jueves, 3 de noviembre de 2016

CAPITULO 75


- ¡No hay nada que hacer¡. – dijo el general Antonio López de Santa Anna frente a la junta de militares en el cuartel de Ciudadela, luego de haber escuchado los partes de guerra, que describían la cadena de errores consecuentes, de cómo había librado la guerra el ejército mexicano. - Tenemos que abandonar la Ciudad de México. Las posiciones del enemigo son más estratégicas que las propias. Están en el Convento de San Fernando y aquí afuera del cuartel en la garita de Belén. No emprenderemos ningún armisticio, ni claudicaremos. Simplemente nos retiraremos del lugar para reforzarnos en Puebla y después regresar a recuperar la capital. ¡Está claro¡.

Sólo un eterno silencio.

Defendimos con honor la Republica Mexicana. Peleamos con todo; resistimos al invasor, en cada plaza, en cada combate que se libró. Su ingreso a esta Ciudad, ha sido entre ríos de sangre, sin duda alguna, una batalla pírrica. Le ha costado muertos, heridos, deserciones, mucho dinero; la guerra aún no está definida. ¡Comprenden¡.

Continúa el silencio.

Entonces el general mira a sus colaboradores, quienes únicamente callan; en espera de que mañana catorce de septiembre, la ciudad se encuentre ya del todo conquistada. Que nadie se responsabilice de todos los errores cometidos antes de este trágico día. ¡Nadie¡. Únicamente Santa Anna.

Sigue el silencio.

Más de seiscientos soldados al mando del general Nicolás Bravo desertaron aquella madrugada, luego del intenso bombardeo sufrido en Chapultepetl; los cuatrocientos soldados de batallón de San Blas murieron batidos por los americanos en las faldas del cerro de Chapultepetl; los cadetes del Colegio Militar fueron abandonados a su suerte por sus autoridades académicas; y el coronel Rangel, como la estatua de Carlos IV, únicamente se quedo pasmado, viendo a sus compañeros morirse. Pero nadie tiene la culpa, más que el traidor de Antonio López de Santa Anna. ¡Nadie¡.

Prosiguió el silencio.

Culpable es y nada más él. El héroe nacional que pudo ser recordado por siempre como el gran padre de la patria, ahora es y será por siempre, el gran traidor. De nada sirven los supuestos cuatro mil soldados que quedan defendiendo la ciudad, ni las palabras huecas que alguna vez se dijeron, de que se defendería la ciudad casa por casa y calle por calle, ahora nada de eso quedaba en el recuerdo, más que el mensaje desmotivante de tratar de disimular una derrota. De encubrir la verdad de una nación que acababa de morir. Un territorio despojado. Una guerra perdida. Una historia olvidada. El día más triste de la historia de México.

El silencio perdura por siempre.



Acuso a los mexicanos de haber otorgado su confianza a ese hombre que como todos los seres humanos, se encontraba lleno de defectos y virtudes; un hombre enfermo de megalomanía, vanidad y estupidez. Acuso a los gobernantes del pueblo de México, por no solidarizarse, ni unirse en los momentos más difíciles de su vida, por su visión corta y estúpida politización, de aspirar el poder por el poder mismo, sin programa, sin futuro, sin porvenir para nuestras futuras generaciones; de vivir de los impuestos del pueblo y contratar empréstitos con las naciones extranjeras, sin sacar provecho de esos créditos, más que para las fortunas personales de sus oscuros políticos. Acuso al clero por no haber prestado al gobierno los recursos económicos que este necesitaba para sostener un ejército y estar en posibilidad de defender centímetro a centímetro el suelo de la patria; por haber politizado las leyes de desamortización de los bienes eclesiásticos, incitando a los ciudadanos y a los jóvenes universitarios, a un discurso radical, dogmatico, divisionista, que termino por dividir al pueblo de México y de haber defendido a una corporación apatriótica, oscura y también corrupta. Acuso a los diputados del Congreso, por no haberse impuesto en sus determinaciones, por haber perdido la prudencia y la visión política, ni haber apoyado en esas horas difíciles al presidente de México. Por haber huido de la Ciudad y haber evadido cualquier responsabilidad histórica en aquel momento, incluyendo, la de haber designado presidente de México al señor Antonio López de Santa Anna. Acuso a los periodistas, que con sus notas periodísticas, mal politizaron y desinformaron al pueblo de México, con discusiones estúpidas sobre las formas de gobierno, olvidándose de que lo importante de todo esto, era el despojo que sufría la patria. Acuso a los jóvenes polkos, que entusiasmados por su juventud, fueron manipulados por los intereses más oscuros y egoístas de la sociedad conservadora, incitándolos a desconocer a su Gobierno que actuaba por el bienestar de la patria. Acuso, si … acuso a todos y a cada uno de los militares encargados de haber adquirido el parque y las armas, sin haberse percatado de las compras tan absurdas y tan ineficientes que se hicieron: nada menos y nada más que rifles sin balas y balas sin rifles. Acuso a las autoridades académicas del Colegio Militar que abandonaron a su suerte a sus alumnos, por no haber sido acordes a los principios éticos que todo colegio castrense debe tener, acuso a su director, subdirector, jefe de instrucción y a sus maestros, por haber abandonado los cadetes en el momento en que mas los necesitaban y haber impartido con dicha lección, la peor asignatura de todas: ¡Cobardía y traición¡. Acuso a los burócratas, recaudadores de impuestos y también nuevamente a los militares, por no haber dado ninguno de ellos una colaboración inteligente en esta maldita guerra tan triste, humillante y vergonzosa. Acuso a los que tengo que acusar; a los federalistas y centralistas, a los masones y a los católicos, a los santannistas y no santannistas, que entre saliva, papel y discursos huecos, nada pudieron hacer en esta guerra, ni pudieron planear, ni organizar, ni dirigir, ni menos aun controlar el caos y la traición que consumió al país. Acuso a los bandidos de Puebla, viles delincuentes al servicio de los peores capos de la humanidad y a esos traidores militares también convertidos de bandidos, valientes en los pronunciamientos militares y cobardes en los combates que enfrentaron a los americanos. Acuso en esta foja y en todas las que vienen; acuso todos los días de la humanidad, de la patria entera que aun existe, del mundo mutable que se vive. A los que han pretendido borrar esta página de la historia, a los que nunca han vanagloriado la hazaña heroica de los soldados valientes del batallón de San Blas, a los hijos adoptados de la patria, los irlandeses del batallón de San Patricio, más mexicanos que cualquier mexicano. A los valientes cadetes del Heroico Colegio Militar, de los cuales hasta se duda de su existencia. Acuso a todos los que tenga que acusar, incluyendo la ambición, el cinismo, el fraude, la gran mentira, de un gobierno que se dice ser republicano, democrático, justo, destinado a ser grande, a los Estados Unidos de América. Máxima ilusión del ideario político de la humanidad y también lamentablemente, su gran desilusión e hipocresía. Que quede claro, México nunca atacó a los Estados Unidos. ¡Nunca lo atacó¡. ¡Todo fue un engaño¡. ¡La legitimación del peor robo en la historia de la humanidad¡. ¡El peor ladrón que haya conocido el mundo¡: los Estados Unidos de América.



El general Scott feliz por haber conquistado la ciudad de México, ordena se recojan todos los cadáveres mexicanos, se junten y se quemen; no merecen honor esos indios harapientos, ni monumentos, ni mucho menos conocer su nombre; los únicos que tienen nombre en esta guerra, son los soldados americanos quienes murieron en la guerra. Para ello habrá que maquillar las cifras, ocultar la cifra real de muertos y desertores, no señalar más número de muertos, que  mil quinientos soldados  y no mas desertores, que los traidores soldados del autodenominado batallón de San Patricio. Después de todo, hoy es una fecha importante para los Estados Unidos de América – haber ganado esta guerra, pues al haber ocupado Chapultepetl, se ha destrozado por siempre a los mexicanos.



El general Robert E. Lee, brillante militar e ingeniero corrige a Scott, no cree que los haya destrozado, sino al parecer, los ha construido. - Les hemos dado a esta nación nombre, identidad, historia, y con la acción realizada en Chapultepetl, les ha dado a sus propios héroes. Ningún mexicano olvidara jamás esta afrenta. La recordara por siempre y a nosotros los americanos, jamás nos darán, ni nos ganaremos ni su amistad ni su confianza, quizás durante por muchos años. Es la peor vergüenza que como Republica libre hemos podido cometer. Convertirnos en un país de cínicos y ladrones. Donde queda nuestra discurso de defender la libertad y los derechos de los seres humanos a construir su propia democracia; de defender la libertad contractual y en el sagrado derecho de la propiedad privada; y ahora que América ha ganado esta guerra, no respetamos la propiedad de esta joven nación, ni menos, su libertad soberana de contratar la venta de su territorio nacional. Un robo, un despojo, un acto de vergüenza nacional. Esta es la página mas censurable y reprochable, de la historia de los Estados Unidos. La guerra que nos debe de avergonzar a todos.

Y el silencio perdura.

La culpa es de ustedes – dijo Santa Anna en la junta militar – por desobedecer las instrucciones que en todo momento di, por la cobardía y la inmoralidad de este ejército, que por cierto el día de hoy, no ha ingerido alimentos; la culpa es de todos por nuestras constantes revueltas, por nuestra desorganización social que ni federalista ni centralista; simplemente contradictoria, sin orden, sin paz, sin proyecto, sin futuro alguno. La culpa es de todos nosotros, por no renunciar nuestros intereses personales en aras de los intereses de la nación. La culpa es de Gabriel Valencia por haber enfrentado improvisadamente a Scott cuando la instrucción fue en todo momento, reforzar la línea defensiva. La culpa fue de los oficiales de armas, que no entregaron el parque correcto al general Anaya cuando este los enfrentó en el Convento de Churubusco. La culpa es de la prensa, por haber sembrado en el pueblo y en mis soldados, la sospecha de la traición. Ahora el general Santa Anna entiende que está viviendo su peor fracaso como político y militar. Una guerra contundentemente perdida, una desconfianza hacia su persona y un veredicto histórico que lo marcara como siempre como el gran traidor de México. Si al menos tuviera una oportunidad mas, se daría cuenta que la mejor forma de gobernar este país, seria definitivamente la monarquía constitucional, pero no por un emperador mexicano, como lo fue Agustín de Iturbide, sino por un príncipe europeo. Hacer de México, un país protegido por el poderío de los príncipes Europeos.



-       Tenemos que abandonar la Ciudad, porque los americanos, solo les bastaría dos horas de intenso bombardeo sobre este cuartel, para corrernos del lugar, como lo hicieron en Cerro Gordo Veracruz.

Y los militares reunidos en aquel cuartel militar de la Ciudadela, sólo obedecieron las instrucciones del general Santa Anna; quedaron estos callados para siempre; cumpliendo fielmente las instrucciones de abandonar aquellas primeras horas de la madrugada del catorce de septiembre el cuartel de la Ciudadela; lo mismo hicieron también, los soldados que se encontraban en las garitas de Niño Perdido, San Antonio Abad, Calendaría y por supuesto, la escolta que debió de haber protegido en todo momento, hasta el final, el Palacio Nacional.  Entonces el generalísimo Antonio López de Santa Anna se prometió así mismo  regresar a la Ciudad de México, buscar la última oportunidad para gobernar el país y convertirse en su gran padre y mentor y por supuesto, en buscar la entrada de la cueva del diablo, para rescatar el tesoro por el que casi da la vida. El dinero suyo que se había ganado por su valor y patriotismo, con el cual el pueblo de México, lo indemnizaría por aquellas horas de desvelo y ayuno que dio, sin nada a cambio.

A la una de la mañana, del catorce de septiembre de mil ochocientos cuarenta y siete, el ejército mexicano comandado por su general en jefe, abandonó la ciudad de México.