lunes, 3 de octubre de 2016

CAPITULO 59


Antonio López de Santa Anna se encontraba molestó por lo que había leído del manifiesto de Scott;  - ¡es un mentiroso¡. ..pinche viejo. Con que vuevos se atreve a decir que los soldados mexicanos son valientes y tienen honorabilidad, si los muy maricones corrieron de Cerro Gordo como verdaderas gallinas. El generalísimo no podía ocultar su frustración por sentir que la patria se le venía abajo; por reprimir sus deseos de mandar todo a la chingada, incluyéndose a si mismo, ir muy lejos, a tomar el primer buque de vapor e irse a Cuba o a Jamaica, o a Colombia o a cualquier parte del mundo, donde no existiera gringos tan culeros como Scott.

Estoy admirado de la apatía y el egoísmo de nuestros conciudadanos en las actuales circunstancias; y juzgo necesario que para salvar al país, que los supremos poderes de la nación dicten severas y ejecutivas providencias para que cada uno cumpla con los deberes que la sociedad y las leyes imponen; por eso, estimo necesario que el reducido grupo de ciudadanos ilustrados y patriotas, verían con buenos ojos, que Su Servidor, imponga la voluntad de nuestros hijos, para ocupar esa masa ignorante y desmoralizada por cuarenta años de guerra civil, de agricultores y comerciantes expoliados, de artesanos y obreros sin salario, de indígenas aislados y miserables, de que todos esos mexicanos iletrados sin identidad de patria, sean todos cogidos por la leva, para el servicio de las armas, que hoy la patria necesita; - repetía eso una vez mas Santa Anna a su escribano – que la gran masa de mexicanos ignorantes, borrachos y léperos, vende patrias y mojigatos, respondan con sus vidas a las buenas familias, letradas y distinguidas de la sociedad mexicana. – ¿También anoto eso?, pregunto el escribano - ¡No eso ultimo quítelo¡



Lo cierto era que al ánimo en la nación estaba por los suelos; esa batalla de Cerro Gordo había sido decisiva en esta guerra y su lamentable perdida, más en las condiciones en que se dio, daba por hecho que los americanos eran invencibles, un ejército triunfador y arrollador, predestinado a conquistar a México, quizás durante más tiempo en que los españoles alguna vez lo hicieron. ¿Trescientos?, ¿quinientos?, ¿mil años?, ¿Sola santísima Virgen de Guadalupe, sabría por cuantos años irían esos americanos a conquistar a los mexicanos.

En la Ciudad de México daba nota de que como el general Worth había ingresado a la Ciudad de puebla, sin haber hecho ningún disparo. Claro, la prensa también habló de un intento frustrado en Amozoc, un combate que presidió el anónimo de Santa Anna, que fue simbólico, porque nada le hizo a los americanos, quienes siguieron avanzando de Jalapa a la capital poblana. De esa forma, en los momentos en los cuales, el comandante americano solicitaba conferenciar con los ciudadanos civiles para tomar las medidas pertinentes que garantizaran las propiedades de estos, así como la libre profesión de su credo religioso, Santa Anna se encontraba una vez mas, maldiciendo a sus subalternos, sus grados de imbecilidad y cobardía por no haber frenado a los enemigos; -  ¡Que estúpidos y brutos son¡. Al regresar a la capital, se harán los juicios militares que se tengan que hacer, para deslindar responsabilidad y consignar por traición a la patria, a quienes se sublevaron a mis órdenes y huyeron como cobardes, en los momentos más difíciles de la historia de la patria. -  ¡Traición¡. - Gritaba la prensa una y mil veces más, al general Santa Anna, acusado de haber recibido en Cuba a un representante del gobierno americano de Polk, para negociar la paz; acusado el diputado Rejón de vender el territorio nacional por tres millones de pesos, acusados todos ellos, de fingir un federalismo y un nuevo régimen constitucional, cuando era sabido ya por todos, que Santa Anna jugaba el papel de mariscal de una guerra simulada.



Y mientras el obispo de Puebla de Francisco Pablo Velázquez conferenciaba con el general Worth que la ciudad no sufriría invasión a la propiedad privada, ni culto a la profesión de la religión católica; los soldados americanos ocupaban las calles de Puebla, ante la mirada curiosa de los habitantes, que sin ovacionar ni menos aún insultar, vieron el desfile de los soldados americanos por las calles de puebla y el ingreso de algunos de sus comandantes, a la catedral de puebla, donde con honores de jefe de Estado, le fueron dados al Obispo de Puebla, ignorando de todo las disposiciones que días antes el cabildo de Puebla había hecho a los ciudadanos; ignorando de igual forma, cualquier ataque que el general Santa Anna pudiera haberle hecho, ignorando los sentimientos de algunos de los patriotas mexicanos, que no olvidaban los que desde hace más de un mes, habían hecho los invasores a los veracruzanos; pero fuera de eso, la intervención de la iglesia católica poblana en la invasión americana fue vista por algunas familias poblanas, como un gran acierto de su talento político, porque la evangelizadora y cristiana participación del clero en la política nacional y sobre todo, en la guerra entre México y Estados Unidos, no había tomado partido por la confrontación política que los gobiernos de ambas naciones vivían, sino por el contrario, intervenía como una iglesia cristiana, conciliadora, pacifista, que garantizaba ante todo la no agresión de los poblanos y el respeto a la propiedad privada y al culto católico. Cerrando con ello la posibilidad de la amenaza protestante. 



En atención a que la autoridad política de puebla había huido del Estado, dejando en la capital al obispo de Puebla, los americanos se dispusieron a dictar una serie de leyes benévolas que ayudarían por vez primera en la historia, a vivir los poblanos en un régimen de libertades, como si se tratara de una colonia americana. Entre estas disposiciones, para sorpresa de muchos, se ordenó respetar la propiedad del clero y el culto de sus ministros, imponiendo severos castigos a quienes contravinieran esas leyes, disposición que fue elogiada por los más fervientes críticos de los gobiernos masones y liberales que gobernaban la capital, que meses antes, habían pretendido so pretexto de la falta de recursos y de la guerra, robarle las sagradas propiedades de la verdadera y santa religión católica. Otras leyes que dictaron los invasores, fue la de llamar a todos los generales, jefes, oficiales, militares del ejército mexicano a jurar no tomar las armas en contra suya, debiendo salir de la ciudad aquellos militares que decidieran no cumplir con la ley, de ser juzgados como espías y castigados conforme a las leyes de la guerra; de esa forma, el cuartel general de los Estados Unidos de América con residencia en Puebla, se dispuso también a ordenar que en ese territorio, como todos aquellos que fueran ocupados por el ejército libertador de los Estados Unidos, no se obedecieran las leyes mexicanas, ni se les diera a las autoridades nacionales reconocimiento alguno, pues las plazas ocupadas por el ejército invasor, serian consideradas bajo la protección del ejército norteamericano y por consiguiente quedaban libres de estancos, alcabalas, y toda clase de exacciones.

De esa forma, los Estados Unidos habían llegado a Puebla, poniendo en jaque a la ciudad de México, capital de la República Mexicana. Lo que se vivía en Puebla, sería un ensayo seguramente, de lo que los americanos harían de ocupar la Ciudad de México y nada de eso habría ocurrido, de no ser por la negligencia de Santa Anna de no haber defendido de manera oportuna y eficaz, Cerro Gordo Veracruz.



Por eso, en aquellos días en la capital, el general Gabriel Valencia, quien un año antes había participado en el golpe de Estado incitado por el general Mariano paredes Arrillaga en contra del ex presidente José Joaquín Herrera, hablaba de la necesidad de remover en el mando de las fuerzas armadas nacionales al general Santa Anna, quien no había respondido conforme a las expectativas que la nación se había hecho de éste, acusado de traición y si no, con la imagen deteriorada y sospechosa de haberlo hecho; ¿Quién podría ser jefe de las fuerzas armadas en estos momentos cruciales de la historia de México?. ¡más que el propio general Valencia que se autoproponía¡.



El general Nicolás Bravo insurgente de la independencia de México, garantizaba esa unidad que los mexicanos necesitaban ese momento; quien mejor que ocupar el mando supremo, que un veterano militar que había ofrecido ante el Siervo de la nación José Maria y Morelos su lealtad y patriotismo, para consumar años después, la independencia de México ante los españoles. Bravo y solamente Bravo, podía ser ese general que sustituyera del mando a Santa Anna y ahora defendiera esa patria independiente de los conquistadores los americanos.

Las maquilaciones políticas en la Ciudad de México eran frecuentes, renuncias de ministros y nuevos nombramientos eran tema de todos los días, quizás reflejo del pánico que empezaba a experimentarse de saberse que la guerra estaba por decidirse, ya a unas cuantas leguas, los americanos eran dueños del norte de la Republica, de Veracruz y Puebla, quedando pendiente de ocupar la insigne y leal Ciudad de México; quien podría garantizar esa heroica defensa si el libertador de la patria Santa Anna había fallado en Cerro Gordo; quien podía garantizar esa seguridad de que los mexicanos no se vieran humillados en la derrota y pudiera conseguir quizás, una paz digna en caso de que la guerra la perdiera. Por ello, Nicolás Bravo asumía el cargo de general en jefe de la ciudad y Valencia, se le asignaba cuatro mil hombres y doce piezas de artillería.

Santa Anna nuevamente despotricó en contra de sus subalternos, les volvió a llamar imbéciles y cobardes, cuando se enteró de los nombramientos realizados; la desconfianza que se vivía en las fuerzas armadas era el principal enemigo de la defensa nacional; harto de esa situación el generalísimo vociferaba una vez más en decir en voz alta, que esa supuesta entrevista que había sostenido, era una falacia de sus adversarios, pues si alguna vez se dio, no podía tachársele absurdamente como un “encuentro decisivo”, más el, que como representante de todos los mexicanos, estaba acostumbrada a tratar con mucha gente, así fuera francés, inglés, cubano, español o americano. Santa Anna harto de las críticas, manifestó su entera disposición de renunciar al cargo, pero no sin antes de hacerse escuchar y poner a cada quien en su lugar, si era posible y la prudencia lo ameritaba, ocuparía de la ciudad de México y derrocaría a sus enemigos, para mostrarle a la nación entera, pero sobre todo a la historia del país, su firme compromiso y patriotismo en esta guerra. Y fue entonces cuando Santa Anna, al mando de 2500 soldados que había reclutado desde su derrota en Cerro Gordo se dispuso a la dar su orden.

-      ¡A la Ciudad de México¡.



La prensa en la capital de la república se estremeció, cuando se enteraron de nueva cuenta que Santa Anna volvía a resurgir como un Ave Fénix, luego de su estrepitosa derrota; ahora con cinco mil soldados, Santa Anna se dirigiría a la Ciudad de México para volver a tomar las riendas del país; maldición o no, el hijo de Anahuac resurgía en la política nacional, colocándose nuevamente como objeto central de la crítica, del elogio y del desprestigio, las tropas de Santa Anna encaminadas a la Ciudad de México, amenazaba a los círculos políticos del país, del gobierno dictatorial que este impondría; disolvería el congreso, convocaría a una nueva constitución, pronunciamientos armados en todo el país y un nuevo orden que resolviera ya en forma definitiva, los problemas que tanto acogía el país; la amenaza del caos, de la anarquía, sería un factor importante para que los americanos con su potente artillería, colocaran sus piezas en los cerros de la ciudad, para desde ahí, bombardear la ciudad como lo habían hecho en Veracruz. ¡Maldito sea la suerte de México¡. Morir en el bombardeo como ocurrió en Veracruz o ceder como lo hizo puebla, ese era el dilema que Santa Anna y sus enemigos tenían que resolver, en forma civilizada, sin poner en riesgo el orden público de la capital, por esas razones, una comitiva de funcionarios y diputados, Baranda, Trigueros y José Fernando Ramírez, se dispusieron a sostener un encuentro con el general Santa Anna, en su avance a la Ciudad de México, para hacerle entender la tensa situación política que se vivía en la ciudad. Habiéndose efectuado dicha reunión, en el poblado de Ayotla.

No soy el responsable de este caos que vive el país – replicaba Santa Anna – la defensa nacional debe estar encaminada hacia el ejército invasor y no a Su Servidor, escuchad mis razones, confiad en mi lealtad y patriotismo, en mi discurso franco. – Era una oportunidad más que pedía el hijo de la patria; el generalísimo Santa Anna imploraba nuevamente a las conciencias mexicanas, un voto de confianza para escucharlo en sus razones y darle a éste, la responsabilidad de seguir defendiendo el suelo nacional. – Respetare los designios de la junta militar y por eso, protesto ante todos, no mi engrandecimiento personal, ni menos aún mi ambición; pues siempre he demostrado desde mi regreso al país, que buscó la campaña militar y no así, el Poder Supremo de la nación. 

La comitiva de diputados escucha las razones de Santa Anna y redactan el documento que en breve circularía por la Ciudad de México, en el, él benemérito sostiene sobre su lealtad a la patria, sus sacrificios y los obstáculos que ha enfrentado, la causa de sus derrotas militares, a quien imputa no a las armas del invasor sino al repudio de sus propios compatriotas; dice también: “Ni esta abnegación tan completa, ni tantos ni patentes sacrificios como los impedidos, han bastado para destruir antiguas prevenciones: la calumnia y la sospecha han venido á añadir nuevo ajenjo en la ya demasiada amarga copa de mi vida, ¿y en que circunstancias?... cuando conducía á la capital para su defensa un cuerpo del ejército sacado de entre sus escombros, y cuando no venía á pedir á la patria otra gracia que la de morir en defensa de su causa”.



La comitiva de diputados pretende tratar de calmar al generalísimo Santa Anna, quien en un ataque de sensibilidad, reprime e llanto que parece brotarle, para recriminar la ingratitud de muchos de sus críticos, quienes sospechaban de él infundadamente: “Mi deber de primer magistrado de la nación, hoy atrozmente vejado e indignamente sospechado por injustos o artificios detractores, exige que remueva el pretexto inventado por la perfidica y por la pusilanimidad para nulificar los numerosos esfuerzos que están dispuestos á hacer los buenos ciudadanos para salvar su independencia y su honor”. - Santa Anna propone su plan de gobierno, en su calidad de comandante en jefe de las fuerzas armadas, así como de presidente de la república, de continuar la guerra y de salvar la capital, propuestas que refrendan su vocación patriótica y militar, que deja sin sospecha alguna, las infundadas acusaciones de su supuesta traición; guerra y mas guerra, propone Santa Anna, defender ante todo y contra cualquier ataque del ejército invasor, a la capital de la república, cuna de los supremos poderes constitucionales de nuestro país, capital de la república, corazón político de nuestra patria: - “Estando resuelto a no transigir sobre ninguno de estos puntos, manifiesto a Vuestras Excelencias para que lo ponga de conocimiento del Excelentísimo Señor Presidente, que si resolviere en contra, desde luego se tenga por formalizada mi dimisión del mando en jefe del ejército y de la primera magistratura de la Republica, expidiéndome el correspondiente pasaporte para retirarme a donde me convenga”.

La comitiva de diputados respondió con un contundente no al generalísimo Santa Anna, quien con su uniforme sucio, reflejo de la intensa campaña militar en la que vivía, inspirado en su discurso siguió dictándole a los escribanos de los diputados:

Podrá suceder que, sin embargo de que haya absoluta conformidad con mis ideas, se crea que yo mismo soy un obstáculo para llevarla á su debido efecto. Ya he dicho que las circunstancias serían para mi propicias para salir de la situación comprometida á que he llegado, de una manera fácil y honrosa, con una pronta dimisión; pero tengo una alta idea de mis deberes. Sé los compromisos que contraje con la nación cuando me colocó al frente de ella, confiándome su preciosa defensa, jamás haré traición a estos deberes, y una separación voluntaria de los negocios me hace creer implicado en una deserción infamante. Mi patria me tiene á su lado, estoy resuelto a desempeñar la misión a que me ha llamado hasta su último extremo y mis más caros intereses y mi propia existencia están colocados en el altar de la libertad de independencia de mi patria. Mas como yo deseo escuchar y acatar la sana opinión, quisiera que hablándome con lealtad y con franqueza se me manifestara por el supremo gobierno si se cree que debo separarme de mis cargos que se me ha confiado y no titubeare un momento en dejarlos. Habré así cedido á votos respetables, y no á los cálculos del interés individual ni de facción. Me retirare tranquilo haciendo el ultimo sacrificio, cual es el de mi propia opinión, y el de satisfacer mis propios deseos de derramar mi sangre por mi patria, y estar á su lado en los momentos de su aflicción.

Los diputados presentes extienden un calurosos abrazo al general Santa Anna para reiterarle su voto de confianza y disculpándose también, de las injustas críticas que ha recibido; uno de esos diputados, tomo la palabra eufórico, quien le respondió que la salvación de la Republica y la seguridad personal del generalísimo Santa Anna, eran importantes para el futuro de la patria, demeritando a los críticos del generalísimo, que eran cuatro o cinco nada más, pues la inmensa mayoría de los habitantes de la capital, aclamaban su retorno para la defensa de la Ciudad.

Santa Anna asumió una postura modesta ante los sinceros elogios de los diputados, quienes en forma insistente le suplicaron no renunciara al mando supremo de las fuerzas armadas nacionales, pues solamente él, era el único militar con probada experiencia, prestigio y experiencia, con la capacidad de defender a la nación; Santa Anna obviamente agradeció dichas palabras, al mismo tiempo que revisaba sus palabras, escritas por el escribano, para agregarle un matiz mas patriótico, corrigiendo de nueva cuenta el escrito para poderlo firmar y ratificarlo en todo y en cada una de sus partes.



La comitiva de diputados regreso a la Ciudad de México y dio a conocer las palabras tan sinceras y patrióticas del generalísimo Antonio López de Santa Anna, víctima de una campaña de desprestigio tendiente a desmoralizar la conciencia cívica de los mexicanos; había que creerle, porque después de su estrepitosa derrota, había resurgido de la nada, para formar un ejército y esa cualidad, no era distintiva de ningún militar en la historia del país, ni del mundo entero, más que de un hombre sincero, con los dotes de un gran estadística y genio militar, de la talla de don Antonio López de Santa Anna, los diputados pidieron el beneficio de la duda y que no le fueran retirados los cargos y comisiones políticas y militares, que dignamente en otro momento le otorgaron, pues ahora, habría que ver el futuro y no el pasado, había que ver que lo mas importante era la defensa de la Ciudad de México y olvidar por siempre lo ocurrido en la Angostura y Cerro Gordo; la verdadera amenaza eran los americanos que estaban en puebla y no el hijo y benemérito de la patria, que estaría dispuesto, a dar la vida por los mexicanos.

Los diputados del Congreso Nacional, en los momentos más difíciles de la historia del país, aprobaron la ley fundamental que regiría los destinos de la nación; la ley constitucional denominada el Acta de Reformas a la Constitución de 1824, norma jurídica que refrendaba el liberalismo mexicano, como a su principio rector de gobierno democrático y federal, con la división de poderes de una república moderna y la introducción de un recurso legal, denominado juicio de amparo, que protegería a cualquier ciudadano, de las arbitrariedades que pudieran incurrir los poderes públicos. Con ello, México iniciaba un nuevo orden constitucional y con ello, el presidente de la Cámara de Diputados, quien en algún momento ocupo la primera magistratura del país, don José Joaquín Herrera, en tono conciliador, olvidando las anteriores revueltas militares, elogiaba el patriotismo de Santa Anna y del nuevo orden constitucional que se daba México en el concierto de las naciones civilizadas del mundo; entre aplausos los diputados del Congreso, recibieron al general Antonio López de Santa Anna, quien juro lealtad a la nueva constitución y juro desempeñar una vez más, el cargo de presidente de la Republica.

Nuevamente el general Antonio López de Santa Anna, el hombre fuerte de toda la nación, el mejor mexicano, el mejor militar, el mejor soldado, el mejor presidente; nuevamente el en la presidencia para ocupar el papel más importante que no solamente la vida le dio a él, sino también el que la vida de una nación, confió en otorgarle: defender la soberanía nacional.

Santa Anna advierte en el congreso, que no aspira al poder, que él hubiera dimitido en el cargo, de no ser por la situación de peligro en que vivía el país, así como también, para no ser acusado de traidor y desertor; Santa Anna reprocha la falta de patriotismo de sus compatriotas los poblanos que nada hicieron frente el avance yanqui; solicita el apoyo de todas las clases sociales del país, del clero también quien se vería amenazado por la iglesia protestante impuesta por el conquistador; pide la unión de todos los mexicanos y el fin de todas las discordias políticas que dividen al país.

Entonces, el generalísimo convoca a una junta de militares para planear la defensa de la Ciudad; donde declara la amnistía de otros militares como Arista, Ampudia, Almonte, Garcia Conde, Requena y otros más, acusados de no haber actuado con diligencia en los anteriores combates, sus juicios son sobreseídos y se incorporan al ejército; perdonando los errores de estos militares, como si también Santa Anna hubiera sido perdonado de los suyos; de esa forma el benemérito expone ante la junta militar el plan de defensa de la Ciudad de México, ahí frente un mapa diseñado en forma improvisada, Santa Anna toma una vara metálica, para ir señalando los puntos que había que defender; el primero de ellos, debía de fortificarse el cerro de Peñón, donde seguramente se libraría la primera batalla con los americanos provenientes estos de Puebla; consiente de la posición geográfica del cerro, encomienda al ingeniero Manuel Robles llevar a cabo dicha fortificación, al igual que a las faldas de dicho cerro, ubicadas en Tepeapulco, Morelos y Moctezuma; de esa forma se protegería el oriente de la ciudad; del lado sur, se instruye realizar trabajos de fortificación en Mexicalcingo, Hacienda de San Antonio, Convento y Puente de Churubusco; al sureste de la Ciudad se aprovecharía las instalaciones del Colegio Militar en Chapultepetl, donde  se colocaría la artillería para dominar los caminos de que vienen del oeste a las garitas de Belén y San Cosme, de igual forma se fortalecería Santo Thomas, al norte de la ciudad, se previó fortificar los cerros de Zacoalco y Guerrero, o bien, en todo caso, dejar los refuerzos necesarios en las puertas de Nonoalco, Vallejo y Peralvillo; en lo referente al parque militar, se armarían fusiles y se fundarían nuevos cañones, adicional a los veintidós cañones con los que contaba el ejército mexicano, incluyendo los dos cañones que le fueron comisados a los americanos en las batallas de la Angostura; de igual forman, llegarían soldados de todas partes de la republica a reforzar la Ciudad, comenzando con el regimiento de San Luis Potosí, estimando un aproximado de veinte mil soldados mexicanos;  de igual forma, se incorporaría en las filas defensivas del ejército mexicano, al general Juan Álvarez, importante veterano de la guerra de independencia quien también luchara en sus años de juventud con el insurgente José María y Morelos; sumándose también en la defensa de la ciudad, el general Gabriel Valencia, encargado de la plaza de la Villa de Guadalupe y para sorpresa de todos, los batallones de Guadalupe e Independencia, los que conformaban aquellos jóvenes universitarios apodados los “polkos”..

El plano de la defensa era alentador, para ello y evitar cualquier fuga de información, nadie objeto la prohibición de circulación de periódicos, panfletos, debía de suprimirse la libertad de prensa hasta en tanto, cesara la amenaza de la ocupación yanqui; eran momentos de mucha tensión pero también de ganas de luchar y de defender el corazón de la república; se emitirían convocatorias para reclutar a nuevos soldados; a fomentar el entusiasmo de los jóvenes ciudadanos indignados por esta guerra; así también, se haría la cordial invitación a que los irlandeses se sumaran también a las filas del ejército nacional, para alistarse en el Batallón de San Patricio, a cambio de ellos se les pagaría un salario decoroso y al final de la guerra, se les otorgaría hasta 20 acres de tierras; con esto, el enemigo, con una fuerza estimada de aproximadamente catorce mil soldados, encontrarían resistencia, en cada legua de la ciudad de México.




Momentos decisivos cuando el general Scott a través de sus informantes y la red de bandoleros a su servicios, tuvo conocimiento del entusiasmo que se vivía en la capital; debía de planear el general americano el ataque final de su campaña militar, aun con la adversidad que eso le representaba; dos mil soldados enfermos por la fiebre amarilla desatada a causa de los climas inhumanos de Veracruz; así como de tres mil soldados americanos voluntarios, cuyo contrato de enganche había terminado y retornaban a Veracruz para regresar a la Unión Americana a sus respectivas casas;  de esa manera, su estado de fuerza se limitaba a nueve mil soldados dispuestos a luchar por la libertad del destino manifiesto.

Santa Anna por su parte se encuentra eufórico, de la segunda oportunidad y del voto de confianza que ha recibido en esta guerra; se encuentra maniaco en sus planes, no duerme, todos los días, tardes y noches piensa en los momentos de gloria que le esperan; desde el Palacio Nacional busca un mirador que le permita tener un control total de la ciudad; piensa y consulta con los ingenieros donde puede estar ese mirador; le dicen que en el cerro de Guadalupe, otros dicen que en cerro de Iztapalapa, otros en cambio, le proponen los montes de la barraca del moral, arriba del poblado de San Ángel; desde ahí podía tener un buen punto de referencia para observar el avance del enemigo; Santa Anna le parece bien este punto, tiene muchas cosas pendientes en ese lugar, un tesoro de millones de pesos, títulos de propiedad y una mujer recatada que lo rechazó; Santa Anna se observa en el espejo y encuentra después de todo, que la falta de un pie le da presencia, gallardía y mucha distinción; decide portar un uniforme limpio con sus respectivos hilos de oro y una pechera terciopelada; sus bota reluciente, sus escapularios y su amuleto de la buena suerte que le obsequiara alguna vez un brujo cubano; Santa Anna decide emprender la defensa de la ciudad, cuando piensa en el tesoro que dejo escondido en las cuevas de la barranca del Moral; defenderá a su patria, pero también dinero, que le garantiza seguirse defendiendo asimismo y con ello defender a la patria que no le comprende; todo eso se dice Santa Anna en el espejo, cuando escucha desde lo lejos, los vítores de tambores, anunciando que los americanos se dirigen a la Ciudad de México.  Scott se encontraba en Chalco, Entonces Santa Anna sabe que … 

¡La resistencia ha comenzado¡.