martes, 23 de agosto de 2016

CAPITULO 20


El destierro del general Antonio López de Santa Anna, significaba que el hombre fuerte dejaba al país, fuera de su influencia política; el Presidente Herrera había optado por una decisión prudente, posiblemente la orden de fusilamiento que culminaría con la muerte del generalísimo hubiera generado una revuelta en la Ciudad de México o en Veracruz; había que reconocerle que aún existían muchos hombres leales al benemérito. Haberlo mandado a fusilar hubiera generado una revuelta incontenible. Sin embargo, el Coronel Yáñez cuando se enteró de la disposición, se maldijo asimismo, maldijo a Santa Anna y también a su jefe el Presidente; por lo que desbordado en una ira totalmente oprimida, desde su escritorio aventó una copa de vino, preocupándose de que su dinero guardado y escondido, y próximamente custodiado por su amigo,  llegare a ser recuperado por su verdadero dueño.

No obstante, los “servicios de inteligencia” del Presidente José Joaquín Herrera le mostraron una lista de quienes eran los simpatizantes del régimen santaannista, sin duda alguna, quienes mayor sorpresa causaba al Presidente que figurara en dicha relación, era el Coronel Martín Yáñez y el licenciado Enrique Salcedo. Había que desconfiar de ellos poniendo a prueba su honestidad, no solo a su persona, sino a la Institución del titular del Poder Ejecutivo. Saber si realmente le eran más leales a su anterior mentor el “protector de Anáhuac” o bien, a su investidura como el Jefe de la Nación.

Para esos días, el licenciado Salcedo seguía molesto de que Santa Anna no fuera fusilado. Una vez más, el hombre fuerte del país burlaba a la justicia, a la muerte, inclusive hasta la propia historia. Se había escapado de nueva cuenta, como cuando fue rehén de los texanos hace nueve años y regresara al país como un héroe nacional, habiéndose salvado de las balas de la campaña, de la horca de los texanos o de la orden de fusilamiento de sus colegas los militares.

Santa Anna era desterrado del país, pero no los santaannistas que seguirían trabajando en la clandestinidad para hacer volver a la presidencia del país, al Benemérito de la patria. Sin embargo, esa tarea persecutoria de expulsar, encarcelar o inclusive, asesinar a los simpatizantes del general desterrado era demasiado desgastante; lo más importante para el país, no solamente era el problema texano, sino también, construir un país cimentado en instituciones y no en caudillos. Por eso, lo prioritario no era hacer una ley antisantaannista que legitimara la persecución política, sino más bien, ir sentando las bases de la normalidad democrática, que permitiera el país prosperar en el futuro. Uno de los objetivos a realizarse, serían las futuras elecciones presidenciales en el país.

Los días transcurrieron y el día seis de junio de mil ochocientos cuarenta y cinco, el presidente José Joaquín Herrera, perfilándose como el único candidato a la presidencia, cito a su oficina al Coronel Yáñez, para solicitarle su lealtad absoluta al gobierno de la república; no obstante de las buenas referencias que ya tenía, de su lealtad al general Santa Anna. Así que utilizando un discurso de doble sentido, el presidente Herrera comunicó al Coronel, que lo mandaría comisionado al norte de la república, para reforzar la frontera en Texas.

Yáñez se quedó desconcertado con la orden del presidente, pues mandarlo a Texas al servicio del general Mariano Arista, Jefe de Operaciones de la región, implicaba sacarlo del Palacio Nacional. Lo que significaba, que lo mandaría como carne de cañón para morir en los primeros combates de la guerra que se avecinaba.

-      ¿No entiendo esta orden señor Presidente?. – respondió sumamente desconcertado Yáñez.
-      ¿Por qué no Coronel?. El general Mariano Arista será el jefe militar que defienda el territorio nacional de cualquier intervención que hagan los americanos en el territorio tejano. Así que yo le pido que coadyuve con la República, por eso considero que Vos cuenta con el perfil profesional para prestar eficazmente sus servicios.
-      ¿Pero no entiendo que voy hacer al norte?.
-      Lo mismo que hace conmigo Coronel, asesorar al general Arista en cuestiones de letras que bien maneja Vos.
-      Señor Presidente agradezco su confianza en mis capacidades como militar que soy; pero quiero comunicarle salvo su mejor opinión, que le soy más útil aquí con usted al servicio de los fines de la administración,  que en el campo de batalla defendiendo a la soberanía nacional.

Entonces el Presidente Herrera miro a los ojos al Coronel, poniendo a prueba su lealtad a él y al legítimo gobierno constitucional.

-      ¿Por qué dice eso Coronel?. Aquí en la Ciudad de México las cosas están tranquilas, hace más falta al Norte, donde deben reclutarse nuestras fuerzas armadas para defender los territorios del norte. He recibido un comunicado del general Mariano Arista y exige apresuradamente, refuerzos ante la inminente invasión de los americanos.
-      ¿Pero qué acaso, no hay negociaciones con la delegación texana?.
-      Así es Coronel, pero también los americanos, están moviendo sus tropas para esperar en cualquier momento la declaración de guerra. Por eso Coronel, hoy la republica  le exige su alistamiento a las filas de las brigadas del norte, donde su conocimiento al servicio de la disciplina y administración militar, será más útil, de los servicios que yo pueda requerirle.

Yáñez no podía dar crédito a la orden de su jefe, no quería dejar la Ciudad, irse al norte implicaba dejar una posición política de poder que le permitía estar cerca del corazón de la república. Además tenía una razón importante para no dejar la Ciudad. ¡Era su dinero escondido¡. ¡su futuro asegurado¡, la posibilidad de cambiar una vida de necesidades y envidias por una de gratos placeres. Entonces Martín Yáñez sin vacilar ni dudarlo por ningún momento, denunció lo que meses antes ya sabía.

-      General Herrera como comandante de las fuerzas armadas de nuestro ejército, acato sus órdenes sin discutirlas. Pero como Presidente de la República, mi deber es protegerlo de cualquier intento de rebelión que en contra de su legítimo gobierno pretenda hacerse.
-      ¿Ah que se refiere Coronel?.
-      Me refiero que he descubierto una conspiración para deponerlo en el poder y llamar nuevamente al general Santa Anna para ocupar el puesto que actualmente tiene, generalísimo a quien no niego mi agradecimiento hacia su persona, pero que como funcionario de un gobierno popular y constitucional como el que preside, me niego aceptar a formar parte de la revuelta.

El general José Joaquín Herrera se quedó pensando en cada una de las palabras que acababa de escuchar.

-      ¿De qué revuelta se refiere?.
-      Una conspiración que en su contra se está realizando y del cual, me encuentro actualmente investigando para deponer a sus participantes; sin embargo si Vos me ordena dirigirme al norte, me vera en la penosa necesidad de interrumpir mi investigación.

El general Herrera se quedó observando al Coronel con incredibilidad, dándose cuenta de que hasta donde podía llegar la supuesta lealtad de ese hombre, o quizás su traición. Los informes que había recibido, era que efectivamente había una conspiración en su contra para derrocarlo y que en dicho complot, participaba Yáñez; el mismo militar que tenía enfrente de su escritorio; por eso cuando en sus labios oyó decir su disposición a entregar a sus propios compañeros,  Herrera se dio cuenta de que Yáñez podía traicionar a los conspiradores.

-      Coronel Yáñez. Si tiene conocimiento de algún complot que atente contra éste legitimo gobierno, yo lo exhorto a que denuncie a dichos maleantes y en su caso, los deponga ante el fuero de guerra para su enjuiciamiento. Pero si no es así, yo le ruego que se abstenga de continuar con un juego de rumores que nada bueno llevan a la nación.
-      General, de ninguna manera. Hay un Coronel de Artillería de nombre Joaquín Rangel al cual me comprometo entregarlo a la autoridad correspondiente, mismo que acuso de incitar la Guardia encargada de los Supremos Poderes para desconocerlo.
-      Si en verdad es así, actué de inmediato general. Quiero resultados de su lealtad al gobierno del Presidente.
-      Lo que Vos ordene mi general.

El Coronel Yáñez dio la media vuelta y abandono la oficina del Presidente. En ese momento, trago saliva y el corazón le palpito de miedo, al sentirse casi desterrado de la capital. Ahora tenía que hacer algo para convencer al  Presidente Herrera de su lealtad y evitar con ello, su destierro de la ciudad.



Yáñez tomo su caballo y se dirigió a todo galope a una casa ubicada en el pueblo de Tacuba para contactar de inmediato a Ignacio Cienfuegos y comunicarle que la conspiración había sido descubierta. Contaban solo los golpistas con unas cuantas horas de la noche, para que mañana a primera hora, el Palacio Nacional tuviera un nuevo presidente, y con ello se aclamara el regreso de Santa Anna. Ignacio Cienfuegos al estar enterado de la noticia, corrió de igual forma en su caballo para informar al Coronel Rangel de que el golpe tendría que hacerse antes del amanecer,  sino los encarcelaría uno a uno. Después Yáñez a eso de las dos de la mañana, en compañía del Oficial Gaudencio y de una escolta de treinta soldados, interrumpieron en una casa de citas de muy mala reputación ubicada en Santa María la Redonda, donde aprehendieron a varios léperos, borrachos, clientes y prostitutas; dando un total aproximado de cincuenta detenidos. Conduciéndolos todos ellos, a la cárcel.

Mientras eso ocurría a las tres de la mañana el Coronel Rangel fue avisado por Ignacio Cienfuegos de que la revuelta había sido descubierta; así que éste partió de su aposento para dirigirse a la casa del Capitán Othon y pedir su pronto adhesión al golpe que llevarían dentro unas horas.  A las cinco de la mañana, ya en el Palacio Nacional sin haber dormido toda la noche, el Coronel Martín Yáñez saco varias armas, municiones y pólvora de las bodegas del Palacio Nacional, en una carreta, la cual cubrió con paja. Después a eso de las ocho de la mañana, informó a su homologo el Coronel Uraga, de que habría un levantamiento armado en las próximas horas; por lo que urgía tomara precauciones en la defensa del Palacio.

De esta manera, Yáñez hacía dos cosas a la vez. Quedaba bien con dios y con el diablo. Si la revuelta de Rangel triunfaba, sería gracias a él por haberles advertido con horas de anticipación; en cambio, si la intentona fallaba, sería también gracias a él, por haberla denunciado a tiempo.



Cerca de las tres de la tarde, el Coronel Rangel y el Capitán Othon ingresaron al Palacio Nacional aparentemente indefenso y sin el número de escoltas necesarios para su resguardo. Rangel y el centenar de oficiales debidamente pertrechados, al ingresar al recinto, aprovecharon el momento de euforia para gritar “¡Viva Santa Anna¡, ¡Viva la Federación¡.  Grito por demás estúpido que provoco que en forma sorpresiva, se suscitara una balacera, entre los oficiales golpistas y la tropa del Coronel Uranga que se encontraba escondida en las oficinas del palacio.

El capitán Othon respondió a la sorpresiva agresión. No espero en ningún momento, ser golpeado de esa forma tan traicionera, más aún, que la sorpresa la iba a originar éste y no a revés. Sin embargo, con una puntería debidamente atinada, recibió un impacto en la cabeza, que lo haría caerse del caballo. A la muerte instantánea del capitán, los demás integrantes de la tropa alzaron las manos en señal de rendición, no sin antes, aprovechando el desconcierto el Coronel Rangel decidió escaparse.

El Coronel Joaquín Rangel al ver fracasado su intento, salió del Palacio Nacional, al mando de una media docena de sus hombres, sin darse cuenta que militares vestidos de simples comerciantes y léperos, lo fueron siguiendo hasta dar con su escondite, en una casa de la calle de Talavera. Horas después, el Coronel Martín Yáñez al mando de su escolta y de una carreta cargada de paja, ingresaron a la fuerza a dicha casa, capturando al militar golpista y asesinando a quemarropa a cada uno de los acompañantes del Coronel Rangel, poniéndolo en forma inmediata a disposición del Consejo de Guerra en el cuartel de La Ciudadela.

El golpe militar o el supuesto golpe militar había resultado un fracaso. Un intento ridículo porque fue más escándalo chusco lo que género, que las expectativas de que al mismo pudieran significar o motivar en el ánimo de otros militares; los cuales por cierto, muchos ni se enteraron de lo que había ocurrido.

El parte de guerra redactado por el Coronel Yáñez hacía el Presidente de la Republica fue debidamente exagerado por éste; decía que desde hace un mes, el Coronel José Joaquín Rangel había intentado sobornarlo para sumarse a la revolución que destituyera al gobierno legitimo constitucional. Que actuó como si se fuera otro conspirador más, lo que le permitió conocer los verdaderos planes políticos de éste, así como el número de efectivos decididos a sumarse a la revolución, el parque con el que contaban, así como el manifiesto político que iban aclamar para el regreso de Santa Anna. Que sabía perfectamente que la revuelta estallaría para mediados del mes de julio pero que siguiendo las instrucciones del ciudadano Presidente, a la madrugada del día sábado siete de junio, él y su escolta se dirigió al pueblo de Tacuba donde iban a detener a uno de los cabecillas, teniendo sorpresivamente un enfrentamiento militar con elementos del ejército mexicano aliados del Coronel Rangel. Que habiendo enfrentado un combate del que afortunadamente salvaron la vida él y su gente, los golpistas huyeron, siéndole imposible dada las condiciones que había tendido en la balacera, el perseguirlos y capturarlos cada uno de ellos. Sin embargo, en forma precautoria se dirigió inmediatamente al Palacio Nacional donde a las cinco de la mañana pidió el auxilio del Coronel Uranga, así como de elementos del Cuartel de la Ciudadela para que de igual forma, tomaran precauciones en contra de la revuelta. Que a las tres de la tarde, más de un centenar de oficiales pertenecientes a la Guardia de los Supremos Poderes entraron a la fuerza en el Palacio Nacional,  los cuales dispararon e hirieron a dos centinelas, pero que sin embargo, gracias a las precauciones que ya habían tomado desde la mañana, el Coronel Uraga pudo someter la revuelta y darle muerte a uno de los instigadores del Supremo Gobierno. Que en coadyuvancia de las tropas leales al gobierno de la Republica, partió con un pelotón a perseguir al Coronel Rangel, quien se atrinchero en una casa ubicada en la calle de Talavera, donde resistió un par de horas, hasta que finalmente pudo ser derrotado por la tropa bajo su mando. Descubriendo que en dicho escondite, había un arsenal de armas consistente en cincuenta rifles, diez cajas de municiones, así como dos barriles de pólvora.

En el parte se hizo referencia que murió el Capitán Othón y unos tres soldados oficiales en la toma del Palacio Nacional, así como también la aprehensión del Coronel Joaquín Rangel y seis soldados muertos que resistieron la detención. De igual forma, se hizo referencia que en el intento fallido escaparon más de sesenta oficiales pero que durante la captura, fueron detenidos más de cincuenta soldados, así como mujeres espías que vestidas de monjas que traficaban y escondían las armas con los cuales se armaron los golpistas. 

Cuando el Presidente Herrera termino de leer el parte, se quedo sorprendido de la eficiencia del Coronel Yáñez, así como la forma en la cual pudo prevenir el golpe de estado que estuvo a punto de destituirlo. Entonces el Presidente reconsidero, cuando supo que la amenaza seguía latente, en virtud de que tenía informes muy veraces, de que era por lo menos, un centenar de oficiales quienes se les había escapado, pero que en cualquier momento podían recluir tropa para volver intentar otro golpe de Estado.

El Presidente quedo satisfecho con esa muestra de lealtad y ya no le dijo nada a Yáñez de que partiría al norte para reforzar al general Mariano Arista. Así que Yáñez, jubiloso de su gran existo como orquestador de problemas y solucionador de los mismos, entro a la oficina para decirle a su amigo Salcedo.

-      Eres un chingón Salcedo, tu parte de guerra te quedo cabrón.. las cosas salieron como las planeaste. 

Salcedo sólo sonrió, tratando disimular, su verdadera vergüenza y compartiendo el júbilo de su gran amigo.