sábado, 10 de septiembre de 2016

CAPITULO 37




James Thompson había despertado de su cama aquella mañana, acompañada de aquella joven prostituta que le había hecho la noche placentera. Desde ahí, envuelta en las cobijas y con la luz del día que entraba a la habitación, Thompson escuchaba el canto de los pájaros, al mismo tiempo que observaba el cuerpo de esa mujer desnuda de cabellos negros y largos, miraba su hermoso cuerpo, sus líneas perfectamente contorneadas, sus piernas, brazos,  sus infinita cadena y senos que lo hizo perderse apasionadamente en medio de la oscuridad, haciéndolo sentir más joven de lo que ya no era. De no ser por el color de su piel o su cabello negro, esa mujer podría ser Amparo, su amada esposa, a la que había abandonada con su hija y que nunca la había conocido.

Lupita despertó al sentirse observada, se había dado cuenta que la luz del día había entrado a esa habitación y que por lo tanto, sus servicios sexuales habían sido proporcionados para darle placer a un viejo gringo, que hablaba excelentemente el español, que seguramente era de dinero y que una razón muy importante, lo había hecho visitar México.

¡Amparo¡. Su amada Amparo, que un día para otro, lo abandono para irse a vivir con un  tipo igual de mezquino que él. Un tipo asqueroso, engreído, mal nacido, de esos que no merecían haber nacido, que hubiera sido mil veces preferible para la humanidad, que ese tipo hubiera muerto de cualquier epidemia, que haber sobrepasado los cincuenta años, para podrirse poco a poco en vida.



La misión que le había encargado el Secretario de Estado había sido perfectamente cumplida al pie de la letra. Ahora sus informes le confirmaban, que en menos de cuarenta y ocho horas, el mejor regimiento del ejército mexicano, había sido aniquilado por el general Zacary Taylor. La valiosa misión de defender la soberanía nacional encomendada a esos indios mexicanos, fracaso. ¡Fiesta nacional en los Estados Unidos¡. Bastaron dos días, para que después de haber perdido el ejército mexicano en Palo Alto y Rasaca de la Palma, también se perdiera moralmente; los informes de Thompson aseguraba que de la noche a la luz del día, una oleada de soldados desertores, abandonaran el ejército; las tiendas de campaña lucían vacíos, se fueron los soldados mexicanos, escondiendo la vergüenza de la patria, ¿Dónde diablos se fueron estos malditos indios?. Sin rastro alguno, el general Mariano Arista no podía ocultar el coraje de haber perdido de la forma tan mas pendeja; había que desquitarse con los malditos desertores, ir detrás de ellos y fusilarlos, ahorcarlos, arrancarles las uñas, quemarlos en leña verde; decirle a toda la estúpida tropa, que ese sería el destino si un soldado más decidiera desertar.

Pero que importa si esos hechos ocurren tan lejos de la ciudad; de nada vale las noticias en un país desinformado, donde en las oficinas del Palacio Nacional, los soldados siguen portando sus mejores trajes, con casacas terciopeladas y botones inclusive de oro, con medallas y cascos hechos con los mejores metales del mundo  y con el aumento considerable de sus haberes; con un gobierno fuerte como el del general Mariano Paredes Arrillaga presidente de la republica por la revolución de Jalisco, que una y otra vez más, exponía ante la comunidad intelectual, ante el santo clero y los militares del país, las bondades del sistema monárquico. ¡Viva México¡.  ¡Viva la gloria nacional¡. Que suenen los cohetes, las campanas de todas las iglesias, gritemos de júbilo, haciendo caso omiso, de que en menos de veinticuatro horas, más de dos mil soldados americanas cruzaran el Rio Bravo.  ¡Remember the Alamo¡. Celebremos que en México, son más importantes los manifiestos políticos que lo que realmente ocurre.



A lo lejos, en Mazatlán Sinaloa el insurgente general Juan Álvarez, se levanta en armas, desconociendo como Presidente de la Republica al general Mariano Paredes y Arrillaga, invocando a toda la ciudadanía, a restablecer las instituciones federales y con ello, el regreso del generalísimo Antonio López de Santa Anna.  La nueva revolución aparecería en la misma medida en que los soldados americanos ocuparan poco a poco mejores posiciones, en que aquella bandera de las barras y las estrellas, con aquellos soldados que con música y desfilando jubilosamente, iban penetrando poco a poco el territorio nacional, hasta llegar en los próximos meses al corazón de la república. La nueva revolución no escucha de tambores, no sabe nada de la derrota estrepitosa de Mariano Arista, ignora por completo los nombres de todos los soldados mexicanos que murieron a causa de la artillería yanqui o en el peor de los casos, ahogados en el Río Bravo. La nueva revolución no sabe de eso, lo único de lo que esta convencido, es que este gobierno ha traicionado la Constitución, ha violado la soberanía popular, le ha mentido el pueblo, ha puesto en riesgo la soberanía del territorio nacional; la nueva revolución no cuenta todavía con suficientes recursos pero está convencido que al llamarle para su dirección al padre de la patria Santa Anna, inmediatamente otros bandos se sumarian a la revuelta. La noticia no tarda en llegar, antes de que se enteraran de las derrotas de Arista en Palo Alto y Rasaca de la Palma, la guarnición de Guadalajara, aquella que estaba dentro de los dominios del Departamento de Jalisco, aquellos que meses antes habían apoyado a su caudillo, decidieron desconocerlo sin piedad alguno. El nuevo manifiesto se solidariza con la revuelta de Mazatlán, sólo que ahora además de pedir el retorno del general Santa Anna, promete convocar a un nuevo Congreso Constituyente conforme a las leyes electorales de 1824 y garantizar de una vez por todas, la existencia del Ejército.

Thompson seguía escribiendo esos reportes a su destinatario el Secretario de Estado, a fin de que este mismo informara al Presidente Polk de los primeros síntomas alentadores del triunfo inminente de Norteamérica sobre México. Podía seguir informando aun con mayor detalle, el resultado de sus entrevistas con los cardenales de Puebla y de la Ciudad de México, el éxito de su negociación consistiría en que ningún sacerdote católico llamaría a la guerra a sus feligreses contra los americanos, a cambio de que Estados Unidos siguiera respetando la santa fe del catolicismo mexicano. – No atentaremos contra el dogma, no destruiremos ninguna iglesia – repetía una y mil veces Thompson a cada uno de los clérigos que visitaba, hasta convencerlos de que en esta guerra, se respetaría cada lugar sacro de la fe del pueblo mexicano. Que no sería nunca la intención de Norteamérica, de sustituir el catolicismo por el protestantismo.

Qué lejos estaban esos días cuando Thompson disfrazado de mormón, emprendió la persecución en contra del profeta Joseph Smith y de sus apóstoles, para impedir que este y toda su cofradía, ascendiera a la presidencia de los Estados Unidos de América.



Ahora los tiempos habían cambiado, ya no se dedicaba espiar a los mormones, ni a tampoco a creerse esos cuentos de que el Ángel Moroni se le había revelado al profeta Smith respecto al contenido de esas planchas de oro, que describían la historia de la tribu de los “Jereditas”, descendientes de Henoc y provenientes de Babilonia, dispersos éstos por la confusión de las lenguas en la torre de Babel; ya no se dedicaba a buscar el libro de oro que contenía la doctrina religiosa de esa secta, ni a verificar si en verdad era cierto, de que al falso profeta se le habían aparecido Juan el Bautista, San Pedro, Santiago y San Juan; todo eso era falso, pero muy bonito de creerlo, ahora lo que se dedicaba era espiar a los jerarcas católicos mexicanos, a sus gobernantes, a contribuir con sus informes para que esta guerra fuera ganada por América. Ya no importaba ahora el crecimiento desmesurado de la secta mormona, que habían llegado a Nueva York, Ohio, Missouri y Nauvoo; que lejos estaban los días cuando el profeta Smith fue detenido por los delitos de sedición, poligamia, fraude y pederastia.

Se rió ahora Thompson, no daba crédito de que como el destino da tantas vueltas; tanto perseguir a los mormones que se convirtió en Mormón; tanto hablar con los jerarcas católicos mexicanos, que prefirió una vez más, adoptar a los reverendos mormones como sus verdaderos líderes religiosos. Era mil veces mejor tratar con Brigham Young que con Monseñor Labastida, era preferible una vez más, creer que el pueblo hebreo había emigrado a Norteamérica, a que la “virgencita de Guadalupe” fuera la madre de dios y protectora de los indios mexicanos. No cabe duda que los pueblos necesitaban columnas de fe donde sostenerse; pero al menos la columna mormona, aun pese a todos sus errores, era más acorde con la forma de pensar del pueblo americano; eran ellos el pueblo elegido, el destino manifiesto de su liderazgo y predominancia en el mundo, eran ideas que afianzaban el patriotismo americano, frente a esa visión maternal de la virgen Guadalupana protectora de los indios esclavos y abnegados de sus opresores los españoles.



Ahora Thompson, recordaba cómo había muerto Joseph Smith, después de la persecución, de su encarcelamiento, del linchamiento del que fue víctima, de aquellos balazos disparados entre la muchedumbre enardecida que le dieron fin a la vida del falso profeta; de esos Mormones místicos, de la falsa iglesia que ostentaba predicar el verdadero evangelio, eran ahora ellos, ya no perseguidos por su poligamia, ni por sus fraudes y mentiras; ya no eran delincuentes, sino eran sus aliados en contra de los mexicanos; nunca el Gobierno de los Estados Unidos pudo desaparecer la secta con la muerte de su profeta; al contrario, la iglesia había crecido tanto, que ahora constituía un gran motor de apoyo político, económico y militar a favor del Gobierno que años antes los había perseguido. ¿Quién lo iba a pensar?.


Quien iba a imaginar que la pipa de la paz entre el gobierno americano y de la iglesia mormona iba ser firmada, gracias a esta guerra con México. ¿Quién iba a suponer, que a dos años de la muerte del profeta Smith, decenas, cientos y porque no, miles de feligreses mormones, se alistaban al ejército de los Estados Unidos para apoyar esta guerra. ¡Celebremos pues ese patriotismo¡. Esa religión es bendita, sea cierto o no el contenido de las tablas de oro, de que haya o no aparecido Juan el Bautista y el ángel Moroni, de que Jesucristo piso América, que importa, lo trascendente ahora, es que el batallón mormón se suma al ejército americano en clara muestra de su subordinación al Presidente de los Estados Unidos, a norteamérica, al destino manifiesto.



Thompson había sido informado de que el comandante militar de extracción mormona John Fremont, atravesaba Nevada, Arizona, Nevada, Utah, para dirigirse a California. Quizás seguramente para implementar el estado teocrático mormón, pero que importaba cual fuera la motivación de éste, lo importante de esa misión patriota, era que los mormones ya no eran unos delincuentes, sino eran aliados en esta guerra y que los mismos contribuían, a invadir los territorios mexicanos que pronto le serían arrebatados por la guerra.

De esa manera California sería sitiada por el comandante mormón Fremont, así como por el Comodoro John D. Sloat, quien en unos días, tomaría el puerto de Monterrey en California,  para vencer a los guardacostas mexicanos.

Thompson había visto y vivido  tanto; nadie podía engañarlo. Solamente ese maldito escribano mexicano que resulto tener mayor dinero que él, el suficiente precio para haberse casado con quien fuera su mujer, nada menos y nada más que Amparo.

Ahora regresaría a México para vencer a esos indios descalzos, a ese país de sacerdotes de faldas negras, hipócritas y más corruptos que los lideres mormones; más polígamos que el mismísimo Joseph Smith, borrachos, perezosos; Thompson regresaría a México Para pedirle perdón a su esposa y regresar con ella a New York a tratar de reconquistarla. A pasar con ella, quizás, los últimos días de su vida.

Mientras tanto Lupita seguía desnuda, levantándose de la cama, luego de haber pasado la noche con ese americano, quien para ese momento, había cambiado radicalmente de actitud, ya no era el viejo agradable, interesante, gracioso, que hablaba perfectamente el español; en esos momentos, James Thompson había cambiado bruscamente de personalidad, ahora era déspota, soberbio, olvidando de sus labios pronunciar cualquier palabra de español; comportándose en una actitud insolente, le ordeno a Lupita que se largara. Sin embargo, la joven prostituta, sólo se rió de él,  con la sabana se tapo el cuerpo y en tono burlón le dijo:

-      Guerito, no hagas como el que no me entiendes.
-      I don’t speak spanish, I don’t understand, you go aut.
-      No se que quieras decirme, pero a ti te hace falta hablar.

Thompson se sintió descubierto, descubrió entonces que efectivamente necesitaba alguien con quien hablar.  Una persona que lo escuchara sin reprocharle, que le tuviera toda la paciencia y sabiduría para soportarlo como persona, que le pudiera contestar a cada una de sus pregunta. Efectivamente, el silencio de Thompson tenía que romperse y hablar de una vez por todas.

-      You are intelligent. How do you say name.
-      No te entiendo güerito. Que quieres decirme.
-      ¿Cómo te llamas?
-      Yo me llamo como quieras llamarme.

Thompson había olvidado que esa mujer había respondido al nombre de Lupita, ahora que la veía sentada en la cama, había recordado sus años de vida marital,  esa mujer podía ser Amparo.

-      Te llamare Amparo.
-      Llámame como quieres cariño. ¿Qué te pasa?.



A veces una prostituta sirve de confesionario, no solamente es una mujer que otorga los placeres sexuales a quien tenga hambre de ellas, es también una pared, una estatua digna de una virgen, una persona con quien cualquier hombre no solamente puede desnudarse en cuerpo, sino también el alma. Sin embargo Thompson, no dijo nada, se quedo callado; no fue capaz de decirle a esa mujer, que hombres como él, son indignos, asquerosos, sucios; que su afición al juego lo había hecho perder tanto, incluyendo a la mujer que alguna vez amo; que no por nada, prestaban sus servicios ruines para los intereses mezquinos del país invasor. Automáticamente, como si hubiera tenido una revelación, Thompson supuso que esa mujer no solamente podía tener las cualidades de una bruja capaz de adivinar el pensamiento a cualquier espía de Norteamérica; ahora sabía perfectamente que esa mujer, podía contactarlo quizás con las esferas más altas del Gobierno Mexicano. Tenía todo para hacerlo. Era alta, morena, de cabello largo sedoso, un impresionante busto y una cadera exquisita que se meneaba al caminar, tan impresionante era su andar y su sensualidad, que cualquier hombre no podía resistirse a los encantos de esa mujer. Ni el más honesto de todos los mexicanos.

Lupita entonces sintió que sería utilizada por ese hombre. Supo perfectamente que esa noche en la que había prestado sus servicios le pronosticaba un cambio radical en su vida; dejaría de ser una prostituta más, para convertirse quizás, sino en una dama de sociedad, si por lo menos en una “madam” de casas de citas; podía ser la patrona de su propio tugurio y prestar los servicios de espionaje a favor de los americanos. Thompson tenía todo para invertir en esa empresa, contaba con los miles de dólares para levantar un establecimiento digno, cómodo, elegante, un lugar que fuera frecuentado por altas clases sociales de la república mexicana; que fuera visitado por todos los generales del invencible ejercito mexicano y porque no, hasta por los falsos clérigos quien detrás de la sotana, no podían esconder los instintos de sus penes erectos ante la presencia de una mujer hermosa. Ambos imaginaron que podían utilizarse uno al otro. Ella podía sacarle todo el dinero a su nuevo mentor, él mientras tanto, podía sacarle toda la Información.

Que gran acierto, pensó Thompson al ver ese cuerpo semidesnudo, esa mirada profunda de un ser felino, lo supo muy bien desde que escogió entre todas las rameras de la ciudad a esa mujer. Había encontrado en ella a una importante socia, una leal colaboradora al ejército americano y porque no, quizás, a una excelente confesora.

-      Amparo, o como te llames. Creo que necesitare hablar contigo por muchas horas.



Lupita se paró de la cama con su cuerpo escultural, dejo caer al suelo la sabana que le cubría su cuerpo y caminando desnuda, tomo su vestido para ponérselo. Era bella, sus hermosos pezones traspasaban la tela, en una dimensión de claroscuros que incitaba nuevamente a cometer el acto carnal.

-      Güerito, no sé en que pueda servirte. Pero te aseguro, que no te arrepentirás. Seré tu mujer en todo momento, seré tu amante, tu empleada, si quieres, hasta tu propia sicaria. Estaré por servirte a ti, mientras sepas corresponderme cariño.

Lupita camino suavemente hasta estar de frente a Thompson, estiro sus brazos al cuello de este para acercar sus labios y besarlo. Éste la tomo de su cintura, devolviéndole el beso apasionado, formando con ello a la luz del día, la silueta de una sombra sobre ese gran ventanal.  ¡El pacto había sido suscrito¡.



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