miércoles, 21 de septiembre de 2016

CAPITULO 47


Era Obvio, que se podía esperar del pendejo de Pedro Ampudia, no solamente dejo que otro más pendejo que él, como Mariano Arista perdiera la plaza de Palo Alto y Rasaca de Palma, sino que el muy imbécil, abandono el poblado de Matamoros sin disparar una sola bala, y ahora, nada más y nada menos que ahora, el muy crétino huye de Monterrey como un cobarde, un traidor, una vil gallina, hombre de pocos huevos.

-      Tengo entendido que fue un combate sangriento, fueron más los americanos que murieron que soldados de los nuestros. – explico el Coronel Yáñez.
-      Eso no le quita lo pendejo – contesto el general Santa Anna – merece pasarlo a un Consejo de Guerra, para que de amplias explicaciones sobre su inexplicable rendición y entrega estúpida de la ciudad de Monterrey al ejército invasor.

Jorge Enrique no tuvo de otra que sonreír disimuladamente y pensar desde muy dentro de su alma, que el general que estaba frente a su vista, también se había rendido inexplicablemente y entregado estúpidamente Texas, a los americanos.

Santa Anna no podía disimular su enojo, así que le solicito a Yáñez le prendiera el puro que tenía en sus manos, para tratar de calmar su ansiedad.

-      ¿Me pregunto yo, como ganaremos esta guerra, con generales tan imbéciles como Mariano Arista o Pedro Ampudia?. Chingados indios, cobardes y vendidos.
-      Tengo entendido que el ejército americano esta mejor disciplinado.
-      ¡Claro que esta mejor disciplinado¡. Tienen lo que los mexicanos no tienen, mejor armamento, artillería, disciplina militar, ¡vaya hasta uniformes tienen¡. Lo único que les falta a esos pinches gringos, son guevos.



Treviño y Salcedo se rieron, ante el comentario irónico del generalísimo.

-      Debemos partir lo mas pronto a la Ciudad de México.
-      Lo espera una gran comitiva en la Ciudad, lo elegirán por novena vez en Presidente de la Republica.
-      Este país no necesita un Presidente, esos van y vienen, como las veces que he estado en la silla presidencial; lo que realmente necesita la nación, es un gran hombre, un gran líder, que los lleve a .la gloria, que sea capaz de transmitir a su pueblo, ese sentimiento de patria y bandera, que ninguno de estos pinches indios tienen.
-      Vos es ese hombre – afirmo Yáñez
-      Claro que soy ese hombre, el problema que tengo, es que ninguno de estos pinches indios se ha dado cuenta. El país es un verdadero desmadre, un caos, nadie le interesa esta guerra, en vez de pensar en como vamos a ganarles a esos americanos, saben en lo que piensan. ¡En que Santa Anna, yo, Antonio López de Santa Anna¡, soy un traidor…¡figúrense¡. Si en verdad os fuera un traidor, ninguna pinche comitiva de míseros y lambiscones me hubiera invitado a regresar nuevamente al país. Si en verdad os fuera lo que dijera, yo tampoco tendría necesidad de regresar a ese bendito suelo y lidiar con una bola de cabrones, de estúpidos y engreídos y de hombres tan pendejos como el general Ampudia que pierde la plaza de Monterrey.

El puro de Santa Anna, ya había prendido, así que un fuerte olor a tabaco empezó a respirarse.

El generalísimo empezó a pensar en tantas cosas, viendo aquel cielo azul tan tranquilo y esas nubes blancas que amenazaban en cualquier momento a llover, siguió cuestionándose ante la presencia de dos de sus hombres más allegados.



-      ¿Cómo la paso en Cuba general?. - pregunto Salcedo.
-      Muy bien abogado; el clima es muy parecido al de mi natal Veracruz, las mujeres, eso si, son mas calientes y fogosas, pero igual de efectivas, que la mejor de las putas mexicanas.
-      Ya extrañaba oír esos comentarios, - comento Yáñez.
-      Yo también extraño muchas cosas; no saben cuanto he pensado en la vieja del escribano.
-      En la señora Amparo. – pregunto Salcedo.
-      Amparo, nombre de prostituta persinada, si en esa chingada vieja; nada vez que me acuerdo de ella, se me para la verga.
-      Tiene muy buenos gustos general, lástima que se la coma todas las noches, el vejete que tiene como marido.

Era obvio que Jorge Enrique, no le gustaba escuchar ese tipo de comentarios, menos esa forma tan despectiva de referirse a una mujer tan respetada, como era la madre de su prometida.

-      Pero a que no sabe, quien emparentará con el escribano – cuestiono Yáñez.
-      No se quién.
-      El abogado Salcedo. El mi general, se casara en los próximos días con Fernanda, su hija.
-      Con la hija de Amparo, ah pinche abogadito, que bien escondido te lo tenías. – le dio una fuerte palmada a Salcedo.
-      Gracias mi general. De hecho todavía no hemos contraído nupcias, porque hemos estado esperándolo para que personalmente nos apadrinara la boda.
-      Muchas gracias Enriquito, pero ahorita como están las cosas, veo muy difícil aventarme un compromiso de ese tipo, aunque pensándolo bien, no estaría mal, visitar a mi compadre don Alfonso, a preguntarle: ¡Como vamos?.

Un silencio profundo se suscitó, cuando Santa Anna hizo énfasis a esa pregunta:

-      ¡Vamos bien general. Su dinero esta asegurado, en un lugar tan secreto que nadie conoce ni imagina.
-      Y los títulos de propiedad.
-      También están resguardados – Yáñez miro en forma inquisitoria a su fiel amigo Salcedo.
-      Qué bueno Mario, me da gusto saber que en vosotros puedas confiar mejor, que a los pendejos que tengo como asesores.
-      Porque lo dice general.
-      Porque la gente que está a mi lado, son una bola de lambiscones. Ya me tienen hasta la madre. El Doctor Gómez Farías, no hace más que hablarme de confiscar los bienes a la iglesia, según él, tendríamos dieciséis millones de pesos.
-      Muy buena cantidad – exclamo Salcedo.
-      Si muy buena cantidad, más de lo que tenemos guardado. Con ese dinero haríamos muchas cosas, pero a decir verdad, ya me tiene hasta la madre Farías, con ese tipo de proposiciones pendejas. ¿sabe qué pasaría si Santa Anna confisca los bienes a la iglesia?.
-      No general.
-      Una pinche guerra civil estallaría. El primero en salir derrocado sería yo mismo, además de ser excomulgado y condenado a quemarme por la eternidad, en los infiernos.
-      Habría que reflexionar esa iniciativa – dijo Salcedo.
-      Si habría que reflexionarlo concienzudamente, pero por lo mientras, no quiero tocar el tema, hasta en tanto lleguemos a la capital.
-      ¿Y don Crescencio Rejón?.
-      ¡Otro pendejo¡. Ese nomás pide pendejadas, insiste mucho en que restablezcamos la constitución de 1824 y habla constantemente de una pendejada que le llama juicio de hambearo
-      ¡Amparo¡ .- Exclamo Salcedo.
-      Si amparo, juicio de amparo, un recursillo legal que quiere se implemente en nuestro país.
-      Tengo conocimiento de dicha propuesta, la vez pasada la escuche del licenciado Mariano Otero. – comento Salcedo.
-      Otero…el diputadito tapatío, el de Jalisco.
-      Así es mi general. Es un  recurso legal que cualquier ciudadano avalada en la Constitución, podría interponer, en contra de cualquier acto arbitrario del Supremo Gobierno.
-      ¡Esas son pendejadas Salcedo. Primero tengamos Constitución y ya después, inventemos las pendejadas que queramos. ¡Oh mejor dicho¡. Primero tengamos patria que defender, antes de andar reformando leyes y pensar en quitarles los bienes a la santa Iglesia.
-      El general Nepomuceno Almonte.
-      Una fina persona, pero otro vendido. Hace dos años éramos enemigos, hoy muy amigos. No me extrañaría que hoy fuera republicano y mañana monárquico. ¡Total¡. De un hombre como él se puede esperar cualquier cosa. ¡Nada que ver con su difunto padre¡. El día de ayer me fue a buscar a Cuba a pedirme que fuera Presidente de México, no me extrañaría que el día de mañana, busque a los príncipes de Francia, para ofrecerles la Corona Virreinal.



Salcedo y Yáñez, no hicieron más que reír.

-      General tiene un gran paquete. La gente espera mucho de Vos. – comento Salcedo.
-      Si lo sé. ¿Qué os dicen de mi?. Díganme la verdad, no me mientan.
-      Quiere escuchar la verdad. – Pregunto Salcedo, pero recibió otra mirada inquisitoria de su amigo el coronel Yáñez.
-      De vos dicen que es el mejor mexicano para defendernos de esos americanos. El único nacional que puede garantizarnos unidad. El hombre más patriota que ha tenido México. Un Napoleón hispano.

Santa Anna, soltó una carcajada estruendosa

-      ¡No puede ser que sean tan pendejos¡ - Siguió riéndose el generalísimo.
-      En serio general – reitero Yáñez – todos en la Ciudad de México, lo esperan como su gran redentor. Miles de jóvenes acudirían a su llamado de enlistarse al ejército y defendernos del invasor; la Santa Iglesia, le prestaría el dinero que vos solicitaría, sin necesidad de confiscar sus bienes; todas las familias aristócratas tampoco durarían en financiar la guerra; todos le tienen fe mi general, saben que Vos defenderá nuestra patria, hasta con su propia vida.

Santa Anna sólo se quedó callado, dejando que su sonrisa, se esfumara gradualmente, al mismo tiempo que el humo del puro que fumaba.

-      Muchas gracias por esas palabras Yáñez, pero no nos engañemos, vosotros saben qué tipo de persona soy. Solamente ustedes y no el pendejo de Almonte, ni de Gómez Farías, ni de Crescencio Rejón, conocen al verdadero Antonio López de Santa Anna.
-      Muchas gracias por esa confianza general. – dijo Salcedo – pero a decir verdad, así como hay gente que se exclama muy bien de Vos, también lo es que tiene muchos enemigos, hay muchas habladurías de Vos, muchos rumores circulan sobre su persona. Algunos deseos comentarios son demasiado negativos, que no merecería escucharlos.
-      Díganme cuales, quiero saber.
-      No mi general, decírselos sería ofenderlos.
-      ¡Le ordeno que me los diga¡. – grito Santa Anna diendo una orden.
-      Bueno general – dijo Yáñez – para empezar, dicen que no es cierto esa leyenda de que haya perdido la pierna izquierda, dicen que todo eso es una pantomima suya.
-      ¡Qué¡. Como se atreve a decir el vulgo es infamia. – Santa Anna, se levantó el pantalón y mostró su pata de palo - ¡Esto chingado que es¡. ¡Una pantomima¡. Que piensan que soy un cobarde como todos los generaletes mexicanos.
-      No mi general, pero es que nadie cree en su valentía. Insisten que finge estar cojo, para esconder su cobardía.
-      ¡Nadie cree en mi valentía¡. Pendejos, quien defendió a México de la conquista de los españoles. ¡Yo¡ Antonio López de Santa Anna¡. ¿Quién defendió a México de los franceses, cuando estos vinieron a reclamar unos mendigos pasteles?. ¡Yo Antonio López de Santa Anna¡. Díganme imbéciles. ¿Quién vengo la muerte de don Vicente Guerrero?, quien corrió al último reducto de conquistadores, quien puso a su lugar a esos mercenarios texanos en  el Alamo?. ¡Yo nada más yo¡. Antonio López de Santa Anna.
-      Discúlpeme general,. No quisimos ofuscarlo; Vos sabe que merece nuestro respeto.
-      Muchas gracias por sus palabras, pero estos pinches mexicanos no me merecen. Uno pensando en su porvenir, en su honra, en su bandera, y vosotros dudando de mi honorabilidad, de mi valentía. Seguramente han de pensar también, que esos pinches americanos ya me compraron.
-      Así es mi general, dicen que Vos pacto con los americanos, que ha regresado a México, para vendernos y entregar la mitad de territorio nacional.
-      Esas son patrañas. Ataques infundados hacía mi digna personal. No saben de lo que Antonio López de Santa Anna es capaz. Yo pondré en su lugar a cada uno de esos gueritos invasores y colgare de los huevos, a todos esos infames traidores, que no hacen más que hablar pestes de mi personal.  Pero dígame general, como diablos le vamos hacer. ¡Insisto¡. Sin dinero, sin tropa, sin patriotismo; somos el franco perfecto de esos piltrafas mercenarios, no tenemos unidad, no tenemos identidad, no nos sentimos mexicanos; vaya nada más a Tabasco y los pinches indios de allá se sienten de otra patria; vaya más arriba a Yucatán y también se sienten yucatecos; otros más se sienten campechanos, guatemaltecos, hondureños;  ninguno de estos míseros indios, tiene conciencia nacional; para ellos, nuestro lábaro patrio, no es más que una trapo de tres colores. No son patriotas, no son los soldados de Napoleón.
-      General – comento Yáñez – de acuerdo a sus bienes, cuenta con la cantidad liquida de trescientos mil pesos; pero no olvide que tiene también los siete millones de pesos, que tenemos escondidos en la casa del escribano.
-      Y también los títulos de propiedad de esas tierras que le compramos a los indios.
-      Si general, cuenta también con los títulos, más aparte pueda recabar cálculo yo, unos dos millones de pesos más, que pueden pagarle de impuestos, sin omitir desde luego, quinientos mil pesos que le puede prestar la Iglesia católica.
-      ¿Cuánto dice Gómez Farías que me puede prestar el clero?.
-      Dieciséis millones de pesos.
-      Es mucho dinero, pero no estaría mal esa posibilidad; de todos modos con las cuentas que saca, me refiere aproximadamente unos diez millones de pesos. Los suficientes para resistir y vencer a los americanos.
-      Me parece que el ejército mexicano está mal
-      No le parece Coronel, el ejército mexicano está mal. No tienen uniformes, armamento, caballos, disciplina, no tienen nada mis paisanos, más que sus guevos; fuera de eso, no tienen ni madres de idea, de porque pelear una guerra. ¡esta difícil Coronel¡. Sin dinero, no podemos hacer mucho.
-      ¿Qué instruye general? – pregunto Salcedo.
-      Primero antes que nada, hay que buscar un contacto americano, uno de esos mercenarios gringos que se dediquen a vendernos armas, necesitamos municiones de distintos calibres y rifles mas modernos, por lo menos. Luego hay que buscar unos talleres textiles, para que hagan uniformes para la tropa, necesitamos aparentar que somos un ejército nacional y no una manada de chingados indios pendejos; también tenemos que convocar elecciones y todas esas pendejadas que le gustan los políticos, para lucir sus dotes e histrionismos mesiánicos y se pongan a legislar una nueva Constitución y la introducción de ese recursillo legal llamado juicio de mambaro.
-      Querrá decir juicio de amparo – corrigió Salcedo.
-      ¡Eso¡…juicio de amparo o como se llame. El caso es que hay que organizar el país y tenerlo distraído, para que podamos actuar libremente. No quiero una prensa problemática que me este constantemente chingando, así que no estaría mal, designar una partida de los recursos que obtengamos para sobornar a los periodistas.
-      Si vos lo considera, nos saldría mas barato, encarcelar todos esos expendios de panfletos y encarcelar a los periodistas.
-      No ahorita no es el momento, si hacemos eso, habrá otro general ocupando mi lugar; así que aguantémonos, hay que darle al país la apariencia de tranquilidad; ya bastantes problemas tendremos con esos americanos y la guerra que tenemos encima, para pelearnos con la prensa.
-      Y con la Iglesia.
-      Y con uno que otro político del partido conservador. Así que tenemos mucho trabajo. La vida es corta y la existencia de este país aspira a ser eterna, así que mas vale, vayamos sacando provecho del momento para hacer historia.
-      Cuando partimos a México – pregunto Yáñez
-      Mañana lo haremos, pero no pasaremos a la ciudad, ni aceptare desde luego la Presidencia.
-      ¿Entonces que piensa hacer general?. – pregunto Salcedo.
-      ¡Ir a tu boda cabrón¡. ….hospedarme en la Casona de Tizapan para tomarme otras vacaciones e inspirarme, sobre tácticas y estrategias militares
-      En el arte de la guerra.
-      No en el arte del amor. Tengo que cogerme a esa vieja. No me refiero a tu prometida abogado, sino a su madre, la tal Amparo. La última vez que vi a esa vieja, la bese a la fuerza y la muy maldita me puso una cachetada que casi me vuela los dientes. ¡Todavía me duele¡.
-      Ah que general. Usted consigue lo que se propone.
-      También su amigo Yáñez, quien diría, que este emparentaría con la hija de ese mísero escribano. Además resulta importante llegar a Tacubaya, tengo que recoger lo que me pertenece y partir al norte, lo más pronto posible.
-      A pelearse con los americanos.
-      Así es, pero no sin antes, de apadrinar la boda de Enrique. De cogerme a la vieja y cobrarme unas deudas. ¡Todo por esta guerra¡. Por el amor a México.

Santa Anna observó su puro, hecho de tabaco puro de la Habana, lo olió y se dispuso a fumarlo.