viernes, 16 de septiembre de 2016

CAPITULO 43


Los gallos anunciaron un nuevo día. Los rayos del sol alumbraron aquellas ventanas, con las cuales James Thompson había tomado mucho aquella noche. Beso a su compañera de cama, con la que amanecía de un tiempo a la fecha todos los días, la que había dejado de ser en la mujer de todos, simple prostituta, para convertirse ahora en su única mujer. Su único cliente, su dama de compañía, su confidente, su amiga dentro y fuera de la cama, todo lo que una mujer podía ser para un hombre; atenta, amable, tierna, amorosa; todo, menos su esposa.

Ahí estaba ella durmiendo. Con su cabello suelto y brillante; así como con su cuerpo desnudo, sus brazos, sus piernas, sus dedos, los que podría identificar cada rincón del mismo y hacerse pequeño y perderse con ella en la placentera tiniebla que hacía perderle su conciencia, su raciocinio, sus principios éticos y morales. Supo muchas cosas de ella. La más sorprendente, era saber que aquella mujer a la que conoció en un suburbio en el barrio de la Merced, fue en algún tiempo monja en algún convento. ¡No era posible¡. ¿En qué momento una mujer dedicada a la vida espiritual pudo convertirse de un día para otro, en una mujer materialista?. ¿En qué momento – se preguntaba Thompson – una mujer renuncia a sus virtudes y a su estado de gracia, para aceptar lisa y llanamente, todos los vicios que implica la desgracia?. - ¡El placer¡. … la risa, la carcajada, la alegría, la euforia, el gusto de experimentar sensaciones prohibidas, de sentirse libre y jamás atada por ningún hombre; de prolongar una vez más esa agradable sensación del frio y sudor, debajo de las sabanas de una cama. Ella toda su vida quiso ser quien ahora quería ser; le hubiera gustado ser la gitana que alguna vez fue su abuela, para leer la palma de las manos y adivinar el futuro de las personas, viajar y conocer lugares, bañarse en el río y adentrase en las cuevas, subirse a los cerros, a los árboles, a los techos de los molinos; Guadalupe era intuitiva, sabía leer el cigarro y el café; interpretaba los sueños, de vez en cuando escuchaba voces o tenía visiones,  podía leer la mente de James Thompson y saber sin equivocarse, el motivo por el cual se encontraba radicando en México. ¡No era la guerra contra México¡. Thompson buscaba algo más. Algo que no sabía si podía encontrarlo, no al menos sin su ayuda.

-      No te imagino rezando en un convento. – comento Thompson.

Guadalupe sólo se río. Ella tampoco se imaginaba a ella misma, haber soportado una vida de encierro, de prohibiciones. Después de todo, la vida no tenía que seguir siendo así de esa manera tan monótona y aburrida, sin sentido ni misión alguna. Guadalupe no tenía que soportar al padrastro alcohólico que cada mañana la violaba, ni tampoco al hipócrita sacerdote, que de vez en cuando la llamaba al confesionario, para encerrarla y obligarla hacer actos inmorales con sus genitales. ¡Claro que no se imaginaba haber llevado una vida así. Entre la hipocresía de los sacerdotes, que se flagelaban cada vez que fornicaban en la oscuridad de los túneles, donde nadie los viera, ni siquiera la luna para que ningún testigo, ni menos dios, los acusaran de brujería; encerrados en pasillos profundos y secretos, donde se guardaban muchos secretos que nadie en este país, ni en el mundo entero debían jamás de enterarse. Ella había renunciado a su vida religiosa, porque no tenía vocación religiosa para ello, o mejor dicho, su vocación no era la de una creyente católica. Ella desde pequeña había aprendido a venerar a dios, pero no aquel que los sacerdotes católicos le inculcaron, debajo de las cúpulas de sus templos, de las imágenes, las estatuas y de las sotanas que vestían; ella había aprendido a conocer a dios, en cada rincón del bosque, de los árboles,  en el canto de los pájaros, del ruido que hace el agua al pasar por el río, de las hojas que pisaba con sus pies desnudos, de sentirse desnuda y tocar el pasto, la tierra, el agua, el fuego; de sentirse parte de un todo, no de la fornicación de un hombre ni del otro, saberse parte de un todo que giraba alrededor de ella. Era difícil de explicar. No podía encontrar las palabras precisas para definir cuál era su concepto de dios. Lo que si estaba segura, es que si ella, hubiera tenido otra vida, la hubieran quemado por bruja.



¡Thompson rió¡. Una mujer prostituta que alguna vez había sido monja, no era nada común. Además de complacerle sexualmente en la cama, le complacía el oído con esas historias asombrosas de brujas y chaneques en el bosque, diablos y jinetes sin cabeza que se aparecían en los caminos; ella juraba y perjuraba que los había visto, que le había ocurrido a ella directamente o que algún familiar suyo, se lo había platicado. Si caminas sólo por el bosque, apareces rodeada de niños que se ríen de ti. Niños que salen de la nada; si te pierdes en la noche, escuchas el llanto de la llorona, una mujer vestida de blanco y de cabello suelto, que te lleva al río, para perderte y ahogarte en el agua. ¡Te juro que es cierto¡. Cuando la oyes gritar desde lejos, es que se encuentra cerca y la alcanzas a escuchar que te grita de cerca, realmente se encuentra lejos.



James Thompson siguió escuchando con atención las historias de Guadalupe; eran muy comunes en México el escucharlas. No había quien en ese país que no hubiera tenido una experiencia con lo sobrenatural. Todos juraban haber visto alguna vez al charro negro, a niños grotescos, mujeres que lloraban por la pérdida de sus hijos, jinetes sin cabeza, mujeres con cara de caballo, lucecitas en el bosque que aparecían y desaparecían, sobras misteriosas, hombres que se convertían en animales; muchos mitos, fantasmas, brujas, duendes. País de gente fantasiosa cuya creencia en la muerte y en la vida después de la vida, era posible. Todos juraban haber soñado o contactado, platicando o visto algún difunto. Quizás por eso el pueblo de México era sumamente religioso, cada familia construía su propio altar, en el que colocaban sus santos y sus veladoras, haciendo plegarias, pidiéndole a dios toda clase de milagros.



¡Existe una cueva secreta¡. - ¡Es en serio¡.-  - dijo Guadalupe - Esa cueva está cerca del Pedregal, allá por el pueblo de San Ángel. En esa cueva dicen que habitan el diablo. Dicen que es la entrada del mismísimo infierno, que por ese lugar, todas las personas que entran jamás salen; si logran salir, terminan embrujados o lo que es peor, salen de ese lugar, cuando la gente y sus familiares los creen muertos; pero ellos regresan años después viejos, perdiendo toda noción del tiempo, como si hubieran estado perdidos en esa cueva, por unos instantes, unos días, pero no por años. Dicen que hay gente que tiene más de cien años viviendo en la cueva y no se han percatado de eso. ¡Le paso a un padrino mío que se perdió en el bosque y luego regreso convertido en un anciano y loco¡.  La otra vez mi padrastro me contó alguna vez, que había conocido a una persona que logro entrar a esa cueva y logró salir con vida.  Le platico que esa era la puerta del infierno, “la boca del diablo”, dentro de ahí, había mucho dinero, joyas, oro, plata, cofres y barriles con muchas cosas, piedras extrañas, que brillan de noche, documentos extraños, cosas raras; dentro de esa cueva, hay un charro negro que cuida el lugar desde que el mundo se creó, al verlo, se te aparece y te advierte que todo la riqueza que encuentras en ese lugar es tuyo, con la única condición que te lo tienes que llevar todo, no puedes llevarte un puñado, ni un costal, ni siquiera una carreta repleta de cajas; tienes que llevarte toda la riqueza que tus ojos alcanzas a ver, sino lo haces así, así dejes una sola moneda, te condenas hacerle compañía a ese charro negro y cuando menos te das cuenta, te conviertes en uno de ellos por toda la eternidad, creo que ha de ser el diablo y ese lugar, ha de ser la entrada al infierno.



Thompson le llamo la atención esa historia, se sintió de repente atrapado por ella, sintió curiosidad donde era ese misterioso lugar. Guadalupe le dijo que cerca del Pedregal; pasando el pueblo de San Ángel, subiendo las lomas y cruzando el río; un lugar desértico porque no había cristiano alguno que tuviera el valor de cruzar el bosque; pues también espantaban de día, ¡es en serio¡. Sientes que una persona te sigue y cuando volteas no encuentras a nadie, si subes a caballo, sientes que alguien está sentado detrás de ti, el caballo relincha tratando de aventar al pasajero extraño, al que sientes que te jala de los hombros para tirarte del caballo. Thompson rió, no porque dudara de lo que escuchara, sino por la forma en que lo decía su compañera. Agradable su plática le dio un beso en la boca y siguió escuchando otras historias.



En el convento donde estuve, existen túneles secretos, si te metes en ellos, puedes perderte y jamás regresar al lugar donde entraste. Pero muchos monjes conocen los caminos secretos y caminan sobre ellos, porque son más seguros que cruzar el propio bosque donde habitan los demonios. Esos túneles son pasillos ocultos debajo de la tierra, en ellos hay cadáveres enterrados, mucho dinero escondido, y lo que es peor, pueden llevarte a la propia boca del diablo; a mi me consta la existencia de esos túneles, porque yo caminaba sobre ellos.

-      ¿Conoces esos túneles?.
-      ¡Si¡. Hay un pasillo largo, muy largo, por momentos es demasiado ancho y en otros, demasiado estrecho; hay muchos quinqués que alumbran el camino, si caminas sobre uno de esos túneles, donde crees que te saca.
-      ¿Dónde?.
-      A la mismísimo Convento del Carmen.



Un túnel secreto al Convento del Carmen. ¡Increíble¡. ¿De dónde a dónde?. ¡Del convento del Desierto de los Leones al Convento del Carmen¡. ¡Fantasía¡. ¡No era creíble¡. Guadalupe estaba fantaseando. Todo lo que decía era una mentira, producto de su imaginación. ¿Qué caso tenía construir un túnel de esos? ¿Para conectar dos iglesias?. ¿dos conventos?. ¡Si¡. Un convento era de monjes y el otro de monjas. ¿Sabrás lo que hacían en ese túnel?....  Lejos de los ojos de dios….Thompson miró con incredulidad a Guadalupe, pero ésta le sostuvo la mirada. ¡Era cierto¡. Ella había caminado por ese puente. Sabía lo que los monjes hacían por esos túneles. En ella, enterraban los niños que las monjas abortaban. ¡No digas tonterías¡. – dijo Thompson.



Esa mujer era una vil prostituta. No tenía nada de monja, estaba mintiendo; todo lo que acababa de decir era producto de su imaginación; había estado conviviendo con una mujer que creía inteligente, pero realmente estaba enferma de su cabeza, se sentía bruja, luego monja y no era más que una simple puta. A lo mejor, eso era y siempre había sido, una simple e ilusa prostituta, que ni siquiera había sido monja.

Guadalupe se paró de la cama muy enfadada y en actitud retadora amenazo a Thompson, diciéndole que algún creería en esas historias. Thompson, siguió mirando con desconfianza lo que decía esa mujer fantasiosa. Tantos clientes le platicaban tantas historias, que seguramente todo lo que acababa de decir, no era más que una síntesis de todo lo que les había escuchado. Brujas, chaneques, nahuales, charros negros, niños monstruosos y ahora, hasta emparedados en los túneles secretos de San Ángel al Desierto de los Leones. Thompson se paró de la cama, después de haber escuchado todas esas historias fantasiosas producto de la imaginación del pueblo. Ya no tenía porque escucharla.

Guadalupe se enfadó porque sintió que todo lo que había dicho, no le había sido creído, como si la hubieran tomado por loca, mujer fantasiosa, pero era cierto. Guadalupe todo lo que le platicó a Thompson era cierto. En verdad existía ese lugar y también esos túneles secretos; le constaban, porque no solamente los había visto con sus propios ojos, ni tocado con sus propias manos esas paredes y con sus pies había pisado esa tierra; sino que también, a más de quince años de haber dejado la vida religiosa, podía regresar a ese lugar y señalar con precisión, donde se encontraban la puerta de acceso de esos túneles.

-      ¡En serio¡. – Exclamo sorprendido Thompson - ¿Me llevarías a ese lugar?.
-      No papacito. No te llevare a ese lugar, Porque no me crees.

Thompson se rió. Sólo alcanzo a decir con los labios cerrados.

¡Pinché puta¡.