La guerra pese que ya había
estallado y que las noticias provenientes de Monterrey, no eran de todo
placenteras, parecía al menos, en la capital de la república, que nada
absolutamente nada parecía suceder. El
tema más importante, no era la derrota del ejército mexicano y del tal
criticado armisticio celebrado con el ejército invasor en Monterrey, sino que
lo más relevante, era la promesa que el benemérito había hecho de restaurar la
Constitución de 1824.
¡Claro¡. Al menos al Secretario
de Gobernación, Policía y Relaciones Internacionales, insistía constantemente
con el general de Santa Anna, no solamente de restaurar la constitución
federalista del Insurgente Guadalupe Victoria, sino también, el de implementar
de una vez por todas, el juicio de amparo, que ya antes había propuesto en el
Congreso de Yucatán.
Así para el generalísimo Santa
Anna, en esos momentos que su carreta se trasladaba con destino a la Ciudad de
México, decidió no hospedarse en la Ciudad de México, ni menos aún, tomar
posesión del cargo de presidente de la Republica, al que sus enemigos
constantemente reprochaban a su Excelentísima. – Hacer eso, sería concederles
la razón a mis adversarios, sería confirmar las sospechas de traición a la
patria, y obviamente estimados hermanos, no haré nada que ponga en riesgo, no
solamente mi confiabilidad como Jefe Supremo del Ejército Nacional, sino
también, como factor de unidad en estos tiempos de crisis y guerra entre
naciones hermanas. - ¡Olviden entonces cualquier sospecha que genere el
benemérito, son falsas de toda falsedad, la supuesta intriga internacional de
que el mismo fue sobornada en Cuba y que por esa razón, pudo ingresar al
territorio nacional es una mentira; falso de toda falsedad, que sea Veracruz y
únicamente Veracruz la única puerta al territorio nacional, pude haber entrado
por Campeche, por Guatemala, o porque no, por el mismísimo Veracruz, con o sin
soborno; así que déjense de rumores estúpidos que lo único que hacen, es
desquebrantar la moral mexicana.
Con dinero y sin dinero, el
benemérito de la Patria es el benemérito de la Patria, los falsos rumores que
hay acerca de su persona, son infamias, ataques infundados que lo único que
denostan es envidia y traición a la patria; ¿Quién de su propio peculio podría
subrogar los gastos de la guerra?. ¿Quién sería capaz de sacrificar sus ahorros
para financiar una guerra que posiblemente se pierda?. ¡Nadie, absolutamente
nadie daría un quinto por esta guerra. Ni la propia y Santa Iglesia católica
sería capaz de dar los miles y quizás millones de pesos que necesite el
Gobierno mexicano para solventar los gastos del ejército; y el único mexicano
que si es capaz de dar de su propio dinero, para cumplir una vez más con sus
obligaciones morales y constitucionales, es nada menos y nada más, que el Hijo
de la patria, el benemérito, Su Excelentísima, el Generalísimo don Antonio
López de Santa Anna. ¡Discúlpense con él.¡
-
¡Por
favor callad¡. ¡Que os nadie sepa de donde sale este dinero¡. – No es justo
general, que usted tenga que hipotecar sus bienes y endeudarse de por vida,
poniendo en duda la herencia de sus hijos y de su distinguida señora, por
erogar los gastos cuantiosos de esta guerra, al que el Gobierno Supremo debería
pagar y que la Santa Iglesia, tampoco hace. ¡No es justo general¡. Esto debe
saberlo todo México. Lo debe saber sus enemigos detractores, que sólo gastan en
papel para criticarlo, pero que son incapaces de dar un peso partido por la
mitad, para contribuir en los regimientos de la tropa. – No preocuparse
caballeros, el cardenal prestara dos millones de pesos, - pero general, esa
cantidad es irrisoria, se necesitan de quince millones por lo menos; con esa
cantidad, no alcanzaremos a cubrir ni los víveres de una quincena, a la primera
batalla, huirían nuestros soldados, no podremos pagarles sus salarios, ya ni
siquiera uniformarlos para darles la apariencia de un ejército respetable. -
¡pero somos muchos¡…¡y además somos muy machos¡. ¿Dónde chingados esta el
problema. Si es por armas, las conseguiremos por debajo de las piedras; ya dije,
las podremos adquirir a bajo precio, hay contrabandistas americanos en San
Cristóbal o en Acapulco, quienes venderían las municiones, carabinas e
inclusive cañones, que necesitamos para responderles a esos gringos de mierda.
¡No desalienten hermanos, en esta misión histórica que será recordada con
orgullo por nuestros hijos; las guerras se ganan por los que tienen a la
santísima Trinidad de su lado, por los que están iluminados y compensados por
el Supremo Creador; pero ahora, olvídense de esos menesteres, que ya tendremos,
la vida entera para dedicarnos a ella, ahora, aliviémonos estos instantes que
la vida nos ofrece y gocemos de las virtudes y vicios pecaminosos que dios ha
dado a los humanos.
-
Oíste
Amparo. Se acerca el general a Tacubaya, no pasará a la Ciudad de México, se
ira directamente a nuestra casa, nos honrara con su visita, por la boda de
nuestra hija. – dijo el viejo decrepito don Alfonso.
-
¿Pero
porque?. – no se supone que regreso a México para asumir a la Presidencia. –
respondió Amparo.
-
¡Eso
es falso de toda falsedad¡. Regreso a México, porque se dirigirá a Saltillo, a
enfrentar al tal Taylor, pero antes de hacerlo, presenciara la boda de nuestra
hija.
Amparo no daba crédito a su
noticia. Hay momentos que parecen que nunca llegaran. Este era uno de esos. Muy
pronto los criados de la casa, de dispusieron a limpiar y hacer los últimos
arreglos a la casa, el jardín de la casona con sus tesoros escondidos, fue
decorado y recortadas las flores que lo adornaban. Obviamente todo lo anterior para
la visita del benemérito. ¡Nos honra con su presencia¡. ¡Algún día les diré a
mis hijos, que fui criado de Su Excelentísima¡. ¡Apúrense indios¡. - Amparo, dile a la niña, que se prepare a su
casamiento. - Quien importa saber lo que
en la Casona de Tizapan ocurre, al mismo tiempo que su Excelencia, desdeña la
invitación a comer en palacio nacional. Definitivamente, que lo sepa el pueblo
de México. No asumiré la presidencia.
-
¡La
niña no se casara¡.
Preparen la recamara principal,
lleven agua al pozo, seguramente, vendrá escoltado y con muchos caballos,
preparen la comida, quiero las mejores telas en su lecho, busquen mezcal,
tequila o pulque para la escolta del general; pero apúrense chingados indios.
-
Alfonso
– dijo Amparo – la niña no se casara.
No podría casarse con el hombre
que no quiere. Ella quiere a Jesús Melgar, un cadete del Colegio Militar; es
una niña y aún no es una mujer consiente de sus actos, no le desgracies su
vida. ¡Mujer déjate de tonterías, la boda tiene que celebrarse lo mas pronto
posible, porque el General, sólo estará un par de días en nuestra casa, antes
de partir a Saltillo¡.
Fernanda escucha la noticia de
la voz de su madre a quien no hace otra cosa, más que llorar. La boda es
inminente. En un par de horas, el generalísimo Santa Anna pisara la Casona de
Tizapan.
-
Ahí
esta mi dinero Coronel. – pregunto el Benemérito en su carruaje.
-
¡No
mi general. Su dinero se encuentra escondido en unas cuevas que se ubican
pasando el río, enfrente de una barranca. Un lugar tan escondido que nadie sube
allí por miedo a encontrarse al diablo. Aquí en esta casa, únicamente obran
resguardados sus títulos de propiedad. Donde señala que Vos es dueño de medio
México, y puede hacer con él, lo que vos quiera.
-
¡Indios
pendejos¡. Molestadme en mi retiro y no dejarme convalecer de mis males, para
traerme de regreso, porque no confían en otro genio militar más que en su
ilustrísima. ¡Que jodidos están los mexicanos¡.
El regimiento llega al valle de
México, desde sus altas montañas se observan los dos hermosos volcanes que
resplandecen la la ciudad de los palacios, esa majestuosa planicie de
pastizales verdes adornada con las dos torres majestuosas que identifican la
capital de la república mexicana, la catedral metropolitana y la Basílica de
Nuestra Señora de Guadalupe. Aun así, el carruaje y toda la comitiva avanza
hacía al pueblo de Tacubaya, sin cruzar la Ciudad de México, donde miles de
mexicanos esperan el regreso del Mesías; entonces que se interrumpa la fiesta,
el banquete y el puesto de presidente que me ofrecieron, no tengo necesidad de
ser Presidente de México, porque soy el dueño de México, soy el dueño de estos
imbéciles, soy dueño de su futuro Coronel, el de su amigo y el de todas las
mujeres que yo quiera poseer.
General, instrúyame lo que tenga
que hacer. Estoy a sus enteras órdenes. Primero vaya a contactar a un tal
Thompson, un vulgar mercenario americano, que vende armas y municiones a muy
bajos precios, lo recuerda, es el mismo que me vendió estos terrenos; tome
estos quinientos mil pesos y no regrese a mi lado, hasta que no tenga un buen
regimiento de soldados, dispuestos a partirse el alma por México. Compre el
mejor armamento que le pueda ofrecer ese guerito jijo de puta. Esos americanos,
tienen mejor artillería y armas de fuego de largo alcance, necesitamos tener lo
mismo y si es posible mil veces mejor; pero hágalo después de la boda de su
amigo.
-
Mamá,
no quiero casarme. No quiero a Enrique, amo a Jesús, no quiero casarme con
Enrique. – grito Fernanda angustiada.
Claro que Amparo sabía lo que
su hija necesitaba. Sabía perfectamente como estaba la situación, era obvio,
esa ansiedad nerviosa, no le permitía poder concentrarse fríamente, para poder
manejar la situación como mejor pareciera. A su lado, los criados de la casa,
seguían trabajando a marcha forzada y en la cocina, ya estaba listo aquellos
ricos moles que dentro de unas horas, devoraría de hambre y gula, el quien
decía ser, dueño de todo México.
-
Claro
que falta el centro y el sur. Pero ya al rato tendré el país en mis manos y ¿sabe
porque? . ¡No general¡. Porque estos idiotas, no saben gobernarse. Porque me
necesitan. Porque son una bola de imbéciles, que no pueden gobernarse por si
mismo. Por eso debe ser dueño de México, para qué con mi permanencia, pueda
garantizar que esos ideales absurdos de república, democracia, constitución que
tanto pregonan los liberales, puedan realizarse, por eso es importante mi
presencia; para que algún día en este país, puedan existir los bancos que
presten dinero a sus gobiernos legítimos y no como ocurre ahora, que estamos a
la merced de unos sacerdotes viejos y panzones, quienes son los que guardan
todo el dinero. Por eso tengo que ser dueño de este país, para poderlo cuidar y
defender en estas horas difíciles que nos espera.
-
¡Vete
a Veracruz.¡ …. ¿Qué dices mama?. … vete a Veracruz, antes de que llegue ese
farsante. Vete de aquí lo mas pronto posible, dile a tu padre, que te reportas
enferma; que no podrás acompañarnos a la comida, te esconderé lo mas pueda
hacerlo y hablare personalmente con Enrique.
-
¿Hablar
con Enrique?. – pregunto en forma sospechosa Fernanda. – que tienes que hablar
con mi novio.
Amparo se quedó sorprendida por
esa pregunta. Como se atrevía a cuestionarla de esa forma, no que no quería a
su novio.
-
No
entiendo tu pregunta.
-
Tú
no tienes porque hablar con mi novio. – respondió enfadada - Porque tu interés
de que me vaya a Veracruz.
-
Eres
tu quien no quiere casarse con Jesús.
-
Soy
yo, quien no quiere casarse con él, y eso que te importa.
-
Hija
te estoy cubriendo, no es para que te dirijas de esa forma hacía mi, soy tu
madre.
Fernanda no podía gritar, lo
que imaginariamente su cabeza comenzaba a sospechar. Sólo observaba a su madre,
con un poco de desconfianza, sin comprender de donde surgía esta y del
repentino y misterioso odio, que de ella empezaba a sentir.
-
Fernanda
es tu vida y no la mía. Puedas hacer con ella lo que quieras. Yo ya viví.
Fernanda no sabía que
responder, sólo observaba el enojo y la firmeza de su madre.
-
Quieres
a tu prometida. – pregunto el general Santa Anna.
-
¡Si
general¡. La quiero. – aunque mentalmente, sólo dios sabía a quien quería ese
hombre.
-
Agradezco
la gentil atención de invitarme a tu boda, de que la hayas pospuesto, hasta mi
regreso a México.
-
Gracias
general, es una gran distinción que me hace.
-
La
distinción es para mi; el que un buen mexicano como tu, pueda echar raíz para
iniciar una familia. ¡Claro, en tu lugar, no cometería ese error¡, pero respeto
las decisiones del hombre responsable que eres.
-
Gracias
general.
-
No
tienes porque agradecerme.
Raro sentir esas palabras de
afecto, para un hombre tan soberbio como el general Santa Anna; acostumbrado
siempre a ver en la mujer en un mero objeto de complacencia sexual y no una
persona.
Lamento que estas sean las
últimas horas de paz que yo pueda vivir. – suspiraba el benemérito, al observar
desde lejos la planicie del Valle de México - Después de tu casamiento, partiré
al norte con un ejército de veinticinco mil soldados para derrotar al ejército
invasor, quizás muera en combate, porque esa batalla será decisiva. Si México
pierde esta guerra con los Estados Unidos, perderá siempre su confianza y
cualquier batalla de cualquier guerra que tenga; cualquier sueño, cualquier
apuesta, cualquier cosa. Si perdemos, nuestros hijos pedirán limosna a los
hijos de los invasores y nunca seré recordado con el patriotismo y valentía del
que sois testigo.
-
Vos
es un gran general; un gran patriota.
-
Soy
un hijo de puta, mas que cualquier mexicano y traidor que te puedas imaginar.
Soy quizás tan detestable como el Judas Iscariote que vendió a nuestro señor;
soy quizás tan semejante o peor que tan deleznable apóstol, … no dudaría que
algún día lleguen a recordarme como el peor traidor de la historia de México…
pero, esa es mi misión.
-
¿Cual
misión?.
-
Unir
a México para siempre. Cambiarlo. Darle una historia diferente.
-
No
lo entiendo general.
-
Ni
yo tampoco logro entenderlo. Sólo se que vienen tiempos difíciles; no solamente
la guerra nos espera, quizás, una revuelta en la capital estalle cuando le
robemos al clero lo que ahora necesitamos.
-
Pedirá
un préstamo forzoso.
-
No
solamente un préstamo forzoso, sino también, pediré prestada la vida de muchos
mexicanos que morirán inútilmente en los campos de batalla, por algo que Vos y
yo entendemos, pero que la totalidad de los ejércitos desconoce; la patria.
Nuestra patria. Nuestra bandera nacional., nuestra nación. Lo que todo
mexicano, debe amar, aparte de la Virgen de Guadalupe.
-
General,
tenemos confianza en Vos.
-
Ese
es el error Salcedo. Tenerme confianza en mi, cuando cada mexicano, debe
tenérsela así mismo.
-
Usted
nos dará esa confianza.
-
Segundo
error, creer que soy capaz de transmitir una confianza, que yo tampoco tengo.
-
Entonces
qué general.
-
Entonces,
que se lleve al carajo el país.
-
¡Al
carajo¡.
-
Si
a la chingada. De donde nunca debió de haber salido. A la chingada.
-
Sigo
sin entender Alteza.
-
Entenderás…
al tiempo. Entenderás.
El regimiento estaba por llegar
a la Casona de Tizapan.
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