jueves, 15 de septiembre de 2016

CAPITULO 42


-      ¿Qué me cuenta de la política don Enrique?. – pregunto el viejo decrepito en el comedor de la hermosa Casona de Tizapan; ahí a su lado, su hermosa esposa Amparo y mi futura prometida Fernanda; todos sentados en el comedor en la hora de la comida.
-      Nada nuevo que no sepa el país entero. El golpe militar del general Salas fue exitoso. Se espera que en cualquier momento desembarque Santa Anna – Jorge Enrique Salcedo tomo aquella deliciosa jarra de agua de Jamaica para servirse.
-      Se lo dije don Enrique – río don Alfonso Martínez del Valle – se lo dije, yo siempre lo supe. El general Santa Anna regresará para defendernos de esos perros americanos. – En cambio, el viejo volvió a tomar otra copa, no propiamente de agua de Jamaica, sino de vino.

Al mismo tiempo que don Alfonso perdía la razón a causa de su embriaguez;  Enrique Salcedo veía por unos instantes a su prometida, una niña tierna,  luego cambiaba de vista para mirar disimuladamente a su suegra, quien a comparación de Fernanda,  era una mujer triste, de una experiencia enigmática; en ese suspiro reprimido, Jorge Enrique llego a sentir que le cruzaba la mirada, que su suegra le correspondía la mirada, pero al hacerlo, cambio inmediatamente el ángulo de sus ojos para no ser sorprendido, pero en ese instante, observó que al parecer, había sido descubierta por Fernanda.

-      Me sirves por favor Enrique – dijo Fernanda sin quitarle la mirada de su vista y con una voz que insinuaba una ligera sospecha, quizás un celo disimulado.
-      Como no Fernanda – Enrique volvió a coger aquella jarra y sirvió el vaso de agua de Jamaica, como tratando de simular que no había pasado nada.

Don Alfonso, había terminado de comer. Sin embargo, continuaría sentado en la mesa, hablando una serie de incongruencias de las que no se le entendía nada. Hablaba de sus viejas amistades y de sus clientes, y de otros temas, que realmente, no le interesaba poner la minima atención.

-      ¿Ahora que va hacer don Enrique?. – creo yo, que le pinta un mejor panorama, si su ex jefe regresa nuevamente como Presidente.
-      Posiblemente.

Enrique volvió a observar a Fernanda y vio su cara de fastidio, al escuchar en la voz de su padre, lo que sería una conversación de cuestiones políticas. Entonces, se dio cuenta, que había tenido una figuración, Fernanda no sospecharía de nada; no sería capaz de leerle la mente.  No había visto por su fortuna absolutamente nada.

-      ¿Y sus clases de inglés?. – pregunto nuevamente el viejo - ¡Hip¡. .
-      Bien, muy bien don Alfonso, tengo una excelente maestra de inglés. – Contesto Salcedo mirando nuevamente a Amparo.
-      Es lo único bueno que tiene esta mujer. – comento despectivamente don Alfonso, como queriendo que su futuro yerno, riera de un chiste. Obviamente Enrique Salcedo no hizo gesto alguno. Tomo la copa de alcohol que le ofrecía su suegro y la ingirió. Dentro de su alma, no podía permitir que nadie, absolutamente nadie ofendiera a la mujer que en alma y muy bajo su reprochable censura, creía amar y respetar.

Ahí seguía sentada su amada. Amparo con aquel porte de señora; su vestido elegante, su rostro algo demacrado, como si no hubiera dormido en días, ¿Qué tendría?, ¿en que estaría pensando ella?. ¿le podría ayudar en algo?.  A su lado, en la cabecera de la mesa, el escribano seguía bebiendo  tratando de seguir una conversación  no inteligible, sumamente aburrida; sólo él se reía de sus chistes y se volvía a servir, no pudiendo ocultar para ese momento su borrachera, hasta que éste tuvo la genial idea de preguntar por un tema que incumbía a todos.

-      Ahora que regrese el general Santa Anna, debemos llevar a cabo la boda lo más pronto posible.

Todos en la mesa quedaron inauditos con esa propuesta. Nadie esperaba que de aquel ebrio saliera un tema incómodo para todos. Entonces don Alfonso observó un poco extrañado sobre la repentina reacción de todos.

-      Papá crees que el general Santa Anna pueda designar a mi prometido, como embajador o jefe de alguna aduana. – intervino Fernanda como queriendo desviar el tema de conversación. Era obvio, Fernanda no quería que se tratara ese tema.
-      Claro que si hija. Lo puede nombrar hasta Vicepresidente de la Republica; por eso el día de la boda, deberá ser en grande…contrataremos a una orquesta y haremos un gran banquete, donde acudirán…

Amparo seguía comiendo, guardando aquel silencio que censuraba más de mil palabras de reproche.

-      Don Alfonso – interrumpió Enrique  - considero que lo más prudente sería esperar a que el general Santa Anna regrese a México
-      Qué tal si nunca regresa ese hombre – comento Amparo rompiendo su silencio.
-      ¡Tú cállate mujer¡. ¿Cómo se te ocurren esas estupideces? – respondió en forma altanera don Alfonso.
-      No tiene nada descabellado lo que supone su esposa. El puerto de Veracruz al parecer está bloqueado y difícilmente podrá ingresar una flota mexicana, más aún, si su pasajero es el distinguidísimo generalísimo.
-      Mi general Santa Anna va a regresar este país. Tiene muchas cosas pendientes que resolver. ¿Recuerda?.

Claro que Enrique recordó a que se refería su futuro suegro. Más de quince millones de pesos enterrados en el patio de esa Casona se los recordaba. El precio de la corrupción, la traición y la demagogia.

-      Cuando regrese el general Santa Anna le pediremos amablemente que comparta la comida con nosotros. Lo sentaremos en esta mesa y …

Amparo siempre consideraba que la comida era muy sagrada, para que esta no se pudiera compartir con sujetos de muy indeseable reputación. Su forma sutil de manifestar su inconformidad, era transmitir el desprecio y la indiferencia que ella sentía por su marido.

-      Insisto don Alfonso. Aún no podemos hechos las campanas al vuelo. Necesitamos esperar que se tenga certeza de que el general Santa Anna regrese a México. Si así lo desea, tan pronto el generalísimo pise el territorio nacional, podremos hacer los planes sobre los preparativos de la boda.
-      Muy bien don Enrique - ¡hip¡ - acabo de escuchar lo más sensato del día, en boca suya. Cuando regrese mi amigo, haremos los preparativos de la boda. Que todo México, si todo México, deberá saber.

Todos continuaron sentados en la mesa, al mismo tiempo que don Alfonso volvió a servirse más vino. Nuevamente Enrique volvió a mirar su suegra, quien para ese instante, pensaba que el general Santa Anna regresaría para planear su defensa ridícula de la patria. - ¡Señora Amparo¡ ¿Qué le pasa?. ¿Sucede algo? – eso pensaba Jorge Enrique a ver a su señora pensativa, preocupada, con su cabello largo y algo maltratado, con algunas arrugas en su cara, pero con una belleza sutil; su yerno la miro, la seguía mirando y no podía dejar de hacerlo ni por un solo segundo, quería hablarle con sus ojos, decirle en la voz mental que todos los seres humanos tenemos, para decirle que ella, siempre podría contar con él. - ¡Señora Amparo¡. Creo que la amo. Perdone mi estúpido atrevimiento, pero creo que la amo – Ahí con su vestido gris, el botón de su vestido hasta su cuello, con una silueta hermosa, tal cual si fuera una escultura griega, que esperaría por lo menos, le respondiera con los ojos;  un secreto que debía de revelar, algo que ya no podía callarle – ¿Que tiene señora Amparo?. Sin embargo de nueva cuenta, Fernanda lo interrumpió en ese lapso.



-      Me sirves más agua

Enrique nuevamente sorprendido, volvió a disimular aquello que realmente no podía ser, así que de la forma más natural, volvió a tomar la jarra de agua de Jamaica y le sirvió a su prometida, como si nada estuviera pasando. Al menos eso creía, porque el gesto de Fernanda, al parecer era otro. ¿Lo habría sorprendido?.

-      ¿En qué piensas Enrique?. – pregunto en una forma muy tentadora su prometida.
-      Nada mi vida. Ah decir verdad estoy muy cansado, preocupado, no sé qué tenga corazón. Este último cambio de gobierno me ha puesto nervioso. Disculpa cariño.
-      Si ya veo, como te tiene preocupado. – Fernanda respondió en forma irónica, haciendo una mirada de repudio hacia su propia madre.

Amparo volteo y se percató que su yerno, por un largo instante la había estado mirando y que al parecer habían sido descubierta por su hija, entonces tratando de disimular la situación, tomo la servilleta, se limpio la boca y anuncio su retiro.

-      ¿A dónde vas?, ¡no hemos terminado¡ - dijo don Alfonso.
-      Déjala papá, seguramente tiene dolor de cabeza.

Amparo dejo el comedor, mientras que Enrique siguió tratando de simular una conducta, tal cual si no pasara nada.

-      Entonces – dijo aquel viejo decrepito cuya condición etílica era sumamente pestilente – yo también procedo a retirarme.

Don Alfonso se paró de la mesa con trabajo, tomo su bastón para evitar caerse. La señora Juanita trato de agarrarlo para que este no se cayera, pero esto no dejo ni siquiera lo tocara – yo puedo sólo, quítate de aquí india.

Habiéndose retirado sus respectivos suegros, Fernanda y Enrique se quedaron solos, mirándose ambos a los ojos frente a frente, como si por algunos momentos, ambos se predispusieran a iniciar una discusión.

-      Me llevas al parque. – dijo en forma imperativa Fernanda.
-      Si corazón. – respondió nerviosamente Enrique. Tenía que actuar de una forma natural.

Enrique tomo del brazo a su prometida y le retiro su asiento. La mujer entonces en forma muy cautiva procedió a dar órdenes a la nana Juanita, comportándose por algunos momentos, con el mismo temple y altanería de su señor padre.

Ambos se retiraron de la casa, Jorge Enrique le tomo el brazo a su prometida  y empezaron a caminar por las calles que rodeaban la lujosa mansión. A lo lejos se escuchaba el canto de los pájaros, era una tarde nublada y el aire que se respiraba, era fresco, como si amenazara en cualquier momento, con llover. Sin embargo, pese a ese silencio y a la incomodidad de seguir caminando, como si nada estuviera pensando, Fernanda por un momento se detuvo en su andar y pregunto:

-      Enrique. ¿En verdad me quieres?.

Enrique se quedó sorprendido por esa pregunta que le formulaba Fernanda. Había sido hasta en ese momento de la relación, la cuestión mas importante que le había formulado su prometida.

-      Si claro. – respondió titubeantemente Enrique, como si no estuviera convencido de su cariño, como si realmente, ni el mismo supiera ni pudiera ordenar debidamente sus pensamientos.
-      ¿Y en verdad quieres casarte conmigo?. – volvió Fernanda a formular otra pregunta, mucho más concreta y reflexiva.
-      ¡Claro que si¡ - respondió Enrique en forma automática - ¿porqué  preguntas eso?

Fernanda respondió:

-      ¡Por nada¡. Por momentos llegue a pensar algo en la hora de la comida, pero no es muy grave, olvídalo.
-      ¿Qué pensaste?.
-      No, no tiene importancia, una tontería, discúlpame.

Enrique sintió su corazón salirse de su pecho, ahora la interrogante era suya, esa curiosidad de haberse sentido descubierto, tenía que ser relevada en forma inmediata.

-      No cariño, ¿en qué pensaste?.
-      Pensé – se quedó callada Fernanda - …perdona el comentario tonto que voy a formularte, pero es que vi como observabas a mi madre.
-      ¡Que yo observaba a tu madre¡. – respondió en forma exclamativa  como queriendo decir. - ¡Cuando¡, ¡como¡, ¡a  que horas¡.
-      Cuando comíamos. Observe que mirabas a mi mamá de una forma muy especial.
-      No sé a qué te refieras Fernanda, miro a tu mamá, como puedo mirar a tu papá, eso no se que tenga de especial.
-      Es que sentí…- otra vez volvió a quedarse callada Fernanda, como no queriendo decir, lo que realmente empezaba a intuir.
-      ¿Qué sentiste?....

Fernanda siguió callada, pero hablo con la mente.

-      ¡Que tu mamá y yo¡…¡por favor¡. ¡Como se te ocurre¡.
-      Disculpa cariño, yo no dije nada.
-      Pues ni te ocurra decirlo. Yo respeto demasiado a tu madre, para que llegues a suponer esas aberraciones, ¡como crees¡, ¿Cómo puedes pensar que yo y tu mamá?. ¡Por favor Fernanda¡, no vuelvas a tener ese tipo de suposiciones falsas, que lo único que consiguen es ofenderme  y obviamente a tu madre.
-      Disculpa corazón, es que vi que la mirabas, como si la desearas.
-      ¡No vuelvas a decir estupideces¡ - grito Enrique¡ - que tu padre jamás se entere de estas suposiciones tuyas, no vuelvas a jamás a tocarme este tema, yo respeto a tu madre, porque es una gran mujer y nada más, pero a eso que digas que yo…o tu mamá …¡por favor¡, como se te ocurre ese disparate¡.
-      Disculpa corazón, pero no es para que reacciones así,
-      Pues no vuelvas a ofenderme. ¡Jamás vuelvas a pensar eso¡. Respeto a tu madre, únicamente la respeto. Yo solamente te quiero a ti, ¡Lo entiendes a ti¡.
-      Yo lo sé cariño. Discúlpame por contarte esto, no fue mi intención.

Enrique se reprocho una y mil veces por el momento que había pasado. Como era posible que fuera tan imbécil para experimentar esto. Como podía fijarse en una mujer mayor que él, que además era la madre de su prometida. Maldito fuera él y su hipocresía, su conducta criminal, pecaminosa, como podía ser un farsante y comportarse de una manera tan vil. Realmente era para que se matara, para que el mismo se condenara en los infiernos, por haber mentido a su prometida y haberse mentido a él mismo. Por no ser tan valiente como le hubiera gustado ser, para declararle su amor, a la madre de su prometida. ¡Que estúpido¡. ¡pobre infeliz¡. Que poca estima. Debería de irse a un tugurio y meterse con al primera prostituta que le hiciera desbordar toda aquella pasión y coraje que tenía. Que sentía por una mujer prohibida. ¡Maldito seas Enrique¡. Púdrete en el infierno. Llora en la oscuridad. Matate, antes de que el cinismo o la vergüenza, lo haga por ti.



Mientras que en otro lugar de la casa, yace Amparo en la alcoba de su casa, sentada frente al espejo. Una mujer bonita pero maltratada. Una mujer de una tristeza con una alegría muy oculta. ¿Por qué tenía que sufrir ella a la que Enrique amaba con silencio?. ¿Por qué no podía hacer su vida como quisiera?. ¡Borrarse porque no de este mundo¡. Desaparecer toda ella y todo vestigio de su pasado vergonzosos y de un futuro que nunca jamás llegaría.

Amparo estaba muy triste, con las ganas de llorar y reventar al llanto, sólo observó cómo su marido entro a la recamara, para tirarse a la cama, a roncar como si fuera una bestia. ¿Por qué tenía que vivir con ese hombre?. ¿Por qué tenía que compartir nocha a noche, su cuerpo en los brazos, piernas y boca de ese monstruo. Era más digna, la más vulgar de todas las prostitutas, que ella misma que aparentaba ser una dama de la alta sociedad. Eso no podía ser; observó a su marido decrépito, viejo, oyendo como roncaba en forma grotesca y ruidosa. Como ese olor alcohólico apestilaba el lecho más sagrado de todo matrimonio. Tenía coraje, mucho coraje, de haberse sentido deseada por una persona más joven y no haber correspondido. ¿Qué diría la moral¡. Su hija, su esposo, la iglesia; que dirían sus vecinos, sus familiares¡. Que diría el propio yerno de haberse sentido descubierto de que ella, al igual que él, deseaba sólo un instante, quizás un momento de lujuria, o por qué no, un abrazo cariñoso, un beso tierno sólo eso, un beso, un apoyo, una columna, un hombre, una pareja; sólo el amor, prohibido, tormentoso, tierno, respetuoso.



¿Por qué tienen que pasar esas cosas?. ¡Porque complicarse de esa forma la vida?, en un momento en que el cadete Jesús Melgar planea fugarse del Colegio Militar, en que Fernanda mantiene una correspondencia secreta con el joven cadete; en que Enrique llora de coraje por la miseria de hombre que es y en que Amparo, sentara en su recamara, mirándose al espejo su cabello maltratado, recordando tormentosamente a un hombre; no al que la amaba en silencio, sino que aquel, que alguna vez amó y volvería por ella; aquel con que alguna vez se casó y la abandono a su suerte:  James Thompson. El espía, al servicio del gobierno de los Estados Unidos de América.