domingo, 11 de septiembre de 2016

CAPITULO 38


La fuerza naval americana tiene las órdenes de ocupar los puertos de Tampico y Veracruz. Sin embargo la tripulación del Comodoro John D. Sloat, navega en las costas del pacifico, cuando escucha el rumor de que la guerra entre Estados Unidos y México había sido declarada. Entonces analiza la posibilidad de ocupar  el puerto de Monterrey en San Francisco, para declarar esos territorios, propiedad de los Estados Unidos. Mientras eso ocurre, algunas escaramuzas encabezadas por el Coronel Fremont y un regimiento de soldados de dios, todos ellos mormones, buscan la tierra prometida en América. Al mismo tiempo, cientos de millas, otro militar “iluminado”, el Teniente Coronel Stephen K. Kearny recluta a más de 1700 soldados, para sitiar al jefe de Departamento de Nuevo México Manuel Armijo y declarar a través de la fuerza y de todas las leyes de la guerra. la independencia de Nuevo México.  ¡La victoria americana era inminente¡. La siguiente plaza a ocupar era Matamoros; después sería California y Nuevo México.

No había excusa entre los generales mexicanos Pedro Ampudia y Mariano Arista; ambos se responsabilizaban de la estrepitosa derrota que habían sufrido días antes; de nada servía valorar otro tipo de cuestiones que influyeron la derrota, de nada sirvieron los justificantes de que el ejército mexicano no contaba con ningún médico, de que se carecía completamente de ambulancias y de víveres, que no había ni siquiera un botiquín para atender a los heridos; la derrota había sido culpa de Mariano Arista y solamente suya, por no haber tomado las debidas precauciones. ¡No era cuestión de razas¡, no se perdió porque el ejército mexicano fuera compuesto de indios mayas reclutados en la leva, no era la superioridad de la raza blanca ante la indígena o mestiza; no era porque los invasores fueran más altos y tuvieran mejor artillería; realmente se había perdido por hambre, por falta de municiones, por la obsoleta artillería, por la falta de estrategia militar; por la sencilla razón de que nuestros militares quedaron solos, porque su misión de defender centímetro a centímetro el territorio nacional, había dejado de ser importante desde que el presidente había optado por restablecer la monarquía.



Luego de la derrota de Palo Alto y Rasaca de Palma, se dio una deserción masiva de mil hombres. Los caballos desaparecieron, faltaba agua y víveres, la comida era robada; los aparatos y utensilios militares eran vendidos y hasta revendidos por la propia tropa a cambio de comida, o de algunas vendas o medicamentos conseguidos desesperadamente para dar alivio a los enfermos. Que nadie informe al general sobre los últimos decesos, soldados y caballos mueren por fiebres que pudieron haber sido controladas oportunamente; que nadie diga, que la tropa sigue desertando; que nadie diga respecto a los movimientos del general Zacary Taylor, quien se dispone atacar en cualquier momento y sin piedad alguna, la plaza de Matamoros.

El general Mariano Arista concentra en Matamoros lo que le restaba de tropa. Hace un mes, eran cinco mil efectivos y el día de hoy, solo unos dos mil seiscientos treinta y ocho según los informes de sus oficiales; según sus cálculos visuales, unos mil quinientos. ¿Dónde diablos estaban los demás?. ¿Y la caballería?. ¿Los médicos?. ¿La artillería?. Donde diablos estaban los soldados que alguna vez le sirvieron, aquellos que pelearon bajo el mando de su colega el general Pedro Ampudia; las bajas no podían ser todas; no era cierto que se hubieran muerto de fiebre, de gripa o de cualquier otra epidemia; tampoco era creíble que habían muerto de hambre junto con aquellos caballos flacos, que más convenía sacrificarlos que darles de comer. Nada de eso era cierto, pese a que las apariencias confirmaban más allá de la verdad.

Los generales García y Torrejón se encontraban igual de enfermos que la tropa; mientras que el general Pedro Ampudia en una actitud de total insubordinación; pues nadie asumía el error de haber perdido esas dos batallas, más que el propio Mariano Arista. No hay dinero para la tropa, sólo hay víveres para catorce días, parque de cañón para sólo cuatro horas de combate, el enemigo apreso a los generales Díaz de la Vega y a los tenientes Vélez y Prada. Hay que negociar con ello, el canje de presos. O mejor dicho, la devolución de nuestros oficiales, a cambio de entregarles Matamoros.  - Discúlpeme mi general¡. Mejor hay que resistir, hay que fortalecer nuestras trincheras sobre el río Bravo, porque el enemigo, en cualquier momento puede cruzar el río. - ¿Y con qué parque?.

El general Taylor obediente de las reglas más civilizadas de la guerra, pide la liberación de sus prisioneros de guerra, a cambio, habla de liberar a veintidós soldados mexicanos presos; en reunión de trabajo, los generales Morlet, Jauregui, García y Torrejón y el coronel López Uraga analizan la situación.

-      ¿Qué hacemos general?.

El avance del ejército americano era inminente. Los invasores podían darse el lujo de restablecer el Fuerte Brown y desde ahí, continuar con sus trabajos de artillería para bombardear Matamoros; podían inclusive cómodamente cruzar el rio Bravo, sin tener un solo ahogado. Consciente de ello, ante su debilidad y evidente superioridad del enemigo, el general Arista tomo una decisión:

-      Abandonemos la plaza.

Los demás militares no sabían si esa decisión tomarla con gusto o con indignación. Dudaron si en ese momento arrestar al general Arista para acusarlo de traición a la patria, o bien, cumplir estrictamente al pie de la letra sus instrucciones. No hicieron otra cosa, los demás oficiales mexicanos que quedarse callados y mirarse todos a los ojos, siendo testigos de la tercera derrota militar en esta guerra; una batalla perdida más, en la que ni siquiera, se había disparado una bala de fusil, ni mucho menos un cañón. Se había perdido Palo Alto en la batalla, Rasaca de la Palma en una emboscada y ahora Matamoros, en una vergonzosa retirada.



No será mejor suspender hostilidades. Hagamos una comisión y visitemos al general Taylor, ofrezcámosle la tregua y entrega de prisioneros; para hacer tiempo y reforzar la plaza con los regimientos de San Luis Potosí y Tampico. ¿Por qué no lo hacemos general?.

El 17 de julio de el general Tomas Requena cruza el rio Bravo con una pequeña escolta y la bandera blanca de la paz. Vienen para pactar la tregua; inclusive la entrega pacifica de la plaza, no atacaran al enemigo, hasta en tanto, no se pacten las nuevas condiciones de la guerra. Requena, una vez llegando al campamento de sus adversarios, alcanza a sentir la alta moral de sus adversarios. No da crédito, de que efectivamente, el ejército invasor es mil veces mejor que el propio. Una vez llegando a la tienda campaña, pide hablar con su homólogo el general Taylor.  Después de tenerlo esperando por horas; en compañía de sus traductores, Taylor responde al ofrecimiento, con su total negativa. – El general Taylor responde que cruzara el rio Bravo en la tarde – No acepta la tregua, es capaz de sostener otro enfrentamiento más. Requena regresa a Matamoros cabizbajo, con la moral abajo, al haber realizado la comparación entre los soldados americanos mejor equipados, que la bola de indios hambrientos con los que contaba el ejército mexicano. Comunica al general Arista que los americanos cruzaran el Rio Bravo por la tarde y que si en la noche, los mexicanos ofrecen resistencia, el atacara hasta destrozar al último de nuestros compatriotas. El dilema entonces es, o enfrentar heroicamente a Taylor en una batalla inútil que se perderá; o bien, retirarse, para reagruparse y volver a enfrentar al enemigo. ¿Qué hacemos general?.  

-      Escondan el parque y ordene la retirada. Quemen todo lo que hay. No dejemos ni una pizca de comida a esos invasores. Retrocedamos y concentrémonos en Monterrey.
-      ¿No sería mejor irnos a San Luis Potosí?

Mariano Arista lo pensó dos veces. Irse a San Luis Potosí significaba ceder más territorio al enemigo; aunque bien era cierto, tenía por lo menos la seguridad de que desde ese lugar, podía concentrar mayores soldados para la defensa del territorio nacional; no así, si decidía desplazarse hasta Monterrey, donde la lejanía del centro le sería más adverso replantear la estrategia para allegarse de refuerzos, aunque bien simbólicamente, el avance enemigo podía verse frenado inmediatamente.

Los oficiales mexicanos se quedaron pensando fijamente, si la retirada debía ser hasta Monterrey o a San Luis Potosí; hubo argumentos en pro y contra, al parecer la tendencia favorable era agruparse a Monterrey, aunque el general Pedro Ampudia sugirió que lo mejor para la defensa patria, sería dejar un regimiento en San Luis Potosí, para estar a la “espera” de lo que ocurriera en Monterrey.



 Una vez acordado la retirada de la tropa mexicana; se dio la orden de retirada; había que marcharse lo más pronto posible de ese lugar, llevarse lo más que se pudiere, o mejor dicho, lo que pudieran soportar aquellos caballos flacos y enfermizos; con esas carretas cada vez inservibles. – Carguen lo que puedan. ¡No dejen nada en manos del enemigo. – Los soldados cargaron unos pocos costales, que no eran más que los alimentos de la tropa; hojuelas de maíz y de frijol para darle de comer al regimiento. Semillas de frijol y maíz que ni aún dividiéndolo en mil porciones, garantizaba la estancia del ejército mexicano por más de quince días. - ¡Que esperan, carguen lo que se pueda, a pelarnos cabrones.- ¡No dejen huella para esos malditos güeritos, que vienen apoderarse dentro de unas horas, de la heroica plaza de Matamoros; del inmortal insurgente de la guerra de independencia Mariano Matamoros.

- Carguen lo que se pueda. – Pero las carretas no sirven, sus llantas en vez de ser redondas, se van convirtiendo en cuadradas, pierden su covartura; alguna inclusive, la madera yacía podrida. – Pobres caballos, maldita sea mi patrias – Los enfermos abordaron algunas de las carretas, sin médicos ni enfermeras, más valía matarlos a quemarropa, para no cargar estorbos. – Son menos bocas general, ¿Nos los echamos?. - ¡Espérate, no hay que gastar parque¡. – A ir emprendiendo la vergonzosa retirada, a bajar de lo más alto la bandera tricolor, sin ceremonia oficial, sin toque de bandera, marcharse lo más pronto posible, porque de un momento a otro, llegaban los invasores, con su uniforme verdecito, cantando canciones estúpidas y con esa bandera llamativa de estrellitas y franjas rojas.



El general Taylor es informado de la retirada mexicana; junto con sus demás compañeros celebran la tercera victoria militar, que lo llevara próximamente a su candidatura presidencial. No hacía falta planear golpecitos de Estado, no era necesario en Norteamérica proclamar un manifiesto a la nación y establecer a punta de balazos, una Junta Militar, ni tampoco un Congreso Constituyente. Seamos reales, en países civilizados como Norteamérica, las reglas de la democracia si funcionan. La convención de los Partidos Republicano o Demócrata postulan al próximo presidente y cada Estado de la Unión, organiza elecciones libres, para constituir los poderes de la unión. No estamos en México, donde inventan figuras como el “habeas corpus amparo” o instituciones jurídicas incomprensibles para la práctica del Derecho.

No señores, estamos en América, somos la raza predilecta, Dios bendice a los Estados Unidos, y para ello la libertad y la democracia tiene que llegar a todos los rincones del mundo, empezando por nuestra republica hermana, víctimas de la opresión de los sacerdotes y de los falsos militares. – Comand generaly Taylor – ordenemos la avanzada para mañana en la mañana, al mismo tiempo que los soldados mexicanos huyen en la noche como gallinas.

Los cohetes son lanzados desde el piso; al mismo que la tropa americana observa el espectáculo de las luces de bengala, las trompetas y tambores de la banda de guerra llama a todos los efectivos a ponerse en posición de marcha, con el uniforme intocable y con esos rifles de última tecnología. – Son más veloces para disparar. Algún día desarrollaremos un rifle mas rápido, donde no haya necesidad de recargarlo, donde con sólo pisar el gatillo, puedan salir disparados al mismo tiempo, decenas de balas. Nuestros cañones serán mas certeros, su potencia y lejanía, será la clave de nuestros triunfos militares. – _ Congratulations brothers, the War we’ll win. -  Del otro lado del escenario, los soldados cavan hoyos para esconder todo el parque que se pueda. - ¡Apúrense cabrones¡. Que en cualquier momento llegan – ah seguir cavando para esconder todas esas cajas de municiones, que no serán utilizados para matar a soldados invasores . A seguir excavando lo más que se pueda, echen la tierra de una vez, tapen lo más que pueda, que los americanos les cueste más encontrar el parque. ¡Quemen lo que puedan – ¡Y los enfermos coronel¡. ¿Qué hacemos con ellos?. - ¡Mátalos de una vez¡. ¡Que ya no sufran los cabrones. – Se escuchan los disparos, la propia tropa mexicana se aniquila a sí misma; se esconde sus propias armas, huye lo más que puede.

La retirada inicia. Sin trompetas ni cornetas que tocan, uno a uno de los mexicanos va retirándose del lugar. Dejando atrás, a sus muertos. A sus heridos, el parque inútil que no sería usado en contra del enemigo. A esconder lo más que se pueda, municiones, carabinas; a desarmar cada uno de los cañones y si no, tírenlos al rio; llevarse toda la comida, toda el agua; a matar al último moribundo; a emprender la marcha lo más pronto posible, la plaza de Matamoros debe de estar vacía para cuando entre el primer soldado yanqui.

- Congratulations my friends – El ejército mexicano ha vuelto a perder esta batalla. Las bajas del ejército de ocupación son mínimas, - ¡comand brothers¡. – los contingentes avanzan y junto con ello, la banda de guerra que ejecuta el himno nacional -  Happy day general, América win a México – la bandera de las barras de las estrellas, oscila en lo más alto en la plaza de Matamoros. – Nada dejaron los mexicanos, más que su vergüenza.  Lárguense con sus pinches generales.



En Palacio Nacional llega la noticia. El presidente de la republica pega un grito en el aire y califica al general Mariano Arista de un traidor, un desleal, un imbécil, solamente él es responsable de la peor crisis militar que vive en el país. ¡Al diablo el plan de Mazatlán y el de Jalisco, que importa si Santa Anna regresa o no para encabezar la revolución, Arista es el peor de los traidores, un desleal, carece de ética y de principios para seguir colaborando en mi gobierno, gírese una carta y ordene su inmediata destitución; convoque a todos los miembros del gabinete, a mis altos oficiales, llame al señor Arzobispo, necesito tomar lo más pronto posible una sabia decisión para contener esta crisis.

El ambiente político se estremece. La prensa habla no solamente de un litigio promovido por el abogado Mariano Otero ante la Suprema Corte de Justicia de la Nación ante la detención ilegal y arbitraria de quien fuera Ministro de Hacienda don Manuel de los Trigueros; ahora la prensa habla sobre las derrotas militares por el ejército nacional ante el invasor yanqui. Se perdió Palo Alto, después Rasaca de la Palma; ahora el ejército abandona Matamoros sin la mínima resistencia. Arista es un traidor. Es el peor general del ejército mexicano, traiciono la confianza que el presidente le había depositado, sirve a los intereses más ocultos, esta no a favor de los mexicanos, sino de su mentor político, el despreciable y por siempre indigno, Antonio López de Santa Anna.

La orden de destitución de Mariano Arista llega, - entregue el mando al general Francisco Mejía – con ello, el general Arista suspende cualquier obra de fortificación tendiente a detener el avance enemigo sobre Monterrey. Sin embargo el general Mejía enferma, y es ocupado su lugar por Tomas Requena; la marcha aun no llega hasta Monterrey, cuando un regimiento de más de mil ochocientos hombres se desvía del camino para irse directamente a Tampico. - ¡Que no había que ir a Monterrey¡. - ¿Qué acaso no se había discutido, que el viaje tenía que ser directamente a San Luis Potosí?. ¿De dónde chingados sacan que hay que dirigirse a Tampico?.  – El general Morlet con dos regimientos ocupa el puerto de Tampico, porque dice que desde ahí, puedan entrar los americanos. - ¿Qué no entraran por Monterrey?. ¿No será acaso que desde Tampico, esperen que entre Antonio López de Santa Anna para destituir al próximo gobierno?. 

La ciudad lo sabe, en la Academia de Jurisprudencia, próximo a realizarse el examen profesional de Armando Villarejo, la noticia llega en forma sensacionalista; auguran que los americanos próximamente llegaran a Monterrey y que muy pronto, una excursión marítima llegara a los puertos de Tampico y Veracruz. Se habla inclusive de la segunda conquista de América. ¿Quién será el nuevo Hernán Cortes que nos derrote?. ¿Quién denigrara a nuestras mujeres y nos robara nuestras propiedades?. ¿Quién atentara contra la santa fe, nuestra religión, nuestra madre santísima de Guadalupe?. - ¡No tengan miedo señores – la Santa Iglesia Católica defenderá con todo patriotismo nuestra religión, no llegaran los metodistas, ni los presbiterianos, ni tampoco esos fanáticos mormones; cada sacerdote desde el pulpito, convocara a la resistencia. En la plaza del volador, se leen los primeros panfletos de que la revuelta militar de Mazatlán y la de Jalisco, será la que ponga fin a este nefasto gobierno. Que en cualquier momento, el protector de la patria entrara por Tampico.

- Señores – dice el presidente de la Republica, en esa mesa rectangular, donde un año atrás había hablado el ex presidente José Joaquín Herrera con la gente de su gabinete, ahora las caras eran diferentes, salvo Salcedo y Salmorán que detrás de la silla presidencial, toma nota de lo que en ella se discute, ahora ya no cuenta con la presencia de su amigo el Coronel Yáñez, y sin embargo es testigo nuevamente de esa segunda junta de salvación nacional. Hace un año, recordó que la reunión se realizo por la declaración de independencia que hiciera Texas junto con el reconocimiento del Congreso americano a su anexión; hoy después de un año; ni Texas, ni California, ni Nuevo México, ni tampoco Matamoros pertenecen a México. El enemigo se aproxima a Monterrey y planea en cualquier momento, ocupar Tampico y Veracruz. Escuchemos todos, que algo importante dirá el presidente de la republica, guardemos silencio.

-      Distinguidos ministros y oficiales de nuestro glorioso ejército mexicano. La defensa del territorio nacional ha sido uno de los pilares fundamentales de mi administración. La revolución de San Luis Potosí que dignamente me distinguió como su general en jefe, tuvo su razón de ser en la defensa de la patria, no de los americanos que por su propia lengua y religión sabemos distinguir como apostatas mercenarios, sino de nuestros propios hermanos que como Caín, son capaces de traicionarnos, matarnos y tratar de engañar inocente y estúpidamente a dios. Ese es el ejemplo que os ha dado el general Mariano Arista, a quien deposite toda mi confianza, y que con un regimiento de cuatro mil hombres, decidió desocupar cobardemente la plaza de Matamoros, contraviniendo las órdenes de resistir, atacar y vencer al enemigo que yo mismo le ordene. Por ello, me he prevenido a destituir a ese traidor y exigirle su presencia en esta capital, para que responda de sus cargos ante el Consejo de Guerra que sabrá sancionarlo.

Los demás seguíamos escuchando al presidente de la república, en espera de que en cualquier momento, diera a conocer algún mensaje importante.

-      Asimismo, los jefes de Departamento de Tamaulipas y Veracruz, me han informado que sus puertos han sido bloqueados por escuadrillas presumiblemente americanos; bloqueando con ello, todo nuestro comercio marítimo. La situación no lo dudamos, es grave y exige desde luego, toda la lealtad a su servidor. La unión de todos para defender la soberanía nacional, la guerra ante todo, el llamado de todos nuestros hijos para resistir, defender, atacar y derrotar por siempre a esos invasores que vienen a robarnos, no solamente nuestro territorio, sino también, nuestra santa religión.

Pero a decir verdad, su discurso parece despedida. Nada dice respecto a las rebeliones de Mazatlán y Jalisco. No pronuncia el nombre que todos saben esta próximo a regresar. Demerita cualquier acción política; la verdadera salvación a la patria es él.

-      Siendo el presidente constitucional, jure ante Dios ya los santos evangelios, desempeñar fiel y lealmente el poder que la nación me deposito; jure ante el Congreso mirar por el bien y la prosperidad de mi patria, procurar y conservar la integridad del territorio nacional, guardar y hacer guardar las leyes; es por ello, que en cumplimiento a mis altos deberes de patriota, es por lo que solicitare al Supremo Congreso se sirva declarar la guerra a los Estados Unidos de Norte América; así como también, se me faculte para proporcionarme los recursos que fueran necesarios para hacer uso de todas las rentas nacionales, a fin de atender los gastos urgentes de loa guerra. Yo mismo presidiré la defensa del territorio nacional. Yo mismo enfrentare a esos americanos, como el mejor hijo de la patria. No traicionare la confianza que ustedes en mi me han depositado, defenderé a mi país por sobre todas las cosas.

-      General. Usted no nos puede dejar. ¡No exponga su vida por favor. - ¡Nadie como usted puede gobernar a este país. - ¡No señores por favor no insistan, irá a combatir a esos mercenarios.- - No lo permitiremos general.- Usted es el mejor presidente del país.- No olvide que próximamente llegaran los príncipes de España y el panorama cambiara radicalmente. – Por favor no nos deje. - ¡Viva el general Paredes Arrillaga¡. Mueran los yanquis. Esta guerra será recordara por siempre, por la heroica defensa de nuestro gran hombre, el presidente de la republica, generalísimo Mariano Paredes Arrillaga.

El general se levantó de su oficina y acto después, cada uno de sus miembros del gabinete le extendió un cordial saludo y un abrazo solidario en muestra de lealtad y total subordinación. – Saldremos adelante. – Peores momentos hemos tenido. – No permitiremos, que llegue ese maldito de Santa Anna a quitarnos, lo que usted con tanto sacrificio ha podido obtener. – Jóvenes, saquen el dinero de todas las arcas, que nos iremos al norte a combatir a esos americanos.- Escucharon bien a mi general, saquen todo el dinero y ponga en marcha todas las carretas, el presidente de la republica abandona la Ciudad, para dirigirse al norte y enfrentar ese tal Zacarías Taylor y ponerlo en su lugar. – Por favor señor presidente, quien como usted podrá salvarnos del enemigo. ¡No se vaya por favor¡. – ¡regrese¡, ¡regrese¡ lo mas pronto posible. No nos deje a nosotros solos. - ¡ya sacaron el dinero¡. Falta el fondo de ahorro, está en la caja fuerte de mi oficina, llévense todo el oro, no dejen nada, absolutamente nada. Si es que otro llegare  a ocupar mi lugar, no le den dinero, ni una moneda, ni una limosna. Su inminencia, otórgueme su bendición, quiero salvar ante todo, mi vida. – Que dios y la santísima virgen de Guadalupe, lo bendizca a Usted mi general.

Un regimiento de más de mil soldados acompaña al presidente de Republica, en su partida al norte para enfrentar a Zacarías Taylor. Las bandas sonoras de los militares anuncian la despedida del general en jefe que abandona la ciudad. La impresión de que todos tienen; es que Paredes Arrillaga abandona el poder. Su excusa de irse a combatir a los americanos, no es más que la renuncia a su puesto de presidente, hecho de la forma aparentemente mas digna, pero a fin y a cabo, renuncia. El país siendo invadido y ante un caos de la ingobernabilidad que él mismo género. El pueblo ve partir a quien siete meses antes, había jurado salvar a la patria de la amenaza yanqui. Los papeleros anuncian que con la huida del presidente, la ciudad queda indefensa, en espera de que cualquier caudillo se subleve, adhiriéndose a las revueltas de Mazatlán, Jalisco y Veracruz. El nombre de ese nuevo caudillo, unificaría todas las revueltas populares y haría posible el retorno de su Excelencia, el generalísimo Santa Anna. Ese caudillo revolucionario, al parecer tiene nombre. Se encuentra en el cuartel de la Ciudadela, es el general Mariano Salas.



En otro lugar, el 7 de julio de 1846 después del bombardeo marítimo y la poca resistencia de cincuenta guardacostas mexicanos, el Comodoro John D. Sloat y sus más de trescientos cincuenta marinos, ocuparon el puerto de Monterrey en San Francisco California, derrotando con ello a la poca resistencia de la tropa nacional que la defendía; de esa manera, las banderas americanas posarían por siempre sobre las costas de California. Un simple oficial de la marina americana, rompía las reglas del derecho internacional, actuando por su propia cuenta y en contravención a sus altos oficiales, se convertiría para la historia, el nuevo padre de la patria, de la California americana. – ¡Que Dios bendiga América.