viernes, 9 de septiembre de 2016

CAPITULO 36


Había terminado Jorge Enrique de haber leído por segunda vez esa tesis profesional que su ex alumno, Armando Villarejo presentaba para obtener el título de Licenciado en Jurisprudencia.  Su distracción en recordar momentos de su vida, así como el repentina visión de acordarse de Amparo, lo hacía distraerse y perderse de las ideas fundamentales que el sustentante hablaba en su tesis. Jorge Enrique no hacía más que mirar el reloj de su oficina y ver como el tiempo pasaba sin avisar, como la luz del día de las ventanas de su despacho se iban oscureciendo, hasta sentirse humano, con un poco de hambre, algo cansado y quizás, con el ligero animo de ver a su prometida Fernanda.

Al no hacer ninguna de esas opciones, Jorge Enrique saco un puro, lo encendió y fumo, para seguir leyendo la tesis de aquel sobresaliente alumno. Sólo en su oficina, no hacía más que pensar el presente que estaba viviendo. Tratar de olvidar a la madre de Fernanda e imaginar que haría en los próximos meses; si tenía caso seguir estudiando inglés, o bien, convertirse un teórico del derecho constitucional.

Hasta hace unas horas recordó la frustrada expedición que hiciera el ejército mexicano en Texas que terminó por desconocer los Tratados de Velasco, ahora sabía que la guerra había sido declarada, precisamente por el incumplimiento a dichos tratados; y que no era sino en norte de Coahuila, donde se habían enfrentado formalmente los ejércitos de los Estados Unidos de América y de México, en un combate, donde al parecer, no había resultado vencedor alguno. - ¿Será cierto?. - Leyó en su escritorio el parte de guerra del general Arista, no sabía si entender la misiva como una victoria de nuestras fuerzas armadas, o una contundente derrota. Lo cierto era, que el enemigo ya estaba en nuestras fronteras, que había traspasado los límites del territorio nacional y que seguramente, está guerra comenzaría a tener sus propios muertos.



 Mientras tanto en la Ciudad se seguía discutiendo la forma de gobierno que le convenía el país. La Convocatoria al Congreso Constituyente ya estaba terminada; la línea del gobierno era imponer un gobierno monárquico a la cabeza de un príncipe Español que aceptará reinar en México, sirviendo nuestra nación de protectorado de los europeos y también de un contrapeso a la amenaza mundial que representaba los Estados Unidos de América.

Que cercanos, pero a la vez, tan lejos eran esos días cuando Salcedo visitaba la casa de su maestro Samuel Rodríguez y se quedaban horas y horas, platicando sobre asuntos de política, Jurisprudencia, teología.

-      La discusión política es quien y como se gobierna.

Era una de las tantas preguntabas que formulaba el maestro, en su oficina repleta de libros, con su escritorio de pergaminos, su pluma y tintero con el que escribía hasta altas horas de la noche; ahí mi maestro, mi querido maestro viendo el tiempo pasar, trabajando día y noche por tratar de interpretar a un país y un mundo, que hasta el día de hoy, sigue sin entenderlo; y nunca jamás lo entendería por la sencilla razón, de que ya había dejado de existir.

-      ¿Se refiere, si deben gobernar los yorquinos o los escoceses?

Contestaba siempre genuinamente, a veces convencido en cada una de mis palabras, era entonces Jorge Enrique Salcedo y Salmorán, un hombre joven, algo irresponsable, por momentos demasiado apasionado, a veces soberbio y en otras, sumamente distraído.

-      No diga estupideces Salcedo, no me refiero a discusiones partidarias temporales. No se trata de conservadores y liberales, de masones o católicos, de clérigos y militares; Os lo que quiero decir es que a lo largo de toda la historia, las formas de gobierno ha sido una discusión tan rica y apasionada de criterios encontrados, que nadie en este país, parece conocerlos. Por eso digo, que un primer principio para conocer esa forma de gobierno, es saber quién y como gobierna.

¿Quién y como gobierna?. Respondía en aquel entonces frente a mi maestro. Quien con su pipa y envuelto entre el humo y el tabaco que destilaba, escuchaba atentamente la plática; como si fuera el mejor de sus placeres; la delicia de conversar, de seguir descubriendo ideas, de encontrar aquellas ideas que aún no estaban por descubrirse, ni mucho menos, para describirse. Había que enseñar a los alumnos, decirles que el país pese que era corrupto, una vil miseria condenada a su destrucción a causa de sus inmorales políticos, había que luchar por ella, entregarse al servicio público patriotamente, a la impartición de justicia; hacer que la educación fuera la bandera innovadora que permitiera emprender una verdadera revolución en el país. Para eso había que trabajar; para eso mi maestro todas las noches trabajaba escribiendo en aquellos pergaminos sus ideas, quizás sus ilusiones; solamente yo quien fue su alumno, fui testigo de lo que opinaba, pensaba; que tan sólo puede sentirse un hombre, y a la vez, que placentero es sentir la soledad de escribir aquella idea que necesita manifestarse.  ¿Quién y cómo gobierna?. Es lo que me sigo preguntando ahora desde mi oficina en Palacio Nacional.

Ahora que Jorge Enrique seguía sentado en sus escritorio, leyendo aquella tesis profesional, sabría que los sinodales con los que compartiría el jurado en la aplicación de ese examen profesional, sería nada menos y nada más que don Manuel de la Peña y Peña Magistrado Presidente de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, y el excelentísimo Mariano Otero, ex alcalde del Ayuntamiento de México, exdiputado por Jalisco, periodista y muy distinguido abogado; ¿y ¿él?. Quién diablos era Jorge Enrique Salcedo Salmorán, más que un distinguido funcionario del Supremo Gobierno, era un vil criado al servicio de los tiranos.

La tesis de Armando Villarejo era un compendio histórico de la evolución de las ideas políticas. Al leerlo era inevitable que recordara a su maestro, pues los temas que en el abordaba, alguna vez los había comentado con el distinguidísimo doctor Samuel Rodríguez. Entonces recordó que existían tres formas de gobierno: La monarquía, la Aristocracia y la Democracia. Que el gobierno de uno sólo era la monarquía, que el encabezaba algunos, era la Aristocracia; y que el gobierno de muchos, era la democracia. Villarejo no había descubierto nada nuevo que no hubiere hecho Aristóteles o Polibio. Sabía perfectamente bien que el gobierno de uno sólo es el mejor de todos, mejor que la democracia, quien era considerado el peor gobierno; pero también sabía que el peor de todos los gobiernos no era precisamente la oclocracia que era lo que degeneraba la democracia, o la oligarquía, que era también lo que terminaba convirtiéndose la aristocracia; sino que la peor forma de gobierno que pudiera existir en todo el mundo era la tiranía.

¿Y Santa Anna era un tirano?. Aun con todas sus defectos, sus logros, su discurso elocuente, tan soberbio, tan demagogo y tan convincente, podría considerársele a un tirano. ¿Cómo podría conceptualizarse al gobierno mexicano; una vil masa burocrática controlada por el ejército y el clero, que no era ni monarquía, pero tampoco era una democracia; quizás seguramente  trataba de una oligarquía, un pacto entre la clase dominante que no dejaba prosperar el país. ¿Qué había que hacer?. Seguir perteneciendo a esa maldita cúpula que terminaría por siempre hundiendo el país. ¡Total¡. ¿A quien diablos le importa la patria?.

Platón tiene dos libros muy importantes que debe Vos leer – dijo el doctor Rodríguez – el primero de ellos es la Republica, el otro, son Las Leyes. Cuando termine de leer esos libros, los comentamos distinguidísimo abogado; sabrá entonces encontrar su realidad y de los hombres a quienes les trabaja.

El hombre tomocrático es sumiso ante la autoridad, pero deseoso del mando, amante de los honores; un sujeto que aspira mandar por virtud, por su propia actividad bélica, talentoso militarmente y apasionado por la gimnasia y la caza. ¿No eran así los militares buenos que llegaban al poder en nuestro país?. No eran como describía Platón tipos timocráticos. Una vez en el poder, se convertían en hombres oligárquicos, decrecía su honorabilidad y cada una de sus virtudes, para irse convirtiendo en forma gradual en un sujeto ambicioso de la riqueza; confundidos por los elogios y la admiración. ¿No se allegaban de poder y mas poder, de oro y mas oro?; cuando éste notaba que la muchedumbre lo obedeciera, se convertiría en tirano, derramaría sangre; acusaría a los ciudadanos ante los tribunales para privarles de su libertad, de sus bienes, de su propio territorio los expulsaría; sembraría el terror; provocaría a causa de sus caprichos, la guerra y la destrucción.

Ahora cuando leía la tesis, Salcedo recordaba lo que años antes había escuchado de su maestro. El verdadero problema de todas las organizaciones políticas, era la corrupción. Ya lo había dicho Platón: El honor del hombre tomocrático se corrompía en ambición inmoderada y exceso de poder; la riqueza del hombre oligárquico cuando se volvía ávido, avaricioso, ostentoso con los bienes al grado de provocar la envidia y la revuelta de los pobres; la libertad del hombre democrático cuando permitía la transgresión de toda norma, consintiendo la impunidad; y así hasta llegar a la tiranía del gobernante, manifestándose éste en forma arbitraria y violenta.  Convirtiéndose los pueblos en libertinos y sus gobernantes en tiranos, tarde o temprano iniciaría la discordia. El malestar del Estado, la enfermedad de todo gobierno; la fricción que podría ser entre los propios gobernantes; hasta llegar a la revolución entre el pueblo y su gobierno. Ese es el destino de todo Supremo Gobierno, incluyendo al de México.

Habría que recordar Aristóteles, la mejor forma de gobierno sería la politeía, una mezcla entre oligarquía y democracia; un sistema en el cual se tendrían que unir los ricos oligárquicos y los pobres democráticos; para construir una forma de organización política y social que remediaría la tensión entre ricos y pobres, y así consolidar la paz social y obtener con ello, la estabilidad y el “buen gobierno”. Eso era lo que realmente necesitaba el país, no convocar a un congreso constituyente, ni implantar una forma de gobierno monárquica encabezada por un príncipe español; lo que le urgía al país, era mejorar la condición social de sus habitantes, para tener contentos a todos; para suavizar las discordias, conciliando a todos los mexicanos. ¿Pero que había que hacer?. ¿Una nueva revolución?.

En próximos días se volvería a convocar a elecciones para elegir a miembros del Congreso; después llegaría un príncipe español que sería recibido con todos los honores; seguramente la catedral repicaría cada una de sus sonoras campanas y Monseñor convocaría a cada una de sus vicarias a celebrar misas solemnes en cada parroquia; se llamaría a la chusma para que en cada una de las calles pudieran moños tricolores conmemorando la llegada de su excelencia el príncipe de España. Se cambiaría el nombre de las calles y también se levantarían estatuas; se embellecería el Teatro Nacional con cantantes europeos que halagarían y ennoblecerían la Ciudad de los Palacios. ¡Aplausos y más aplausos y listones y más listones que recortar¡. La mejor sociedad del país caminaría por la Alameda y expulsarían de las calles a todos los mendigos, indios y léperos borrachos que ensucian las calles. El rey de México llegaría a la Ciudad y encontraría la belleza de su planicie, visitaría la basílica de nuestra Señora de Guadalupe; se hincaría ante el ayate del indio Juan Diego y después, iría a comer con todos los cardenales y generales del ejército imperial mexicano, a un pueblito de Xochimilco o de Mixcoac; visitaría después el Castillo de Chapultepetl y lo condicionaría para establecer ahí su morada, su palacio monárquico. Embellecería el castillo como los que hay en Francia, España o Austria; lo haría majestuoso para desde ahí, gobernar el destino de los indios mexicanos.

Polibio decía que la Constitución de un pueblo debía considerarse como la causa de su éxito o del fracaso de toda acción. Pero también decía que en toda forma había un ciclo. La monarquía se convertía en tiranía, era natural; después se convertiría en aristocracia para transformarse poco a poco en oligarquía; luego llegaría la democracia hasta degenerarse en la oclocracia. El gobierno de la chusma, el de la peor gente. ¿Habría sido ese el momento del país?. Era realmente la peor gente que gobernaba en ese momento la patria. ¿Teníamos que pasar o no la monarquía para salvar el país. No era cierto que gentuza como Santa Anna, Bustamante, Canalizo y ahora Paredes Arrillaga, se había rodeado de la vil chusma, del populacho; que las oficinas del insigne Palacio Nacional trabajaba ahí la peor gente. Que nuestros políticos perdían la cabeza al sentarse en la silla presidencial y hasta en la mas humilde de todas las sillas, como era mi escritorio. No era acaso cierto que en este país, es la peor gente la que gobierna. Que tan pronto llegan a este edificio, se sienten los mas inteligentes, los más simpáticos, los hombres mejor parecidos; que acaso no roban a las mujeres de sus empleados para convertirlas en sirvientas de sus casas. Que acaso no era cierto que las mujeres de mi patria, tarde o temprano terminarían siendo en las prostitutas de estos malditos gobernantes.

Efectivamente era cierto, la chusma era quien gobernaba el país, la vil muchedumbre que al hacer fiestas en cada pueblo, peregrinaciones por cada santo, palenques, corridas de toros; esa era la vil masa que había consentido en nombrar cada vez que así lo recordara a su hijo protector. Ese era mi pueblo, una bola de indios calzonudos, sin huaraches, ebrios por el mezcal y el pulque; dicharacheros, mujeriegos y flojos por naturaleza; ese era mi pueblo; una sociedad donde todo les valía madre.



¿A quién le importaba implementar una nueva forma de gobierno que saneara el país de todos sus malestares?. Solamente a los verdaderos patriotas; pero quien podría serlo, si todos los que llegaban al Palacio Nacional juraban y perjuraban sobre la Constitución, que ahora si cambiarían al país. Pareciera que Platón o Polibio tenían razón, tarde o temprano estallaría la revolución; mi pueblo cambiaría, sería otro para siempre. La forma de hacerlo sería implementando ahora si, una autentica constitución, diseñar una forma de gobierno donde coincidieran las tres formas de gobierno: Monarquía, Aristocracia y Democracia. Crear un sistema político a través del cual se implementara la monarquía encabezada por un príncipe español; una aristocracia en el que coincidieran todos los senadores y una democracia con la representatividad del pueblo llano. Una constitución que estableciera pesos y contrapesos en cada poder político; un pacto que permitiera conciliar a los ricos de los pobres y si fuera posible; establecer un distanciamiento gradual pero a largo plazo para siempre, entre el ejército y el clero que tanto daño habían hecho.

La propuesta que Salcedo y Salmorán haría al titular del Poder Ejecutivo de la república, sería en esos términos. De esa forma, acataría la instrucción y la línea política del Presidente de la Republica en establecer una monarquía, pero no cualquier tipo de monarquía, sino un reinado que tuviera por objeto, lograr lo que el país desde su independencia no había podido conseguir: su estabilidad. Habiendo orden, habrá crecimiento económico y nuestro país podría ser tan rico y glorioso como Francia, Estados Unidos o Inglaterra. En eso coincidían todos, en Europa los diarios españoles señalaban a su Alteza el Infante Enrique como el candidato idóneo para establecer el protectorado en México. En Reino España advierten en el periódico El Heraldo de Madrid, que una vez que se instaure un príncipe español en el trono de México, antigua joya de España, formaría una nación libre, grande e independiente. México ocuparía un liderazgo en esa región que muy pronto haría sentir su influencia sobre los Estados que colindan con él. El pueblo mexicano elevaría su altura que su felicidad y estabilidad política no podrían ya dar lugar a la menor duda. México a la cabeza de una monarquía, sería una prenda de orden y de paz en esa región tan distante; que se opondría a la ambición desmedida  Washington.  En otro diario, de extracción francesa, Le National, se lee otra nota en el que se recomienda al gobierno francés mantenerse alejado de la intriga política que existe en México; que dejara a los mexicanos toda la plena libertad de defender su nacionalidad ante la tentativa conquista de los Estados Unidos de América.

Fuera de esos casos, ningún otro diario en el mundo abordaba las pretensiones de México por convertirse en un protectorado de España. Sin embargo, había una nota, que no sabía que tan poco confiable era; había aparecido en el periódico Courrier des Etats-Unis, en el que refería la intercepción de una carta que denotaba que el principal ideólogo de la intriga monárquica, no había sido europea ni tampoco de las autoridades del actual gobierno mexicano, sino que lo era de un expresidente mexicano con residencia en la Habana Cuba, que respondía al nombre de Antonio López de Santa Anna.  La nota decía que el general mexicano había dirigido a los gabinetes de Londres y Paris una epístola en el que explicaba la triste situación en que se encontraba el país, manifestando que era su convicción establecer una monarquía apoyada en instituciones constitucionales. También decía que la instauración de la monarquía en México sería apoyada por un partido de hombres distinguidos que deseaba ver a un príncipe español en el trono de México; que inclusive estarían dispuestos a permitir y hasta financiar, la excursión de una empresa de militares que llegaran a México a implementar el orden. La carta también refiere que hizo la invitación al gabinete de España pero que dicha nación había respondido que habiendo reconocido la independencia de México, no podía obrar ahora en contra de ella. Se decía en la nota que Santa Anna estaba adquiriendo por si sólo los medios suficientes para su regreso a México, que inclusive tenía gente a su servicio en países como Francia, Bélgica, Inglaterra y España, quienes estaban reclutando soldados con destino a Cuba para una expedición a México. Cierto o no, Salcedo y Salmorán estaba plenamente seguro, que su antiguo jefe, algo estaría tramando para regresar a México, pues sabia perfectamente que contaba con todo el dinero para rehacer un ejército en beneficio de su gloria personal.

Salcedo una vez terminada de leer por segunda vez la tesis del sustentante al título de Licenciado en Jurisprudencia, guardo sus principales cosas del escritorio, limpio su escritorio, dejo sola su oficina; trato de acordar con el Presidente, pero estaba ocupado en una reunión importante, pues se había ido a comer con los altos prelados de la Iglesia Católica.

¡Total, hay cosas mas importantes¡. Salcedo encargo al Oficial Gaudencio, archivara algunos documentos; no habiendo nada más que hacer, salió del Palacio Nacional para tomar el primer carruaje y ver a su prometida Fernanda para pasar el resto de la tarde que le quedaba con ella.

Al llegar a la Casona de Tizapan, cruzar aquellos bellos jardines e ingresar a la estancia, supo que su prometida no podría recibirlo, porque se encontraba “indispuesta”. Así lo había informado la nana Juanita. No obstante así, Amparo bajo a la recepción y encontró a quien en los próximos meses sería su próximo yerno. Su encantadora amada no podía ocultar a parte de su belleza, esa risa irónica que escondía una noticia demasiado importante.

-      ¿Que no sabe?
-      ¿Saber qué?
-      Los americanos ya están en Matamoros.
-      En Matamoros, no es posible, se encuentran en Coahuila en un combate muy parejo en Palo Alto.

Amparo se río, saco entonces un periódico en inglés.

-      Que dice
-      Trate de leerlo, vera lo que dice:

Jorge Enrique tenía en sus manos, un diario americano; por lo que se dispuso a traducir el texto y tratar de entender lo que decía aquel diario americano. La nota hablaba de que la plaza de Matamoros había sido evacuada por el ejército mexicano, luego de la heroica batalla de Rasaca de Guerrero.

-      No entiendo.
-      Are you undertand?.
-      Yes, no entiendo, lo que dice:
-      Comand you reading.



 En la posición de Rasaca de Guerrero a un día después de la estrepitosa derrota del ejército mexicano en Palo Alto, fue sorprendido el general Mariano Arista, junto con más de tres mil soldados mexicanos que nada pudieron hacer ante la gloriosa victoria de americanos. El general mexicano en vez de continuar con el ataque al ejército americano, se dispuso a retirarse y descansar en la Rasaca, asumiendo una posición defensiva que en verdad le constituía adversa y ampliamente favorable al ejército estadounidense. Los oficiales Mac Call y Smith con su infantería hicieron retroceder a los soldados mexicanos, la batería de Ridgely cañoneo intensivamente a los pobres mexicanos que no hicieron otra cosa que esconderse en el bosque o cruzar desesperadamente el Río Bravo. El Capitán May se apodero de la artillería mexicana y apreso al general mexicano Rómulo Díaz de la Vega, al mismo tiempo que el Teniente Coronel Belknap atravesaba la barranca para capturar las pocas piezas de artillería mexicana; no obstante de la acción emprendida, los 1700 soldados americanos, sufrieron la embestida improvisada de dos contra ataques mexicanos, pero afortunadamente de efímera duración, pues la artillería americana logro soportarlos y posteriormente derrotar a los cerca de 3000 soldados efectivos con los que contaba el país enemigo. Los generales mexicanos Pedro Ampudia y Mariano Arista, solamente el ridículo hicieron, pues nunca imaginaron que al día siguiente de la estrepitosa derrota de Palo Alto, y habiendo sido estos reforzados por más elementos, serían emboscados, perseguidos y prácticamente aniquilados por el general Zacary Taylor, comandante de la expedición de los Estados Unidos en México. El general mexicano responsable de las acciones ofensivas, Mariano Arista ni siquiera de su tienda de campaña salió, no coordino ninguna acción defensiva; al darse cuenta de la vergonzosa derrota de sus tropas, ordenó la huida rumbo al Río Bravo, pero tonta la retirada ante la embestida americana, la mayoría de los soldados mexicanos que huyeron, murieron ahogados al intentar cruzar el referido rio. De esa manera el ejército norteamericano acumulo una importante victoria, logrando darle un golpe duro al enemigo. Recordando esta heroica acción, con la que años antes, el general Sam Houston derrotara a Santa Anna en San Jacinto consiguiendo la independencia de Texas; ahora el nuevo héroe Zacary Taylor refrenda la gallardía del ejército de dios, defendiendo por siempre la soberanía americana sobre el suelo texano.


-      ¿No lo puedo creer? – dijo Salcedo.
-      Veo, que ya comprendes mejor el inglés.

A quién diablos le importaba saber uno inglés, cuando el ejército mexicano, había acumulado en menos de dos días, dos estrepitosas derrotas. Que había pasado después.

-      Nada, el presidente está más interesado en convocar a un congreso constituyente, en crear un protectorado europeo, en llamar a un príncipe europeo, a quien le importa lo que ocurre en el norte del país. La prioridad de nuestros políticos, es quien y como nos gobierna, no la guerra con el enemigo.

Salcedo no sabía si reírse, pensó que podía tratarse de una equivocación, volvió a leer la nota una y otra vez más, hasta que luego de observar ese periódico, dudosamente pregunto.

-      Como obtuvo ese periódico.
-      Do you want say how get that newspaper.

Insisto a quién diablos le importa en ese momento el inglés.

-      Quiero decir como obtuviste ese periódico.
-      Sure, you say newspaper.- señalo el periódico.
-      Claro, como obtuviste este newspaper.
-      Me lo dio un americano. – contesto Amparo riéndose - Digamos que un espía. Seguramente estará próximo a conocerlo; él es el quien informa al invasor de los resultados de la expedición.

Salcedo y Salmorán entonces descubrió que su suegra, esa mujer que tanto amaba en secreto, no era del todo mexicana, era una enemiga oculta del Supremo Gobierno, una traidora, o quizás, una americana dispuesta a defender a su país y no al suyo.

-      ¿Porque lo hace?
-      Hacer que
-      Apoyar a los Estados Unidos.
-      Yo no estoy apoyando a los Estados Unidos, soy mexicana, mi familia es mexicana, soy de aquí y no de allá.
-      Entonces como contacto a ese sujeto.
-      Ese sujeto, fue algo mío.

A que se refería Amparo.

-      ¿Algo suyo?. No entiendo.
-      Ese sujeto, …- se quedó callada, como no queriendo decir más –
-      ¿Ese sujeto que?. 

Guardando un profundo silencio.

-      Ese sujeto … fue mi marido.

¡Su marido¡ …ahora menos crédito daba Salcedo sobre lo que acababa de escuchar. No solamente el ejército invasor entraba a Matamoros, sino que ahora, su suegra, esa mujer hermosa, que tanto le llamaba la atención, esa persona tan encantadora y misteriosa, de belleza indescriptible que siempre llamaba la atención,  tenía otro marido:

- ¡Si mi marido¡.