jueves, 22 de septiembre de 2016

CAPITULO 48


La guerra pese que ya había estallado y que las noticias provenientes de Monterrey, no eran de todo placenteras, parecía al menos, en la capital de la república, que nada absolutamente nada parecía suceder.  El tema más importante, no era la derrota del ejército mexicano y del tal criticado armisticio celebrado con el ejército invasor en Monterrey, sino que lo más relevante, era la promesa que el benemérito había hecho de restaurar la Constitución de 1824.

¡Claro¡. Al menos al Secretario de Gobernación, Policía y Relaciones Internacionales, insistía constantemente con el general de Santa Anna, no solamente de restaurar la constitución federalista del Insurgente Guadalupe Victoria, sino también, el de implementar de una vez por todas, el juicio de amparo, que ya antes había propuesto en el Congreso de Yucatán.



Así para el generalísimo Santa Anna, en esos momentos que su carreta se trasladaba con destino a la Ciudad de México, decidió no hospedarse en la Ciudad de México, ni menos aún, tomar posesión del cargo de presidente de la Republica, al que sus enemigos constantemente reprochaban a su Excelentísima. – Hacer eso, sería concederles la razón a mis adversarios, sería confirmar las sospechas de traición a la patria, y obviamente estimados hermanos, no haré nada que ponga en riesgo, no solamente mi confiabilidad como Jefe Supremo del Ejército Nacional, sino también, como factor de unidad en estos tiempos de crisis y guerra entre naciones hermanas. - ¡Olviden entonces cualquier sospecha que genere el benemérito, son falsas de toda falsedad, la supuesta intriga internacional de que el mismo fue sobornada en Cuba y que por esa razón, pudo ingresar al territorio nacional es una mentira; falso de toda falsedad, que sea Veracruz y únicamente Veracruz la única puerta al territorio nacional, pude haber entrado por Campeche, por Guatemala, o porque no, por el mismísimo Veracruz, con o sin soborno; así que déjense de rumores estúpidos que lo único que hacen, es desquebrantar la moral mexicana.

Con dinero y sin dinero, el benemérito de la Patria es el benemérito de la Patria, los falsos rumores que hay acerca de su persona, son infamias, ataques infundados que lo único que denostan es envidia y traición a la patria; ¿Quién de su propio peculio podría subrogar los gastos de la guerra?. ¿Quién sería capaz de sacrificar sus ahorros para financiar una guerra que posiblemente se pierda?. ¡Nadie, absolutamente nadie daría un quinto por esta guerra. Ni la propia y Santa Iglesia católica sería capaz de dar los miles y quizás millones de pesos que necesite el Gobierno mexicano para solventar los gastos del ejército; y el único mexicano que si es capaz de dar de su propio dinero, para cumplir una vez más con sus obligaciones morales y constitucionales, es nada menos y nada más, que el Hijo de la patria, el benemérito, Su Excelentísima, el Generalísimo don Antonio López de Santa Anna. ¡Discúlpense con él.¡



-       ¡Por favor callad¡. ¡Que os nadie sepa de donde sale este dinero¡. – No es justo general, que usted tenga que hipotecar sus bienes y endeudarse de por vida, poniendo en duda la herencia de sus hijos y de su distinguida señora, por erogar los gastos cuantiosos de esta guerra, al que el Gobierno Supremo debería pagar y que la Santa Iglesia, tampoco hace. ¡No es justo general¡. Esto debe saberlo todo México. Lo debe saber sus enemigos detractores, que sólo gastan en papel para criticarlo, pero que son incapaces de dar un peso partido por la mitad, para contribuir en los regimientos de la tropa. – No preocuparse caballeros, el cardenal prestara dos millones de pesos, - pero general, esa cantidad es irrisoria, se necesitan de quince millones por lo menos; con esa cantidad, no alcanzaremos a cubrir ni los víveres de una quincena, a la primera batalla, huirían nuestros soldados, no podremos pagarles sus salarios, ya ni siquiera uniformarlos para darles la apariencia de un ejército respetable. - ¡pero somos muchos¡…¡y además somos muy machos¡. ¿Dónde chingados esta el problema. Si es por armas, las conseguiremos por debajo de las piedras; ya dije, las podremos adquirir a bajo precio, hay contrabandistas americanos en San Cristóbal o en Acapulco, quienes venderían las municiones, carabinas e inclusive cañones, que necesitamos para responderles a esos gringos de mierda. ¡No desalienten hermanos, en esta misión histórica que será recordada con orgullo por nuestros hijos; las guerras se ganan por los que tienen a la santísima Trinidad de su lado, por los que están iluminados y compensados por el Supremo Creador; pero ahora, olvídense de esos menesteres, que ya tendremos, la vida entera para dedicarnos a ella, ahora, aliviémonos estos instantes que la vida nos ofrece y gocemos de las virtudes y vicios pecaminosos que dios ha dado a los humanos.



-      Oíste Amparo. Se acerca el general a Tacubaya, no pasará a la Ciudad de México, se ira directamente a nuestra casa, nos honrara con su visita, por la boda de nuestra hija. – dijo el viejo decrepito don Alfonso.

-      ¿Pero porque?. – no se supone que regreso a México para asumir a la Presidencia. – respondió Amparo.

-      ¡Eso es falso de toda falsedad¡. Regreso a México, porque se dirigirá a Saltillo, a enfrentar al tal Taylor, pero antes de hacerlo, presenciara la boda de nuestra hija.

Amparo no daba crédito a su noticia. Hay momentos que parecen que nunca llegaran. Este era uno de esos. Muy pronto los criados de la casa, de dispusieron a limpiar y hacer los últimos arreglos a la casa, el jardín de la casona con sus tesoros escondidos, fue decorado y recortadas las flores que lo adornaban. Obviamente todo lo anterior para la visita del benemérito. ¡Nos honra con su presencia¡. ¡Algún día les diré a mis hijos, que fui criado de Su Excelentísima¡. ¡Apúrense indios¡. -  Amparo, dile a la niña, que se prepare a su casamiento. -  Quien importa saber lo que en la Casona de Tizapan ocurre, al mismo tiempo que su Excelencia, desdeña la invitación a comer en palacio nacional. Definitivamente, que lo sepa el pueblo de México. No asumiré la presidencia.

-      ¡La niña no se casara¡.

Preparen la recamara principal, lleven agua al pozo, seguramente, vendrá escoltado y con muchos caballos, preparen la comida, quiero las mejores telas en su lecho, busquen mezcal, tequila o pulque para la escolta del general; pero apúrense chingados indios.

-      Alfonso – dijo Amparo – la niña no se casara.

No podría casarse con el hombre que no quiere. Ella quiere a Jesús Melgar, un cadete del Colegio Militar; es una niña y aún no es una mujer consiente de sus actos, no le desgracies su vida. ¡Mujer déjate de tonterías, la boda tiene que celebrarse lo mas pronto posible, porque el General, sólo estará un par de días en nuestra casa, antes de partir a Saltillo¡.

Fernanda escucha la noticia de la voz de su madre a quien no hace otra cosa, más que llorar. La boda es inminente. En un par de horas, el generalísimo Santa Anna pisara la Casona de Tizapan.

-      Ahí esta mi dinero Coronel. – pregunto el Benemérito en su carruaje.
-      ¡No mi general. Su dinero se encuentra escondido en unas cuevas que se ubican pasando el río, enfrente de una barranca. Un lugar tan escondido que nadie sube allí por miedo a encontrarse al diablo. Aquí en esta casa, únicamente obran resguardados sus títulos de propiedad. Donde señala que Vos es dueño de medio México, y puede hacer con él, lo que vos quiera.
-      ¡Indios pendejos¡. Molestadme en mi retiro y no dejarme convalecer de mis males, para traerme de regreso, porque no confían en otro genio militar más que en su ilustrísima. ¡Que jodidos están los mexicanos¡.



El regimiento llega al valle de México, desde sus altas montañas se observan los dos hermosos volcanes que resplandecen la la ciudad de los palacios, esa majestuosa planicie de pastizales verdes adornada con las dos torres majestuosas que identifican la capital de la república mexicana, la catedral metropolitana y la Basílica de Nuestra Señora de Guadalupe. Aun así, el carruaje y toda la comitiva avanza hacía al pueblo de Tacubaya, sin cruzar la Ciudad de México, donde miles de mexicanos esperan el regreso del Mesías; entonces que se interrumpa la fiesta, el banquete y el puesto de presidente que me ofrecieron, no tengo necesidad de ser Presidente de México, porque soy el dueño de México, soy el dueño de estos imbéciles, soy dueño de su futuro Coronel, el de su amigo y el de todas las mujeres que yo quiera poseer.

General, instrúyame lo que tenga que hacer. Estoy a sus enteras órdenes. Primero vaya a contactar a un tal Thompson, un vulgar mercenario americano, que vende armas y municiones a muy bajos precios, lo recuerda, es el mismo que me vendió estos terrenos; tome estos quinientos mil pesos y no regrese a mi lado, hasta que no tenga un buen regimiento de soldados, dispuestos a partirse el alma por México. Compre el mejor armamento que le pueda ofrecer ese guerito jijo de puta. Esos americanos, tienen mejor artillería y armas de fuego de largo alcance, necesitamos tener lo mismo y si es posible mil veces mejor; pero hágalo después de la boda de su amigo.

-      Mamá, no quiero casarme. No quiero a Enrique, amo a Jesús, no quiero casarme con Enrique. – grito Fernanda angustiada.

Claro que Amparo sabía lo que su hija necesitaba. Sabía perfectamente como estaba la situación, era obvio, esa ansiedad nerviosa, no le permitía poder concentrarse fríamente, para poder manejar la situación como mejor pareciera. A su lado, los criados de la casa, seguían trabajando a marcha forzada y en la cocina, ya estaba listo aquellos ricos moles que dentro de unas horas, devoraría de hambre y gula, el quien decía ser, dueño de todo México.

-       Claro que falta el centro y el sur. Pero ya al rato tendré el país en mis manos y ¿sabe porque? . ¡No general¡. Porque estos idiotas, no saben gobernarse. Porque me necesitan. Porque son una bola de imbéciles, que no pueden gobernarse por si mismo. Por eso debe ser dueño de México, para qué con mi permanencia, pueda garantizar que esos ideales absurdos de república, democracia, constitución que tanto pregonan los liberales, puedan realizarse, por eso es importante mi presencia; para que algún día en este país, puedan existir los bancos que presten dinero a sus gobiernos legítimos y no como ocurre ahora, que estamos a la merced de unos sacerdotes viejos y panzones, quienes son los que guardan todo el dinero. Por eso tengo que ser dueño de este país, para poderlo cuidar y defender en estas horas difíciles que nos espera.


-      ¡Vete a Veracruz.¡ …. ¿Qué dices mama?. … vete a Veracruz, antes de que llegue ese farsante. Vete de aquí lo mas pronto posible, dile a tu padre, que te reportas enferma; que no podrás acompañarnos a la comida, te esconderé lo mas pueda hacerlo y hablare personalmente con Enrique.

-      ¿Hablar con Enrique?. – pregunto en forma sospechosa Fernanda. – que tienes que hablar con mi novio.

Amparo se quedó sorprendida por esa pregunta. Como se atrevía a cuestionarla de esa forma, no que no quería a su novio.

-      No entiendo tu pregunta.
-      Tú no tienes porque hablar con mi novio. – respondió enfadada - Porque tu interés de que me vaya a Veracruz.
-      Eres tu quien no quiere casarse con Jesús.
-      Soy yo, quien no quiere casarse con él, y eso que te importa.
-      Hija te estoy cubriendo, no es para que te dirijas de esa forma hacía mi, soy tu madre.

Fernanda no podía gritar, lo que imaginariamente su cabeza comenzaba a sospechar. Sólo observaba a su madre, con un poco de desconfianza, sin comprender de donde surgía esta y del repentino y misterioso odio, que de ella empezaba a sentir.

-      Fernanda es tu vida y no la mía. Puedas hacer con ella lo que quieras. Yo ya viví.

Fernanda no sabía que responder, sólo observaba el enojo y la firmeza de su madre.

-      Quieres a tu prometida. – pregunto el general Santa Anna.
-      ¡Si general¡. La quiero. – aunque mentalmente, sólo dios sabía a quien quería ese hombre.
-      Agradezco la gentil atención de invitarme a tu boda, de que la hayas pospuesto, hasta mi regreso a México.
-      Gracias general, es una gran distinción que me hace.
-      La distinción es para mi; el que un buen mexicano como tu, pueda echar raíz para iniciar una familia. ¡Claro, en tu lugar, no cometería ese error¡, pero respeto las decisiones del hombre responsable que eres.
-      Gracias general.
-      No tienes porque agradecerme.

Raro sentir esas palabras de afecto, para un hombre tan soberbio como el general Santa Anna; acostumbrado siempre a ver en la mujer en un mero objeto de complacencia sexual y no una persona.



Lamento que estas sean las últimas horas de paz que yo pueda vivir. – suspiraba el benemérito, al observar desde lejos la planicie del Valle de México - Después de tu casamiento, partiré al norte con un ejército de veinticinco mil soldados para derrotar al ejército invasor, quizás muera en combate, porque esa batalla será decisiva. Si México pierde esta guerra con los Estados Unidos, perderá siempre su confianza y cualquier batalla de cualquier guerra que tenga; cualquier sueño, cualquier apuesta, cualquier cosa. Si perdemos, nuestros hijos pedirán limosna a los hijos de los invasores y nunca seré recordado con el patriotismo y valentía del que sois testigo.

-      Vos es un gran general; un gran patriota.
-      Soy un hijo de puta, mas que cualquier mexicano y traidor que te puedas imaginar. Soy quizás tan detestable como el Judas Iscariote que vendió a nuestro señor; soy quizás tan semejante o peor que tan deleznable apóstol, … no dudaría que algún día lleguen a recordarme como el peor traidor de la historia de México… pero, esa es mi misión.
-      ¿Cual misión?.
-      Unir a México para siempre. Cambiarlo. Darle una historia diferente.
-      No lo entiendo general.
-      Ni yo tampoco logro entenderlo. Sólo se que vienen tiempos difíciles; no solamente la guerra nos espera, quizás, una revuelta en la capital estalle cuando le robemos al clero lo que ahora necesitamos.
-      Pedirá un préstamo forzoso.
-      No solamente un préstamo forzoso, sino también, pediré prestada la vida de muchos mexicanos que morirán inútilmente en los campos de batalla, por algo que Vos y yo entendemos, pero que la totalidad de los ejércitos desconoce; la patria. Nuestra patria. Nuestra bandera nacional., nuestra nación. Lo que todo mexicano, debe amar, aparte de la Virgen de Guadalupe.
-      General, tenemos confianza en Vos.
-      Ese es el error Salcedo. Tenerme confianza en mi, cuando cada mexicano, debe tenérsela así mismo.
-      Usted nos dará esa confianza.
-      Segundo error, creer que soy capaz de transmitir una confianza, que yo tampoco tengo.
-      Entonces qué general.
-      Entonces, que se lleve al carajo el país.
-      ¡Al carajo¡.
-      Si a la chingada. De donde nunca debió de haber salido. A la chingada.
-      Sigo sin entender Alteza.
-      Entenderás… al tiempo.  Entenderás.

El regimiento estaba por llegar a la Casona de Tizapan.