El licenciado Jorge Enrique Salcedo y Salmorán,
presintió la muerte de su amigo, el coronel Yáñez. Después de todo, aunque
ambos fueran diferentes, Salcedo consideraba a Yáñez su amigo, pese que éste,
únicamente podía tener como amigo suyo, a una botella de alcohol, sin conocer
el significado de la amistad, algo tan falso para él, como las acaricias de una
mujer prostituta. Aún y con todo eso, Salcedo y Yáñez se habían conocido en la
Academia de Jurisprudencia años antes, Yáñez desertó de la carrera, porque le
gustaba más la vida militar, o mejor dicho, la vida falsa de un militar
mexicano, asaltar caminos, robar, saquear, imponer el terror ante los débiles,
adquirir en el mercado negro armas, municiones, promover revoluciones y buscar
ante todo, cargos en el gobierno para poder vivir de los impuestos del pueblo y
tener desde luego la autorización oficial, para seguir robando. Salcedo en
parte debería de haber estado agradecido con quien pensaba era su amigo, ya que
él no hubiera ingresado jamás a servirle al Supremo Gobierno, de no haber
tenido en el apoyo y la “palanca” que le
representó el coronel Yáñez,, quien con su alto sentido de responsabilidad o
mejor dicho, de ambición megalómana, trabajaba cerca del máximo líder de la República
mexicana y quien por conducto de éste, le recomendó a Santa Anna, los servicios
de un buen abogado.
Salcedo había regresado a su antiguo trabajo en el
palacio nacional, de nueva cuenta regreso a su vieja oficina, este vez a
trabajar muy de cerca con uno de los hombres de mas confianza del general
presidente, el distinguidísimo abogado don Manuel Crescencio Rejón, quien en
esos días, se desempeñaba como diputado. Salcedo por vez primera, sentía que
sus servicios profesionales como jurisprudente, eran verdaderamente
aprovechados por un jefe, más comprometido con las leyes y las instituciones de
la república, que con las conspiraciones políticas de derrocar gobiernos
traidores y reaccionarios. Salcedo, sentía que esta vez, su jefe inmediato Rejón,
aprovechaba sus conocimientos jurídicos en la elaboración de proyectos de ley
que tendrían como objeto, institucionalizar el país, a través de normas y de
autoridades estables a cualquier cambio o revolución política que pudiera
avenirse, inclusive, hasta la propia invasión americana que amenazaba con
conquistar a México.
El diputado Crescencio Rejón, líder del partido de
los puros, se dispuso de una vez por todas discutir en la cámara, el programa
de la mayoría de los diputados del Distrito Federal, quien también estaba
firmada y apoyada, por otros distinguidos diputados que únicamente habían
estampado su firma, tales como Fernando Agreda y José María del Río. El proyecto ha discutirse, hablaba de la
necesidad de fortalecer el patriotismo nacional, eso se haría al redactar en la
constitución el principio que estableciera que los poderes no delegados a las
autoridades de la Unión ni negados a los Estados por el código fundamental de
la Republica, se entendían reservados a los Estados respectivos. Dicha
cláusula, decía Rejón fortalecería el nuevo federalismo mexicano, al ir
restando de mayores facultades tanto expresas como implícitas, al gobierno
centralista.
Pero mientras Crescencio Rejón redactaba en compañía
de su ayudante Salcedo y Salmorán el discurso que aclamaría en el pleno del
Congreso, a cientos de kilómetros, el general Santa Anna, se encontraba en su
hacienda el Encero, para entablar, con sus oficiales y los ingenieros
militares, la nueva estrategia con la cual, frenaría el avance de los americanos. Santa Anna, estaba convencido que los
americanos irían a la ciudad de México y que para eso, tenían que trasladarse
de Veracruz a Jalapa; de ahí que lo tenían que hacer lo más pronto posible,
porque el verdadero enemigo de Scott no era en si el ejército mexicano, sino el
clima caluroso, los mosquitos y las enfermedades que pudieran mermar la salud
física de los soldados americanos. Por esas razones, el camino de Veracruz a
Jalapa, debería de estar bloqueado, en una zona cerrada, que no le permitiera a
los americanos fugarse, donde se libraría el ultimo combate de la guerra, la
pelea de cuerpo a cuerpo en la que se nulificaría la artillería americana y que
derrotaría fácilmente, el avance enemigo. Ese lugar, era Cerro Gordo para Santa
Anna, aunque muchos de sus estrategas militares objetaban dicha fortificación
por sus condiciones geográficas que impedían utilizar la caballería, a
diferencia de Corral Falso, donde encontraban mayores ventajas. Pero el
generalísimo indignado por la insubordinación de sus oficiales, de sentirse
mariscales cuando él era el único jefe de las fuerzas armadas mexicanas, tomó
la orden de que el sitio en donde esperaría el avance de los americanos, para
frenarlos, acorralarlos y después derrotarlos, era en Cerro Gordo y nada más Cerro
Gordo.
Que tenía la plaza de Cerro Gordo para frenar a los
americanos. Era el mejor lugar que la cartografía mexicana ofrecía para un
combate de la magnitud que visualizaba Santa Anna. Pues en el viejo Camino
Nacional de México a Veracruz, a un costado derecho, se encontraba el río del
Plan, que serviría de muralla natural para prevenir cualquier ataque americano
para ese franco y al lado izquierdo, se encontraban las montañas denominadas
Telégrafo y Atalaya, cerros de unas pendientes tan inclinadas, que difícilmente
los conejos podrían subirse sobre ellas. Así que en esa pequeña caja natural,
rodeada de pequeños montes, barrancas y bosques, se libraría la batalla
decisiva entre la guerra de México y Estados Unidos. Era inevitable que los
americanos cruzaran por ese punto, ahí los esperaría Santa Anna, con un ejército
de nueve mil hombres, integrado por las tropas que logró agrupar de Atlixco,
Zacapoaxtla, así como de las guarniciones de Jalapa, Coatepec, Teziutlan,
Matamoros y Tepeaca; obviamente algunos de estos soldados, habían sido
sobrevivientes de las batallas de la Angostura.
Y mientras Santa Anna ordenaba a los ingenieros
construir las fortificaciones que frenarían el avance yanqui; del lado enemigo,
Scott dejaría el puerto de Veracruz y en la Hacienda Manga del Clavo, a por lo
menos cuatro mil de sus hombres. Tratando de ocultar lo que realmente estaba
pasando, por lo menos 2500 de sus hombres se encontraban enfermos de fiebre, a
causa de los intensos calores que se vivían en la región; ah no ser por las
picaduras de los mosquitos, o quizás el agua o las frutas de los árboles, la
comida u otro factor desconocido; existía la amenaza latente de que el cólera
se expandiera como una maldición divina, en perjuicio de las tropas americanas.
Era por lo tanto urgente para el general
Scott partir a la ciudad de Puebla, donde el clima era más soportable, pues las
verdaderas defensas que jugaban a favor de los mexicanos, no era ni su
artillería, ni mucho menos su infantería, era su clima, su sol, su agua, sus
alimentos, su viento, su calor. Scott emprendió la marcha rumbo a Jalapa donde
sabría que Santa Anna lo esperaría con un ejército igual de numeroso como el
que el presidía; ahí enfrentaría un
combate decisivo que definiría el triunfo o el fracaso de la expedición
militar. ¡ganar o perder¡. No había otra opción. Ahí en Corral Falso o en Cerro
Gordo, donde eligiera Santa Anna llevar su combate, se resolvería la guerra
entre México y los Estados Unidos.
Tácticas y estrategias militares, nada tiene que ver
con las discusiones que se llevarían en el Congreso mexicano en la ciudad
capital; donde los diputados, discutirían una serie de reformas a la
Constitución de 1824 que refrendarían su sentido federalista; para ello, el
diputado y jefe de los moderados Mariano Otero, leyó el documento que
presentaba el diputado Crescencio Rejón. Se proponía entre otros puntos a
discutirse, suprimir el sistema de elección indirecta y establecer uno nuevo
que serían las votaciones directas, es decir, extender el derecho de sufragio a
todos los mexicanos, de lo contrario, aseguraba Rejón, viviríamos en un
gobierno oligárquico; Otero río cuando leyó eso, decía la iniciativa de Rejón
que de implementarse esta reforma, se fortalecería la democracia mexicana, las
municipalidades desarrollarían su administración, siendo estas las responsables
de establecer las reuniones populares, para que en forma libre deliberaran
democráticamente sobre sus asuntos, de igual forma, se establecería
gradualmente el juicio de jurados, proclamándose en la reforma, el uso libre de
la palabra impresa, oral y escrita.
Mariano Otero también coincidía con lo dicho por el
diputado oficialista de Santa Anna, también quería un México justo y
democrático, con un gobierno de corte federal, pero para implementarlo, había
que conocer cuál era la verdadera situación política y social de la República
Mexicana. Para ello, había que describir la sociedad mexicana y su padecimiento
afeminado y degenerado de su raza; una triste organización política y social,
sin educación, sin industria, sin comercio, sin porvenir. Como hablar de
democracia, en un país desigual. El proyecto de Rejón estaba fuera de la
realidad, en un país de siete millones de de los cuales tres de ellos eran de
origen europeo y los cuatro millones restantes de aborígenes incultos, como
hacer una reforma constitucional como la que proponía Rejón en un país habitado
por indios sin educación, acostumbrados a trabajar para sus parroquias, a sus
fiestas religiosas, a vivir todos los días embrutecidamente, a no tener mayor
futuro que su vida analfabeta y salvaje, gobernada por el clero que le cobraba
a sus feligreses sus diezmos y limosnas; y cuyo futuro para estos indios, sería
ser tarde o temprano, reclutados en la leva, para servir a una nación que
desconocían, a una patria y bandera nacional que no les despertaba sentido, ni
admiración, menos aún patriotismo alguno; como modernizar a un país con
habitantes de esa calaña, que alistados en el ejército mexicano, veían con
indiferencia a los soldados americanos, con la que alguna vez habían visto a
los soldados españoles. Que podía hacerse en un país, donde cuatro millones de
sus habitantes y los otros tres millones restantes, aunque fueran de raza
blanca y mixta, tampoco les representaba futuro alguno. Al menos de esta gente,
que vivía en las principales ciudades y pueblos de la Republica, al menos cerca
de un millón de ellos formaban parte de las clases improductivas, sacerdotes,
clérigos, administradores de iglesias católicas que nada producían, más que ser
autosustentables con las limosnas de sus feligreses; en una sociedad donde al
menos, 300 mil habitantes vivían de la agricultura, de las fábricas o de las
minas, pero la mayoría de estos, en la constante holgazanería, vagabundos,
léperos, borrachos, apostadores, que con el paso del tiempo se convertirían en
criminales, salteadores de caminos, bandoleros, y en el peor de los casos,
funcionarios burócratas del gobierno, muchos de estos disfrazados de militares
sin técnica y conocimiento de la guerra, más que de la revuelta, la
conspiración, el sabotaje, la traición a la ley y a las instituciones.
Quizás esos eran los militares que rodeaban a Santa
Anna o era el mismísimo Santa Anna quien lideraba a todos esos militares
mexicanos, que por momentos se sentían mariscales, napoleones, guerreros, pero
realmente, valemadristas de lo que le pasara a la patria; había que sacar la
batalla, como se pudiera, para que en el futuro, la prensa o los enemigos del
general, no acusaran a éste de haberse vendido a los americanos. Había que
hacer las trincheras y subir por lo menos unos cañones al cerro del Telégrafo,
para desde ahí observar el avance yanqui y porque no atacarlos desde el cielo;
esa era la tropa de la que se refería Otero, la que se integraba por indios
analfabetas, sin educación, sin entender los conceptos básicos que años antes
habían peleado y dado la vida, hombres gigantes como Hidalgo, Morelos, Galeana,
Mina, Guerrero; hombres armados con sus mosquetones obsoletos, pero que seguramente, al llegar la noche escaparían,
o a la primera escaramuza huirían como
ratones. ¿Cuál patriotismo?. ¿Cuál soberanía?. ¿Cuál guerra contra los Estados
Unidos?. ¿Cuál defensa del territorio nacional?. Las palabras de Santa Anna no
solamente eran poco creíbles por las sospechas que despertaba su liderazgo,
sino que también, no se les entendía nada, ni hablaban español y si lo
entendían, su lenguaje era tan corto como su visión. Nadie entendía lo que pasaba,
ni lo que decía Santa Anna, ni siquiera sus órdenes militares eran asimiladas
por sus subordinados; no entendían porque mantenerse en esa plaza de fácil
acceso, que garantizaba sin ser ingeniero militar, una anunciada y estrepitosa
derrota.
Por otra parte don Manuel Crescencio Rejón estaba
fielmente convencido en que esa reforma constitucional daría un nuevo sentido a
la historia del país, lo modernizaría, le fomentaría patriotismo, estaba
convencido de que el país debía de hacer una declaración de sus derechos, como
lo habían hecho los franceses en su Revolución, como también lo habían hecho
los propios americanos al reformar su Constitución; había que adicionar en la
Constitución de 1824, cuáles eran las garantías que el Supremo Gobierno
otorgaría a los mexicanos, los derechos de prensa, de libertad de expresión,
opinión, transito, comercio; había que reformar la Constitución para hacer
extensiva esa declaración de derechos imitando a los franceses y a los Estados
Unidos, pero con la única novedad de implementar un procedimiento que hiciera
que esos derechos, dejaran de ser letra impresa en un libro de papel, para
convertirlos en derechos subjetivos reales, con tribunales integrados por
funcionarios profesionales, que decidieran otorgar a los quejosos, la
protección y el amparo de la justicia en contra de los abusos de poder, en que
el país se encontraba sometido. Eso era lo que proponía Manuel Crescencio Rejón
y lo que también, el diputado Mariano Otero coincidía. Establecer un mecanismo
que les diera a los ciudadanos las garantías de que ningún gobierno, de esos
que constantemente circulaban en la política mexicana, los amenazara con
privarles de su vida, de su libertad, de su igualdad, de sus bienes, de su
sagrada propiedad. Esa idea era correcta, pero como implementarla en un país de
analfabetos.
Y cuando los americanos encontraron a los mexicanos
en Cerro Gordo, el combate empezó. Ahí
en su tienda de campaña Santa Anna trato de guardar postura, calmar su
ansiedad, olvidar por momentos el dolor de su rodilla sobre la pata de palo en
que reposaba la mitad de su cuerpo; trato Santa Anna de que las cosas salieran
como pensaba, rezo a la virgen de Guadalupe y también suplico muy en el fondo a
sus subordinados, que pelearan con valor, para limpiar el honor nacional, esa
mancha que los americanos habían propiciado con el bombardeo en Veracruz.
Ese era el valor que se necesitaba, decir las cosas
como eran realmente y no como querían escuchar nuestros funcionarios. Para
promover una reforma constitucional como el juicio de amparo que se proponía,
había que reconocer que en México, se vivía un analfabetismo, una falta de
principios y valores, una sociedad afeminada, degenerada y corrupta como decía
Otero; un país donde ser comerciante era motivo de vergüenza y que por esa
razón, el comercio en México estaba controlado por extranjeros, a los cuales en
vez de promover circularán estos sus mercancías, eran víctimas de los
constantes impuestos que les acechaban, de los aranceles con altas tasas de
cobros y requisitos absurdos para el desembarque y traslado de sus mercancías, inclusive
hasta de la amenaza que el gobierno mexicano hacia a estos profesionistas de
confiscarles sus productos, sino cumplían con alguno de los requisitos que este
establecía. Finalmente un gobierno ladrón incapaz de generar riqueza. Como
implementar un juicio de amparo para estos casos, donde el comerciante honesto
era constantemente molestado y orillado
a vivir en la inmoralidad del crimen, de la corruptela, en la que para
sobrevivir del constante acoso de los funcionarios aduanales, tenía que
sobornarlos para permitir ejercer su profesión, que como en cualquier nación
civilizada, era la clave del progreso y no del estigma prejuicioso digna de una
sociedad medieval.
Manuel Crescencio Rejón estaba convencido de ese
plan de reformas para mejorar la situación política, económica y social del
país; sabia como Otero que el país no estaba del todo bien, que había falta de
patriotismo y no por los soldados mexicanos que desertaron una noche antes del
combate de Cerro Gordo, ni tampoco por aquellos que respondían la metralla de
balazos que recibía, sino porque la iglesia católica había hecho mal al país;
porque no había agricultura en el territorio nacional, porque tres cuartas
partes de territorio nacional, eran del clero, la que si bien arrendaba
tierras, ningún estímulo propiciaba a los pequeños agricultores, de labrar la
tierra, a causa del pago del diezmo o de la falta de caminos para circular sus
productos, o de las gabelas que gravaban su mercancía.
Ese era el campo mexicano; una verdadera caja
rodeada de las montañas del Telégrafo y el Atalaya, de otros pequeños montes,
pendientes y a lo lejos un rio; zona boscosa en la que los americanos trataron
de ocupar el Cerro del Telégrafo pero que fue rechazada por la infantería
mexicana; al menos cincuenta muertos americanos podían verse en esa frustrada
ocupación del cerro que obligo a los americanos a retirarse. ¡Era una buena
noticia¡. Santa Anna salía de su tienda de campaña, con la noticia de que los
americanos habían sido expulsados en la toma de ese cerro. Vítores de alegría
encendía a los oficiales mexicanos y al mismo Santa Anna que en aires de
soberbia, decía a sus críticos, que su estrategia era la correcta, “ya lo
vieron cabrones”; nada hicieron los americanos. ¡Ni un conejo pasara por este
camino¡. ¡Aquí les vamos a partir la madre a esos güeritos¡…. ¡Pinches gringos culeros¡. El ataque que
hiciera el general Twiggs fue rechazado por la tropa mexicana, quien dejara en
las faldas del cerro a por lo menos veintiséis muertos y ciento ochenta heridos
del ejército mexicano; Santa Anna inmediatamente recibió el parte de novedades
del oficial mexicano, quien exagerando la hazaña, dijo lo que Santa Anna quería
oir.
-
Mi
general, huyeron los muy maricas. No pudieron con nosotros. Respondimos el
ataque, en apego a sus órdenes mi general; debió de haber visto como huyeron
los pinches gringos. ¡No tienen guevos los cabrones¡.
El combate en Cerro Gordo debía de posponerse, tan
pronto amaneciera; la expulsión de la tropa americana en la ocupación del Cerro
del Telégrafo, era motivo de orgullo y de fiesta en las filas mexicanas, así
que el general para tranquilizar a su tropa y evitar una oleada de deserciones
como las que cada noche ocurría, tuvo la brillante idea de improvisar una
fiesta de la victoria; autorizo a la tropa a que bailaran, que también tomaran,
con “la debida moderación que el combate representaba”, los soldados mexicanos
estaban creídos que la batalla había sido ganada por estos; el generalísimo
engreído en su táctica tan criticada, mostraba una vez más a sus detractores,
que él tenía la razón, los gringos no pasarían por Cerro Gordo, serían
detenidos en su ambición desmedida, derrotados y humillados, regresados en sus
buquecitos de vapor de donde nunca debieron de haber partido.
La noche fue intensa y aun así con el insomnio que
el diputado Crescencio Rejón tenía; la discusión de la introducción del juicio
de amparo en la Constitución de 1824 se llevaría a cabo, en una sesión donde
seguramente, uno de los oponentes a la reforma, seria paradójicamente, el mismísimo
Mariano Otero. Efectivamente, como
aprobar un recurso legal para aquellas clases sociales aristócratas y ladinas,
que se enriquecieron con los recursos del pueblo; que nunca lograron la riqueza
y la prosperidad que tanto prometieron para el bienestar de la nación y si en
cambio, aumentaron sospechosamente su patrimonio; ya nadie recordaba el gran
fraude que represento el Banco de Avío, la generosa idea de Lucas Alamán que
termino por ser una caja chica de nuevas fortunas de los millonarios mexicanos,
el primer banco mexicano con un fondo de un millón de pesos destinado para ayudar
a todo empresario mexicano que quisiera construir una fábrica y en que termino,
en un verdadero “monte parnaso”, un banco donde se extrajeron importantes sumas
de dinero, que nunca fueron reintegradas al banco, que nunca produjeron riqueza
ni las tan anheladas industrias con las cuales nuestra patria se convertiría en
la Inglaterra hispana, al carajo se fue todo ese dinero, todas esas industrias
mexicanas nunca se pudieron edificar y no por falta de dinero, sino por falta
de empresarios, comerciantes, industriales; las leyes dictadas con anterioridad
eran absurdas, se hablaba de proteger a la industria mexicana, pero a decir
verdad, nunca hubo industria mexicana que proteger, unos cientos talleres de
hilazas y tejidos de algodón, que nada producían en comparación a las
industrias textiles que existían en Londres; pobres mexicanos tontos, visión
tonta, corta, pobre; proteger a talleres familiares que no producían riqueza y
haber prohibido a Inglaterra introducir a nuestro país, sus fábricas textiles,
donde se produciría a un menor costo, toda la vestimenta del mundo; donde
nuestros habitantes dejarían de ser analfabeta y siervo de los párrocos de la
iglesia, para convertirse en esa clase proletaria que había en Inglaterra,
Francia, Estados Unidos, esa nueva clase social que llevaba acompañada progreso
para sus respectivos países, puertos marítimos y vías de ferrocarril que
acortara las distancias.
Visión corta de los mexicanos y también de sus
militares y de su gran genio militar, don Antonio López de Santa Anna, quien
nunca pensó que los conejos si podían subirse en esa montaña; la tropa
americana escalo toda la noche el cerro de la Atalaya y no sola la escalo, con
esas pendientes tan pronunciadas, sino que inclusive, se dio el lujo de colocar
cuatro poderosos cañones que acabarían por siempre, lo que quedaba del orgullo
nacional. Al amanecer, a las seis de la mañana, fueron los americanos, los que
iniciaron el ataque, los mexicanos yacían dormidos, luego de su festejo de
haberles ganado a los gringos, nunca pensaron, que los muy infelices, habían
trabajado toda la noche para subirse a la punta del cerro y desde ahí, haber
colocado sus cañones con los cuales, serian destrozados.
Santa Anna no daría crédito en cómo habían llegado a
esa posición. Como habían podido transportar esos poderosos cañones, con que
gente, con que agallas, con que autorización habían ascendido al cerro;
automáticamente el general ordenó a su tropa ocuparan el cerro para
arrebatarles a los invasores de sus poderosas armas, pero nadie le hizo caso al
generalísimo, pues las balas de los cañones eran certeras, continuas,
peligrosas; la tropa mexicana se dispuso a huir y a nadie hacerle caso, el
general por momentos pierde su otra pierna, toma un caballo y aun así trata de
dar órdenes a su regimiento, que sigue sin hacerle caso, esquivando las balas y
recibiendo el contra ataque terrestre que los americanos habían emprendido. De
esa forma, observó el paisaje y tenían razón sus detractores, estaba en una
caja, había caído en su propia trampa, ahora se encontraba rodeado por cielo y
tierra por sus enemigos los americanos, que disparaban desde arriba de aquel
cerro, sin la resistencia de los mexicanos, que huían como ratones
atemorizados.
Esa es la vergüenza nacional, se dijo al día
siguiente en el Congreso, el diputado Mariano Otero; un ejército desmoralizado,
integrado por multitudes de hombres ignorantes, sin capacitación, sin
profesionalismo, sin lealtad ni disciplina; un ejército acostumbrado al
“pronunciamiento nacional” para desconocer gobiernos legítimos, pero nunca para
enfrentar a un verdadero ejército profesional, esa era la vergüenza nacional,
que los soldados mexicanos huyeran del combate, a no ser blanco de los rifles o
los cañones americanos, a no caer a causa de una bala muertera, de una guerra,
mas definida para el triunfo de los americanos.
Santa Anna, como los demás soldados de su tropa, también huye, esta vez,
para no ser capturado como lo fue en San Jacinto, tiene que huir entre la
confusión, entre el ruido del cañón y de las balas, para no ser identificado y
obligado a firmar una paz que no cedería; huye Santa Anna, por esos montes, con
toda su tropa, sin poder contrarrestar ninguna ofensiva, ni siquiera una
estrategia defensiva, el ejército mexicano se disuelve en la medida en que las
tropas de Scott van introduciéndose al camino a Jalapa; en el que sus
artilleros, desde esas montañas, disparan con toda la tranquilidad que el
paisaje les daba, para ver desde arriba, como huían los soldados mexicanos.
Esa es la guerra que se pierde, la que todos los
mexicanos siguen perdiendo todos los días, al enfrentarse con un gobierno
nefasto, corrupto, inservible; un gobierno integrado por burócratas que
llevaban una vida muy parecida a la de sus militares, empleados sin educación
que compraban sus plazas para vivir de las pocas rentas que recaudaba la
hacienda pública, funcionarios bien pagados, pero no por sus conocimientos en
el arte de la administración pública, sino porque ellos aprovechándose de su
posición, fijaban sus emolumentos, tan prósperos y decorosos, que ningún
comerciante modesto podía tener trabajando de forma honesta; esos eran los
burócratas, a los que había que proteger a través del juicio de amparo;
burócratas que en sus escritorios podían disponer libremente de los bienes, de
los derechos, inclusive hasta de la vida de cualquier ciudadano, sin
responsabilidad política, jurídica, ni criminal, el poder era todo en México,
el fuero que les autorizaba robar sin ser juzgados y sentenciados a la cárcel,
el fuero que les permitía entablar relaciones inmorales con tipos desleales a
la república, a la patria; pensando siempre esa masa de funcionarios, en
perpetuarse en el puesto, gobernara quien gobernara, fuera federalista o
centralista, católico o masón, yorkino o escocés, no importaba la extracción
política que fuera, el puesto gubernamental era bueno, útil, garantizaba status
y la promesa de ascenso, para obtener otro mejor puesto que también
garantizara, mayor prosperidad.
Los mexicanos fueron derrotados en Cerro Gordo; la
batalla mas importante de Santa Anna después de la Angostura había sido ésta y
lamentablemente, le había tocado perderla, abatido por los cañones y los rifles
de los yankies, Santa Anna huye como también queriendo huir de su destino, habría
sido preferible morir pero la santísima virgen le tenía preparado otra
sorpresa, vivía porque estaba condenado a ser alguien importante en la historia
de su país, no le tocaba morir como habían muerto muchos de sus soldados
aquella tarde estrepitosa; Santa Anna vivía cada vez que así lo sentía, con
aquella pierna que soportaba el peso completo de su cuerpo, se dispuso a
continuar caminando, a pensar que mientras hubiera vida, había esperanza,. Que
mientras en México hubiera un mexicano en pie de lucha, la guerra continuaría
hasta su victoria; México no se vería jamás mancillado por la artillería
americana, jamás sería conquistada, mientras estuviera él en pie de lucha, con
una decena, centenar o un millar de
mexicanos dispuestos a morir por la patria.
Eso era lo mas importante para esos días, la patria.
El día de la discusión de la reforma constitucional, la prensa mexicana publicó
una noticia del periódico Commercial Advertiser, en el que informaba que un
capital del ejército americano, el general Bentón desembarcaría de Nuevo
Orleans a Veracruz para sostener una plática con el ministro Rejón, para
negociar la paz a cambio de la cantidad de tres millones de pesos.
Esa noticia era falsa, Rejón no era Ministro de Relaciones
Exteriores, ni siquiera conocía a ese funcionario americano, ni iría a Veracruz
ni a ninguna parte, más que al congreso mexicano a discutir su iniciativa de
reforma constitucional, era una noticia falsa que atentaba contra su imagen,
que lo colocaba como a un mentiroso, un traidor a la patria, que desprestigiaba
su honorabilidad y sus buenas intenciones de introducir en la Constitución
Política, el juicio de amparo.
Rejón tomo su carruaje y se dispuso a dirigirse al
congreso, donde lo esperaba el diputado Mariano Otero, para seguir discutiendo
sobre esa reforma. Para manifestarle que coincidía en que el amparo debería de
ser individualista, porque debía de proteger a lo más importante que tiene una
nación que son sus individuos; esa era la novedosa reforma que revolucionaria
el derecho en nuestro país, fundar la constitución en el derecho individual de
las personas, a ser protegidas por los tribunales contra los abusos de sus
gobernantes, contra esos pilluelos que robaban, mentían y gobernaban
cínicamente la patria; contra esos que huían de Cerro Gordo, contra los que
laboraban en palacio nacional, con los aristócratas que hicieron inmensas
fortunas sin haber edificado escuela, camino, fabrica alguna; contra ellos había
que proteger a los millones de individuos victimas de su mal gobierno, un
juicio de amparo producto de la mejor obra legislativa de todos los tiempos, la
que ni los ingleses, franceses o americanos habían diseñado para el bienestar
de sus ciudadanos; un solo juicio, un solo recurso, una sola ley, una instancia
que gozara de respeto, credibilidad, honorabilidad, que protegiera por siempre
y en cualquier lugar, a cualquier mexicano que se viera afectado o puesto en
riesgo sus derechos individuales como persona, como ciudadano, como mexicano,
ese era el juicio de amparo que había que introducir en la constitución de
1824.
El carruaje de don Manuel Crescencio Rejón estaba por llegar a la sede del Congreso,
cuando una piedra rompió el cristal de la venta de su carruaje, asustado se asomó
y vio como un lépero le aventaba una piedra, haciéndole una seña obscena con
los dedos; Rejón espantado por el acto, escucho otra pedrada en la parte
trasera del carruaje, volteo y observó también ,que otros léperos le gritaban y
lo injuriaban, le decían traidor, no comprendía lo que pasaba, tenía en sus
manos su discurso respecto al juicio de amparo, pero lo que la gente tenía en
las suyas, era la nota periodística publicada en ese día, en la cual lo
acusaban de vende patrias.
Otero espero a su adversario para expresarle que
coincidía con él en algo tan importante en la historia del país, que aun con
sus limitantes, con la pobreza y en el estado de guerra por la cual cruzaba la
patria, era el momento crucial e importante para aprobar en la constitución de
1824, la introducción del juicio de amparo. Estaba conforme con ello, salvo
algunas pequeñas discrepancias, una de ellas, era que Otero propondría al
congreso, que una ley reglamentaria definiera cuales serían esos derechos por
las cuales los mexicanos serian amparados, Rejón de haber estado en el congreso
hubiera objetado esa propuesta, el hubiera preferido que esos derechos formaran
parte del texto constitucional, estuvieran en ellos redactados, fueran parte de
la norma fundamental y no una norma secundaria como proponía Otero.
Pero eso proponía don Manuel Crescencio Rejón; quien
para ese momento, su carruaje era atacado por una muchedumbre que lo injuriaba,
los cristales de carruaje roto, sacudían al carro, algunas manos habían
ingresado por esas ventanas rotas para golpearlo, aventarle piedras, jalarle
los cabellos, Rejón pensó morirse en ese acto, con una mancha de sangre en su
frente, creyó ser linchado por esa turba que pedía su muerte, que injusto trato
recibió, los centinelas acudieron a poner el orden, amedrentaron a los léperos
que habían atacado al carruaje, pero a nadie detuvo, a nadie metió a la
cárcel, la turba enardecida se fue
injuriando con sus gritos al diputado lastimado en su persona, en su integridad,
en su honorabilidad desprestigiada.
El amparo sería contra actos de autoridad de los
poderes legislativo y ejecutivo, no así del poder judicial; no concebía Otero
que el amparo fuera contra un juez, podía serlo contar las leyes del congreso,
contra los funcionarios del supremo Gobierno, pero no de un tribunal; Otero le
faltaba la imaginación de Rejón, si era posible amparar a ciudadanos contra las
malas sentencias de los jueces, contra inclusive aquellos jueces de consigna, a
merced de los corruptos gobernantes; no lo había pensado así Otero y no pudo
defender esta teoría Crescencio Rejón, que yacía casi inconsciente en su
carruaje, espantado, lastimado, casi muerto sino por el linchamiento, si de la
pena, de la humillación pública.
Los centinelas entraron al carruaje y le preguntaron
al diputado como se sentía, este respondió que bien, que como podría sentirse
luego de no haber acudido a la sesión legislativa más importante en la historia
del congreso mexicano, en la plenaria a donde expondría sus puntos de vista
para introducir el juicio de amparo en las leyes mexicanas, como podría
sentirse de no llegar a su cita con la historia, en el mismo momento, en que el
diputado Mariano Otero quedaba en la memoria legislativa del congreso mexicano,
como el creador del juicio de amparo.
El amparo seria resuelto por los tribunales de la
federación y no en el sistema inverso en que se proponía, es decir, en un
sistema en que los jueces locales, podrían anular los actos de autoridad de los
autoridades federales, o bien viceversa, que los jueces federales, dejaran sin
efecto los actos de autoridad de los gobiernos locales; para Otero y para esa
ley aprobada, los tribunales de la federación serían los únicos facultados para
conocer de reclamaciones o amparos por los actos de autoridad violatorios a las
garantías individuales que cometieran las autoridades tanto federales como
locales, centralistas como departamentales.
Finalmente y sin discusión que frenara el plan de
Otero, el diputado y jefe de los moderados, logro aprobar el Acta de Reformas,
quien en su artículo 25 proponía.
Los
tribunales de la federación ampararán á cualquiera habitante de la república,
en el ejercicio y conservación de los derechos que le conceda esta Constitución
y las leyes constitucionales contra todo ataque de los poderes legislativo y
ejecutivo, ya de la federación, ya de los Estados, limitándose dichos
tribunales a impartir su protección en el caso particular sobre que verse el
proceso, sin hacer ninguna declaración general respecto de la ley ó del acto
que lo motivare.
Ese no era el amparo que busco Rejón, ese fue el
amparo de Mariano Otero a quien entre aplausos y las plumas literarias
jurídicas, le otorgó al joven diputado jalisciense, la inteligencia de haber
creado tan importante recurso legal en el derecho mexicano. Rejón no acudió a
su cita con la historia y por eso, su participación en este procedimiento
constitucional, se vio reducida a una mera anécdota histórica del congreso de
Yucatán; el daño que se le hizo al diputado Rejón, fue no haber propuesto junto
con Otero las ideas que este tenía concebidas del juicio de amparo, la visión
de Otero era corta a comparación de la de Rejón, lamentablemente, su adversario
político en el congreso, tenía una cualidad que el no poseía, pues aparte de
juventud, tenía el estigma de no ser “santa annista”. Ese fue el error de don
Manuel Crescencio Rejón, haber trabajado muy de cerca, del seductor de la
patria: don Antonio López de Santa Anna.
Y a todo esto, que ocurrió en la capital: la noticia
llego pronto. Era cierta, muy dolorosa; pero era motivo de alarma nacional. La
prensa decía que los americanos habían vencido a los mexicanos en Cerro Gordo,
donde había quedado disuelto el ejército mexicano, desconociendo el paradero
del general Santa Anna. A buena hora llegaba la reforma constitucional y la
introducción del juicio de amparo en el derecho constitucional mexicano; cuando
el ejército de los Estados Unidos de América, tomaba Perote, Tepeyahualco y
después pisaba Puebla sin haber hecho un tiro.
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