingeniero de Artillería egresado del Colegio
Castrense.
La vida en el Colegio ya era habitual, había sido
aceptada por Jesús, quien poco a poco, luego de cinco meses de internado empezó
a tener gusto por la carrera militar que había elegido. Cada mañana el oficial
de guardia tocaba los tambores a las 5:30 de la mañana para despertar a todos
los alumnos de la nueva jornada que se avecinaba. Jesús Melgar como todos sus
compañeros se disponía a levantarse, tender su cama, asearse, ir a misa y
después a desayunar. Para eso de las siete de la mañana, se incorporaba sus
clases, mismas que durarían hasta la una de la tarde, cuando se aproximara la
hora de la comida y del receso.
Entones Jesús en su infinita soledad veía desde las
ventanas del castillo, aquel bosque y más lejos aún, las torres de catedral,
donde cerca de ahí vivía su amada. ¿Qué estaría haciendo ella?. ¿En verdad
pensaría en él?. Fernanda ya no lo trataba igual, sus ultimas visitas en los
días domingo, ella se mostraba demasiado distante e inclusive tenía la
sensación, de que quizás, otro hombre la visitara. ¿Sería capaz de hacerlo eso
a él?. Jesús experimentaba un poquito de coraje, no sabía como enfocar esa
inseguridad, cuando hasta antes de regresar a clases a las cinco de la tarde,
se disponía con sus compañeros a jugar pelota, la cuerda, los saltos
horizontales y verticales y en las tardes mas relajadas, jugar el trompo con
sus compañeros.
A las cinco de la tarde las clases continuaban, cuando apenas empezaba a oscurecer a las 6:45
de la tarde, iniciaba la clase de dibujo y entonces Jesús empezaba a retraerse
del mundo que le rodeaba, para empezar a plasmar esas líneas. Necesitaba una modelo, una mujer hermosa que
la viera el cabello, sus labios, su nariz y sus bellos ojos, una mujer que
fuera como Fernanda para que pudiera materializarla en aquel papel en blanco
que nada era, sin el alma de su novia.
A las ocho de la noche, Jesús volvía al comedor, a
ocupar el lugar que le pertenecía en esa sacra ceremonia de ingerir los
alimentos nocturnos. Ahí estaban sentados los altos directivos del Colegio, los
tenientes y oficiales, los profesores y sus propios compañeros. Ingerir el
chocolate caliente y seguir pensando en aquel nombre que no se le borraba de la
mente, Fernanda¡. ¿Qué estarás haciendo Fernanda?. ¿Estarás pensando en mi,
Fernanda en mi?. Al terminar el refrigerio,
quedaba una sola hora para hacer las tareas que dejaban los maestros. Había que
dejar de pensar en la novia distante y concentrarse en aquellos problemas de
matemáticas que exigían comprensión. Si quería convertirse en militar, no sería
cualquier soldado sino un ingeniero en artillería. Tenía que aprender algebra y
trigonometría, además de conocer los distintos tipos de pólvora. Tenía que ser
ingeniero, ya no abogado, ni sacerdote, ni cualquier tipo de militar. El sería
ingeniero, un militar distinto a sus demás compañeros. El no conocería la
infantería, ni montaría caballo para rodear las fuerzas del enemigo; él sería
ingeniero militar, dispondría sobre el número de cañones y diseñaría otros más
para transportarlos en el campo de batalla. Diseñar su alcance, el ángulo en
que debían de colocarse, su posición en la táctica militar y calcular mediante
esas formular, el alcance de sus balas.
La noche marcaba las veintidós horas y las luces del
Colegio se apagaban. Cada una de las bombillas cesaba de la luz que ofrecía,
para disponerse cada uno de los cadetes a dormirse. Pobre Jesús, querer soñar
con Fernanda y no lograrlo como deseaba; era preso de su deseo de superarse, de
su ganas de aprender y de ser alguien en la vida, pero también era esclavo, de
su obsesión de tener a la mujer amada que no tenía.
¡Fernanda¡, Fernanda¡. ¿Dónde estás Fernanda? . A
las nueve y media de la mañana luego de la misa dominical, la orden de salida
para los cadetes era un premio a la buena conducta; no tenia reportes, ni
faltas a la disciplina. Había hecho sus tareas y respetado a sus compañeros.
Tenía todo el día hasta antes de que cayera la noche para buscar a su amada
novia.
Al llegar a su casa, Jesús saludaba a su madrina y a
su padrino el Coronel Mario Melgar Gutiérrez y Mendizábal, quien recientemente
se reincorporaba al Ejército, en el cuartel de la Ciudadela, habiéndole
respetado su grado y los emolumentos que éste percibía hasta antes de la crisis
política que le costó el destierro a Santa Anna. Era increíble, pensaba Jesús
Melgar, que el nombre del gran amigo de su padrino, siguiera pesando tanto en
el ambiente castrense, para que con su sola recomendación le permitiera
regresar nuevamente a las filas del ejército.
Portar el uniforme obviamente era un orgullo, los
zapatos lustrados, aquel pantalón y esa chaqueta había que mostrarla con
orgullo y dignidad, aunque bien, mientras Jesús Melgar lo hacía porque le era
una imposición dentro de las filas del Colegio Militar, un requisito para sus
calificaciones académicas, su padre lo hacía, para seguir conservando las
prerrogativas que tenía por formar parte del Ejército mexicano. Portar el
uniforme, era su investidura, su seguridad, como si su personalidad cambiara de
forma radical y fuera otro.
Ese domingo, Jesús Melgar tan pronto desayuno en
compañía de sus padres, se dispuso a buscar a su amada novia, para saciar en su
visita, toda la ansiedad que había acumulado en la semana. Ya no vestía con
aquel traje gris que siempre portaba, ahora era ese gallardo uniforme militar
con el que el cadete esperaba en la puerta de la Casona de Tizapan a la mujer
querida, que pensaba, seguía siendo su novia.
La nana Juanita al percatarse que alguien esperaba a la calle, le
informo a la niña Fernanda, que su ex novio Jesús Melgar se encontraba afuera
en la calle, esperándola ansiosamente. Fernanda se preocupo y no supo qué
hacer, ella era una mujer comprometida y tenía que romper esa relación con su
antiguo novio.
Fernanda salió de su casa, otra vez acompañada de su
nana. Al observarla Jesús, se dispuso a caminar detrás de ella, para esperar a
que a una sana distancia donde nadie los viera, pudiera éste acercarse y
entablar comunicación con ella. ¡Ah Fernanda¡. Me da felicidad verte, aunque tu
gesto sea de preocupación, no sabes lo tanto que pienso en ti.
Fernanda y Jesús se vieron, cuando Jesús trato de
besarla, ella evito el beso, y en forma cortante le pidió, o mejor dicho le
rogó, que ya nunca jamás lo buscara. Jesús extrañado le pidió una explicación,
a lo que ella respondió en forma altanera y tajante, que ya tenía novio, que
era una mujer comprometida y que muy pronto se casaría para ser la mujer del
licenciado Jorge Enrique Salcedo y Salmorán. Entonces Jesús, tomo esa noticia
como si fuera una mentira, era demasiado cruda para ser verdad. Tenía que ser
una mentira, una broma, Fernanda no podía traicionarlo; pero cuando ambos
guardaron ese silencio y Jesús la vio detalladamente a sus ojos, se dio cuenta
que tenía razón. Fernanda era amada por otra persona, al que nunca jamás, ese
intruso podría amarle con la misma intensidad y sentimiento con el que él lo
hacía.
Jesús se desconcertó y no pudo evitar llorar. No
pudo ocultar esa gallardía que había aprendido en el Colegio. Se estaba
comportando como una mujer porque no podía tolerar que su novia, la que había
sido su musa, su inspiración divina en el dibujo, fuera a convertirse en la
mujer de otro hombre.
-
¿Quién
es ese?.
-
Eso
no debe de importarte, sólo te pido que no me busques, esta relación entre
nosotros no puede continuar.
Y Jesús quedo pasmado con la noticia. No podía vivir
ese instante cruel que lo convertía en el hombre más ridícula del mundo. Tenía
que ser una pesadilla, una maldita mentira, porque para ser verdad, era muy
crudo.
Fernanda le deseo lo mejor para él, se lo dijo
sinceramente como si nunca se quisiera despedir de él, después se dio la media
vuelta y se hizo la sorda, al no voltear ante las suplicas de quien meses
antes, era todo para ella.
La nana Juanita acompaño a su patrona y se
dispusieron a regresar a la casona como si nada hubiera pasado. Como si aquel
noviazgo y esos días en que Jesús y Fernanda se visitaban en la calle, jamás
hubieran ocurrido. Cuando Fernanda llego a su recamara, cerró la puerta y sin
que nadie la viera y la escuchara, se puso a llorar.