Del Presidente de la Republica
nadie se burla, escúchenlo malditos papeleros. Ni un periodista hablará mal del
modelo de gobierno que rescatará al país de su peor crisis; ni un diputado,
magistrado, juez, general, cura o lépero, podrá criticar los planes que el
Supremo Gobierno tiene para la patria. Escúchenlo bien y que lo sepa cada
mexicano; nadie, pero absolutamente nadie, me cuestionará en mis decisiones.
El general en Jefe, ciudadano
Presidente de la Republica Mariano Paredes Arrillaga, continuaba con sus planes
para elevarse como supremo caudillo de la revolución de Jalisco. Debía de
celebrar que cada uno de sus objetivos se iban cumpliendo, que la suspensión
provisional del todos los pagos del Tesoro, así como la reducción hasta en tres
cuartas partes de todos los sueldos, eran medidas cautelares que permitirían al
ejército mexicano enfrentar victoriosamente la guerra. ¡Celebren altos
oficiales, distinguidos caballeros, brindemos por la prosperidad de la patria¡;
que los departamentos y el santo clero no dejarán sólo a nuestro país en esta
hora. Entiendan por favor que una autoridad suprema como la que aspira mi
gobierno, en un momento de desconcierto momentáneo de poderes constitucionales
está facultada y obligada a proveer a las necesidades perentorias de la nación;
reconozcan que sería indudable que al mayor de los males sería que los pueblos
carecieran de gobierno, de representantes y de agentes a los principios
conservadores.
Pero a quien diablos le importa
una forma de gobierno conservadora, y monárquica. ¡Porque no vivir en una
republica federal, democrática, representativa y popular¡. Porque no construir
las bases de un país edificado en la republica democrática liberal y no en una
monarquía conservadora, centralista e intolerante. ¡No entiendo la forma de
pensar de mis compatriotas¡. ¡No entiendo esa forma de concebir un país sin
sentimiento alguno de orgullo nacional¡. Al carajo con la bandera, con los teu
deums que conmemoran las armas nacionales, la lucha por la independencia; que
todos olviden los nombres de Hidalgo, Morelos, Mina, Guerrero; que el país se
muera en esta guerra, con todos sus defectos, sus triquiñuelas, con todas y
cada una de sus mentiras. Al diablo con todos, nuestra única salvación, es que
regrese Santa Anna.
El licenciado Salcedo y
Salmorán luego de haber repasado sus clases de gramática, de haber conocido el
uso de las palabras: what, who, where, when, how; continúo con la tesis de
aquel sustentante Armando Villarejo, quien dentro de algunos días, la Academia
de Jurisprudencia le otorgaría si así fuera el caso, el titulo de abogado.
¿Pero porque hablar de
democracia?. ¿Qué diablos era la democracia?. Cada año muchos generales
desconocían al Presidente de la Republica, al quien llamaban espurio,
ilegitimo, pelele, en el nombre de la democracia. ¿Qué es por lo tanto la
democracia?, ¿qué es la forma de gobierno?, ¿Qué es una Constitución?, Peor aún
en todo ese mar de dudas, ¿a que se refería Villarejo cuando hablaba del
control constitucional?
Salcedo y Salmorán recordó
aquellos días en que era el adjunto de su amado maestro el doctor Samuel
Rodríguez; recordó lo que alguna vez le dijo de la democracia, ésta era, decía
él en vida, una forma de gobierno que establecía mediante reglas, quien podía
tomar las decisiones colectivas y bajo que procedimientos.
-
Es
una definición bastante simple.- comento Salcedo, al ver a su maestro escribir
en la biblioteca de su casa.
-
Parece
que lo es, pero una regla fácil, que no ha podido ser admitida en este país.
-
Porque
doctor?. ¡Porque la democracia ha podido funcionar en norteamérica y no aquí en
México?.
-
Eso
pregúnteselo a su amo el generalísimo Santa Anna. - contesto riendo y en forma
demasiado irónica el doctor Rodríguez.
Al recordar la escena Salcedo y Salmorán
también rió.
La democracia no era hablar
solamente de elecciones, de discutir el trillado debate de quienes debían tener
derecho al voto, si la plebe, los propietarios, las mujeres; de indagar una y
otra vez, si las leyes electorales, debían regularse en forma escrita o a través de la costumbre; lo que si bien
recordaba Salcedo es que la democracia, se construía con una regla
convencionalmente aceptada por todos: La regla fundamental de la democracia era
que la mayoría decidía por la minoría. Las decisiones que eran aprobadas por
aquellas personas que tomaban las decisiones colectivas, debían de acatarse por
todos, les gustará o no. Aunque obvio, lo ideal era construir un sistema
democrático donde no se dividiera los participantes en “mayorías” o “minorías”,
sino construir un sistema democrático donde todos estuvieran de acuerdo, donde
en forma unánime se tomaran las decisiones a favor del país. ¿No era posible
eso en México? – cuestionaba una y mil veces el doctor Rodríguez,
respondiéndose una y otra vez que: - “¡No¡”; - que éste país, jamás sus
ciudadanos estarían de acuerdo con su forma de gobierno. Que sería más fácil
estallaran miles de cuartelazos, guerras civiles, pronunciamientos, antes que
reconocer el uno y el otro bando, conservadores y liberales, monarquistas y
republicanos, que era necesaria para la prosperidad de la nación la convivencia
democrática. Así pasaran mas de cien años, éste país, nunca se reconciliaría.
En el año de 1836 se abrogaría
la Constitución federalista de 1824 y en su lugar, se implementaría las famosas
“Siete Leyes”; lo anterior a propuesta del entonces Presidente Antonio López de
Santa Anna, convencido éste de que un régimen federal no podría aplicarse a
nuestro país y si en cambio un modelo de gobierno centralista.
Apoyado por un congreso levanta
dedos, se apoyo la propuesta de santaannista y en una forma de mostrar la
reconciliación de todos los mexicanos, se abrogaron las leyes anticlericales
que afectaban la santa fe del pueblo católico, mismas que fueron impuestas por
inspiración hereje masónica del doctor Valentín Gómez Farías, así como de esos
dos nefastos liberales, José María Mora y Lorenzo de Zavala; emitiéndose
también leyes de amnistía que perdonaban a los asesinos del caudillo Vicente
Guerrero, consumador de la independencia; llamando a todo el pueblo mexicano a
la hora de la reconciliación.
Pero ah decir verdad, se
trataba de un movimiento revolucionario más, que se justificaría con la
sapiencia de algunos ilustres abogados; pues la comisión de diputados integrada
por Escoto, Tagle, Lópe y Becerra, presidida por don Carlos Bustamante,
resolvió luego de un minucioso y exhaustivo análisis a la Constitución de 1824,
concluir que en el Congreso, residía la voluntad de la nación y con ella, todas
las facultades extraconstitucionales necesarias para hacer de la Constitución
todas las alteraciones que se creyeran convenientes para el bien de la nación,
sin las trabas y moratorias que en la misma establecía. De esa forma, nuestros
brillantes y por siempre eternamente distinguidos diputados, decidieron
declarar que en el Congreso, podría reformarse las veces que fueran necesarias,
salvo algunas disposiciones prohibitivas que ningún legislador pudiera jamás
hacer, como lo era, el reconocimiento de la libertad y la independencia de la república,
la santa religión católica única para el pueblo de México, así como la libertad
de imprenta con el respeto al dogma.
Con todas estas limitantes consensadas
por todas las clases políticas mexicanas; se resolvió legislar una nueva
Constitución, misma que se publicaría en siete estatutos, los cuales se darían
a conocer en forma periódica, recibiendo el nombre de esta nueva disposición
jurídica suprema, como “las Siete Leyes”.
Así las cosas – explicaba en
vida el doctor Samuel Rodríguez – de un día para otro, se declaró la disolución
del sistema federal; cada legislatura local, fue sustituida por una junta
departamental compuesta por cinco individuos, los cuales fungirían como Consejo
del Gobernador; los gobernadores serían designados ya no por las legislaturas,
sino por el poder central que constituía el presidente; no habría
modificaciones al aparato judicial y todos los empleados públicos, seguirían
conservando sus empleos. Sólo hubo una modificación trascendental; lo era que
las oficinas recaudadoras de rentas, pasarían a ser reguladas por el Supremo
Gobierno.
Este gran cambio en la
constitución, no pudo llevarse a cabo, no sin la figura de un militar gris,
oscuro, por siempre desconocido, de nombre Miguel Barragán; realmente, quien
estaba detrás de esta reforma, era el general López de Santa Anna, quien de
manera inexplicable, se retiro de la presidencia por motivos de salud, para
irse a retirar en su rancho de Manga de Clavo.
Pobre México, pobre de cada
mexicano, vivir condenado en la demagogia de sus indignos gobernantes. Soportar
y ser merecedor de ser gobernado y administrado, por la gente nefasta de su
misma calaña; como si fuera cierto de que los pueblos tienen los gobiernos que
merecen.
El doctor Samuel Rodríguez fue
un ilustre jurista; es una pena que en esta época actual, nadie absolutamente
nadie sepa de su existencia; sólo los que fueron sus amigos, pero sobre todo
sus alumnos, pudieron conocer la grandeza de este hombre, cuyo amor a la
docencia y a la patria, lo hicieron en la memoria de algunos afortunados, un
hombre inmortal.
Salcedo y Salmorán recordó bien
sus años de estudiante cuando fue testigo de cómo la Constitución de 1824
terminó siendo abrogada por las denominadas Siete Leyes, provocando con ello el
movimiento segregista de Texas, que iniciaría siendo ahora la excusa de esta
guerra entre México y los Estados Unidos de América. Recordó en sus años de
estudiante de la Academia de Jurisprudencia, como en aquellos días la prensa
descalificó como alta traición la decisión del ilustre liberal Lorenzo de
Zavala en elegirse Vicepresidente de la República Independiente de Texas,
acompañando a Sam Houston como presidente de dicha provincia. ¿Y todo porqué?.
¿Habrá sido en razón de que existió una conspiración por parte de los
americanos en contra de los mexicanos?; o bien, ¿porque realmente la inestabilidad
política del gobierno mexicano, fue aprovechada por unos colonos pro
americanos?. Fuera una u otra la verdad a ésta interrogante, Salcedo no podía
concebir con justicia la “guerra de independencia de Texas” como el movimiento
de la defensa de las “libertades” de los texanos, encabezada por sus caudillos
que de insurgentes no tenían nada, más que su pésima reputación: los hermanos
Austin vulgares mercaderes, Sam Houston alcohólico adicto al opio, Burr un
extranjero ignorante, William Barret Travis un alcohólico disfrazado de
supuesto coronel, David Crockett un ex congresista americano especializado en
matar indios apaches y Burnet otro extranjero patán; calificados todos ellos
como piratas y personas que de sangre nacional, no tenían absolutamente nada,
más que el territorio patrio que algún día los cobijo y les otorgo la
nacionalidad mexicana.
Pero los colonos texanos no se
sentían ingratos, ni tampoco traidores; era una comunidad favorecida por las
leyes de inmigración mexicana que decidieron asentarse en los territorios de
Coahuila para trabajar en prosperidad de la nación mexicana que los cobijaba.
¡No eran traidores¡ y si en cambio, habían sido victimas de la tiranía militar
y religiosa. El Gobierno mexicano no aceptó reconocer a Texas como un estado de
la federación mexicana y si en cambio de un día para otro, cambio el régimen de
gobierno de federalista a centralista. Les impuso como única religión la
Católica sin admisión ni tolerancia de otra religión; habían encarcelado
algunos de sus mejores ideólogos: Esteban Austin, negándole juicio por jurados;
imponiendo comandantes militares por los civiles, perseguido a sus
representantes populares por las constantes disoluciones de la legislatura
local de Coahuila y posteriormente, por el centralismo político del gobierno
mexicano; por requerir la entrega de sus armas que eran para su defensa
personal, con el argumento de utilizarlos para una próxima revuelta; había que
propugnar por la independencia de Texas, para jamás ser víctimas de la tiranía
militar y religiosa de los mexicanos. ¡Texas no estará ligada ni moral o
civilmente a los tiranos mexicanos¡. ¡No reconocería jamás que las autoridades
mexicanas gobernaran Texas¡. ¡Qué declararían la guerra a dichas autoridades¡
Que no aceptarían el despotismo y por ello establecerían un gobierno
independiente, adoptando todas las medidas pertinentes para defender sus
libertades y propiedades¡.
Pero el caso fue, que el
general Antonio López de Santa Anna sólo rio por dichas manifestaciones; supo
de muy buena fuente que los rebeldes eran en su mayoría inmigrantes de
extracción americana; asesorados sin duda alguna, por los servicios de
inteligencia de los Estados Unidos. Entonces cogió el mejor de sus uniformes y
partió de la capital, después de San Luis Potosí con un ejército de la nada,
pudiendo reclutar a más de 6000 soldados, algunos de ellos, indios mayas que
venían de Yucatán, cruzando por tierra y en invierno por un buen trecho del
territorio nacional hasta llegar a San Antonio. – “Marchare personalmente a
someter a los revoltosos y una vez que se consume ese propósito, la línea
divisoria entre México y Estados Unidos se fijará junto a la boca de mis
cañones” – Que si considere y se dicte un decreto que se haga circular por toda
la nación, en el que se advierta a todos los extranjeros que si desembarquen en
algún puerto de la República Mexicana y penetraren por tierra armados, con
objeto de atacar a nuestro territorio, serán tratados y castigados como piratas
y se les pasará por las armas como corresponde a todo invasor”.- Con un ejército
al mando de Santa Anna, el mismo se divide en tres partes, la primera de ellas
a cargo del general Vicente Filisola, el otro por el general Urrea y otro más,
por el general Ramírez y Sesma.
Desde ahí, 182 piratas se
refugiaron en una vieja construcción que acondicionaron como fuerte “El Alamo”
donde decidieron cercarse para esperar a los mexicanos; reforzados por un
aventurero de nombre Tennessee; desde ahí los ingenuos piratas no aceptaron el
ofrecimiento de rendición que los mexicanos ofrecieron, respondiendo con una
bala de cañón que pudo haber matado al generalísimo Santa Anna; los susodichos
en ningún momento aceptaron rendirse; y por ese hecho, tuvieron que pagar el
precio de su ingratitud y traición.
La noche del 5 de marzo de
1836, cuatro regimientos de soldados mexicanos asaltaron el Fuerte del Álamo,
donde pudieron capturar y reprimir a menos de 182 piratas, de los cuales sólo 32 eran colonos texanos y los demás
restantes, mercenarios americanos; ¡es cierto¡, murieron 72 soldados mexicanos
y hubo por lo menos 400 heridos; ¡era natural¡, los texanos estaban
fortificados y los mexicanos no tenían mas muralla que sus pechos, pero la
valentía de nuestro ejército en ese asalto deberá ser recordada por siempre; no
hubo prisioneros de guerra texanos, por la sencilla razón de que a los rebeldes
les fue aplicada la ley y por ende, tuvieron que morir como lo que eran:
¡Piratas¡.
Quien pudo haber sido testigos
de los sobrevivientes el Álamo que fueron degollados, de la quema de 257
cadáveres entre texanos y mexicanos; de la muerte heroica del Coronel Travis y
del fanfarrón de Santiago Bouwie, quien fingiéndose enfermo, murió como una
mujer escondido bajo el colchón de la cama. ¿Quién los recuerda?. Que acaso
todos olvidaron la proclama del generalísimo: “Regresad a vuestros hogares y
ocupaos de vuestros quehaceres domésticos; Vuestra ciudad y la fortaleza del
Álamo son ya guardados por el ejército de la República”. Aplaudan ingratos,
esos días de gloria. “estad seguros de que ninguna reunión de extranjeros
volverá a interrumpir vuestro reposo ni a atacar vuestra existencia y
propiedades; el gobierno supremo os ha tomado bajo su protección y vela por
vuestro bien.
Tiempo después con mucho
entusiasmo el pueblo de México supo de la heroica toma del Álamo, de la
enérgica reprimenda a esos mercenarios texanos que habían traicionado la
confianza del pueblo mexicano; de la liberación de un esclavo negro que fue
protegido por la benevolencia de las leyes mexicanas, de aquellas nefastas
banderas texanas que fueron capturadas al enemigo y enviadas al Supremo
Congreso mexicano entre la euforia de los aplausos y aclamaciones que
enaltecían una y otra vez más el patriotismo del generalísimo y salvador de la
patria Antonio López de Santa Anna. ¿Quién lo recuerda?. ¿Quién?. Los
periódicos, los comentarios, los elogios y hasta las estatuas levantadas a
nombre del supremo gobernante mexicano quien defendió con orgullo y gallardía
la soberanía mexicana. ¿Quién lo recuerda?. Que hasta la proclamación del
Supremo Dictador, de Emperador, del Padre de la Patria, del Napoleón del Oste
Antonio López de Santa Anna. Como si el pueblo de México no tuviera memoria y
olvidara las hazañas de cientos de soldados que murieron en esa expedición
heroica que enalteció la hombría de uno de sus mejores hijos. ¡El Protector de
Anahuac¡.
Se vivía un optimismo en
aquellos días del 36, luego de la ocupación del Álamo, la banda de piratas
disfrazada de ejército texano fue derrotada ignominiosamente por la armada
mexicana, quien derrotado se retiró del rumbo al mar, hacía el puerto de
Galveston. Detrás de ellos, el ejército mexicano se dividió en grupos para
perseguirlos. En esa campaña, el general José Urrea consiguió que otro Fuerte
El Goliad, fuera abandonado por los rebeldes, a quien después los derrotó en
Encinal del Perdido, frente a un comando de texanos dirigidos por el Coronel
James Fannin; en dicha captura, los 600 soldados mayas comandados por el
general Urrea, capturaron nueve cañones, tres banderas, mil rifles y cerca de
cuatrocientos prisioneros. Posteriormente en una exitosa campaña, aprehende en
el bosque al “Coronel Ward” junto con diez de sus hombres y noventa sediciosos. Todos ellos dejaron de tener el carácter de
prisioneros de guerra, cuando Santa Anna ordenó a Urrea, se les aplicara la ley
a los rebeldes. En consecuencia, todos los prisioneros de guerra murieron
fusilados. Con ello, era ciertas las declaraciones que había formulado Santa
Anna, “la línea divisoria entre México y Estados Unidos se fijaran junto a la
boca de mis cañones”. La verdadera guerra que México enfrentaba no había sido
con Texas, sino con los Estados Unidos.
El ejército mexicano fue a la
persecución de los bandoleros texanos, sabía perfectamente a donde iban; las
huellas que estos dejaban era evidente; quemaban los alimentos, los caminos,
los pueblos, no dejando nada que comer, ni pan ni agua a ninguno de los
gloriosos soldados mexicanos. ¡Malditos bastardos¡. ¡Embusteros bandidos¡.
¡Pinches piratas¡. ¡Americanos, son viles americanos, disfrazados de texanos
insurgentes¡. Ah ponerlos en su lugar, a seguirlos destrozando y colgando de
los huevos del árbol mas cercano. ¡A ver si a si respetan a su padre cabrones¡.
¡Que el Congreso tome como asunto importante, mi nombre inmortalizado en letras
de oro, “Benemérito de la Patria”. “Salvador de Anáhuac”, “Hijo prodigo de los
Mexicanos”. A quien chingados le importa
que el presidente Miguel Barragán se haya muerto, a fin que viene otro pendejo
a ocupar la presidencia. Yo soy el dueño de México, soy el amo de esta bola de
indios que no tienen más héroe que su servidor.
Después de esta oleada de
triunfos, de que el Coronel Rafael Lavara se apoderada del Puerto de Cópano con
un cargamento de armas y víveres para los rebeldes, así como capturando a 83
inocentes americanos dispuestos a enrolarse con los rebeldes, todos ellos
obviamente fusilados sin perdón, ni investigación alguna; de que él cabecilla
Placido Domínguez saliera de su clandestinaje y se pusiera a disposición del
Supremo gobierno para sofocar la rebelión en todo lo que el gobierno
mande; por todo ello fue inverosímil que
de un día para otro, se anunciara que el General Antonio López de Santa Anna
había sido capturado por los rebeldes texanos, encarcelado e inclusive
condenado a muerte. “El heroico vencedor de Tampico, el presidente de la
República, el general en jefe, el ídolo de todos los corazones, el inmortal Santa
Anna, fue hecho prisionero peleando por salvar la integridad del territorio
nacional.”. el decreto presidencial de
don José Justo Corro presidente sustituto de todos los mexicanos, ordena como
muestra solidaria a tan triste acontecimiento, a que se ponga un lazo de
crespón negro en todas las banderas y que el pabellón nacional se pusiera en
media asta en todos los edificios públicos.
Lo más inadmisible de aquellos
días, fue aquel rumor de que el ilustre caudillo con el afán de salvar su vida,
en una actitud cobarde y por demás traidora, prefirió firmar el reconocimiento
de la independencia de Texas, suscribiendo los oscuros Tratados de Velasco.
¡Nadie podía creerlo¡. La ola de rumores y de noticias fueron aclarando que fue
lo que ocurrió después de la toma del Álamo, se dijo que Santa Anna se lanzó a
perseguir a Houston, dividiendo su ejército en partes, resultando que en la
División que estaba bajo su mando, fue sorprendida en un ataque repentino por
parte del pseudoejército texano, quien emboscó a los nacionales durmiendo a
pleno luz del día, empezando por el mismísimo Santa Anna quien a esa hora se
dispuso a dormir.
¡Fue un golpe de suerte¡. Sam
Houston no podía creer que su perseguidor, el feroz gato, permanecía dormido
con toda su tropa a plena luz del día. Era demasiado hermoso para ser verdad.
¡Y así fue¡. Las grandes decisiones se toman en unos cuantos segundos, así que
Sam Houston decidió iniciar el ataque sorpresa, despertando a la tropa mexicana
de su efímero sueño con la rabia de cargar la bayoneta calada e ir corriendo
por los pastizales hasta llegar a cada uno de los campamentos de los soldados
mexicanos, destazándolos, degollándolos, hiriéndolos con el sable,
disparándoles a quemarropa, recordando en cada mexicano muerto uno a uno de los
texanos mártires que murieron por la independencia de Texas en la criminal toma
del Goliat y del Álamo; persiguiendo por la eternidad a los asesinos de la
libertad, hasta llevarlos al río San Jacinto para que ahí se ahogaran, entre
gritos y multitudes de sangre y agua que fueron ocultando y vengando hasta la
saciedad, el aniquilamiento total de su adversario, … ¡en tan sólo dieciocho
minutos¡.
Entre la masacre de San
Jacinto, el general Santa Anna escapo, algunos dicen que fue sorprendido en
plena siesta, otros en cambio afirman con plena seguridad, que se le encontró
fornicando con una esclava negra quien había liberado para convertirla en su
propia mujer; lo cierto fue que Santa Anna escapo semidesnudo de aquel
campamento, no con su traje militar de botones de oro y con la banda del escudo
nacional, dejando en la emboscada cada una de sus medallas y de sus lujosas
pertenencias que tanto resguardaba; el generalísimo huyo y pudo haber esquivado
la mala fortuna de no ser capturado, a no ser por el cerco que Houston ordenó
sobre la zona; hasta topar con la detención de Santa Anna, quien por si fuera
cruda la desgracia patria, no fue reconocido por los texanos persecutores, sino
por los propios mexicanos que al verlo detenido, le siguieron rindiendo honores
como su jefe nato, su líder moral, su ¡santo protector¡.
¡A la horca¡…¡A la horca¡…fue
el grito de cada texano lastimado por la rabia y soberbia de Santa Anna; por
los mártires del Álamo y del Goliad. …¡A la horca¡. Fue el grito que la
multitud texana que se concentró fuera de la prisión donde estaba esposado y con
grillete el hombre fuerte de México; ¡a la horca¡. Que muera: ¡el carnicero¡,
¡el asesino¡, ¡el vende patrias¡. Pero Sam Houston fue un hombre inteligente
que no se dejo llevar por sus instintos vengativos. Comprendió que la
imbecilidad de Santa Anna, era su gran cualidad; supo por unos segundos que su
nombre sería considerado en el futuro como el gran padre libertador de la
republica Texana. ¡Que Dios bendiga América¡. ¡Gloria a Texas y a los Estados
Unidos¡. The american people is the god’s people¡.
A unos cuantos kilómetros del
cautiverio de Santa Anna, el general Vicente Filisola cuenta con cuatro mil
efectivos todo un ejército bajo su mando, dispuesto a continuar la campaña
expeditiva para aniquilar de una vez por todas, a ese tal Houston con sus ochocientos
secuaces. Toda una campaña para continuar la guerra y hacer notar que la
emboscada de San Jacinto donde detuvieron a Santa Anna, no tenía la menor
importancia. Que esta guerra no estaba definida, que en cualquier momento, la
bota militar nacional, podía despedazar a la hora que quisiera y como este
gustara, a esos piratas que en un ataque de soberbia, creían haber derrotado a
México y haber conseguido su independencia. Pero recibe un correo del general Santa
Anna, en el que le dice ser prisionero pero sujeto a consideraciones
especiales, recibiendo la orden de contramarchar a Bejar, ordenándole también
informarle al general Urrea a retirarse hasta el poblado de Guadalupe Victoria;
lo anterior en razón de que se encuentra sujeto a un armisticio que hará de una
vez por todas cesar la guerra.
El general Vicente Filisola
como buen hombre disciplinado al mando, acata la orden. ¡Qué¡. FIlisola acata
la orden de Santa Anna. ¡Por dios¡. Pues en que país de pendejos vivimos. Los
oficiales cercanos al general insinúan que debe desobedecer el mandato de Santa
Anna, iniciando de una vez por todas la campaña militar para acabar con el
enemigo de una vez por todas. ¡Pero no¡. ¡Las ordenes no se discuten, se
acatan¡. ¿Pero si Santa Anna es un traidor?. ¡El traidor será él y nada más
él¡. ¡Será su responsabilidad y no la mia¡. ¿Y los cuatro mil elementos que
pueden aniquilar a los ochocientos texanos?, ¿Dónde quedan?. ¡Lo siento la
orden es determinante, debemos retroceder conforme a la ordenanza de nuestro
general, no poner en riesgo la vida del Generalísimo Presidente¡.
Nadie entiende esta decisión,
pero los oficiales militares ordenan a su tropa dar marcha atrás. ¡Entiendan¡.
México sin Santa Anna podría irse a la perdición.
- Good morning, are you Antonio López de Santa Anna?. - El padre de
la patria no entiende ingles - - Are you
the president of México?. – Santa Anna sigue sin entender el
cuestionamiento del general Houston. Desconoce esa lengua, no es la suya, sabe
por su idioma que no son mexicanos, son colonos invasores, hasta antes de su
captura simples piratas, ¡ahora sus verdugos¡. Solicita un traductor, un
intérprete que conozca el idioma español y la inglesa, de preferencia un
compatriota que no malverse sus palabras. Es ahí cuando aparece el general Juan
Nepomuceno Almonte, gran patriota, hijo del generalísimo José María Morelos,
responde a nombre de don Antonio López de Santa Anna. – Yes, he is the President of México.
He doesn’t undestarnd english – Houston, se siente feliz, es el
mejor día de su vida, frente a él apresado, vencido y dispuesto a capitular no
solamente un armisticio, sino el reconocimiento de la independencia de la
republica de Texas, el mismísimo salvador de la patria, don Antonio López de Santa
Anna. El Presidente de México.
Houston y Santa Anna entran a
negociaciones de los cuales, sólo el general Neopomuceno Almonte es testigo. El
general Antonio López de Santa Anna,
conviene en no tomar las armas ni influir en que se tomen contra el
pueblo de Texas durante la actual contienda. Como muestra de lo anterior,
ordena a Filisola se retire de su posición, se trata de no poner en riesgo la
vida de su Alteza y por ende de los compatriotas que lo acompañan. ¡No mayor
derramamiento de sangre¡, esta guerra ya tuvo su fin, precisamente en el
momento en que las tropas mexicanas iban ganando la guerra, una jugada
magnifica de ajedrez dio jaque mate al rey en tan pocas jugadas. Ahora Santa
Anna firmando los Tratados de Velasco totalmente privado de su libertad,
diciendo que cesaran inmediatamente las hostilidades por mar y tierra, las
tropas mexicanas y las texanas, que las tropas nacionales evacuaran el
territorio de Texas, pasando al otro lado del río Grande del Norte. Era clara
la disposición, el armisticio también debía ser contundente a favor de quienes
habían triunfado la guerra: El ejército mexicano en su retirara no usaría la
propiedad de ninguna persona sin su consentimiento y sin justa indemnización,
concediéndoles el derecho solamente de tomar los artículos precisos para su
subsistencia, con la condición de que no se hallára presente sus dueños, y
remitiendo al general del ejército tejano, o a los comisionados para el arreglo
de tales negocios, la noticia del valor de la propiedad consumida, el lugar
donde se tomó, y del dueño si se supiere. De igual forma, el tratado ordena que
se dictará las providencias y preparará las cosas en el gabinete de México para
que fuera admitida la comisión que mande el gobierno de texas, a fin que por
negociación sea transada y reconocida la independencia de Texas declarada en su
Convención; prometiendo en lo sucesivo celebrar un tratado de amistad y limites
territoriales entre México y Texas y lo más importante, el ejército de
ocupación mexicana, deberá devolver a todos los esclavos negros.
Así de humillante fue la
derrota del ejército mexicano. Así de indigna y vergonzosa fue la expulsión de
los mexicanos de cada pulgada del territorio texano; de su propio territorio.
¡Que lo sepan todos¡. ¡Que la prensa lo divulgue¡, que esta noticia llegue al
Congreso, a las capitales, a los ciudadanos, a cada uno de los jueces que
someterán con todo justicia, castigo y rigor, la gran traición hecha a nuestro
pueblo. ¡Muera Santa Anna¡. ¡Muera el mal gobierno¡. Pero no es así, el general
Santa Anna con el ánimo de poder ejecutar solemnemente su juramento, sus
captores ordenan su libertad y embarque. Como muestra de buena voluntad, vía
oficio éste ordena a Filisola fuera que imponga el convenio celebrado con el
presidente de Texas David G. Burneo, a fin de que le diera cumplimiento, sin
dar lugar a reclamaciones que pudieran producir un rompimiento inútil. Filisola
cumple la orden, recibe a dos comisionados texanos y acepta las instrucciones
del alto mando militar. Después ordena a su homologo Urrea, que evacue las
zonas recuperadas. El general Urrea no da crédito, tiene que bajar del asta
bandera, el lábaro patrio tricolor en todas y en cada una de las plazas que
fueron rescatadas de los rebeldes. Del fuerte del Álamo, de el Goliad, del
puerto del Cópano, de los rios Colorado y de los Brazos. Sus instrucciones de nuestro hombre fuerte,
de nuestro gran héroe nacional, del hijo de todos los mexicanos; acaten lo que
este mande; así lo hace don Francisco Vidal Hernández comandante general de
Nuevo León y Tamaulipas, quien sin entender el motivo, obedece la orden
suprema. ¡Las ordenes no se discuten, se cumplen¡.
Desde la tribuna del Congreso,
se habla de excitar el patriotismo de los mexicanos para allegarse de los
recursos necesarios para continuar la guerra; advierten que “ninguna
estipulación que el presidente en prisión hubiese ajustado o ajustase con el
enemigo”, quedaría como nula, sin ningún valor efectivo. Los diputados
aplauden, los amigos y enemigos del gobierno también lo hacen; todo el país se encuentra
conmovido por la captura del presidente, por desconocer cualquier pacto que
tenga como objeto la desintegración del territorio nacional. Se acusa al
general Filisola de traidor por haberse retirado de las plazas ocupadas, por
obedecer las órdenes de Santa Anna y no del Supremo Congreso. El ministro
Tornel informa al general Filisola que careciendo Santa Anna de libertad, no
debían de hacerse otros sacrificios que los absolutamente indispensables para
poner en cubierto su existencia, pero sin la menor mengua del decoro del país.
Pero Filisola no hace caso, no entiende la carta, la retirada del ejército bajo
su mando es irreversible, rompe la carta y ordena la retirada.
Fueron tristes esos días –
recordó Salcedo y Salmorán – pero su maestro el doctor Samuel Rodríguez no
hacía más que reírse de la pobre ingenuidad de su alumno. De no haberse
percatado de la traición de su gran héroe hacía el pueblo de México.
-
La
derrota de Texas fue pactada, fue una traición de su mentor.
-
Doctor,
no lo creó, no acepto el rumor de que Santa Anna fuera un traidor; han sido
varios sus compañeros de armas quienes atestiguan su valentía en el campo de
batalla, es sabido por todos que es un hombre que no le teme a la muerte; que
varias veces la afrontado en forma gallarda que hasta ha tenido el infortunio
de haber perdido su pierna izquierda. La tesis de que Santa Anna decidió
reconocer la independencia de Texas antes que morir en la horca, es una farsa,
una gran mentira de los americanos que intenta desprestigiar a nuestro gran
héroe nacional.
-
Algún
día mi estimado Jorge Enrique se dará cuenta de la gran mentira en la que ha
vivido y con la que nos engañaron a todos. Algún día, los mexicanos sabremos
toda la verdad. El robo del siglo. El acto de bandidaje más vergonzoso en la
historia del derecho internacional.
Santa Anna fue puesto en
libertad y escoltado al puerto de Velasco para ser embarcado en una goleta
Texana de nombre Invencible, con destino al puerto de Veracruz. Desde ahí Santa
Anna proclama a los texanos, antes piratas, ahora ya “sus amigos”. con rasgos
de humildad: - “Me consta que sois valientes en la campaña; contad siempre con mi
amistad y nunca sentiréis las consideraciones que me habéis dispensado. Al
regresar al suelo de mi nacimiento por vuestra bondad admitid esta sincera
despedida de vuestro reconocido amigo”.
– Pero es farsante, no es cierto, Santa Anna no dice la verdad, ni los
texanos tampoco la creen, seguramente los tratados de Velasco fue un argucia
legal de Santa Anna en complicidad con Juan Nepomuceno Almonte. Mexicanos
indignos, mexicanos traidores, están engañando al pueblo de Texas. ¡Nos
traicionaran¡. ¡Yo sé que nos traicionaran¡. Is time of kill a Santa Anna. There’s killl a Santana. Se corre el
rumor deque las tropas mexicanas siguen concentradas y que en cualquier
momento, pueden iniciar una contraofensiva en Texas. ¡To get out¡,, ¡to get out¡. Santa Anna no entiende que pide el
pueblo texano, pide que lo bajen del barco, que lo juzguen, que lo lleven a la
horca. La multitud enardecida, pide su muerte. “¡To sentence to death a Santany¡”. Santa Anna pide no bajar del
barco sino muerto, una escolta lo saca, por sus palabras sabe que lo injurian,
lo encadenan, lo sacan frente a la multitud quien con gritos vociferan “¡murderer¡”, “¡murderer¡”,
“¡murderer¡”; Santa Anna es desembarcado y conducido a Columbia,
custodiada por una escolta texana que lo protegía en contra de los mismos
texanos que aclaman justicia, ¡will kill
a murderer¡. Que le lanzaba piedras y todo objeto para dañarlo, que más de
uno de los que le gritaban, habían sufrido la persecución criminal de las
tropas mexicanas bajo su mando. “¡We
don´t forgett the Alamo¡”. “¡Killyou
murderer¡” Que desean verlo en la horca, pidiendo perdon, llorando de miedo,
sufriendo por cada uno de los familiares muertos. Santa Anna es un tipo
detestable. “¡I hate a Santany¡.” El
pueblo aclamaba Consejo de guerra en contra del invasor, a quien acusaba de
tratar mal a su presidente Burnet, de haber cometido atrocidades en el Alamo,
de fingir una supuesta paz que terminaría por desconocerla para iniciar de un
momento a otro, con otra nueva ofensiva Texas; cercado en prisión nuevamente,
con los grilletes en sus pies y escoltado por más de una docena de centinelas
que lo protegían en contra de un posible linchamiento. Santa Anna se dispone a
esperar quizás los últimos días de su vida.
Pobre México, pobre de cada
mexicano. Que hizo nuestro pueblo para tener tan triste destino. El ministro Tornel enterado en forma segura
de que Santa Anna sigue capturado y que Filisola emprende la retirada del
territorio texano, suscribe una misiva al general Urrea, instruyéndole lo
siguiente:
El Excelentísimo Señor Presidente interino reitera a
Vuestra Excelencia la orden que le tiene dada de que no reconozca ninguna
autoridad en el Excelentísimo Señor Don Antonio López de Santa Anna para
celebrar tratados mientras esté prisionero y que aunque deje de estarlo no le
entregue el mando del ejército sin expresa orden del gobierno, ni dé mérito ni
valor á estipulación alguna que no sea aprobada por la previa intervención del
Congreso nacional, según nuestras leyes.
Sin embargo Urrea no da crédito
de lo que esta leyendo, ahora él es el general en Jefe de la expedición texana.
Santa Anna capturado y Filisola traidor, sólo queda él y nada más él continuar
con la contraofensiva. Han pasado dos meses de éste mal momento, en que el
desgaste físico de cada uno de sus soldados va cada día en aumento y donde el
rumor, la orden y la contraorden son cada vez más hostigantes y
desconcertantes. Eso sin tomar en cuenta, que las raciones realimentos van
disminuyendo cada día más.
Filisola mientras tanto
emprende la retirada, sus tropas ya cruzaron el río Nueces, ha cumplido con el
mandato del generalísimo, le ha salvado la vida, también a los compatriotas que
acompañaban al protector de México. Ha dado cumplimiento a sus órdenes aun pese
a la incomprensión de las autoridades del gobierno provisional, quienes
ignoran, que su palabra nada vale, de no ser por los designios y el omnipotente
poder del Hijo de Anáhuac. No le
importan las amenazas que vienen del centro de que pasará por un Consejo de
guerra por no haber conservado los puntos que habían sido recuperados; no le
importa ser condenado a muerte por haber contravenido las ordenanzas militares,
ha hecho lo que se le pidió, ha cumplido con las instrucciones de su jefe,
quien solamente él y nada más él, sabe porque le pidió que se retirara de Texas
sin emprender ataque alguno en contra de los piratas. Sabe ahora, que la guerra
es así, que por momentos se gana y en otras se pierde y que en ésta ocasión,
por el bien de la patria, valió la pena perder; que peor perdida hubiera sido,
la muerte del generalísimo a quien sería insustituible para el gobierno y el
destino de todos los mexicanos. ¡Entiéndalo por favor¡. ¡En todo caso, quien
falló fue Santa Anna y no yo¡.
“…recaía en Vuestra Excelencia el mando y de ninguna
manera podía considerar que continuaba en él el General en jefe después de
prisionero, y mucho menos funcionando como presidente de la República, por
estar impedido de ejercer las funciones de esta dignidad, por no estar en
ejercicio de ellas y porque, aún cuando se hallase á la cabeza del ejecutivo,
ninguna orden suya podía obedecer si no era suscrita por el respectivo
Secretario del Despacho. Asombra a que Vuestra Excelencia haya podido asentar
especies que condena hasta el sentido común y que suponen cuando menos una
crasa ignorancia de lo prevenido en las leyes militares, y sobre todo las circunstancias en que se
ejerce el poder ejecutivo de una república y particularmente la nuestra. En
consecuencia, el Excelentísimo Señor Presidente interino reprueba los convenios
celebrados en Velasco en 14 de mayo de 1836, por falta de libertad y autoridad
en el general quien los suscribió, y reprueba expresamente como atentatorio a
los derechos de la nación el que haya dado a nombre de la República á la parte
sublevada de uno de los departamentos de la nación mexicana y el titulo de
Presidente al jefe de aquellos bandidos. Por última prevención, el
Excelentísimo Señor Presidente manda a Vuestra Excelencia que si no ha
entregado el mando del ejército al Excelentísimo general Don José Urrea, lo
verifique en el acto, viniendo á esta capital, como está ordenado, a responder
ante la ley por su conducta”
Pero Filisola no hace más que
romper la carta y seguir supervisando el retiro de las tropas mexicanas. ¡Esta
guerra ya terminó¡ así lo dispuso el general Santa Anna, quien tiene palabra de
honor y quien en caso de tener algún problema con el gobierno de la capital,
sabrá devolverme el favor de haberle salvado la vida.
Sólo quedaba Urrea, el generalísimo
que consiguió la captura de armas y víveres en el puerto del Copano, aquel que
logro la captura del fuerte el Goliad, el mismo que con un regimiento de
soldados mayas había logrado tan importantes victorias. Sería el, ante la
traición de Santa Anna y Filisola, el comandante en jefe de esa expedición que
se negaba a morir. Ordena inmediatamente conservar hasta donde es posible, los
fuertes de el Álamo, el Goliad y el puerto de Copano; sin embargo sus ordenes
no se escuchan, no hay quien las ejecute, las plazas citadas se encuentran
abandonadas por los soldados mexicanos y donde antes se izaba la bandera
tricolor verde blanco y rojo con el águila devorando la serpiente, ahora
relampaguea una bandera roja, blanca y azul con una estrella; es la bandera de
la república de Texas quien se declara independiente.
Las tropas mexicanas al mando
de Urrea se concentran en Matamoros, desde ahí en una tienda de campaña Urrea
reflexiona y medita la forma de volver a emprender otra campaña militar. Se
entera de que Santa Anna fue liberado por los texanos, pero que se dirige no a
Veracruz, sino a la capital de los Estados Unidos de América para tener una
entrevista con el presidente de los Estados Unidos Andrew Jackson, eso parece
confirmar la traición; denota también la intervención de los Estados Unidos en
la vida interna de los mexicanos. Tiene todo el coraje para salir al frente,
pero al salir de su tienda de campaña ve un ejército desanimado, no se les
había pagado sus haberes desde mayo, los batallones estaban descalzos,
desnudos, la poca ropa podrida por la inmundicia de no haberla lavada en tres
meses. Urrea observa el ejército al mismo tiempo en que su coraje no encuentra
otro cauce más que las lagrimas; observa a los soldados enfermos, sin entender
la causa de su patriotismo, sin saber siquiera la existencia de ellos mismos,
mucho menos de la patria, de la agresión y el despojo sufrido por los
mexicanos. ¿Qué saben ellos de la independencia?, ¿de nuestros héroes patrios?,
¿Quién sabe de ellos el nombre de Hidalgo, Morelos, Guerrero?. Son mexicanos,
indios mayas sin identidad, sin razón alguna de luchar por su patria. Observa
sus pies descalzos, su salud física, sin hospital ni botiquín alguno que los
sanara de su condición deplorable y por siempre enfermiza. Ve los caballos con
la montura inservible, cada vez más flacos y algunos de ellos, próximos a
morirse de hambre. ¡Pobre México¡. ¡Pobre de mi patria¡. Las armas
descompuestas, sin armeros, fraguas y útiles, una artillería obsoleta y
descompuesta; sin alimentos para su tropa, quien día con día, la ración era la
minima para sostenerlos en la plaza, mucho menos, para iniciar otra expedición.
Urrea no hace más que mirar al cielo y saber que solamente Dios entiende su
dolor, su coraje, su frustración; llora, una lagrima se escurre en su mejilla,
con su uniforme de militar en campaña, sus botas, su espada, su casaca, sus
hombreras, su sombrero; sabe que nada de esa investidura le sirve para motivar
la tropa; él no es Santa Anna, no puede hablar bonito, hizo todo lo que pudo,
de nada sirve ser ahora el jefe de la expedición, sin dinero, sin alimentos,
víveres, ni botiquín, a donde va parar. ¡Pobre de mi patria¡, pobre de esta
gente que morirá sin saber porque; pobre de mis hijos, de mis nietos, de los
mexicanos de cien o doscientos años que no sabrán jamás este mal momento, que
no entenderán el fracaso de esta guerra, de esta torpeza humana, de esta
injusticia indignante que solamente Dios y la Santa virgen entienden. Que nadie
de mis soldados me vea llorar; no es la tristeza, es más que eso, es el coraje,
la frustración; son las ganas de morirse y mandar todo esto a la chingada.
¡Nuestra Texas, nuestra querida Texas¡, ¨¡la perdimos para siempre¡
Santa Anna mientras tanto, en
cautiverio tiene todo el tiempo del mundo para pensar en otra argucia para
salvar su vida. ¿Qué harán los mexicanos sin mi?. ¿Maldita la hora en que tenga
que sacrificarme por esa bola de indios que ni futuro tienen?. Pide entonces la
intervención del Presidente de los Estados Unidos de América como intermediario
para la solución del conflicto, solicita papel, pluma y tinta, y escribe una
carta en donde dice:
Columbia Texas julio 4 de 1836.
A.S.E. el Ser. General D.
Andres Jackson
Presidente de los Estados
Unidos de América.
Muy Señor mío y de mi aprecio.
Cumpliendo con los deberes que
la patria y el honor imponen al hombre público, vine a este país a la cabeza de
seis mil mexicanos. Los azares de la guerra, que las circunstancias hicieron
inevitable, me redujeron ala situación de prisionero, en que me conservó, según
estará usted impuesto. La buena disposición del Sr. Samuel Houston, general en
jefe del ejército texano, para la terminación de la guerra; la de su sucesor el
Sr. Thomas J. Rush; la decisión del gabinete y presidente de Texas por una
transacción entre las dos partes contendientes, y mi convencimiento, produjeron
los convenios de que adjunto a usted copias, y las ordenes que dicté a mi
segundo el general Filisola, para que con el resto del ejército mexicano se
retirara desde este Rio de los Brazos en que se hallaba hasta el otro del Río
Bravo del Norte.- No cabiendo duda que el general Filisola cumpliese
religiosamente cuanto le correspondía, el presidente y gabinete dispusieron mi
marcha a México para poder llenar así los demás compromisos, y al efecto fui
embarcado en la goleta Invencible, que debía conducirme al puerto de Veracruz;
pero desgraciadamente algunos indiscretos produjeron un alboroto que precisó á
la autoridad a desembarcarme violentamente, y á reducirme otra vez á estrecha
prisión. Semejante incidente obstruyó mi llegada a México desde principios del
mes pasado y él ha causado que aquel gobierno, ignorando sin duda lo ocurrido,
haya separado del ejército al general Filisola, ordenando al general Urrea, a
quien se ha concedido el mando, la continuación de sus operaciones, en cuya
consecuencia se encuentra ya este general en el Río de las Nueces, según las
últimas noticias. En vano algunos hombres previsivos y bien intencionados se
han esforzado en hacer ver la necesidad de moderar las pasiones de mi marcha a
México como estaba acordado; la exaltación se ha vigorizado con la vuelta del ejército
mexicano a Texas, y he aquí la situación que guardan las cosas – La
continuación de la guerra y aun sus desastres serán por consecuencia
inevitables, si una mano poderosa no hace escuchar la voz de la razón. Me
parece, pues, que Usted es quien puede hacer tanto bien a la humanidad,
interponiendo sus altos respetos para que se lleve acabo los citados convenios,
que por mi partes eran exactamente cumplidos. – Cuando me presente a tratar con
este gobierno, estaba convencido ser innecesaria la continuación de la guerra
por parte de México. He adquirido exactas noticias de este país, que ignoraban
hace cuatro meses. Bastante celoso soy de los intereses de mi patria para no
desearla lo que mejor le convenga. Dispuesto siempre a sacrificarme por su
gloria y bienestar, no hubiere vacilado en preferir los tormentos y la muerte
antes de consentir en transacción alguna, si con aquella conducta resultase a
México ventaja. El convencimiento pleno de que la presente cuestión es más
conveniente terminarla por medio de negociaciones políticas, es, en fin, lo que
únicamente me ha decidido convenir sinceramente en lo estipulado. De la misma
manera hago a Usted esta franca declaración – Sírvase pues, favorecerme de
igual confianza, proporcionándome la satisfacción de cortar males próximos y de
contribuir a los bienes que dicta mi corazón. Entablemos mutuas relaciones para
que esa nación y la mexicana estrechen la buena amistad y puedan entre ambos ocuparse
amigablemente en darse estabilidad a un
pueblo que desea figurar en el mundo político, y que con la protección de las
dos naciones alcanzará su objeto en pocos años. – Los mexicanos son magnánimos
cuando se les considera; yo les patentizaré con pureza las razones de
conveniencia y humanidad que exigen un paso noble y franco y no dudo lo harán
tan pronto como obre el convencimiento.- Por lo expuesto se penetrará a Usted
de los sentimientos que reaniman, con los mismos que tengo el honor de ser su
muy adicto y obediente servidor.- Antonio López de Santa Anna.
Nadie supo de esto, solamente Dios fue testigo
de los pensamientos, actitudes, de las mentiras y verdades de sus hijos más
olvidados e ingratos. El diputado Carlos Bustamante no vaciló en denunciar ante
la tribuna más alta del la nación la traición hecha por Santa Anna; a quien
consideraba un monstruo, un demonio con apariencias de hombre; acusado de haber
recibido seis millones de pesos por vender Texas; debía de acudir al Congreso
para desmentir tal acusación y justificar su viaje a Washigton, explicar en que
consistieron sus compromisos en San Jacinto, suspenderle por lo mientras el
grado militar; promover una ley en el que se declarara traición a la patria a
todo aquel que promoviera de forma directa o indirecta el desmembramiento del
territorio nacional.
Inmediatamente los diputados
salieron a defender al protector de Anahuac, calificando de falsas todas las
acusaciones formuladas en su contra, realizadas en contra de un gran mexicano
honesto y valiente que no podía defenderse; que no era ético hablar a sus
espaldas sin haberle concedido su garantía de audiencia como prescribían las
leyes de las naciones mas civilizadas del mundo. Por el contrario, algunas
comisiones de diputados previnieron la necesidad de recibir con todos los
honores y distinciones debidas de su alta dignidad, servicios y padecimientos
sufridos por causa de la nación, al generalísimo en jefe y Presidente de México
Don Antonio López de Santa Anna.
El diputado Bustamante exigió
juicio político en contra del traidor Santa Anna, sin embargo sus palabras
fueron al vacío, la fracción de diputados presidida por don Manuel Sánchez
Tagle enaltecieron una vez y mas el patriotismo de Santa Anna, el cual de nueva
cuenta, el Congreso retumbaba en aplausos y vivas, al generalísimo protector de
México. ¡Falsos los tratados de Velasco¡. , ¡Sin ningún valor¡. ¡Mentiras de
los texanos¡. ¡Santa Anna el protector de México¡. ¡Viva Santa Anna¡. Los
diputados no dieron trámite a la iniciativa del diputado Bustamante, a quien
descalificaron de ser un verdadero traidor y seguramente, posible conspirador
del Supremo Gobierno. Inmediatamente se hicieron los preparativos para que el
buque donde desembarcaría el generalísimo fuera recibido con los honores que la
patria le correspondía.
Ya nadie recordaba el mando
militar del general Urrea sobre la plaza de Matamoros, ni su misión de
recuperar Texas; tampoco caso hicieron al relevo de éste por el general Nicolás
Bravo quien de igual forma, también renunciaría al mando por la falta de
interés; sobre todo del dinero para sostener el ejército y de la instrucción
superior de ordenar la contraofensiva a Texas. Esos temas dejaron de ser
importantes en la agenda legislativa del Congreso, ahora lo importante sería
discutir la reducción de los días festivos en apego a las ultimas disposiciones
de Su Santidad el Papa; algunos de los
representantes populares manifestaron en contra de dicha disposición, por opinar
que se vería afectada el comercio por la supresión de más días de fiestas
religiosas; muy pocos fueron los legisladores que hablaron de la necesidad de
ya no fomentar las fiestas religiosas, quienes eran las causantes de incitar en
el pueblo mexicano, los hábitos de holgazanería y embriaguez. ¡Al diablo lo que
diga el Papa¡. Los diocesanos mexicanos y nuestros clérigos apoyaron al
Congreso en su negativa de reducir las fiestas religiosas. México es un pueblo
católico, inminentemente católico; que nadie atente contra la santa fé; y
mientras Santa Anna era recibido en el puerto de Veracruz como un héroe de
guerra, con una banda sonora y cohetes que anunciaban su llegada, una nueva
noticia llegaba a la Ciudad de México: ¡La Corona Española reconocía la
independencia de México¡. Las cortes españolas aceptaban la autonomía de
México. Desde 1821 en que la nación había consumado la independencia con la
firma de los Tratados de Córdova, no había sido hasta ese momento, en que las
cortes españolas con el beneplácito del santo Papá, reconocía por siempre la
emancipación de nuestra querida patria. ¡México independiente¡. Tan
independiente para hacer sus fiestas, tan independiente para recibir por las
calles y en la plaza entera al ritmo de la música y de todos los vivas, a su
hijo prodigo Antonio López de Santa Anna. ¡Viva México¡. ¡Viva Santa Anna¡. Que
el cielo sea testigo de tan buenas noticias, que dios bendiga a los mexicanos;
que la virgen de Guadalupe y la divina Providencia, de paz y prosperidad a esta
nación; que ¡Viva México¡. Y al mejor de sus hijos, el generalísimo Santa Anna.
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