martes, 6 de septiembre de 2016

CAPITULO 33



Las clases de ingles que todos los días tomaba Jorge Enrique Salcedo Salmorán, tenían que dejar de ser visitas de cortesía a la mamá de Fernanda, para convertirse entonces, en auténticas y verdaderas clases de inglés. Había que autoconvencerse de que esa mujer, por muy bella, inteligente y distinguida que fuera, nunca sería nada, absolutamente nada de Jorge Enrique, más que la madre de su prometida. ¡Su madre¡.

Había que dejarla de ver el busto, su cabello, presenciar su estatura e imaginarla sin esos vestidos tan finos y elegantes; dejarla de visualizar con aquel cabello mojado, despeinado, desnuda y sola entre los brazos de su enamorado silencioso; que nada podía hacer para definir su corazón tan contradictorio, su instinto incontrolable y la desesperada ansiedad de estar todos los días con ella.

Debía de entender los pronombres personales, I, you, he, she, we, you y they; saber que en el ingles no existe la diferencia entre el “tu”, el “vos” y el ”usted”; que su idioma era mas corto, de menos palabras, de una pronunciación que había que acentuarla al final de cada palabra; tenía que aprender Jorge Enrique cada uno de esos verbos en ingles y de sus respectivos tiempos; saber por ejemplo que en los verbos regulares el tiempo pasado tiene terminación “ed” y que también, se podía hablar en presente, ya fuera utilizando el verbo en forma simple, o utilizando el verbo “to be”, con terminación “ing” cada verbo.  Tenía que saber Jorge Enrique que a diferencia del español, donde la pronunciación de las letras es la misma que en su escritura, en el inglés, no siempre se pronunciaba igual que como se escribía. ¡Obviamente eso le causaba confusión¡, como también, tratar de separar en la imagen de la maestra, la mujer con la que deseaba estar, vivir, por lo menos, poderla besar.

Fernanda mientras tanto había tomado la decisión de que su vida estaría condenada a casarse con el hombre que no quería; había decidido escoger como marido al licenciado Salcedo Salmorán por su excelente posición en el gobierno, pero a decir verdad, su corazón seguía siendo propiedad de aquel cadete del Colegio Militar que a esas horas del día, se encontraba en clases; cursando un día más de clases, de los nueve años que tendría que hacerlo, para poder ser ingeniero.

¡Falta mucho tiempo¡. Se decía asimismo Jesús Melgar cuando después de la ducha vestía el uniforme de estudiante del Colegio; lustrar aquellos zapatos, portar dignamente la casaca, peinarse y entrar al salón de clases, para poder acreditar su examen de matemáticas. Le faltarían más materias, tendría que acreditar otras asignaturas que se impartían en el Colegio: física, química, mecánica raciona y aplicada, para poder ser ingeniero; fortificación y artillería , delineación y arquitectura, para tener una formación castrense; astronomía y geodesia, francés e ingles, gramática castellana, dibujo, esgrima, gimnasia y baile; sin olvidar las materias de historia sagrada y teoría del dogma.  Faltaban muchas materias por acreditar que parecería que su estancia en la escuela sería eterna y que nunca jamás terminaría; que posiblemente saldría muerto; que a lo mejor estallaría en cualquier momento la guerra y un regimiento de soldados americanos llegará a penetrar las fuertes murallas del Colegio, que pudieran alcanzar el monte, los peñascos y que inclusive, llegaran directamente a los dormitorios, a los salones de clases, al comedor, porque no, de tratar de mancillar los recintos sagrados, la capilla del Colegio, la imagen de la virgen de Guadalupe o el lábaro patrio.



Jesús Melgar seguía como todas las mañanas en sus clases de matemáticas, olvidando no solamente la imagen de Fernanda, sino también, que le faltarían nueve años para convertirse no solamente en un ingeniero militar, sino también, en un hombre respetable dentro de la sociedad mexicana. ¡Si un hombre respetable¡, no solamente por el fuero que le otorgaría su posición de militar, sino por su personalidad de hombre culto, de un militar de letras.

El cielo azul, muy azul, los pájaros cantaban, el bosque verde que alcanzaba a suspirar y a oler ese sabor a tierra mojada; ese lugar era Chapultepetl; donde alguna vez reasentaron los aztecas y donde pasaría ocho años más de su vida, donde le faltarían dos años más ser Oficial de Infantería o de Caballería; otros tres años más para ser Oficial de Artillería; y otros tres años para convertirse en Ingeniero. Tendría que estudiar aritmética, algebra, trigonometría, cálculo, mecánica, electricidad, acústica, magnetismo, óptica, meteorología, calor, ácidos, metalurgia, astronomía, geodesia, hidráulica, arquitectura civil, construcción de caminos y puentes, excavaciones, desmontes; tendría que seguirse desvelando, levantarse temprano, seguir en las practicas de orden interno y externo; y darse por lo menos algunos breves minutos, para seguir oliendo esa tierra mojada y olvidar a la mujer que alguna vez fuera su novia.



Jesús Melgar aprovecho aquellos minutos de la tarde para escribir la que sería la última carta de amor dirigida a su novia Fernanda, no habría otra más, sino recibiría respuesta, ni una señal por lo menos, Jesús debería de hacerse de la idea por siempre, que Fernanda jamás sería nada suyo, ni aún éste tuviera todos los títulos militares.  Jesús realizó cada una de sus actividades en el Colegio, entre las 5:45 y 7:00 de la mañana se levantó, aseó, oyó misa y tomó su desayuno; se presentó como todos los días a sus clases de 7:00 a 12:00; comió con sus demás compañeros a la 1:00 y descanso hasta las 2:00 de la tarde; en todo ese lapso, pensó que tenía que decirle a Fernanda, que palabras debía de emplear para convencerla y decirle que la amaba. Volvió a entrar a clases hasta las 5:00 de la tarde, después acudió al llamado de la cena; de seis al cuarto para las siete sacudió a su clase de religión y rezos; para luego posteriormente hacerlo en su clase de dibujo, que a eso de las 8:30 se presentó al refrigerio; luego de de 9:00 a 10:00 de la noche en su tiempo libre, no utilizó esos minutos de obligación para estudiar, al diablo con los ejercicios de algebra, que importaba conocer aún más los distintos métodos para resolver ecuaciones simultaneas, prefirió utilizar los últimos minutos que le quedaban de la noche para escribirle una carta a su amada novia, tenía que decirle que no podía olvidarla, que estaría dispuesto abandonar sus estudios de militar e irse con ella muy lejos, a otro lugar donde absolutamente nadie los conociera; tenía que decirle en cada línea que escribía, en cada instante en que la tinta seguía en la pluma y ésta no se extinguía en el papel del pergamino, que ella y solamente ella sería su única mujer, que daría su vida por estar ella; que reconocía su error, y que lo más importante para él en ese momento, no era propiamente las ecuaciones simultaneas, sino pedirle perdón a Fernanda por todo el daño que le había hecho; tuvo que decirle más pero no le dio el tiempo, no pudo decirle que la amaba más de lo que la amaba, porque desde lejos escucho el  toque de corneta que le indicaba la hora de dormirse, observó entonces a sus demás compañeros que si estaban estudiando, que acomodaron sus apuntes, guardaron sus cosas, mientras que él, actuando como si realmente hubiera aprovechado esos minutos para estudiar matemáticas, se dispuso a dormir,  guardando en sus entrañas cada línea de esa carta, suspirando y hasta por algunos momentos llorando de la ansiedad por ver el rostro de su mujer amada, deseando estar en otro espacio y tiempo para verla vestida de blanco, como si fuera ella una virgen, con su piel suave y deslumbrante, digna de toda una reina.

Jesús Melgar llegó a su casa el día domingo, aprovechando el tiempo libre que el Colegio le concedía; abrazo fuertemente a su madrina y pregunto por su señor padrino, que a esas horas, se encontraba acuartelado en la Ciudadela, con el general Mariano Salas. Jesús después de almorzar aquellas tortillas calientes que preparaba su mamá, acompañados de esos huevos con frijoles y chile, decidió pedirle ayuda a su hermano menor Ramiro, para que éste a su vez fuera a la Casona de Tizapan y buscará a una criada que respondiera el nombre de Juanita y hacerle desde luego, entrega de esa carta de amor.

La nana Juanita al recibir la carta supo quien era el autor del mismo; no sabía si hacérsela llegara la niña Fernanda o en todo caso, entregársela directamente a la Señora Amparo, para ponerla de conocimiento que el cadete Jesús, seguía molestando a su niña, no obstante de que ella ya estaba comprometida. Juanita no supo que hacer, porque ella era testigo de que su niña no amaba a ese señor licenciado, sino que su verdadero amor era el joven Jesús. ¿Qué hacer?. Si dejarse llevar por el amor que le tenía a su niña, o ser una sumisa sirvienta y decirle toda la verdad a su patrona. Juanita decidió hacer lo primero, quería ver a su niña feliz, darle una buena noticia, llevarle un mensaje de alegría que le cambiara por siempre la vida.



Fernanda recibiría la carta aquella tarde en la plaza de Santo Domingo, la nana Juanita le hizo entrega de la misma y pudo leer entre líneas, las palabras amorosas de su eterno enamorado. Fernanda sabría entonces que al hombre que quería era Jesús y nada mas a Jesús, que no debería contraer nupcias con el licenciado Salcedo al que tanto respetaba y admiraba por su inteligencia, pero que el hombre que realmente amaba era a Jesús, a quien no podía olvidarlo, así pasaran los días, los meses y quizás los años.

Jorge Enrique no se había percatado todavía de esta infidelidad. Dentro de él se sentía tan culpable como Fernanda pensaba de si misma. No habría boda, porque no se sabría en forma cierta si el general Santa Anna regresaría a México; pero si lo haría, cuanto tiempo habría que esperar adicionalmente para que tuviera tiempo de presenciar la boda. Era una tontería esa excusa de retardar la fecha de la ceremonia hasta el retorno del protector de Anáhuac; había que interrumpir el compromiso, ¿pero como hacerlo?; deseaba en el fondo que la guerra estallará y que las tropas de cualquier generalete americano ocupara la catedral metropolitana o cualquier iglesia del país, sería una excusa bajada del cielo para concederle a él ese milagro; que lejos estaban los meses en que el había pedido ayuda a su gran amigo Yáñez para convencer a esa doncella, sin haber conocido desde luego a Amparo; por esa mujer, si estaría dispuesto a casarse, pero maldito destino, maldita fuera su suerte de haber nacido después, de haber nacido ella antes, de estar comprometido con la hija, de esa señora casada y silenciosamente su amada.

Jorge Enrique quiso olvidársete compromiso. Quiso pensar que toda su vida estaría destinado a ser un hombre sólo, que nadie podría entenderlo, que la mujer al que él amaba en forma silenciosa, tarde o temprano lo rechazaría al saber ésta la verdad. Tenía por lo tanto que distraerse de esa pena que lo conmovía, que resistía evadir y ponerlo en cualquier momento al borde de la tristeza; tenía que hacer tres cosas en su retardado presente. Tenía que aprenderse los verbos: dance, eat, go, have, like, play, read, see, study, visit, para decirselos a su maestra; tenía que leer nuevamente ese ensayo titulado “Evolución y Análisis de la Constitución Política de la Republica Mexicana y de sus posibles reformas constitucionales”, que presentaba el sustentante Arturo Villarejo, quien en algunos días presentaría su examen junto con el distinguido jurista Mariano Otero, un autentico abogado libre y exitoso y no como él, que era un verdadero hipócrita al servicio de los caudillos; Jorge Enrique tenía que olvidarse de la obsesión de Amparo y preparar en su oficina, el proyecto de convocatoria a congreso constituyente que en los próximos días daría conocer su ahora jefe, el presidente y por demás general Mariano Paredes Arrillaga.

Había que pensar en todo, en que Amparo era su maestra de ingles y la madre de su prometida, jamás su mujer, novia, amante, esposa; habría que pensar que faltaban ocho años para que Jesús fuera Oficial Ingeniero; habría que pensar que una reconciliación entre Fernanda y Jesús podía ser posible, habría que pensar, como suspender la boda.

Tantas cosas por pensar, por soñar, por imaginar. La vida seguía transcurriendo entre Jesús, Fernanda, Jorge Enrique y Amparo; mientras a unos cuantos kilómetros de la ciudad de México, en las llanuras de Palo Alto dentro del territorio del Departamento de Tamaulipas, tendrían su primer enfrentamiento, las tropas mexicanas con el ejército de los Estados Unidos de América.