sábado, 29 de octubre de 2016

CAPITULO 72


El general Santa Anna no regresara. Dijeron los bandoleros al percatarse, después de varios días, que se encontraban atrapados en esa cueva oscura, húmeda, de olor fétido, sin alimentos, pero rodeados de mucho dinero, documentos, barriles, objetos raros, penachos y hasta calaveras.

El oficial Gaudencio murió al tratar de asesinar a Ignacio. Los otros soldados murieron al tratar de buscar una salida alterna, pero lo único que hicieron fue perderse entre las cuevas, eran ciertas las leyendas; otro de los soldados, empezó a observar visiones, juraba y perjuraba que se le aparecía el charro negro, enseñándole una luz blanca donde supuestamente estaba la salida; llenos de sed y de hambre, por no conseguir alimentos, uno a uno de esos bandoleros empezaron a morirse; esperando que su benefactor regresará algún día por ellos.
  


Pero ha decir verdad, el generalísimo desde una posición cómoda, solo vivía las peores horas de su vida; junto a él, la patria se desmoronaba; la independencia mexicana desaparecía, su nombre se desprestigiaba y las tropas del ejército mexicano, se desintegraban cada día más. ¡Ah quién diablos les importaba unos bandoleros, enterrados vivos, en unas cuevas que si bien, la fortuna les concedía, podían salir vivos si encontraban otras salidas¡. ¡ya habrá momento para regresar a ese lugar y recuperar ese tesoro y esos títulos de propiedad que siguen sin aparecer. ¿Quién los tiene?.

Amparo Magdalena saca esos títulos de propiedad y se los muestra a Jorge Enrique; los vuelve a observar, los lee y se da cuenta lo que en ellos dice: Muchos vendedores representados por un solo apoderado, de nombre James Thompson, cede la propiedad de grandes extensiones de tierra al general Antonio López de Santa Anna. ¡Eso ya lo sabía Jorge Enrique,  él participo en el acto, pero Magdalena dice dos cosas que Jorge Enrique no sabía, en primer lugar, ese supuesto apoderado americano, es un agente secreto del gobierno de los Estados Unidos, con quien alguna vez Amparo estuvo casada; o mejor dicho, con el que jamás se divorcio de él. Eso significaba que el escribano no era su marido y nunca lo fue, simplemente, había sido el hombre de su segundo matrimonio, con el que contrajo nupcias sin haberse divorciado del primer marido, únicamente con la intención de conocer los movimientos políticos del gobierno mexicano. Jorge Enrique incrédulo por lo que acababa de escuchar, empezó a comprender que la verdadera nacionalidad de Amparo era también la de una ciudadana americana y por ello, el dominio del idioma inglés. Amparo respondió que efectivamente así era, sólo que ella, era originaria de San Antonio Texas. No conforme con eso, Amparo dijo la segunda verdad que debía de conocer Jorge Enrique. Esos títulos de propiedad, que tanto anhelaba el general Santa Anna y por el que tanto preguntaban, al grado de querer catear su casa, eran falsos. Tan falsos, como decir, que ella, era una ciudadana mexicana.



Jorge Enrique no entendió lo que acaba de escuchar. Pero Amparo, saco esos títulos, prendió un fosforo y los quemo. Jorge Enrique trato de impedir el hecho, pero Amparo le puso el brazo para impedirlo. Aquellos títulos debían ser borrados de la historia para siempre. Santa Anna nunca compro nada, porque nada le vendieron. La llama del fuego se encargo de incinerar aquellos papeles, para construir una nueva historia.

Ese era el fuego, que trataba de buscar el bandolero Ignacio, debajo de la tierra, en la boca del diablo, buscando la puerta secreta que lo llevara a esos pasillos largos y profundos, donde yacían escondidos, cofres y esqueletos; no daba con ellos, no tenía luz que lo iluminara y la molestia de la garganta le seguía avanzando, al mismo tiempo que sus brazos y sus piernas no le respondían; sin beber, sin comer, sin poder respirar, luego de haber vivido días de abandono, se pudo dar cuenta que encerrado en su tumba, con todo el dinero del mundo, no era nadie, más que un sujeto desdichado, condenado a vivir por siempre, encerrado en ese tesoro. ¡Maldito él y su pobre destino¡. ¡Olvidado por el general¡. ¡Enterrado con un tesoro¡. … entre esqueletos y con las riquezas, del emperador azteca Moctezuma.

Amparo quemó todos los documentos que tenía en las manos, cada uno de los títulos de propiedad de esa supuesta compraventa, ahora, Jorge Enrique no tenía porque regresar a reportarse con su jefe Santa Anna, que cuentas podría darle respecto a esos títulos, si estos ya habían sido calcinados. Lo peor de todo, fue cuando Amparo se atrevió a confesar algo muy importante para Jorge Enrique. Lo que este escucho, lo dejo perplejo.

Efectivamente Amparo Magdalena era una ciudadana americana, ex esposa del agente secreto James Thompson y lo peor de todo, también su informante,  lo que lo hacía convertirse en un enemigo de la republica que se desmoronaba.  Una agente secreto. Una vil espía al servicio del gobierno de los Estados Unidos. Jorge Enrique no pudo decir nada, se quedo callado. Amparo confesó trabajar al servicio de los Estados Unidos de América y de pasarle información a su ex marido, respecto a los movimientos del general Santa Anna y de todos sus planes y estrategias militares, dio nombres de sus colaboradores, incluyendo el suyo y hasta la ubicación geográfica para la búsqueda de un tesoro atribuible al emperador Moctezuma. Aporto los mapas del rumbo, la geografía del lugar, las personalidades propias tanto del ambiente político e internacional. Toda esta información la compilo por más de doce años y en razón a ello, por ello y sólo por ello, tuvo que soportar una relación marital con un sujeto tan corrupto y repugnante como era el escribano; y todo poder conocer con precisión, los movimientos financieros del general Santa Anna. Sus propiedades dentro y fuera del país y para enterarse de otras cosas más, que nadie absolutamente nadie sabía.

Santa Anna, si el general Antonio López de Santa Anna, era el jefe de la gran familia mexicana. Una organización criminal dedicada al bandidaje. Que asaltaba en el camino de Veracruz a México, conocida también por los “bandidos del rio frio”; dedicada al robo y a la falsificación de moneda, Santa Anna como jefe de la banda, era un hombre de doble moral al igual que sus hombres subalternos, quienes en tiempos de “paz” trabajaban de bandidos, pero en tiempos de “guerra” o de “revoluciones”, se convertían en militares. Uno de sus tantos operadores era ni más ni menos, que el Coronel Gutiérrez y Mendizábal y también otro nefasto militar, quien fuera amigo de Jorge Enrique Salcedo, el coronel Martín Yáñez, quienes capitaneaba a los oficiales Gaudencio y a un vil soldado razo de nombre Ignacio Cien Fuegos, delincuentes cuyos terrenos que dominaba, es la sierra del valle de México a Toluca;  Ese pillo de nombre Antonio López de Santa Anna, era el gobernante político, pero también el jefe criminal numero uno. Su actividad ilícita financiaba la lícita. Es el dueño de muchas de las cantinas, prostíbulos, palenques, que hay en toda la republica; inclusive toleraba que las autoridades de Yucatán, se dedicaran a la venta de esclavos para los británicos, franceses, americanos. Es un político farsante que compra su popularidad y por eso, es que había llegado tantas veces a la presidencia de este país; el muy ladronzuelo no lo consigue democráticamente por los sufragios de los electores, en apego a las normas constitucionales, sino que lo hace con el mismo dinero de sus fechorías, por eso financia sus ejércitos y podía levantar batallones de soldados de la noche a la mañana. No porque se tratara de un líder carismático, que si bien era agradable y de muy buen tipo, eso no era suficiente, para armar, sin el poder económico que da el dinero, los ejércitos que estos quisiera. Santa Anna como hombre rico del país, compraba la presidencia, las lealtades y los pronunciamientos políticos que lo colocaban como figura nacional y lo más importante, era tanta su megalomanía, su ambición al poder, a la gloria, al recuerdo histórico, que había optado por comprar esta guerra, creyendo el muy iluso que le iba a ganar a los Estados Unidos de América para convertirse en su estúpido sueño de ser el Napoleón Mexicano, el “Libertador de México, de Cuba, de América Hispana”. “En el gran héroe nacional del México independiente”. ¿Sabes a cuánto asciende la fortuna de Santa Ana?. A veinte millones de pesos. Es uno de los hombres más ricos del mundo y sabes que hace con ese dinero. Sostiene un país  improductivo, de alcohólicos, holgazanes, fanáticos religiosos, delincuentes; donde imperan mas los delincuentes que la gente justa como tú.

Fernanda no era la hija de Amparo Magdalena. Aunque ella siempre creyó que era su madre. Realmente era la sobrina del escribano. Cuando murió Fernanda me dolió como si hubiera sido mi hija, pero no lo era, una mujer como yo, no necesita tener maridos, ni tampoco hijos; soy una mujer libre, sin compromiso, no soy la persona abnegada que pensaste que era; soy lo autosuficiente para valerme por mi misma; soy abogada también, conozco de las leyes de mi país y del tuyo, sé muchas cosas que desconoces. No soy quien crees quien soy. No sabes nada de mi vida, ni de mí pasado; no sabes mi verdadero nombre, a que me dedico, no me conoces Jorge Enrique, como yo te conozco a ti.

Jorge Enrique le pidió que no siguiera, no quería escuchar nada de esa mujer.

Martin Yáñez nunca fue tu amigo. Siempre te utilizo, se aprovechaba de tu trabajo, de tus aciertos como abogado, para lucirse él como el funcionario ideal que necesitaba el presidente. Se creía muy listo y sabes que le paso el muy infeliz. Murió en manos de un asesino, de lo que siempre fue y siempre negaste ha reconocerlo. ¡Un vil alcohólico¡. ¡Un tipo de alma miserable que jamás mereció tener un amigo como tu¡.  ¡El asesino material de mi esposo¡.



Todo estaba dicho, sólo faltaba decir que  el traidor de Santa Anna no era tan traidor como parecía; no era Santa Anna que traicionara a México, sino era México quien traicionaba a Santa Anna. Eran los mexicanos, siempre divididos en sus creencias y luchas políticas, los que terminaban dividiendo siempre al país. Cuando Santa Anna solicito el apoyo de todos los mexicanos, el pueblo le dió la espalda y apoyó, sin habérselo propuesto, a los Estados Unidos de América; cuando en 1844 quiso emprender una nueva expedición de Texas, Mariano Paredes Arrillaga lo desobedeció y lo desconoció en la presidencia;  cuando llegó a Veracruz, instruyo a Crescencio Rejón desmintiera la entrevista que tuviera con Mczenike en el que solicitó al presidente Polk su regreso al país, en donde también pacto la derrota de México y recomendó inclusive algunas batallas ha realizarse, fueron los propios colaboradores de Santa Anna quienes infiltraron lo que realmente ocurrió, cuando este les pidió por el bien de la patria, guardar el secreto; cuando instruyo quitarle los bienes a la iglesia para financiar la guerra, no hubo una guerra civil en la capital; el clero que tanto bendecía a Santa Anna, también lo traicionó, al no convocar a sus feligreses a sumarse a la guerra, ni prestarle el dinero que este necesitaba. Cuando estuvo a punto de ganarle a Taylor en la batalla de la Angostura, le fue informado sobre la rebelión de los polkos. ¡México traicionó a Santa Anna¡ …  porque México es un país voluble, que no le importaba nada su destino, sin creencias, sin principios, sin orientación ideológica, sin líder alguno que los llevara, sin proyecto alguno para su futuro; pueblos como el de México, merecen embrutecerse con el alcohol y la religión, para ser gobernada por sujetos como López de Santa Anna, dejar esa patria generosa, en manos de la vida personal y emocional de un hombre inestable, enfermo, loco, que ambiciona el poder y la gloria.

De esa forma, Ignacio acababa de morir en la “boca del diablo”, en ese tesoro escondido y hasta el día de la fecha enterrado. Y al mismo tiempo, también murió el hombre que era Jorge Enrique Salcedo y Salmorán. Había muerto para él, la mujer que amaba y su concepción de patria, de vida, de amistad. Había muerto su amigo Martin Yáñez; su mentor político Santa Anna, su patria México; todo estaba muerto para él. Sólo faltaba escuchar algo de Amparo, que para esos momentos, ya dejaba de ser Amparo para convertirse en una persona desconocida. Faltaba escuchar, lo que realmente ella sentía por él. Debía decirle lo más pronto, que no se explicaba porque, ni como había sido, ni en qué momento fue, si había sido su inteligencia, su patriotismo o su espíritu noble, pero el caso era, que ella si se sentía atraída por él. Debía decírselo lo más pronto posible, antes de que el rechinar de esos caballos y esa gavilla de bandoleros ingresaran por la fuerza a esa casa, golpeando la puerta y rompiendo los cristales para ejecutar la orden del jefe de todos los jefes. Era el coronel Melgar Gutiérrez y Mendizábal disfrazado de civil.

-       ¡Quedan detenidos en el nombre del general Santa Anna¡

Amparo inmediatamente se paro frente al coronel para reclamarle la forma impetuosa en la que había entrado a su casa, máxime aún, que su propiedad se encontraba protegida por el fallo protector de una orden judicial; lo que no le daba derecho a él ni a nadie, el poder ingresar a su casa. Pero lo único que recibió, fue un fuerte puñetazo del coronel Gutiérrez, quien sólo respondió: ¡cállese el hocico¡.

Jorge Enrique trato de intervenir, regresar dicha agresión pero le fue imposible. Los soldados que acompañaban al coronel, también disfrazados de civiles, lo contuvieron en su enojo y para controlarlo, le golpearon a culatazos. … ¡Ah sí que muy chingoncitos¡. - Dijo el coronel. Olvidando quien había sido el hombre que alguna vez lo había ayudado a ingresar nuevamente al ejército, cuando este alguna vez le suplico en el palacio nacional lo reincorporara a las filas de la milicia. Desconociéndole y dándole un trato, que ni el peor de los soldados americanos, estaba recibiendo en ese momento.

Encadenados de sus manos; tanto Jorge Enrique como Amparo fueron llevados a esas carretas a punta de amenazas. Varias veces el coronel insistió en pedir esos títulos de propiedad que tanto buscaba el general Santa Anna, sin percatarse, ni tampoco entender, que dichos títulos, habían dejado de existir minutos antes; sólo las cenizas quedaban tiradas en el suelo. Documentos sin valor probatorio, sin evidencia de su existencia.

¿Dónde están los títulos?. Gritaba el coronel. Al no contestarle Amparo, esta la golpeaba y ella gritaba; queriéndose defender de su agresor; Jorge Enrique no podía actuar, cuantas ganas tenía de zafarse de esas cadenas y responder la agresión de la misma manera que esta la profanaba.

El coronel Melgar Gutiérrez y Mendizábal registro cada rincón de la casa sin haber encontrado los mencionados títulos de propiedad, tiro los libreros, la mesa, los sillones; con los soldados a su mando, subió a las recamaras de la casona, para desdoblar las camas, abrir los roperos y buscar en cada pieza de la casona, algún documento, cofre, caja fuerte; seguía sin entender que los mismos, habían sido quemados en su totalidad; le quedaba la creencia que dicha respuesta, era sólo una mentira para desalentarlo en su búsqueda; si bien, no estaban dentro de la casa, podían estar en alguna otra parte.

Pero ya era muy tarde. Tenía que regresar lo más pronto posible. Antes de que los americanos, iniciaran el ataque final a la ciudad de México. Debía de reportarse lo más pronto posible con su jefe supremo e informarle, que los delincuentes detenidos, no habían cooperado proporcionándole la información que solicitaba, manifestándole a su superioridad, emitiera sus respectivas instrucciones.

Aquella carreta arranco y a todo galope, se dirigió a la ciudad de México; burlando todos los cercos de los soldados americanos, fingiendo el coronel, ser un humilde carretero a quien transportaba su familia. Corriendo de manera disimulada al Valle de México, para presentarle en forma personal al generalísimo, la captura realizada.



El general, aun peses a todas sus derrotas y la manifiesta victoria arrolladora del poderoso ejército americano, mantenía la firme creencia de que aun podía hacer algo por la defensa de la soberanía nacional. Mientras los americanos no pisaran el Palacio Nacional, el seguiría siendo el hombre fuerte de México. Así lo atestiguaban cuatrocientos soldados más provenientes de Tepic, pertenecientes al batallón de San Blas y ochocientos más, que había mandado el gobernador del Estado de México Modesto Olaguibel. La suerte estaba por definirse en Chapultepec, ahí le quedaba el general Bravo y por lo menos seis mil efectivos, dispuestos a batirse el alma por México.

Santa Anna espero impaciente tener noticia de sus títulos de propiedad; esperaba ansiosamente aquellos días, en que tampoco debía de renunciar a la posibilidad, de huir en cualquier momento de la ciudad. Se encontraba muy cansado, estaba fatigado, algo hambriento, por momentos desilusionado por lo que estaba ocurriendo. Ansiaba tener una buena noticia. Aunque lo que le informó Gutiérrez y Mendizábal, en nada le sirvió. ¡Los títulos de propiedad habían desaparecido¡. Santa Anna maldijo a esa mujer y se sintió profundamente dolido por el comportamiento desleal de quien alguna vez fue su abogado. Ahora el general, los tenía ambos detenidos. Su orden que debía cumplirse, aun pese a sentirse los últimos minutos de la republica, fue que los llevaran ambos a la Ciudadela y ahí los encarcelaran, sin derecho a darles agua o alimentos. Ya luego el general pensaría que hacer contra ellos.

Jorge Enrique y Amparo fueron encadenados y ambos trasladados a los separos del Cuartel de la Ciudadela, donde se encontraban ambos separados sólo por una pared. Era la madrugada del once de septiembre y también, los últimos minutos de la patria mexicana.