miércoles, 28 de septiembre de 2016

CAPITULO 54



Nulas había sido la defensa del ejército mexicano para detener el avance incontenible de los americanos. Derrotados en Palo Alto, Rasaca de la Palma, Matamoros y Monterrey, ocupados los puertos de Santa Bárbara, San Diego y Tampico, ahora los americanos ocupaban las plazas de California, Chihuahua y Nuevo México. Al mando de los generales Fremont, Kearnay y Doniphan, los invasores ganaban terreno y las pocas milicias mexicanas, mal organizabas, intentaban resistir  la defensa del territorio nacional. Pero para esas alturas, los americanos levantaron el fuerte El Sacramento para resistir cualquier embestida mexicana y habían ocupado la hacienda del Sauz, esperando cualquier ataque mexicano. Para ello los generales del ejército mexicano: García Conde, Heredia y Trias,  lograron reclutar víveres, municiones y más de dos mil hombres, que fueron rápidamente dispersos, ante la efectiva artillería americana.  Para el mes de marzo de 1847, la bandera de la barra y las estrellas, ondeaba en el suelo mexicano de las provincias de Chihuahua y Santa Fe Nuevo México, donde a pesar de la resistencia de algunos habitantes mexicanos como Diego Archuleta y Tomas Ortiz, el gobernador usurpador de Santa Fe, había aplastado la legitima insurrección de los nacionales que trataron de defender su territorio. Similar hecho ocurrió en Los Ángeles, donde el comandante Flores con quinientos mexicanos voluntarios logró recuperar temporalmente los puertos de San Diego y Santa Bárbara, pero posteriormente fue abatido en Los Ángeles, por el capitán Fremont y el coronel Mason.     



Esas eran las noticias que recibía el general Antonio López de Santa Anna en el campo de batalla, los partes de guerra no eran nada alentadores, pues mientras en la Ciudad de México se discutía sobre la nacionalización de los bienes eclesiásticos, inclusive hasta se rumoraba de una nueva revuelta que destituyera al presidente Gómez Farías,  las plazas del norte del país, ya se encontraban ocupadas por los invasores;  tal parecía que a nadie le importaba los muertos en el campo de batalla, los héroes anónimos que defendieron cada legua del territorio nacional, quedaron en el olvido de la historia, sus nombres y sus hazañas, fueron olvidados e ignorados en las páginas de los libros de historia.

Santa Anna, le urgía un triunfo militar. Era vital para la resistencia mexicana. Las constantes noticias que se recibían eran decepcionantes, batallas heroicas que estuvieron a punto de ser ganadas por los mexicanos, terminaron en convertirse en estrepitosas derrotas.  Ahora le tocaba participar en esta guerra, en la cual, ya existía la leyenda y el rumor, de que ya había pactado su derrota. Difícil de creer, pero quizás con algo de probabilidad, ese gallardo general, más preocupado en los botones de su casaca militar y de verse en el espejo con sus hombreras, se encontraba ahora simulando a ser el estratega militar. ¡Difícil de creer¡. Muchos lo supondrán, pero sólo dios sabe la verdad de esa sospecha.



El ejército mexicano seguía avanzando. Presidido por el generalísimo Antonio López de Santa Anna, detrás de él se encontraban los carros de mulas, cargando los pocos víveres con los que se abastecía la tropa mexicana, así como también con las once piezas de artillería y los veinte mil soldados reclutados en la leva, que por cada día que pasaban, iban desertando hasta llegar a ser catorce mil elementos.

Antes de iniciar la gran batalla, las tropas mexicanas lograron capturar al Capitán Heady, quien luego de ser torturado, habló respecto a otra expedición americana que partiría al mando del general Winfield Scott quien en breve llegaría a Veracruz, con las órdenes del presidente Polk de ocupar la Ciudad de México y negociar de una vez por todas la paz. Para ello, se había instruido a las tropas de Taylor, disgregarse y reforzar a Scott. Esa noticia podía significar una buena o mala noticia, podía ser una buena noticia, porque eso implicaba que Taylor se encontraba debilitado, lo que provocaba sin duda alguna posibilidades de éxito; también podría significar algo malo, la apertura de otro frente de ataque, del cual el ejército mexicano aún no estaba preparado para defenderse. Al recibir esa noticia y meditarla con optimismo, el general Santa Anna ordeno el fusilamiento del teniente americano junto con todos sus acompañantes.

La tropa mexicana seguía avanzando y resistiendo ese frío que también provocaba bajas. Llegan a Encarnación donde pasan lista y la noticia desde luego trata de ser  negada, los reportes no eran nada alentadores, al menos una decena de muertos de frio que bien, ayudaban a contribuir a seguir sosteniendo por más tiempo las raciones de comida para cada soldado: Un pedazo de carne asada, una libra de harina y una modesta provisión de agua. ¡Maldita hambre¡. ¡Maldito frio¡. Los soldados sino huyen como gallinas, mueren de frío o de hambre. La situación era insostenible, de haber sido un ejército de veinte mil soldados, este se reducía a doce mil y de seguir la misma tendencia, en un mes más, las bajas serían hasta nueve mil hombres. Obviamente Santa Anna no podía permitir eso. Ordeno continuara la avanzada y permitió a sus hombres prender fogatas  en la noche para atenuar el frío, aun pese el riesgo que eso significaba.

El tiempo pasa y el hambre aumenta. Los víveres no son los suficientes, la vegetación tampoco ayuda para alimentar a los soldados. Santa Anna ordena de un día para otro a reducir las raciones de comida a sola la mitad; dos días después, decide que ahora sea la sola cuarta parte de ración. Los soldados se molestan, quien se atreva a manifestar su inconformidad será inmediatamente fusilado. Sólo así, la disciplina se conserva. O la tropa resiste la sed y el hambre, o bien, muere fusilada.



Al ocupar la hacienda de Agua Nueva, el ejército mexicano no encontró ningún vestigio de americano vivo. Había huido el cobarde de Taylor con su tropa de maricas, teniendo éste miedo de enfrentar de una vez por todas a un general de a de veras.  Lo peor de todo, era que no solamente había huido el gringo, sino que las posibilidades de encontrar víveres en la hacienda, habían sido nulas, pues el invasor había quemado la hacienda, saqueado los graneros y matado los animales. Con esto desmoralizaba la tropa mexicana, ahora sabría que el invasor se encontraba resguardado en la hacienda de Buena Vista y en el puerto de la Angostura.



Quizás una buena noticia recibió Santa Anna por parte de su tropa, en su trayecto de Agua Nueva a Buena Vista, un regimiento de soldados americanos, habían encontrado carros abandonados. Esto significaba que el adversario había huido estrepitosa y desmoralizadamente; las armas podrían estar también escondidas en esos terruños. Santa Anna sin dudarlo, ordeno a la tropa a realizar las excavaciones necesarias que permitieran encontrar el parque. El resultado fue alentador, la Virgen de Guadalupe ayudaba al ejército mexicano y a su dignísimo hijo, el libertador de México; cajas de municiones eran la evidencia de que los americanos habían estado en ese lugar y que al saber de su llegada, habían emprendido la huida. ¡Alentador¡. Por vez primera, eran los americanos quienes huían ante la embestida del ejército mexicano.



Santa Anna envió una misiva al general Taylor ordenando su rendición. Le dijo que tenía un ejército de veinte mil hombres, en contra de un regimiento de ocho mil doscientos efectivos. Taylor pensó que la amenaza era tonta. Podían ser menos que los mexicanos, pero su potente artillería de veinte cañones al mando de sus ingenieros militares, podrían destruir esa cantidad y más de mexicanos bravucones. Taylor desde luego rechazo la oferta de que se rindiera y decidió sostener el combate.



El combate inicia el día 22 de febrero de 1847, las tropas americanas trasladan su potente batería en las lomas de los cerros y desde ahí, inician el bombardeo. Es un regimiento disciplinado, los soldados americanos tienen seis meses descansando de cualquier combate; no padecen hambre, sus haberes son puntuales, su profesionalismo y estrategia militar sabe perfectamente, los hace conocer cada legua cuadrada del terreno de batalla; sus ingenieros, calculan la distancia que hay entre los boquetes de sus cañones y las filas del adversario, con cálculos matemáticos, hablan de senos, cósenos, tangentes y teoremas de Pitágoras, que les permiten predecir en forma exacta, donde caerían cada una de las balas de sus cañones. Los resultados son predecibles como lo planean sus ingenieros. Bala tras bala cae en el campo mexicano, provocando bajas.

El ejército mexicano huye ante el bombardeo, se reorganiza. Santa Anna desde su centro de operaciones, una pequeña tienda de campaña, observa los mapas improvisados que le presentan sus oficiales subalternos, aprovechando su intuición, improvisa un ataque que tenga como objetivo, defender y contraatacar a su enemigo. Su voz es segura, su experiencia no objetable, se percata que hay un cerro en el campo de batalla, si los enemigos lo ocupan, desde ahí subirían su artillería y la batalla entonces se perdería, porque sufrirían otro bombardeo que los aniquilaría, así que sin dudarlo, Santa Anna ordena la ocupación del cerro y de frenar ahí, la ocupación de los enemigos.  Jubilosos los oficiales mexicanos, lanzan la infantería a posesionarse del cerro para enfrentarse en valentía, con sus adversarios los infantes americanos. Como si fuera adivino, los americanos trataron de ocupar ese cerro, pero no pudieron, fueron frenados por los soldados mexicanos. Santa Anna ríe. Se reitera una vez más en el espejo, de que es un chingón.

Los oficiales mexicanos informan a Santa Anna el resultado del combate. Gallardo y soberbio, Santa Anna escucha el parte de novedades y en vez de expresar su congratulación por su acertada estrategia, lo primero que hace es regañar a los oficiales por no portar el uniforme correctamente. -  “¡Donde están los botones de su uniforme¡”. – incrédulos los oficiales mexicanos, no saben que responder ante tal comentario. – “¡No es posible que vistan como mamarrachos¡”, ¡que va a decir de nosotros Taylor”, ¡Que en México no tenemos soldados¡. - Santa Anna maximiza la presentación de sus soldados y ordena a otro de sus subalternos, la encomienda de revisar diariamente que los uniformes de su tropa sea la más idónea y presentable.  - ¡”Que a nadie le falte un botón¡. – Que va decir Polk y los de la casa Blanca cuando se enteren que en México no tenemos ni para uniformar a nuestros soldados.

La noche cae y los americanos vieron frustrado su ataque de ocupar el cerro. Santa Anna aparte de instruir que los uniformes de sus soldados luzcan impecablemente, ordena no encender ninguna fogata, aunque se mueran de frío; así también manda al regimiento a extender su posición en todo el cerro. Las hostilidades se frenan y en el campamento de Taylor se siente una derrota.



A la mañana siguiente, Santa Anna ordena que su tropa a levantarse temprano, sin darles el rancho respectivo, para ahorrar los alimentos del día, a fin de no desperdiciar comida con los futuros soldados muertos, la tropa forma una fila y al ritmo de la música, sin haber ingerido alimento alguno, inicie el avance. Como si fuera los soldados de Napoleón Bonaparte, el ejército mexicano muestra júbilo, la gallardía que tanto quiere mostrar Santa Anna los americanos. Que vean esos cabrones que en México si tenemos soldados. ¡Jijos de la chingada¡. ¡Pinches maricones¡. La tropa mexicana avanza jubilosamente y avanza yarda tras yarda, al ritmo de los tambores y las trompetas. Mientras eso ocurre, Taylor ordena a sus soldados, también efectuar la fila, pero no mostrando el cuerpo, sino resguardados en sus trincheras. Desde ahí, que disparen con sus potentes rifles; los americanos disparan escondidos en las fosas que la noche anterior habían excavado, fuego tras fuego salen de sus boquetes, al mismo tiempo en que la tropa mexicana muestra su pecho, como tratando de decir “¡Aquí si hay huevos cabrones¡”, al mismo tiempo que muchos de los nuestros van cayendo abatidos por las balas de la forma más imbécil.



 Santa Anna ordena que continúe el desfile. Los mexicanos siguen avanzando y reduciendo cada minuto, el espacio que hay entre sus hombres y los suyos. De esa forma, la artillería americana ya no les haría daño;  el enfrentamiento de cuerpo a cuerpo es inevitable. Santa Anna muestra su júbilo nuevamente.- “ ¡Les estamos partiendo la madre a esos cabrones¡”.-  Sale de su tienda de campaña y observa desde lejos, como el desfile de las tropas mexicanas continúa en avanzada, mientras que los soldados americanos, siguen escondidos en sus trincheras. Santa Anna monta su caballo y a todo galope se suma al contingente para que su ejército lo vea abatirse. A su lado, la caballería mexicana inicia su avanzada hacía las trincheras de los americanos. Ahora sí iban a saber esos güeritos lo que era un combate. La línea de infantería mexicana, se divide en el franco izquierdo y derecho, sin dejar nadie en el centro, lo que desconcierta la defensa americana.  El combate de cuerpo a cuerpo se suscita con varias bajas para los americanos, algunos de ellos huyen, otros más mueren; es el primer combate que va ganando el ejército mexicano, caen tres banderas americanas, y tres cañones del enemigo y un valiente jinete mexicano, logra con su cuerda atrapar a un oficial americano, quien enrollado en la cuerda, es arrastrado por todo el campo de batalla.



Taylor concentra sus tropas para fortalecer su defensa espera en cualquier momento que el combate de cuerpo a cuerpo también llegue a su campamento. Carga su pistola y también su sable, para defenderse en caso de que el ataque se extendiera. Taylor piensa en lo que informará al Presidente Polk si es que sale con vida. Por momentos piensa en su familia y en el final de su vida como soldado americano. Haber servido con honor y patriotismo a los Estados Unidos de Norteamérica.  Reza a dios de que ocurra un milagro y le permita seguir viviendo para contar por lo menos, esta experiencia de haber perdido con honor, con soldados valientes;  entonces inicia la llovizna, como si dios en ese momento hablara.  Santa Anna jubiloso por las bajas ocasionadas, el botín de las tres banderas americanas y los tres cañones confiscados al enemigo, ordena la retirada. El combate podría seguir, pero no. Los soldados mexicanos ya concentrados en el ataque, reciben la contraorden de parar las hostilidades y retroceder. La lluvia se suelta más, así que los mexicanos emprenden la retirada, contentos de haberles ganado por fin a los americanos.



La tropa mexicana deja en el olvido a más de 900  cadáveres que yacen en los campos de batalla, 600 de ellos mexicanos y 300 americanos, según los informes de Taylor.  Los heridos también son cuantiosos: 2300 en el combate, 1800 mexicanos y 500 americanos. Los datos podían interpretarse de distintas formas. ¿Quién había ganado el combate?. Taylor se desmoralizo por no haberle ganado a los mexicanos, por momentos pensó en como redactaría su carta para informarle al Presidente Polk sobre su derrota, pero los oficiales americanos, le informaron que no era así, que aún pese que los mexicanos parecían haberle ganado no era así, y prueba de ello, eran las cifras que le reportaban. Dos mexicanos muertos por cada uno de los soldados americanos. Tres mexicanos heridos también por cada americano herido. Los mexicanos habían perdido, pero Taylor no lo consideraba así, sabía bien que  la lluvia lo había salvado; Santa Anna le hubiera ganado fácilmente, porque su estrategia militar era precisamente esa, aprovechar las embestidas de la infantería mexicana que no le tenían miedo a la muerte y que podían sacrificar cientos de soldados para conseguir finalmente su triunfo. Así lo había hecho Santa Anna en el Álamo, perdió cientos de los suyos, pero consiguió el fuerte y eso, pese que en términos cuantitativos había sido una derrota, moral y políticamente, había sido un triunfo. Al menos, esa fue la percepción que había generado Santa Anna tanto en Texas, Estados Unidos y México. Esta batalla, la gano Santa Anna y el ejército de mexicanos harapientos, que sin haber ingerido alimentos y haber aguantado el invierno, habían por vez primera en esta guerra, haber ganado un combate. Reconózcanlo, los mexicanos nos ganaron en la Angostura. Sólo un milagro, salvaría al regimiento de Taylor de no ser aniquilado. Y ese milagro llegó aquella noche.



Luego de haber regresado a su tienda de campaña, Santa Anna fue informado de las bajas. Muchos mexicanos murieron, pero además, otros más estaban heridos, sin medico alguno que los curara. Los alimentos eran cada vez menos, sin pan y sin agua, no había que darles de comer a todo el batallón; Santa Anna reflexiono por algunos momentos que hubiera sido mejor, si continuar al día siguiente con la batalla y seguir sacrificando más hombres, inclusive su propia vida, para finalmente vencer a los enemigos, o bien, emprender la retirada por causas de falta de víveres; Santa Anna debía de tomar la mejor decisión, no solamente de la guerra, sino también de su vida. Pensó por unos momentos, las consecuencias que generaría dicha decisión. Si a la mañana siguiente continuaba con las hostilidades, correría el riesgo de perder la batalla; los americanos mejor alimentados, podían en la lucha de cuerpo a cuerpo vencer a los nuestros que llevan dos días sin comer; sería nefasto lo que dirían mis enemigos y los historiadores; dirán que me vendí como lo siguen diciendo; veinte mil soldados mexicanos contra ocho mil americanos y con todo eso, Santa Anna perdió. ¡De pendejo no me bajarían¡.  ¡Estúpidos e ingratos si dicen eso¡. La verdad es que son nueve mil mexicanos harapientos y hambrientos, contra siete mil americanos, bien pagados y comidos. Esa es la diferencia. Esta batalla, si continúa, seguramente la perdería, así que lo mejor, sería emprender la retirada y generar la percepción, de que el combate fue favorablemente a nuestra causa, el objetivo del combate ya se cumplió, debilitar a Taylor, el mismo general que ocupo Palo Alto, Rasaca de Palma, Matamoros, Monterrey, fue frenado en la Angostura, nada menos y nada más por Santa Anna. Esa si es una buena noticia, regresar a la Ciudad de México, con las tres banderas que capturamos del enemigo, y los tres potentes cañones que les confiscamos; es un triunfo para las armas nacionales, le pese a quien le pese; este combate lo gano México y no lo perdió, ni moral, ni militarmente; será una fecha recordada por siempre, mis enemigos me refutaran esta hazaña, preferirán acusarme de vendido que de héroe, pero no importa, los hechos son irrefutables, el ejército de Taylor quedo desmembrado, primero por los refuerzos que le mando a Scott y segundo, por la paliza que le dimos. ¡esta batalla la gano México, la gano Santa Anna.

Entonces cuando el general meditaba con sus oficiales sobre la situación en que se encontraba, el milagro tanto de Taylor como de Santa Anna lego; una carta proveniente de la Ciudad de México, en la que reportaba el cuartelazo militar ocurrido en contra del presidente Valentín Gómez Farías, a causa de las leyes de nacionalización de los bienes eclesiásticos.



El Batallón Independencia y Victoria desconocieron al Supremo Gobierno del doctor Valentín Gómez Farías, radicado en la Ciudad de México, la carta habla de que los alzados amenazaron al Arzobispo Irizarri de entregarles mas fondo para su causa y este accedió porque también era su causa; la causa de la revuelta, es no solamente desconocer al impuro gobierno de Gómez Farias, el títere de Santa Anna y dejar sin efectos, todas las leyes masónicas y ateas, que le robaban a la Santa Iglesia Católica. La revuelta la encabezan unos soldaditos compuestos por jovencitos apodados los “Polkos”, por sus constantes festines en la que bailan polkas y que se habían aglutinado en un ejército, cuyo objetivo, no era defender a la patria del invasor americano, sino en desconocer al gobierno revolucionario y patriota, que yacía en la Ciudad de México. La carta dice que hay caos en la ciudad, constantes bombardeos en la ciudad, una guerra civil entre los propios mexicanos, cuya única solución viable para la paz y la reconciliación, sería el inminente regreso de su Alteza Serenísima. Entonces Santa Anna decide:

-      ¡Nos regresamos a la Ciudad de México¡.

Junto a él, se encuentra el general Pedro Ampudia, quien acababa de ser perdonado por Santa Anna, por haber pactado con los invasores en Monterrey.

-      Su Alteza, estamos a un solo día de derrotar a los americanos. Podemos emprender la retirada para pasado mañana, si Vos ordena.
-      No general Ampudia. Nos vamos ahorita mismo. Dígale a la tropa que no acampe. Quiero que prenda una línea de antorchas para engañar al enemigo y piense que estamos en espera de que amanezca. Mientras vean nuestros adversarios las fogatas, emprenderemos la retirada esta noche. Así cuando amanezca ya no estaremos en la Angostura, sino muy lejos de aquí, descansando y comiendo.
-      General es muy respetable su instrucción pero creo …
-      Usted no crea en nada,. No le he autorizado a contradecir mis órdenes, no hay tiempo de armisticios como los que hizo vergonzosamente en Monterrey; los americanos están derrotados y eso es sabido por ellos, así que nuestra misión ya se cumplió. Ahora retirémonos. Hacemos más falta en la ciudad de México.

Los oficiales mexicanos no creían lo que en eso momento escuchaban. Santa Anna así lo percibió y entonces para justificar su retirada, saco la carta bendita.



-      Que acaso no se dan cuenta lo que está ocurriendo en el país. La Iglesia Católica está desconociendo el Supremo Gobierno que estamos encabezando para defender la patria y la soberanía nacional. No es el momento señores de tomar partido a favor de una casta o clase social en México, es momento de la reunificación, de la conciliación, a la patria no le conviene que estemos divididos en este momento.
-      General Santa Anna, estamos totalmente de acuerdo con Vos, pero la retirada la podemos emprender para mañana mismo, tan pronto derrotemos a Taylor.
-      ¡No¡… - grito Santa Anna – y con qué armas y municiones derrotaremos totalmente a nuestro enemigo general . No hay raciones para todo el regimiento.
-      No hemos hecho aún el censo para determinar cuántos soldados somos, recuerde que hay bajas, por lo que los víveres pueden redistribuirse. Además, nuestra posición es favorable, la tropa está motivada y en cambio, nuestro rival se encuentra desmoralizado.
-      Nuestra tropa esta hambrienta y muy cansada; y en cambio la de Taylor, esta comida y bien descansada, esa es la diferencia entre ellos y nosotros. Pero además, Taylor esta derrotado, ya no avanzara más a la ciudad de México, no podemos desperdiciar más hombres, porque la amenaza a la patria, ya no es Taylor, sino Winfield Scott que entrará a México por Veracruz; ese es el próximo objetivo de la defensa nacional, ya no combatir ni desperdiciar ni una gota de sangre en un americano vencido y humillado; nuestro objetivo es regresar a la ciudad de México para buscar la reconciliación y reagruparnos para defender Veracruz de los yankis.
-      Pero eso mismo lo podemos hacer, después de haber vencido totalmente a Taylor general, no se da cuenta que si usted ordena la retirada de nuestro ejército, aparentara una derrota, dirán que huyo, inclusive mi señor, lo acusaran de traidor.
-      Más acusado y desprestigiado de lo que estoy señores… que importa lo que digan mis enemigos, no desperdiciaremos la vida de ningún soldado mexicano, en un combate que ganamos. Así que ordeno inmediatamente la evacuación de nuestra posición y nuestra inmediata retirada.
-      ¡General …¡
-      ¡He dicho¡.

Santa Anna sale del campamento observando afuera del mismo, la ejecución de su mandato. La tropa, ya preparada para ingerir el cuarto de ración del rancho por su recompensa de haber lidiado con valor, oye desconcertadamente la instrucción de sus oficiales:

-      ¡Prendan fogatas por toda la línea y prepárense para la retirada¡.

¿Ahora mismo?, ¿Es cierto?, ¿Apoco?, ¿No lo creo’, ¿Qué no vamos a dormir?. ¿Eso es una mentira?. ¿No entiendo?, ¿de que se trata?. Los soldados mexicanos interrumpen sus alimentos y van encendiendo las fogatas que le piden sus superiores. Siguen desconcertados, porque en vez de descansar y sostener el combate del día de mañana, la instrucción es contraria, como si realmente hubieran o estuvieran perdiendo la batalla, había que retirarse y emprender la caminata durante toda la noche. ¿No puede ser cierto?.

Los caballos son alimentados y dotados de agua, al menos para remolcar las treinta carretas con los que cuenta el ejército mexicano y que contienen, los pocos víveres que sobran, además de la artillería, cañones y una que otra caja con municiones.

Los soldados mexicanos desconcertados se van sumando a la fila al mismo tiempo que escuchan los clarines que instruyen su agrupación y retirada; ya para esos momentos, las antorchas están prendidas y desde lejos, el general Taylor, observa las posiciones del enemigo, a quien no le quedara de otra, que pactar la paz para disimular su rendición.



Taylor no duerme aquella noche, pensando en las mil formas que tendrá que hacer frente la peor crisis militar que hasta ese momento le había tocado enfrentar: su rendición. Taylor pide un puro que fumar, piensa al mismo tiempo que desde su tienda de campaña, ve desde lejos las antorchas mexicanas y esos ruidos de clarinete, que si bien, parecieran de retirada, seguramente eran de jubilo por haber triunfado en la batalla. Taylor estaba derrotado. Recordó como ocupo Palo Alto, Resaca de Palma, como tomo posesión de Matamoros y su peor momento, que había sido Monterrey, había sido triunfante; eran días de gloria en que informaba al presidente Polk sobre su racha de triunfos. Pero ahora lamentablemente, había perdido.

Taylor cansado del combate, decide dormir pidiendo a dios un milagro y que ese momento, no fuera realmente, lo que percibía.

Zacary Taylor entro a su tienda de campaña y durmió súbitamente, esperando la mañana siguiente.

En lo mas profundo de su sueño, escucho una voz - ¡Walk Up¡, ¡Walk Up¡. Taylor despertó en el crepúsculo del amanecer; lo que le informaban no era creíble, era simplemente un milagro; desde lejos y de forma sorprendente, veía algo cierto que no podía aun creerlo. ¡El ejército mexicano había abandonado la posición¡.  Los soldados y oficiales americanos gritaron de júbilo, aquel milagro que la Divina Providencia había otorgado. Taylor sonreía de felicidad por vivir en ese instante, el mejor momento de su vida. Su mejor triunfo como estratega y militar. ¡Que dios bendiga a los mexicanos, por la valentía de sus soldados inmortales¡…pero que dios bendiga América, por ser una nación destinada a ser grande.

¡Viva Estados Unidos¡.