sábado, 15 de octubre de 2016

CAPITULO 65


Tres horas de espera para que finalmente el cadete desertor Jesús Melgar, pudiera ser recibido por alguna autoridad del Colegio Militar. No era propiamente el director de la Institución el general Mariano Monterde quien para esas horas, se encontraba cumpliendo estrictamente las instrucciones del general Santa Anna consistentes en iniciar las obras de fortificación del castillo de Chapultepetl y vías aledañas de Tacubaya, misión que debía de efectuar de la manera mas disimulada para que no se diera cuenta el invasor; tres horas y quizás algunos minutos más, para que finalmente la audiencia solicitada fuera otorgada, por conducto del subdirector del plantel, el Teniente Coronel Manuel Azpilcueta.

Luego de recibir el saludo y de haberle concedido recibirlo en su oficina. El funcionario déspota, al ver al cadete desertor de pies a cabeza, solicitó a éste le diera su nombre.

-      Jesús Melgar. – respondió en actitud de firmes.
-       ¿Nombre completo?. – Pregunto el Subdirector en forma enérgica.
-      Agustín María José Francisco de Jesús de los Ángeles Melgar Sevilla.

El Subdirector luego de escuchar su nombre, abrió aquel expediente del ex cadete Agustín Melgar; verificó que ese fuera su nombre completo, originario de Chihuahua, apenas de dieciocho años de edad; desertor desde el mes de febrero de la institución.

-      ¿Y ahora quiere regresar al Colegio?.

Pregunto el Subdirector un poco extrañado, ahora en esos momentos, en que muchos padres se acababan de presentar a recoger a sus hijos, para que estos no fueran enlistados en la guerra, mas ahora, que los americanos estaban en Coyoacán, a punto de ganar la guerra. …  ¡Si¡

-      Teniente Coronel. – dijo Jesús Melgar - Solicitó de ser posible, si no existiera inconveniente alguno a cargo de esta noble institución, mi reincorporación al Colegio; haciéndome merecedor de todas las sanciones que pudiera responsabilizármele, así como de mis errores y de mi mala actuación que no tiene justificación; pero ruego a usted Señoría, interceda ante el General Monterde, para que pueda ser de nueva cuenta admitida a esta Institución, a la que me encuentro en deuda. ¡El deber de servir a la patria me llama¡.

El deber de la patria, joven idiota, pensó en si el Teniente Coronel. ¿Cuál deber?, ¿Cuál patria?. A estas horas, lo que quedaba de patria, estaba próximo a desaparecerse, para desintegrarse en pedazos, sobre cada uno de los cañonazos ha recibirse. ¿de que patria hablaba ese joven iluso?. ¿De la que a nadie le interesa?, ¿de la que dicen defender nuestros generales, diputados, periodistas y sacerdotes?. A leguas se veía, que se necesitaba ser muy iluso o muy pendejo, para querer tener mayor compromiso con la patria, que la de ser un joven inmaduro de dieciocho años, capaz de creer aún en la patria, la bandera, los héroes de la nación, de la independencia nacional.

 
El Colegio Militar había pasado por momentos muy difíciles desde su fundación; en febrero de 1847 el expresidente Valentín Gómez Farías había decidido disolver la joven institución, acusado de haberse sumado a la revuelta de los polkos; acusación falsa, pues era de todos conocidos que dichos batallones, estaban compuestos en su mayoría por jóvenes estudiantes de las carreras de Jurisprudencia y Medicina de la Universidad de México; ningún cadete se había sumado a esa revuelta juvenil, porque era conocido por todos los círculos militares, que los cadetes del Colegio Militar se dedicaban precisamente a estudiar. ¡Claro¡. ¡Si habían soldados y cadetes identificados con ese movimiento¡. ¡Por supuesto que sí¡. Pero eso a suponer que toda el Colegio Militar se sumara a la rebelión que azotó a la ciudad de México, era algo falso; si participaron cadetes en los batallones de los polkos, fue siempre a titulo particular y jamás a nombre de la Institución. ¡Entendido¡.

-      Pero entonces, ¿Usted desertó mucho antes?. – pregunto el Teniente Azpilcueta.
-      Si teniente Coronel. Mucho antes de que ocurriera todo lo que me acaba de decir y que os juro desconocía.

El Teniente Coronel sonrió burlonamente por lo que acaba de escuchar. ¡Ya de muy jóvenes, los futuros militares aprendían a mentir¡. Finalmente que importaba, una deserción de estudiantes se había dado con motivo de esa revuelta, pues aún cuando la escuela volvió abrir al mes siguiente, ya jamás volvió a continuar con su habitual ritmo. La escuela era un desorden, maestros faltistas que no daban clases, alumnos rebeldes expulsados de la institución acusados de robo y sedición, padres de familia que se presentaban a recoger a sus hijos para que estos no fueran enviados como soldados de carne de cañón para la guerra; ¿que más era el Colegio Militar?, más que un reducto de futuros militares educados para servir tarde o temprano, las mejores causas del futuro de la nación.  Pero mientras eso ocurría, no había clases en la institución. No hasta en tanto, los americanos fueran expulsados del Valle de México, o se firmara de una vez la paz.

No importa si hubiera o no clases. Si en esos días, el director del plantel cumplía más con sus deberes y su total subordinación a las ordenes de Santa Anna, que el estar atento a los problemas del Colegio Militar. Esa treintena de cadetes que aún seguían en la institución, eran fiel ejemplo de vocación por las armas, de espíritu nacional, de valentía y honorabilidad. Claro que el Subdirector del plantel aceptó la reincorporación del excadete a la Institución, lo haría a titulo de “agregado”, hasta en tanto, el Colegio no reanudara sus labores en forma cotidiana, tan pronto se largaran los yanquis del Valle de México, cuando eso ocurriera, entonces la Comisión de Honor y Justicia podía valorar la situación del ex cadete y aceptar su reingreso acondicionado. Después de todo, era justo aceptar un reingreso por cada diez deserciones.



Jesús Melgar, más conocidos por sus compañeros por el primero de sus nombres, Agustín, aceptó gustosamente la aceptación que hiciera el Subdirector de su reingreso, aunque este fuera con el título de “agregado”, sabía que eso le daba derecho a regresar a su vieja casa, a sus viejo dormitorio y comedor, a sus salones de clase; a seguirse preparando en sus estudios de ingeniera para tener agallas y enfrentar tarde o temprano, el destino que le esperaba: la muerte. La cual no le tenía miedo alguno, la buscaría hasta encontrarla.

¡No hay clases¡. Reiteró el Subdirector. El curso lectivo está suspendido hasta nuevo aviso. Su permanencia en la escuela, es y será bajo su estricta responsabilidad. 


Jesús Melgar asumió su responsabilidad de su propia vida y para con la patria.