domingo, 18 de septiembre de 2016

TERCERA PARTE


Los montes de Tizapan se encuentran más allá de Chapultepetl, entre el Pedregal y el río Mixcoac, arriba de Coyoacán; fue en ese lugar aislado, de rocas y cuevas secretas, donde el guerrero Ixcoatl escondió el tan anhelado tesoro que Hernán Cortes buscó incesantemente sin encontrarlo.

Los años pasaron y aquellas extensas terrenos fueron cedidos por su Majestad el Rey de España a título de encomienda a los españoles conquistadores, posteriormente fueron adquiridos por el cacique de Coyoacán, don Felipe de Guzmán Itzolinque, quien a su vez, decidió donar parte de esos terrenos a la orden religiosa de los carmelitas descalzos.


Los años pasaron y  los guerreros aztecas guardianes de ese tesoro, dejaron de profesar sus creencias religiosas, para convertirse al cristianismo, no sin antes de conservar muchas de sus costumbres, algunas de ellas, ya tan inexplicables como guardar el secreto de aquellos tesoros escondidos que carecían de dueño, pero que paradójicamente pertenecían a solo unos cuantos hombres que no deseaban que nadie los descubriera. Estos guardianes, siempre desconfiados de las autoridades virreinales, conservaron también durante muchos años su record en contra de los españoles, no así de los monjes carmelitas a quienes supieron otorgar su confianza.



A más de cien años de haberse escondido el tesoro de Moctezuma, sobre los montes de Tizapan, los terrenos fueron propiedad de la orden religiosa de los carmelitas, quienes delimitando sus extensas territorios, construyeron dos iglesias, uno de ellos abajo en la planicie en el poblado de San Jacinto Tenanitli, llamándole después San Angel y otro más arriba, cerca del poblado de  Cuajimalpa, donde edificaron un Convento en un lugar llamado Santo Desierto de Nuestra Señora del Carmen de los Montes de Santa Fe. Más conocido como el Desierto de los Leones, en honor a una familia de abogados de apellido León, defensores de la orden religiosa.



La orden de los carmelitas con el apoyo de los guardianes del tesoro, fueron construyendo durante generaciones de años, una red de caminos secretos, aprovechando las condiciones geográficas de los montes, barrancos, ríos, peñascos, cuevas, cavernas; logrando conectar tanto la Iglesia del Carmen en San Ángel, como al Convento del Desierto de los Leones. En dichos caminos secretos, no solamente se siguió guardando el tesoro de Moctezuma, sino que también, sirvió como bodegas ocultas, donde la orden religiosa de los Carmelitas custodiaba las riquezas que sus feligreses que en compra de indulgencias les obsequiaban o se los dejaban en depósito. Los tesoros acumulados, fueron siempre vigilados ya no por los guardianes, sino por los hijos de estos, una generación de hombres valientes desobedientes de la autoridad y cómplices de la misma, en sus actos inmorales y corruptos.



A inicios del siglo XIX y con las noticias provenientes del reino España, referentes a la detención del Rey Fernando VII y del usurpador de la Corona José Bonaparte; las autoridades virreinales encabezadas primero por el Virrey José de Iturrigaray y después por Pedro Garibay, temieron la ocupación francesa de la Nueva España, así que decidieron trasladar todo el oro y la plata acumulada de la hacienda pública del virreinato, inclusive hasta cargamentos de pólvora y parque, a la orden religiosa de los carmelitas de los descalzos, para que éstos las custodiaran por siempre, en los lugares secretos que sólo éstos conocían.





La revolución de 1810 culminó en 1821 con la independencia de México. Mientras que los tesoros acumulados de los carmelitas permanecieron ocultos y ahora censurados ante la posibilidad de que los mismos, fueran descubiertos por los gobernantes corruptos del México Independiente. Por gente enferma de poder y de ambición, como don Antonio López de Santa Anna.